Memorias de Miriam Álvarez Brenes

Presentación del libro por Alejandra Chaverri, Compiladora 10 de agosto, 2017.

Muy buenas noches señores y señoras, amigos y familiares. Muchas gracias por acompañarnos en esta noche. Mi más sincero agradecimiento al personal de la Escuela de Bibliotecología, Documentación e Información de la Universidad Nacional y a la Biblioteca Infantil Miriam Álvarez Brenes. Un especial agradecimiento a la Máster Karla Rodríguez Salas, directora de la Escuela, al Máster, Juan Pablo Corella Parajeles, subdirector de la escuela y director de la Revista Bibliotecas. A la Máster Floribeth Sánchez Espinoza, por su coordinación en todas las actividades esta semana y a la Máster Flor Vargas Bolaños, quien es la encargada de las actividades que giran alrededor de la biblioteca del “Trencito” como le decía mamá. Un agradecimiento muy especial para la Licenciada Marta Eugenia Delgado, quien gentilmente aceptó realizar la presentación de este libro.

Durante esta semana ha sido un gran placer compartir personalmente con muchos de estos profesionales de la Universidad Nacional, que con su altruismo y creatividad hicieron una realidad esta semana. Le agradezco a mi madre que, en este tiempo, tuve la oportunidad de conocer a la visionaria profesional, Floribeth Sánchez, quien puso todo el empeño para que la exhibición “Entre quimeras y bibliotecas” una retrospectiva alrededor de Miriam Álvarez Brenes y este libro, se convirtieran en realidad.

En nombre de nuestra familia, un agradecimiento a Juan Pablo Corella, director y editor de la Revista Bibliotecas, por esta edición especial de la revista que hoy les presentamos. También las gracias a su equipo de trabajo: en diagramación, Raquel María Alfaro Martínez y Kevin Alberto Arguedas González, la revisión filológica y corrección de estilo, Karen Calvo Díaz, y otros colaboradores como la Máster Magaly Campo Méndez, y la Señora Carolina Sánchez Acuña.

Además, quiero agradecer a mi hermano Mauricio Chaverri Álvarez y a nuestra prima Olga María Brenes Camacho por el apoyo y consejos durante la compilación del libro.

Los escritos de mamá se remontan a 1948, una adolescente y joven profesional, cuando la poesía fue su medio de expresión. De las poesías encontramos publicada “Las Gotas de Agua en “Niños y Alas, Antología de Poemas para Niños, Tomo I, publicado por la Universidad de Puerto Rico en 1958. Esta y otras de sus poesías, aparecieron en la revista Repertorio Americano, dirigida por el escritor costarricense Joaquín García Monge, el del 10 de diciembre de 1949*.

Con el pasar de los años, los que vivimos en el exterior, disfrutamos de sus cartas semanales escritas a puño y letra, en las que nos relataba toda suerte de acontecimientos con lujo de detalles. Si bien siempre mantuvo diarios y escritos a mano, alrededor de sus 70 años comenzó a escribir en la computadora. Se ajustó a escribir fácilmente, pero su dilema más serio fue entender dónde guardaba los archivos en la máquina. Lo anterior le causaba gran frustración y a veces enojo, pues hasta los libros de su hogar clasificó y catalogó, y en su biblioteca tradicional, ni una postal se le perdía.

Por suerte mamá conoció a Juanita Castrillo, quien tenía un centro de fotocopiado en Heredia, y como todos los días iba a misa, de camino a la iglesia del Carmen le dejaba la llave maya. Juanita le formateaba los documentos, se los organizaba en archivos, o se los imprimía. Ellas hicieron una gran amistad y con la ayuda de Juanita completó dos libros. El primero titulado “La Historia de la Familia Álvarez Brenes”, una compilación de los escritos de varios de sus hermanos y sobrinos, y este último que tiene el lector tiene en sus manos: su historia personal.

Ella no tuvo tiempo para hacer las últimas revisiones de estos escritos. Los hermanos me autorizaron para editar el material y compartirlo con sus familiares y amigos. Miriam Álvarez nunca cerró la puerta a nuevas tecnologías. De este modo, es simbólico que su historia se presente como una edición electrónica, y que sea parte de la Revista Bibliotecas de la Universidad Nacional, institución que acunó y desarrolló el proyecto que le tomó varias décadas para ver convertido en realidad: la biblioteca del trencito, como ella la denominaba.

Las personas del Barrio Corazón de Jesús, el mercado y los feligreses de las iglesias del Carmen y el Corazón de Jesús, recuerdan ver pasar, todos los días, a esta señora, con su gran sombrero, temprano en la mañana, sola, con paso firme y rápido, para llegar a tiempo a misa de 9:00 a.m. en la iglesia del Carmen. Miriam fue una persona que requería de su independencia para sentirse bien.

Leyendo estos escritos de mamá, he logrado llegar a entender, un poco más, las raíces de esa mujer soñadora y sonriente, de temperamento fuerte y decisivo, así como muchas actitudes que no entendí de niña, adolescente, y aún de adulto joven. Tal vez, estas actitudes y forma de pensar y actuar, relacionadas con la forma en la que ella fue criada, y con los eventos culturales e históricos de la época.

Antes de leerles y brevemente referirme a algunos de los párrafos que más me impactaron, durante la compilación de este volumen, me gustaría acotar esta frase de San Agustín, la cual me parece muy apropiada no solo en relación con el contenido de este libro, sino también con la mujer que fue Miriam Álvarez. Dice así: “Si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa sino lo que ama”.

Las memorias de Miriam nos llevan a través del tiempo, iniciando su historia en 1929, cuando al año, paso a vivir con su abuela materna, la abuela Rafaela en Heredia. En el primer capítulo, “Mi llegada a esta tierra”, inicia a escribir en primera persona “A la una de la tarde arribé yo, Miriam, como el aguinaldo número diez del matrimonio de Saturnino Álvarez Sibaja y María Luisa Brenes Quesada. Una niña, blanca, rubia, menudita, muy sana, que hizo dúo con su hermanita, trece meses mayor, María Ester, muy delicada de salud” (p15).

En los párrafos siguientes, pasa a escribir a tercera persona “La chica iba creciendo y un día, Alicia Rodríguez, la prima de Luisa, maestra en la escuela de Santa Bárbara, quien vivía en la casa, vino donde la abuela Rafaela y le dijo:

—Rafaela, a mí me preocupa la hija menor de Luisa, una chiquilla tan sana, que se vaya a enfermar. Fíjese que como María Ester está tan enferma se preocupan por esta y a la chiquitilla la bañan, la ponen en la cama con un chupón y allí se queda gran parte del día—.

La abuela, ni lerda ni perezosa, se quitó el delantal, se cubrió con la toalla y salió para Santa Bárbara. Siempre había querido traerse uno de los hijos de Luisa para tener un niño en la casa, pero ninguno había soportado la lejanía de los padres. De noche se ponía a llorar y por la mañana había que correr a devolverlo.

Con Miriam la cosa fue muy diferente. Supongo que estaba falta de cariño y cuando encontró unos tibios brazos que la acogieron, se anidó en ellos y se durmió dulcemente. Además, en la casa de la abuela había otros seis miembros de la familia, todos jóvenes y cuatro de ellos estudiando para maestros en la Escuela Normal de Costa Rica; todos ellos deseosos de experimentar sus conocimientos en un niño” (p.15).

En los párrafos siguientes, continúa su relato en primera persona. “Siempre he creído que Dios prepara el camino de cada una de sus ovejitas. Ya mi camino estaba trazado.” (p.15).

Me pregunto si el impacto de este hecho para una niña a tan temprana edad hizo escribir este relato en tercera persona. Ahora bien, esto de pasar un niño a vivir en la casa de la abuela fue un hecho común en esa época. Pero comparando lo anterior con el concepto de familia de hoy en día, es difícil entender este tipo de resoluciones familiares. Me pregunto el impacto que causó a mamá esta separación de su vasta familia de hermanos y hermanas, tal vez sufriendo necesidades, tal vez con menos oportunidades, pero a final de cuentas, todos juntos. A su vez, conforme nacen los hijos de sus tíos, ella crea una nueva familia con sus primos Brenes, a los que amó como hermanos y me atrevo a decir que el amor fue mutuo.

Mamá creció a la sombra directa de la abuela Rafaela, la mujer que sacó a su familia adelante sola, viuda, haciendo grandes esfuerzos económicos en esos años de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Un ejemplo de los estándares que impuso la abuela se encuentra en el capítulo llamado “La abuela Rafaela”, dice así… “Era una mujer muy recta, de pocas palabras, y no repetía sus órdenes. Cuando hablaba había que escucharla porque no daba un mensaje dos veces y de inmediato se debía realizar el encargo porque no le gustaba esperar. Si mandaba al mercado a comprar algo, dejaba caer una gota de agua al suelo y se debía regresar antes de que la gota se secara” (p.23).

Cabe señalar que esta memoria mamá la dividió en capítulos en los cuales narra, con un lenguaje sencillo, pragmático y con lujo de detalles sensoriales, las diferentes etapas de su vida. En, en su mayoría los capítulos son finalizados con una expresión de alegría o nostalgia. De manera semejante, el lector se puede percatar del pasar de las horas, día, los meses y años en las diferentes secciones. En algunas escenas, exalta los sentidos con las descripciones de su barrio, y personajes como Juan Cacho, el dueño de la hostería de la esquina de su casa (p. 59) o los olores que emanaban de la cocina de la abuela al hacer las tortillas. Dice así: … “Todos los días preparaba y molía la masa. Con el fuego bien prendido y sobre una hoja de plátano bien soasada, comenzaba a palmear las tortillas que iban cayendo en el negro comal de hierro, bien caliente, que las medio cocinaba para caer frente a la parrilla roja de brasas que terminaba la cocción, y levantaba la cáscara para dorarla y quemarla un poquito más, dejando escapar el olor a tortilla fresca por toda casa (p.37).

Los viajes a Guanacaste a visitar sus padres y hermanos en Tierras Morenas, como dice ella “cada cual tuvo su atractivo especial” (p.66).

No solo relata escenas íntimas de su hogar, sino también sus años de escuela primaria, y las visitas a lugares como la Cervecería Traube, o la panadería de los Curling, ambos en San José, o la casa que existió en las cuevas colindando el tajo del Río Virilla. Con lujo de detalles, nos describen esa Costa Rica que a mi generación y las posteriores, nos cuesta visualizar.

Cabe mencionar algunas descripciones de las clases que recibían las niñas en la escuela primaria, en las que preparaban para hacerse cargo de una casa, en otras palabras, para casarse. “Aprendimos a hacer comidas sencillas, de las que se usaban en las comidas de aquel tiempo. Ya en sexto grado me acuerdo de un queque de mármol, en el que la pasta se partía en dos y a una parte se le ponía cacao” (p. 54). Todo esto es delineado sin comentarios o reflexiones. Son, simplemente sus recuerdos.

En el capítulo “Reunión de V año”, encuentra a los que ella llama “sus otros hermanos” esta familia de compañeros que se reunieron todos los años desde que terminaron la escuela secundaria, hasta el último mes de su vida (p.156).

Los hijos conocimos a muchos de estos compañeros, y con gratos recuerdos puedo mencionar las muchas veladas que pasamos con don Quincho Muñoz y dona Eida Fonseca en la finca de ellos en Liberia. Luego los hijos hicimos amistad con los hijos de otros de sus compañeros, por ejemplo, los de don Toño Murillo y doña Olga Gamboa, y los de Don Tulio Ramírez y doña Marita Soto. Es decir, ella en conjunto con nuestro padre, incentivaron ese sentido de continuidad entre generaciones, de crear lazos estrechos entre personas, forjando amistades intergeneracionales, para toda la vida.

Su vida profesional como bibliotecóloga estuvo llena de proyectos, los cuales volvía realidad con su entusiasmo y dedicación. El capítulo denominado “Bibliotecaria del Banco Central”, describe, minuciosamente, la compra, por el Banco del primer libro editado en Costa Rica “Breves lecciones de arismética”, cuyo autor fue el Bachiller Francisco Osejo, docente de la Universidad de Santo Tomas, 1830 (p.93). Igualmente, en este capítulo hace un reclamo a las generaciones actuales, en relación con lo acontecido con los libros de su querida biblioteca del Banco Central: “¡Recientemente, ¡cómo me dolió, enterarme de que la Sección Costarricense, había sido eliminada del Banco y trasladada a la Biblioteca Nacional!

¡Ángel Coronas, la fantástica visión que tuviste para la impresión de libros en Costa Rica, no anidó en tus predecesores! ¡Cómo me duele que los valiosos incunables, que con tanto cariño y esfuerzo se habían recogido, fueran trasladados a la Biblioteca Nacional! Yo entiendo que la actual producción de libros en el país es voluminosa y muy difícil de recoger en una biblioteca pequeña, pero me atrevo a decir que se pudo aguardar el bagaje librístico hasta cierta época, porque para la Biblioteca Nacional será muy difícil recoger algunos incunables que con el tiempo vayan apareciendo” (p.95).

Me parece pícaro de mamá, con su grado de discreción, que compartiera la historia de su primer novio. En el capítulo una hermosa amistad relata: “Él me propuso que nos casáramos. Yo no quise dejar a Tey y a la abuela. Me propuso que las lleváramos para Guatemala. Esto no me pareció racional. La amistad quedó con cartas, cada vez más lejanas.” (p.90).

Como mujer y madre, encuentro asombroso que una mujer con tanta energía y visión cortara completamente con su vida profesional para casarse y dedicarse al hogar. Sus capítulos de esos primeros años en los que sus cuatro hijos, mi persona, Mauricio, Gabriel y Lucía crecimos en el Barrio Corazón de Jesús, en la casa que fue nuestro hogar, a una cuadra del “potrero de Loco” y sobre una calle que solo autos con doble tracción entraban, me remonta a mi niñez. En efecto, me hacen añorar a la cariñosa doña María Petaca, la señora que vivía en la casa de adobe de la esquina, y pensar en la vida de doña Joaquina cargando grandes sacos de leña a su espalda. Todas estas escenas encontradas en los capítulos siguientes pasaron por mis ojos. Algunas se me habían olvidado; otras, nunca las encontré relevantes, pero hoy las leo y atesoro como parte de la historia oral de nuestra querida ciudad, y de nuestro Barrio del Corazón de Jesús.

Deseo subrayar esa época descrita en su capítulo “Vuelvo a la labor bibliotecaria” (p.120), cuando colaboró para fundar la escuela de bibliotecología de la Universidad de Costa Rica, y su “Viaje a Europa” (p.122) del cual volvió determinada a hacer bibliotecas infantiles por todo el país, usando trenes, aviones, barcos y buses, pues siempre dijo que viajar abría la mente a otras culturas y personas.

Como hija y hermana, me hace un nudo en la garganta leer el capítulo de nuestro hermano Gabriel, y de la forma en la que llana, y racionalmente describe su enfermedad y muerte. Del capítulo de Gabriel (p.131), pasa a la Biblioteca infantil, la cual vino a ese rayito de luz alrededor de sus “seis reales” de edad.

Sus quebrantos de salud, los cuales limitaron sus andares por Heredia, son descritos cual, hechos de la vida, que, si bien son inevitables, son llevaderos. Quizás su fe en Dios le ayudó en esto.

Durante toda su vida, tíos, primos, sobrinos, hermanos, hijos, nietos y bisnietos le trajeron muchos momentos de alegría, y cual su abuela, no permitía ni chismes y habladurías de ninguno de ellos.

Mamá cierra este libro con dos capítulos: Eladio y Genia. Genia es María Eugenia Montero quien la acompañó hasta el final de su vida. Este capítulo lo tenía en mente. El de papá yo se lo pedí. Ambos los escribió en los últimos dos meses de su vida.

A principios de octubre, justo después de la operación de la cadera, me contó que ya había terminado el documento. Su gran amiga Juanita Castrillo le imprimió una copia en papel para que lo revisara. No tuvimos tiempo para hablar de este documento. Las horas se nos fueron entre terapias, hospital y el deterioro acelerado de la salud de mamá.

El 18 de noviembre del 2015 nos dejó doña Miriam, la señora que, con su sombrero de ala ancha, recorría diariamente las calles de Heredia. En su caminar, conoció a mucha gente y tocó muchos corazones. Tal cual su trasiego por Heredia, pienso que esta crónica de su vida, mamá la escribió para “ser conversada.” A ella le gustaba mucho compartir con sus seres queridos, conversando, sentada en su poltrona, mientras continuaba moviendo sus manos, ya fuera tejiendo, haciendo frivolitè, o lo que le apasionó al final de su vida: el encaje de bolillos. Semejante a este pensamiento de San Agustín, este libro gira alrededor de las personas y lo que mamá amó, no lo que pensó.

Muchas gracias.

Biblioteca Electrónica Scriptorium. Universidad Nacional. Algunas Poesías. Repertorio Americano. (10 de diciembre de 1949). Recuperado de http://www.repositorio.una.ac.cr/handle/11056/11175