Memorias de Miriam Álvarez Brenes

Presentación del libro, comentario de Marta E. Delgado Salazar.
10 de agosto, 2017

Con Miriam Álvarez Brenes, el lector y la lectora se sienten convidados a entrar a su casa: la cual en su casa total: la Heredia de 1928, año de su nacimiento, hasta el año 2015, cuando fallece.

Mas, el personaje como tal, porta las huellas decimonónicas de usos y costumbres de la Heredia de antaño y la Heredia de hoy, y, también, probablemente de un sector de la Costa Rica que se fue, pero que ha dejado tras de sí, marcas culturales con rasgos familiares, educativos, filosóficos, arquitectónicos, políticos, artísticos y lingüísticos. Esas marcas culturales nos tienden puentes para entender identidades que forjaron una época determinada.

En esa georeferencialidad desfilan acontecimientos que marcó la vida de Miriam ligada a la vida familiar, comunitaria, nacional, regional e internacional.

La casa de la abuela

Para la historiador francesa Michelle Perrot, la casa es el “Teatro de la vida privada y de los aprendizajes más personales, ámbito obligado de los recuerdos de niñez, la casa es el lugar de una memoria fundamental que nuestra imaginación habita para siempre”.

Por razones de carácter familiar, Miriam vivió en la casa de sus abuelos: “Yo estaba feliz en esa casa. Llegué a la edad de once meses a disfrutar del cariño de mi abuela y de mis tíos”.

La admiración por la abuela se evidencia en sus palabras: “Se llamaba María Rafaela Quesada Ramírez. Me parece oírla pronunciando con orgullo su nombre. Ella se sentía muy orgullosa de su familia y le tenía gran aprecio a sus hermanos y familiares”.

Los espacios de las casas forman parte de ese tejido de memoria que todos portamos, como un referente privado y único en el recuerdo:

“¡Cómo añoro la cocina de la abuela! Para mí era el lugar principal de la casa. Quizá porque era donde la abuela pasaba más tiempo. Bajabas las gradas y te encontrabas en un amplio aposento de piso de ladrillo rojo con una negra cocina de hierro, siempre encendida que invitaba a acercarse para sentir su calor”.

Y, este dato atisba su futuro: “Tuve la dicha de crearme en una casa de verdaderos maestros, aquellos primeros que salieron de la Escuela Normal de Omar Dengo. Ellos se preocuparon porque yo cumpliera con los requisitos para que en un futuro, entrara también a la Escuela Normal”.

Y, es que la historia se va tejiendo. Cuando en 1932, Miriam era estudiante de kínder, la poetisa chilena, quien posteriormente en 1945 sería premio Nobel de Literatura, Gabriela Mistral, visitó Costa Rica.

En ese entonces, la pequeña Miriam tuvo la oportunidad de participar en el acto de recibimiento que se preparó en honor a la escritora, en la Escuela Normal de Costa Rica.

Para homenajear a Gabriela Mistral, las maestras enseñaron a un grupo de niñas, entre ellas estaba Miriam, diversas rondas y poesías de la poetisa.

“En el acto que fue en la noche, recitamos las rondas con la coreografía que las maestras nos enseñaron. Yo estoy segura de que fue algo muy bello, y que debe haber encantado a la Mistral. No creo que haya un retrato de esto; solo el que yo guardo en mi mente”.

Ingresó posteriormente a la escuela Rafael Moya fue donde realizó sus estudios de educación primaria: “La escuela era una casa acogedora, como todas las viejas casas de adobe”.

La Vieja Heredia

En un entorno de barrio típico de la época, vivió Miriam: “Vivíamos en el barrio de la estación del tren. A las 8 de la mañana se dejaba oír el silbido del tren que venía de Alajuela y recogía la gente que iba para San José”.

En aquellos barrios la pulpería era el lugar de las compras cotidianas:

“En la esquina sur estaba la pulpería de Bolívar Chaverri, adonde había que ir a cada rato, porque como el dinero era escaso, las cosas se compraban por poquitos, y había que reponerlas apenas se terminaban.” –Vaya a traer una libra de azúcar, y al rato, un diez de queso, o un cinco de sal…”.

Nos encontramos también, entre otros paisajes de la vieja Heredia: la Hostería de Juan Cacho, -la antesala de lo que hoy llamamos una Soda-. También, el beneficio de café de Carlos Salazar, la plaza de ganado y la de cerdos, las iglesias católicas, los cafetales de Juan Lobo, las plazoletas, las acequias que pasaban por los patios de las casas, el “Potrero de Loco”, el mercado, las calles de macadam, las aceras construidas con bloques de piedra maciza y los centros educativos emblemáticos heredianos.

Así, en ese entorno, fue creciendo y percibiendo los colores y los sabores de la Heredia de su época.

Estudiante en la Escuela Normal de Costa Rica

Años después, en 1941, ingresa a la Escuela Normal de Costa Rica, para formarse como maestra. “Entré a la Escuela Normal de Costa Rica en el año de 1941…Todos éramos chiquillos humildes y sencillos deseosos de estudiar “.

Las expectativas vivenciales y educativas se ven muy bien interpretadas para la joven estudiante.

Y, es que detrás de las puertas de aquella Escuela Normal de Costa Rica, fundada en 1914, bajo el gobierno de Alfredo González Flores, trabajaron grandes intelectuales, maestros y maestras que con gran visión moldearon y contribuyeron a forjar una Costa Rica que le apostó a la educación como instrumento de cambio y de transformación: ArturoTorres Martínez, el primer director de la Escuela Normal, Joaquín García Monge, escritor, educador y editor de Repertorio Americano, Revista de estatura continental, Carlos Luis Sáenz, Carlos Gagini, Emma Gamboa, educadora visionaria y pionera también de lo que posteriormente sería la Facultad de Educación de la Universidad de Costa Rica, Angélica Gamboa, Omar Dengo, Carmen Lyra, Roberto Brenes Mesén, Marco Tulio Salazar, Uladislao (Lalo) Gámez, Victoria Garrón, solo para nombrar, algunos de sus extraordinarios profesores y profesoras.

En 1948 recibe el título de maestra. Trabajó en la Escuela Braulio Morales y la escuela Joaquín Lizano.

Sin embargo, su preparación como maestra la llevaría a otra área de la educación: la bibliotecología.

La revolución del 48 y un nuevo trabajo para siempre

En un contexto convulso, y repleto de interrogantes, se integra a un trabajo, que marcaría para siempre su vida.

Las palabras de Alejandra Chaverri, para describirla son elocuentes:

“Desde su juventud tuvo un amor desenfrenado por los libros, el cual trató de inculcar a todos los que estuvimos a su alrededor. En cierto modo, los libros fueron sus hijos adoptivos”.

En el relato Bibliotecaria sin haberlo pensado, nos relata el periplo que la llevó a ser una pionera de la bibliotecología en Costa Rica.

“A principios del año 1949, la Niña Emma Gamboa fue nombrada Decana de la Facultad de Educación de la Universidad de Costa Rica, que estaba todavía en Heredia y me llamó para que atendiera la Biblioteca de la Facultad. Yo no sabía nada de bibliotecas, pero ella me mandó a la Biblioteca Nacional de Costa Rica, en San José, para que don Alberto Bolaños me orientara. Don Alberto había estudiado bibliotecología en Estados Unidos y atendía la biblioteca de la Universidad. Lo primero que me dijo fue: ¡acomode los libros por materias!”.

A través de las relaciones académicas de Emma Gamboa con otras universidades centroamericanas, Miriam asistió a un curso de bibliotecología para estudiantes centroamericanos, en la Universidad de Panamá. Este curso era impartido en dos períodos y despertó gran interés por la bibliotecología, interés que la acompañará y la llevará a gestionar proyectos de carácter nacional e internacional. En 1956, participó en un curso de bibliotecología impartido en la Habana, Cuba: “Además de que fue un taller muy enriquecedor, hicimos contacto con muchas personalidades de bibliotecología”.

En esa ocasión conocieron al director de la UNESCO, en Cuba, Carlos Víctor Pena, y se reencontraron con profesores de bibliotecología, quienes propusieron realizar unas jornadas bibliotecarias en Costa Rica. Así relata acerca de la propuesta nacida en la Habana: “Al regreso a Costa Rica comenzamos a trabajar más duro, y a entusiasmar a la gente. No recuerdo exactamente la fecha, pero de esto resultaron las primeras jornadas bibliotecarias en Costa Rica. Se continuó trabajando arduamente para recoger documentos para las discusiones, invitar personalidades y preparar materiales. Aquella Biblioteca de la Universidad parecía un panal de abejas trabajando, y todo salió excelente. Asistió el Sr. Carlos Víctor Pena, quien nos dio el apoyo de la UNESCO, y elogió el trabajo que habíamos logrado”.

Años después trabajó en la biblioteca del Banco Central, donde realizó una importante labor: “Lo que más me sorprendió al llegar a la Biblioteca, era que habían dos secciones de libros, una de Economía y otra sección de libros de Costa Rica”.

Así, el Banco Central era la única institución que por sus medios económicos, tenía la capacidad de recopilar y comprar todas las publicaciones elaboradas en el país: “Allí llegaban los libreros de antigüedades, con sus valijas de libros viejos, y el trabajo era controlar qué no teníamos en la biblioteca, para adquirirlo”.

Por razones personales, se alejó un tiempo del trabajo formal.

Se casó y tuvo cuatro hijos. Se asentó en el Barrio Corazón de Jesús, un viejo barrio herediano.

Vivió un tiempo en El Salvador, donde palpó la pobreza y la dramática vida de los campesinos salvadoreños.

En ese lapso, viajó también a Europa: Suiza, Francia, España y Dinamarca.

Siempre ávida de conocer espacios novedosos en el mundo de las bibliotecas, visitó tanto en España como en Dinamarca algunas bibliotecas infantiles. En su estancia en Dinamarca relata: “comencé a conocer lo que me interesaba de la ciudad. Lo primero fueron las bibliotecas. Descubrí una infantil preciosa, que me hizo pensar en una para Heredia”.

Creación de la Biblioteca Infantil Miriam Álvarez Brenes

El proyecto para crear una biblioteca infantil en Heredia, paradójicamente, no encontró eco en la comunidad herediana.

Sin embargo, cuando la profesora de bibliotecología de la Universidad Nacional, Alice Miranda, conoció el proyecto se interesó por ejecutarlo bajo la tutela de doña Miriam. Se formó una comisión de trabajo y la Universidad Nacional nombró a Sandra Alpízar como encargada del proyecto. De ahí nació la idea de solicitar al INCOFER, un viejo vagón de ferrocarril para instalar la biblioteca infantil: “Se mandó la carta al INCOFER y rapidito nos contestaron positivamente”.

Relata doña Miriam que la labor fue lenta: “Fue obra de titanes porque no teníamos ni cinco centavos en caja”.

Finalmente con apoyo externo y de la Universidad Nacional: “Logramos inaugurar la biblioteca en 1996, con una actividad muy hermosa. Recuerdo la gran asistencia de gente: miembros de la familia, heredianos y universitarios”.

Lucía Chaverri Alvarez, fue su primera bibliotecóloga. Actualmente lo atiende la bibliotecóloga Flor Vargas Bolaños. Y, como este proyecto cayó en terreno fértil, si lo situamos, dentro de las propuestas humanistas de “la universidad necesaria”, cuyo motor fundamental fue el Padre Benjamín Núñez, el primer rector de la UNA, se puede decir que esos hilos conductores se amarraron y dieron resultados a mediano y largo plazo

En efecto, después de muchos años, doña Miriam visitó la Biblioteca Infantil y así la encontró: “Ayer, martes 28 de julio de 2015, porque estoy escribiendo esta memoria, fui a visitar a Flor, y me impactó ver cuánto han ampliado esta pequeña biblioteca. Con el apoyo de la Universidad, se construyeron aulas a su alrededor, y una serie de proyectos preciosos para que los niños no sólo lean, sino también crezcan conociendo el ambiente”.

Y, recalcó: “Lo que más me agradó es que Flor, con una gran sonrisa me contó que es la única biblioteca infantil que hay en el Valle Central”.

Las de que existían en San José, incluida la Biblioteca Infantil Carmen Lyra, desaparecieron. La municipalidad de San José, las transformó en bibliotecas municipales.

Doña Miriam, después de aquella visita terminó expresando: “un motivo más para dar gracias a aquellos ocho locos, que en 1975 se juntaron para construir una biblioteca infantil”.

De tal manera, que no es por azar, que hoy, bajo la sombrilla de la Escuela de Bibliotecología de la Universidad Nacional, se edita y se publica, de forma digital, el libro, sobre su vida y su legado, especialmente, en el campo de la gestión de bibliotecas infantiles y la bibliotecología.

Es necesario, para cerrar este comentario reconocer también sus múltiples facetas: poetisa, narradora, cantante, practicó el arte de la cocina, la medicina natural, las artes manuales y del tejido, con gran destreza. Una exposición de esas prácticas simbólicas culturales está en exhibición, en el emblemático vagón.

Estas palabras que ella redactó, cuando recibió, en el 2011, por parte de la Municipalidad de Heredia, la Condecoración Esmeralda Gutiérrez Flores, la definen como una gran humanista que entendió que todos y todas construimos conocimiento desde la parcela de vida que habitamos: “…Aquí creo que hubo un fallo…Mi labor ha sido muy pobre, y muy callada en mi barrio, y no merece tanto reconocimiento. ¡Creo que es mucha pólvora para tan pequeño zopilote! No obstante, ya que estoy aquí, lo recibo por todas las humildes mujeres de Heredia, que de niña y de joven yo vi trabajar arduamente para formar Heredia”.

Por ende, esta pionera de la bibliotecología, nos da también lecciones de vida y de solidaridad en tiempos de globalización.

Finalmente, en esta era electrónica, y en tiempos de una globalización apabullante, donde el mercado cosifica, estigmatiza e impone estereotipos culturales donde se dicta y ordena lo que se debe pensar, tratando de opacar el mundo y el diálogo entre culturas, las tecnologías de la información y la comunicación, los TIC, y la presencia del libro como una herramienta para el conocimiento, deben ser aprovechados para difundir la creación, la ciencia y la cultura, en aras de la construcción de comunidades verdaderamente solidarias, tal cual lo concibe el pensador polaco Zygmunt Bauman: “En un espacio en donde el Otro siempre es el vecino, cada uno recibe un llamamiento constante a aprender de todos los demás”.