mapadeamerica

Revista Latinoamericana de Derechos Humanos

Número monográfico extraordinario 2016. Tendencias de las migraciones (EISSN: 2215-4221)

URL: http://www.revistas.una.ac.cr/derechoshumanos

Doi: http://dx.doi.org/10.15359/rldh.extraordinario2016.4

Páginas de la 125 a la 143 del documento impreso

Recibido: 20/5/2016 • Aceptado: 15/9/2016




Tendencias de la migración intrarregional en Centroamérica

Intraregional Migration Trends in Central America

As tendências de migração intra-regional na América Central.

Charleene Cortez Sosa*

Resumen

Los países de la región centroamericana tradicionalmente se perciben como países expulsores de personas migrantes en búsqueda de un sueño de progreso, asociado con la posibilidad de vivir en un país desarrollado; es decir, se reproduce la migración sur-norte como la forma más conocida de migración existente. Sin embargo, en los últimos años, con la creciente interdependencia y los procesos de integración regional, así como con el reconocimiento de problemáticas comunes, la migración sur-sur ha ido en aumento. Centroamérica no es la excepción, inclusive, en los años recientes se ha convertido en una región de recepción temporal de personas migrantes fuera del istmo centroamericano; pero que igualmente provienen de países en condiciones socioeconómicas similares. El artículo presenta una discusión general de las tendencias y los retos de la región y cómo esto genera diversos impactos en la migración; problemáticas como la vulnerabilidad ambiental; procesos de reunificación familiar que desembocan en migraciones de personas menores de edad no acompañadas; contraposiciones entre políticas de seguridad nacional y libertad de movilidad, entre otros, son aspectos que se encuentran en la discusión actual centroamericana y cómo el tema de las migraciones ha cobrado relevancia en los últimos años, pasando de ser únicamente un tópico de atención al centroamericano que sale, hacia la necesidad de planteamiento de políticas comunes de atención de migrantes extra regionales, población retornada y deportada.

Palabras clave: migraciones, integración, Centroamérica.

Abstract

Central American countries are traditionally perceived as expulsing countries of migrants looking for a dream of progress associated with the possibility of living in a developed country, i. e., North-South migration is being reproduced as the most known migration existing. However, in the last years, South-South migration has augmented as a consequence of the increasing interdependency, the processes of regional integration, and the recognition of common problems. Central America is not the exception. Even in recent years, it has become a region of temporary reception of non-Central American migrants also coming from countries with similar socio-economic conditions. This article presents a general discussion of trends and challenges of the region and how this generates impacts on migration. Problems such as environmental vulnerability, family reunification resulting in unaccompanied children migration, counter-positions in national security policies, and mobility freedom, among others, are aspects present in the current Central American debate, and how migration issue has become relevant in recent years. Actually, this issue went from being just a matter of giving support to the Central American migrant who is leaving to the need of proposing common policies for the care of extra-regional migrants, as well as of returned and deported population.

Keywords: migration, integration, Central America.

Resumo

Os países da região central americana, tradicionalmente vista como países que enviam pessoas imigrantes em busca de um sonho de progresso, associado à possibilidade de viver em um país desenvolvido, ou seja, a imigração sul-norte é reproduzida como a forma mais conhecida de imigração existente. No entanto, nos últimos anos, com a crescente interdependência e processos de integração regional, bem como o reconhecimento de problemas comuns, a migração sul-sul está aumentando. A América Central não é exceção, inclusive, nos últimos anos tornou-se uma região que recebe imigrantes temporários fora do istmo centro americano, mas também de países em condições socioeconômicas semelhantes. Esta pesquisa apresenta o debate sobre as tendências e desafios na região e como isso cria impactos diferentes sobre a migração; questões como a vulnerabilidade ambiental, como processos de reagrupamento familiar, que levam à migração de menores não acompanhados; posições contrarias entre as políticas nacionais de segurança e liberdade de mobilidade, entre outros, são aspectos que estão na atual discussão na América Central, e como a questão das imigrações aumentou de importância nos últimos anos, passando de ser apenas um tema de atenção ao centro americano que sai de sua terra, à necessidade de pensar em políticas comuns de atenção ao migrante extra regional, a população repatriada e deportada.

Palavras-chave: migração, integração, América central.

Centroamérica ha iniciado un proceso de reconocimiento diferenciado de sí misma, tratando de entender su diversidad, aunque no haya diseñado todavía mecanismos para administrar y potenciar adecuadamente ese aspecto. Se realizan esfuerzos desde diferentes ámbitos por propiciar un espacio de integración y respeto a la población migrante que sale de la región con destino principalmente a Estados Unidos; sin embargo, otro tipo de migraciones extra región, con propósito de tránsito y destino en Centroamérica, ha variado el efecto que logran tener estos mecanismos. Al parecer, en una región tan pequeña, se han formado dos grupos de trabajo: uno asociado al tema de inseguridad y migración como ejes principales, constituido por los países del norte (triangulo norte); y el otro grupo, orientado a generar garantías de tipo económico y de crecimiento sostenible como lo es la dupla Costa Rica, Panamá. A lo interno de este grupo, se encuentra una Nicaragua que está presente de manera extrarregión mediante alianzas con China, Venezuela, entre otros, y que ocasionalmente vuelve su mirada hacia la región. Esta realidad diversa de la integración da origen a un proceso fraccionado que se tratará en este trabajo.

Estas iniciativas regionales, que se van generando a partir de las dinámicas centroamericanas, se van perfilando de diferente manera y con distintos socios y aliados, una de las más recientes es la planteada como el Plan de la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte de Centroamérica. Esta propuesta plantea, entre varios aspectos, a la migración como un eje principal a atender por parte de los gobiernos de la región. Se discutirá sobre sus posibles alcances, aunque todavía no se tiene una claridad sobre las acciones que desarrollará.

Migraciones intrarregión

Para efectos de este artículo, definiremos que la migración intrarregional es aquella que se realiza entre naciones reconocidas como parte de un mismo espacio que comparte similitudes históricas, culturales o políticas y se autodenomina y reconoce como región. Fuera de esta zona reconocida como región, el intercambio migratorio se caracteriza como extrarregional.

Los países de la región centroamericana se caracterizan por contar, en su mayoría, con inmigrantes intrarregionales, excepto en Panamá. En la actualidad, todos los países de la región operan como origen, tránsito y destino de personas migrantes. El número exacto de migraciones es reservado, especialmente porque mucha de la dinámica se desarrolla de manera clandestina e informal y en algunos casos de manera pendular para periodos de cosechas.

En ese sentido, la atención del fenómeno migratorio requiere políticas que aborden varias realidades, a partir de las necesidades de las personas migrantes (SICA, 2015). Tradicionalmente, se ha estudiado, la migración hacia el norte del continente, sin embargo, la necesidad de un abordaje de las migraciones intrarregionales como parte de los factores mismos de la migración, retoma más peso cada día, en especial en un contexto de integración regional. Según la OCDE, la migración intrarregional para el 2015 ascendía en América Central al 32%, aunque el dato aclara que se ve afectado por la migración a México. La mayor parte de la inmigración en los países de América Latina y el Caribe provino de naciones vecinas. De mantenerse la alta tasa de aumento de la inmigración, casi se duplicaría en apenas cuatro años (OCDE, 2015, p. 32).

Aun así, constantemente se percibe la región centroamericana como expulsora de personas migrantes, principalmente a Estados Unidos. Datos del Inter-American Dialogue (2015) nos indican que más de 100.000 individuos centroamericanos ingresan anualmente a los Estados Unidos, la mayoría de forma irregular; es decir, sin la documentación o autorización requerida por el país de tránsito o destino. Aunque esta información es clara al indicar un flujo directamente orientado hacia el norte del continente, muchos han sido los cambios y particularidades que esta migración ha enfrentado en los últimos años, durante los cuales se ha convertido, no solo en un expulsor de población fuera de la región, sino que asimismo recibiendo e intercambiando poblaciones de manera interna y pendular, ligada a procesos laborales y sustitución de personal nacional en algunos sectores productivos y sociales.

Algunas características, como la edad en que se decide incursionar en un proceso migratorio, la composición social de las personas que migran, así como sus rutas y nuevos destinos son parte de las “nuevas particularidades” que despliegan estos grupos. Una migración que inicialmente se relacionaba con procesos pos guerra, pobreza extrema y búsqueda de trabajo y nuevas oportunidades ha comenzado a relacionarse con temas de seguridad; cuando se menciona este último punto no se refiere a lo que muchos teóricos llamarían la securitización de las migraciones, como una justificación del discurso antimigrante en la región; más bien evidencia un proceso de búsqueda de espacios considerados “más seguros” por parte de las personas migrantes para desarrollar su proyecto de vida, que en muchos casos es, simplemente, sobrevivir.

Los registros sobre migración en la región, especialmente en los países del triángulo norte, son escasos, estos han sido analizados desde los procesos migratorios y desde la información generada en las sociedades de acogida, como son México y Estados Unidos. Como bien lo menciona Caballeros en el perfil migratorio de Guatemala (OIM, 2012), México y Estados Unidos constituyen el principal corredor migratorio del mundo, ya que, en el 2010, contó con 11,6 millones de emigrantes, dentro de los cuales, los países del triángulo norte se constituyen en la puerta de entrada de dicho corredor. Por esta razón, muchos de los datos con los que se cuenta se respaldan por la información migratoria del país de acogida; sin embargo, se corre el riesgo de invisibilizar buena parte de los registros en las sociedades de tránsito, que en muchos casos se vuelven, además, sociedades de acogida no programada. Esto se sustenta sobre la dificultad manifiesta de los sistemas de migración regional para generar un registro de la emigración y la inmigración en ellos, asimismo, la problemática de la migración irregular que se estima que oscila entre un 30% y un 40% adicional al registrado, pero que sigue sin contar con un registro fidedigno o estimado real.

Algunos autores (Narváez, Cobo y Martínez, 2015) identifican que, a partir del año 2000, se da el inicio de una nueva etapa para la migración que denominan migración de tránsito y complejidad. Esta etapa la clasifican en relación con la securitización de fronteras y vínculos transnacionales (2001); fenómenos climáticos y pandillas (2005); crisis económica e incursión del crimen organizado (2008), y visibilidad de la violencia (2010). Actualmente, estas mismas etapas están definiendo los ejes de acción de las iniciativas regionales, determinando cuáles son las necesidades que se han ido presentando en relación con los procesos migratorios.

El triángulo norte y las migraciones

Desde tiempos de la independencia y la conformación de identidades, la relación en el triángulo norte de Centroamérica se ha visto relacionada por historia, conflictos e intereses comunes; esto le ha permitido articular iniciativas que busquen solucionar algunos problemas propios de la región y de fuerte impacto en sus poblaciones, muchos de ellos no compartidos en la misma intensidad por el resto de la región.

La emigración es un tema común a Guatemala, El Salvador y Honduras, países en los que principalmente los flujos migratorios se dirigen hacia el exterior de la región; sin embargo, es común encontrar a población hondureña y salvadoreña viviendo en Guatemala, mientras otros grupos migrantes fuera del triángulo, como nicaragüenses, también se incorporan en los países de la región norte por los beneficios económicos que representa el “efecto desplazamiento-sustitución” en relación con la mano de obra de campo, construcción y cuido, de quienes han decidido migrar a países más desarrollados económicamente.

Durante los últimos cuarenta años hubo cambios notables en los patrones migratorios en Centroamérica. Hasta 1970, los movimientos de población se concentraban, principalmente, en traslados internos y movimientos internacionales fronterizos entre las áreas rurales de los países vecinos. La migración tenía carácter temporal, protagonizada principalmente por trabajadores utilizados como mano de obra para la producción agrícola. Es hacia finales de la década de los setenta que surgen dos nuevos fenómenos: los movimientos forzados de distintos sectores de la población, por conflictos internos, nuevos métodos de producción, entre otros, cuyos flujos permanecen intensos hasta inicios de los noventa; y se genera un aumento marcado de la migración extrarregional, que configura un patrón migratorio sobresaliente de la problemática centroamericana (Lara y Soriano, 2002) Esta problemática final es la que ha abarcado la atención de políticas y medios de comunicación en la región; no obstante, hay una marcada tendencia a una migración interna que se fortalece conforme la situación de seguridad se ve debilitada en los países centroamericanos.

Desde 1980, la CEPAL (2002, p. 24) indicaba un fuerte lazo migratorio entre los países de la región norte de Centroamérica; en aquel momento, motivado por la situación de inestabilidad política y guerra que se vivía en la región, que aunque posteriormente muestra un descenso, evidenciaba ya a Belice y Costa Rica como países de atracción de población migrante y la existencia de un fenómeno importante de migración intrarregional, debido a facilidades derivadas del “efecto desplazamiento-sustitución”.

Alrededor de 1980, Costa Rica reunía aproximadamente el 60% de la migración intrarregional; mientras que El Salvador y Nicaragua se presentaban como los principales expulsores de población. Esta última tendencia se mantiene, ya que según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM, 2014), de los países de América Central, se estima que El Salvador tiene la mayor proporción de su población que vive en el extranjero, esto representa aproximadamente el 25 % de la población total que vivía en el extranjero en el 2013. Asimismo, según el perfil migratorio de Nicaragua (OIM, 2012), a partir del año 2000 se intensifica la migración intrarregional (su-sur) hacia el Salvador y Panamá, prevaleciendo la migración temporal y transfronteriza con Honduras, El Salvador y Costa Rica. En este mismo estudio se destaca la participación de migrantes salvadoreños y hondureños hacia Nicaragua, una dinámica poco estudiada hasta el momento.

Respecto a Guatemala, el perfil migratorio de este país (OIM, 2012) lo establece como un importante destino de migración intrarregional centroamericana, especialmente, debido a que representa un puente en el camino de estas poblaciones hacia México y Estados Unidos, que en muchos casos, cuando el viaje no puede ser realizado en su totalidad debido al incremento de los controles migratorios de estos países, los migrantes deciden quedarse en Guatemala esperando la oportunidad de reanudar el viaje principalmente por cuestiones de seguridad y temor a las represalias de grupos criminales, si se regresa al país de origen.

Para el caso de Honduras, según lo plantea Flores Fonseca (2011), la inmigración regional ha llegado inclusive a alcanzar el primer lugar entre los asuntos políticos de la región; Honduras se posicionó en los años sesenta como un país atractivo para migrar, especialmente por la población salvadoreña en la búsqueda de tierras y trabajo; y en los años setenta y ochenta por los conflictos armados de Guatemala, El Salvador y Nicaragua, sobre todo como un mecanismo de refugio. Actualmente en Honduras se registran 27,976 personas extranjeras y, sin especificar detalles, se concluye una marcada migración intrarregional, con presencia guatemalteca y salvadoreña, lo cual sigue la tendencia de finales de los años noventa y principios del dos mil (INE, 2013).

De esa manera, las relaciones migratorias entre los países del triángulo norte se convierten en temas migratorios no solo sur-norte, sino que además hay problemas relacionados con las causas de la migración que deben ser abordadas en la atención de la migración sur-sur, tal es el caso de la seguridad en la subregión. Este aspecto se considera de importancia, debido a que se ha realizado un llamado en los países de la región, por parte de diferentes organismos internacionales, a incentivar una migración ordenada e informada; sin embargo, bajo situaciones de presión, temor o amenaza este cometido se vuelve imposible.

Migraciones laborales intrarregionales y el proceso de integración

El proceso de integración centroamericano está fuertemente relacionado con el desarrollo de las tendencias de la migración en la región. La construcción de una identidad centroamericana y las facilidades para los procesos de inserción en las sociedades de acogida incentivan o dificultan estos procesos de migración.

Con la inestabilidad política y las guerras, se dio un aumento de las migraciones en la década de los ochenta, y finalmente, como parte de los procesos de reconstrucción económica en los noventas, también se presentó un alza; algunos temas, como las migraciones laborales y los procesos de reinserción de personas deportadas y retornadas son abordados actualmente por las agendas políticas y de los ministerios de trabajo de la región.

En la actualidad, aunque la tendencia ha sido a la baja, dadas las condiciones de inseguridad que presenta la región, el tema sigue siendo importante y considerado dentro de las agendas políticas del proceso de integración. Centroamérica es un área especialmente sensible, debido a que se convierte en una zona de paso entre el sur y el caribe, hacia México y Estados Unidos como destino final de los procesos migratorios. Sin embargo, muchos grupos, por razones financieras o de comodidad, se retienen en la región y pasan a conformar nuevos flujos migratorios importantes, tal es el caso de las poblaciones cubanas y caribeñas que han empezado en los últimos años a acercarse a la región con fines laborales y comerciales.

A principios del siglo XXI Centroamérica enfrenta de nuevo su eterno problema, redefinir y reactivar su proceso de integración en un contexto de fuerzas centrífugas asociadas a los procesos de globalización. El punto de partida de la inserción regional debería ser el reconocimiento de la constancia y el agravamiento de las disparidades intrarregionales como uno de los principales obstáculos a la integración, uno de ellos asociado a la movilidad de personas como un reto pendiente de abordar por los órganos de la integración, que todavía no pueden lidiar con la dicotomía de derechos y seguridad. A pesar de que se han realizado grandes esfuerzos por flexibilizar el tránsito de un factor tan importante de producción, para ir desde un estado de zona económica a un mercado común y mejorar las oportunidades de desarrollo económico, los avances siguen siendo incipientes y los órganos supranacionales no pueden, de momento, generar de manera conjunta mecanismos que aseguren la separación de la migración interna ordenada y benéfica con los riesgos recientes asociados a este fenómeno de manera errónea, como lo son la inseguridad y el tráfico.

En el marco de un proceso de integración regional, los abordajes de los factores que motivan la migración no pueden encontrarse únicamente a escala nacional, sino necesitan articularse con lo regional, en aras de aprovechar el potencial de distintos procesos transnacionales para promover el desarrollo, tal como se ha evidenciado con las alianzas recientes que impulsa el triángulo norte de la región. La teoría de la integración nos indica, de manera general, que la profundización de la integración se logra por medio de un intercambio más dinámico de mercancías, servicios, capitales y fuerza laboral, este último representa una de las mayores dificultades a resolver.

Según la OIT, los impactos de la dinámica migratoria entre los países de la región han sido objeto de preocupación gubernamental, en especial durante los últimos años. En particular, en el año 2009 los Ministerios de Trabajo, a través del Consejo de Ministros de Trabajo de la región evidenciaron la necesidad de contar con información actualizada que reflejara, de forma fidedigna, la realidad del fenómeno y aportara soluciones orientadas a un mejor conocimiento y al fortalecimiento de la gestión de las migraciones laborales (OIM, 2011). De esa manera queda claro que la movilidad de los grupos centroamericanos al interior de la región contribuye a la conformación de un mercado laboral regional que, sin embargo, al no estar regulado adecuadamente, presenta procesos de exclusión social y acrecienta los de pobreza e inseguridad en la región.

Por lo tanto, hasta el momento es importante reconocer el impacto y la importancia histórica que los procesos migratorios representan para la región, así como los riesgos asociados a una mala administración de estos mismos. La migración sigue representando un reto regional al que muchos de los países parecieran no apostar, pues desconocen el alcance de una política regional migratoria. Esta última propuesta, como un replanteamiento de la integración -algo así como vendría a ser un arancel externo común, que redefine el cambio de estado de integración económica-, al plantear una política migratoria común, permitiría escalar en el proceso de integración social regional y, por qué no, constituiría un impacto directo en la economía y la seguridad.

Como bien lo mencionan Escrich y Velázquez (2015) en el marco de los esfuerzos realizados por promover un mayor comercio intrarregional, resulta de importancia fomentar la libre movilidad de bienes y servicios; pero se ha hecho poca referencia a la movilidad del factor trabajo, y se ha dejado de lado que los instrumentos jurídicos de integración económica conllevan, eventualmente, a la revisión gradual y progresiva de los asuntos migratorios.

Nuevas realidades y nuevos retos

Una tendencia en el abordaje migratorio lo plantea el reconocimiento de los problemas comunes que aquejan a la región norte de la región. Los estudios que sitúan a Centroamérica como una región de destino, tránsito y expulsión de población migrante, lo hacen principalmente desde la óptica tradicional de la migración norte- sur; sin embargo, ante los problemas de inseguridad y establecimiento de grupos criminales organizados, un abordaje desde adentro de la región se vuelve imperativo, ya que se ha desarrollado un intercambio masivo de personas, mercancías y servicios, algunos de ellos desde la clandestinidad y que no favorecen condiciones de desarrollo en los países ni el proceso de integración ni, mucho menos, la retención de la población.

Nuevos retos como, por ejemplo, los procesos de reinserción de población deportada y retornada, y las dinámicas que se generan entre estas poblaciones son aspectos que deben abordarse de manera conjunta por la identidad que se genera y el impacto que se da sobre los círculos de pobreza, cuando no hay estrategias que habiliten espacios para que estas personas encuentren su “espacio del ser”. El número creciente de sujetos migrantes obligados a retornar a estos países se enfrenta a problemas económicos y sociales mayores a las dificultades que tenía cuando tomó la decisión de emigrar en forma irregular; las personas deportadas se enfrentan a la ausencia de fuentes de empleo, desadaptación al medio y rechazo social. La posibilidad de generar políticas que permitan un mejor proceso de reinserción de esta población asegurarán mejores condiciones de desarrollo y la posibilidad de retener, asimismo, los talentos y el recurso productivo en el país.

La violencia sigue siendo un problema común en la región, y especialmente del triángulo norte. De acuerdo con el Estudio anual sobre el homicidio en el mundo, elaborado por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), para el 2014 (BBC, abril 2014) se calcula que la región centroamericana sea una de las más violentas del mundo, con Honduras encabezando la lista con una tasa de homicidios de 90,4 por cada 100.000 habitantes, seguido de El Salvador con una tasa de homicidios del 41,2 y finalmente Guatemala, con una tasa de homicidios del 39,9. Este aspecto es determinante en el estímulo de los procesos migratorios. Algunos foros regionales plantean el tema de seguridad como el nuevo aspecto determinante en la decisión de migrar, la ingobernabilidad, la corrupción y la inoperancia de las instituciones de los Estados nacionales para dar respuesta a este tema. Ello genera que, como en tiempos de las guerras centroamericanas, grupos de la ciudadanía deban salir de sus países para conservar la integridad física.

Estos procesos migratorios motivados por el miedo generan gran irregularidad en los procesos migratorios, debido a que no permiten planificar adecuadamente la decisión de migrar ni buscar la información permitente. Las consecuencias de este fenómeno repercuten, con mayor fuerza en las personas jóvenes y adolescentes, por tanto, se llevan consigo el potencial productivo e innovador de los países del triángulo norte de la región. Según el mismo estudio de la UNODC, se estima que uno de cada 280 varones de entre 30 y 44 años y uno de cada 360 entre 15 y 29 años son víctimas de homicidio cada año.

Otra de las tendencias en la región es la recepción de migraciones extrarregionales, como el caso de los grupos migrantes caribeños y colombianos en países de la región. Este fenómeno, aunque todavía no ha desembocado en una atención regional, se perfila como un aspecto que requerirá la atención de todos los países de la región, en tanto funciona como un puente que permite la llegada hasta los países del norte del continente.

Asimismo, uno de los retos abarcados en este periodo lo constituyen las migraciones de personas menores de edad no acompañadas que, a finales del 2014, presentó más de 50,000 (López, 2014) casos de niños que, empujados por la violencia y el efecto llamada que se genera de tener algún familiar (cercano o no) en los Estados Unidos y que representó para la región una crisis humanitaria para la que no estaban preparados los países del triángulo norte. La población de menores provenía principalmente de estos países. Las personas menores de edad son quienes principalmente se ven afectadas por los procesos de exclusión y violencia de la región y, ante la inefectividad de las acciones estatales, representan un desafío imperioso en derechos humanos, desarrollo, refugio.

Por otro lado, otro de los retos de la región al desarrollo social, según FLACSO Costa Rica (2015), lo constituye la movilidad misma de los grupos migrantes trabajadores. Tal como se planteó en el apartado anterior, la profundización del proceso de integración dependerá, en gran medida, de los avances en materia social y de poder generar políticas regionales de abordaje de la temática para profundizar en los procesos de cohesión e integración social, que finalmente se han detectado como aquellos que le dan sustento y sostenibilidad a los procesos de integración.

Muchos son los esfuerzos que el Sistema de Integración Centroamericano (SICA) ha ido desarrollando en materia migratoria, parten desde la iniciativa política del CA4, que ya permite la libre movilidad de las personas con documento de identidad por las fronteras de cuatro países de la región; sin embargo, no es suficiente regular o facilitar el tránsito, sino las condiciones mismas de ese tránsito, homologación de títulos, oportunidades de estudio y de trabajo, entre otras. Las Direcciones de Migración han establecido, en los últimos años, una agenda de trabajo común, orientada a avanzar de forma rápida y precisa en temas específicos que se han venido tratando en el foro regional de la OCAM; para ello, se requiere articular trabajo con otras instituciones de los países centroamericanos, tales como las universidades públicas, los ministerios de educación y de trabajo, entre otros.

Ese último aspecto dificulta la rapidez de respuesta de las Direcciones de Migración para atender con ideas novedosas la dinámica migratoria. Centroamérica es una zona pequeña y con una facilidad migratoria, debido a la cantidad de población que se desplaza por sus fronteras y, asimismo, muy vulnerable a movilidad irregular, por la desatención de algunas zonas fronterizas y la presencia de grupos del crimen organizado en ellas. Sin embargo, la agenda integracionista plantea algunos avances en atención a las tendencias de la migración intrarregional como un control aleatorio en frontera, eliminación de la tarjeta de ingreso / egreso (TIE) por los puntos fronterizos intermedios y la obligatoriedad del pasaporte para menores de edad en tránsito por los países de la región CA4 (OIM, 20107). Este último punto para detectar algunas fluctuaciones en la presencia de menores de edad no sin compañía y su inmediata atención en los países de la región, para evitar, así, mayores dificultades y experiencias traumáticas de menores en su proceso de migración.

Durante la presidencia Pro tempore de El Salvador, la agenda abordó temas como la seguridad regional, facilitación del comercio y cambio climático; todos estos temas ligados al tema migratorio y que impactan directamente en la motivación o desestimulo de las migraciones fuera y dentro de la región. Un tema que estuvo presente se relaciona con el trabajo preventivo en materia ambiental y el impacto de los grupos ambientales desplazados en los países de Centroamérica.

Cuando los retos no están claros, ni se da seguimiento a las tendencias de las migraciones en la región, la posibilidad de prepararse para estos eventos es mínima, y sucede lo que tanto se temía en el caso de menores de edad; el sujeto migrante queda atrapado en un limbo, sin normas, sin leyes, sin derechos y sin posibilidades de realización. Las razones para migrar están siempre ligadas a un “No espacio”, es decir, la pertenencia administrativa de las personas por parte del Estado no es suficiente, se queda corta ante las nuevas tendencias de la migración. Únicamente mediante la trascendencia de la visión tradicional del Estado Nación se logrará proporcionar condiciones favorables que reduzcan procesos migratorios violentos; que respeten el derecho a migrar, pero sobre todo el derecho a quedarse en un ambiente sano y propicio para el desarrollo humano.

En un esfuerzo centroamericano parcial por reconocer las necesidades y nuevas tendencias de las problemáticas que atañen a la región, entre ellas las dinámicas migratorias y sus causas, surge el Plan Alianza para la Prosperidad, que busca establecer las prioridades sociales y económicas de los tres países que forman parte de la iniciativa (El Salvador, Honduras y Guatemala) y obtener los recursos necesarios, tanto de cooperación internacional como propia, para implementar soluciones a lo largo de cinco años (2016-2020), en las zonas que han sido claramente reconocidas como prioritarias y desde las cuales fluye la mayor cantidad de personas migrantes en sus respectivos países, a nivel intra y extrarregional.

Alianza para la prosperidad: Un nuevo esfuerzo de integración y abordaje migratorio

En los últimos años, un trabajo conjunto se ha desarrollado principalmente en el triángulo norte de la región centroamericana, un ejemplo de lo anterior es la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte de Centroamérica (Gobierno de Honduras, 2015), firmado a finales de 2014, entre los presidentes de Guatemala, Honduras y El Salvador, con el Vicepresidente de Estados Unidos, este es un plan ambicioso, pues busca abordar aspectos económicos y sociales que trascienden el ámbito nacional y se sitúan como un esfuerzo regional en las áreas de integración, crecimiento económico, violencia, inseguridad, tráfico, inversión y pobreza, así como atenuar los efectos negativos de la migración irregular.

La Alianza para la Prosperidad se plantea generar el arraigo de la población con sus países, mediante un cambio estructural que brinde oportunidades económicas y transforme la calidad de vida de la ciudadanía, principalmente en los territorios de mayor pobreza, emigración y vulnerabilidad. Sin embargo, al iniciar esta propuesta, no puede más que recibirse con un poco de escepticismo de parte de quienes trabajan la temática migratoria. Si bien es cierto, la propuesta es la primera de las articulaciones políticas interregionales concretas que se plantea la región para atender las causas de la migración, es difícil prever un escenario de éxito cuando los países han mostrado un deterioro de la calidad de vida en los últimos años y un incremento en el proceso migratorio extra regional, con nuevos escenarios y requerimientos.

El Plan de la Alianza contempla cuatro pilares orientados a promover la actividad del sector productivo: desarrollar oportunidades para la población, mejorar la seguridad, mejorar la justicia pública y fortalecer las instituciones de Estado; este último, tal vez uno de los más importantes en la propuesta, ya que impacta directamente en los demás, mediante el índice de competitividad global y la certeza de que las instituciones podrán y harán lo que deben hacer.

El presidente de Guatemala, Pérez Molina (Contreras, 28 de febrero 2015), indicó en una declaración durante el encuentro de mandatarios para la presentación de la propuesta, que: “Ninguna cantidad de dinero que venga del extranjero servirá si no viene también desde adentro”. Esta frase refleja realmente la necesidad de impulsar reformas y procesos de capacitación y sensibilización en las instituciones de los estados del triángulo norte de la región.

Los tres países que conforman la Alianza han mostrado avances y disponibilidad para la implementación de los objetivos de la propuesta, especialmente en relación con la administración económica de sus países; el reto que se plantea como determinante será por mucho el tema de seguridad. No solo a nivel fronterizo, sino en la desarticulación de los grupos criminales como las pandillas y las maras, responsables de los niveles de violencia que se viven en la región. Lamentablemente, al analizar el documento sobre la propuesta de la Alianza este se detalla nuevamente bajo una “teoría del derrame1”, es decir, si la economía crece, se obtendrán los recursos para invertir en temas de seguridad, salud educación, y brindar las oportunidades para detener la violencia en los países del triángulo norte, sin embargo, otro fenómeno en la región llama la atención, como lo menciona García Sayán, en su artículo, Paz esquiva pero viable (2014), no es cierto que para esto haya que acabar primero con la pobreza. Esa relación mecánica, pobreza-crimen, no es cierta. Nicaragua, por ejemplo, tiene un PIB per cápita mucho más bajo que El Salvador, Guatemala y Honduras, y sufre muchísimo menos violencia.

Ante lo anterior, los mecanismos deben ser mucho más ambiciosos, debido a que deben plantearse a plazos extensivos y con apoyos intersectoriales. Lo anterior no busca desmeritar la alianza regional; por el contrario, plantea que hay propuestas que deben ir más allá de los aspectos económicos y abordar un trabajo de solidaridad en la región, con políticas sociales y abordajes orientados hacia la corrupción y la atención de las poblaciones jóvenes y la niñez de los países miembros.

Triangulo norte: Puntos en común

El proceso de trabajo conjunto de los países del triángulo norte radica en la conciencia de problemas comunes; el reconocimiento de necesidades y abordajes que trascienden la línea de lo nacional y en cuyo ámbito han sido poco efectivos. A continuación, mencionaremos algunos de ellos, presentes en las discusiones sobre desarrollo y como parte del debate de la atención de las causas estructurales de la migración en la región centroamericana.

Violencia: Los tres países de la región identifican como parte de sus problemáticas comunes la atención a la criminalidad. Este fenómeno, incrementado en los últimos años, se desarrolla principalmente en los sectores rurales que están fuera de la atención del gobierno central, áreas que, según la Alianza para la Prosperidad, son emisoras de la mayoría de poblaciones migrantes.

Migración intrarregional y fuga de recursos: Según datos del Banco Mundial (BM, 2011), alrededor del 13% de la migración en la región es intrarregional laboral, esto fomenta un impacto directo en el aspecto económico que cada vez se ve más influenciado por la dependencia remesera; en el triángulo norte, Honduras depende en un 19% del PIB, Guatemala 15% y El Salvador 17%. Son países con propósitos de detener el fenómeno migratorio masivo y, sin embargo, sus economías dependen, en gran medida, de la migración exitosa y laboral.

Estados Unidos como destino final y aliado estratégico: Si bien es cierto que el 84,5% de los grupos centroamericanos en Estados Unidos son nativos de los tres países del Triángulo Norte de Centroamérica; casi la mitad de ellos de El Salvador, es importante considerar también que se produce un intenso intercambio de personas de los tres países entre sí y con sus vecinos, especialmente con Nicaragua y Belice.

Las acciones incorporadas en el Plan de Alianza para la Prosperidad abordan todavía acciones segmentadas, por ejemplo, México, uno de los socios más importantes en esta propuesta, está todavía relegado a un segundo plano; con situaciones de violencia muy similares en sus zonas fronterizas, no se promueve como uno de los socios clave de esta iniciativa. México y la subregión centroamericana comparten rutas migratorias que se entrelazan, por ejemplo, debido a la crisis económica por la que ha pasado Estados Unidos en los últimos años, el flujo de personas migrantes mexicanas disminuyó levemente, no así el de los países del triángulo norte de Centroamérica, aspecto que valdría la pena dejar planteado para nuevos procesos investigativos.

Migración de personas menores de edad: Por diversas razones y como se mencionó en un apartado anterior, un número importante de personas menores de edad decidieron migrar en los últimos años, por razones variadas que van desde la reunificación familiar, la falta de oportunidades económicas y laborales, y la creciente violencia, detonando un pico migratorio a finales del 2014, para el que la región no estaba preparada.

Dependencia remesera y promoción de la migración: Los países del triángulo norte de la región han tenido por muchos años una política pro expulsora, motivando de manera sutil la decisión de migrar. La poca acción social, las dificultades de operacionalización de las iniciativas gubernamentales y la generación de mecanismos de atención de la población en el exterior generan un estado de “normalización de la migración”, es decir, migrar está bien, es lo cotidiano, lo deseable y lo admirable. Asimismo, el proceso inverso es difícil de asimilar por las sociedades; alguien que retorna a su país o es deportado es visto como fracasado, como un ser que no logra completar el proceso de salir y responder a su país enviando las tan ansiadas remesas.

Vulnerabilidad climática y migraciones ambientales: Posterior a la década de los noventa, la región centroamericana fue azotada por el huracán Mitch (1998), lo cual desató una nueva corriente migratoria que se sumó al ya establecido flujo migratorio de tránsito no documentado motivado por la reunificación familiar, por las condiciones sociales y económicas del posconflicto armado, por la búsqueda de nuevas fuentes de empleo, y, en general, por la oportunidad de obtener mejor calidad de vida para los propios sujetos migrantes y sus familias. El estado de la región (2011) señala que el cambio climático pone en evidencia los rezagos en el desarrollo humano de la región. Las proyecciones indican que habrá cambios significativos en la temperatura promedio y los patrones de precipitación, lo que podría exacerbar los impactos de la cantidad creciente de desastres que afectan al istmo. También se prevén efectos sobre la seguridad alimentaria, la productividad agrícola, el manejo del agua, las costas, la biodiversidad y los ecosistemas, entre otros. Estos cambios se prevén que generarán un impacto directo en las poblaciones migrantes, si no se atienden adecuadamente. El abordaje de este tipo de migración suele confundirse con migraciones laborales por los detonantes relacionados con la subsistencia que manifiestan las personas migrantes; sin embargo, al analizar las causas de la migración, corresponden a eventos temporales o permanentes de cambios en su hábitat, aspectos que empiezan a abordarse en la región, como parte del desarrollo sustentable y la inversión en blindaje climático requerida.

Conclusiones

El planteamiento de nuevas rutas y comportamientos migratorios de las personas procedentes del triángulo norte de Centroamérica plantea retos asociados directamente al proceso de integración centroamericano, que pueden desembocar en el fortalecimiento o debilitamiento de este mismo según se desarrollen las acciones en la subregión. Están relacionados directamente con las necesidades de la población para encontrar y mantener su hábitat, su espacio, su lugar, por lo tanto, es un tema de derechos.

Los países de la región enfrentan problemas comunes que influyen en los procesos migratorios, los cuales, si no son atendidos, pueden desembocar en crisis humanitarias, tal es el caso de los niños y niñas migrantes, presencia de poblaciones caribeñas en la región y vulnerabilidad ambiental. Por esta razón se requiere que el replanteamiento de los procesos de desarrollo se haga desde la regionalidad y no desde la percepción nacional. Para los próximos 10 años los problemas ambientales podrían convertirse en un detonante de migraciones masivas.

Muchos son los esfuerzos que han venido desarrollándose desde el mismo seno del SICA y de la OCAM para mejorar las condiciones de las migraciones intrarregionales y extrarregionales; no obstante, hasta que no se atiendan aspectos relacionados con la implementación de las políticas a nivel operativo y técnico en la región y se fortalezcan los mecanismos de toma de decisiones, no trascenderá de acuerdos políticos intergubernamentales ni robustecerán los procesos de una integración profunda.

Se requiere, además, que la región atienda, de manera armónica y equilibrada, el desarrollo sostenido económico, social, cultural y político de los Estados centroamericanos; esto, en el entendido de que la región es un todo articulado y transverzalizado por problemáticas comunes que, en la medida que crecen, dejan de pertenecer a un Estado nación y afectan a todos los países.

Uno de los aspectos transversales lo constituye el medio ambiente, ya que la región y especialmente el triángulo norte es una de las zonas más vulnerables al cambio climático. Esto se perfila en unos años como una de las principales razones que motivará la migración. Centroamérica ya cuenta con la experiencia del huracán Mitch que expulsó buena parte de la población de estos países. En este sentido, se debe apuntar no solo a la prevención, sino más bien generar un proceso de blindaje climático que les permita a los países de la región construir un nuevo orden ecológico.

Experiencias como las que viven algunos países europeos con la crisis migratoria de Siria complejizan la toma de decisiones en esta parte del mundo, debido a que los grupos detractores encontrarán argumentos para explicar la importancia de mantener un control migratorio nacional; sin embargo, al analizar las tendencias y la importante presencia de migraciones intrarregionales, se podrá mantener la escala de articular políticas regionales basadas en la gestión e información migratoria.

Dentro de la caracterización de la migración, los destinos han cambiado, ya no solo se piensa en Estados Unidos, sino que también otros países aparecen como opciones viables para la población centroamericana; hay intercambio pendular y cíclico entre ellos, así como las migraciones hacia países del sur del continente. Las migraciones internas se dan frecuentemente entre los países de la región; muchos nacionales de estos países, también buscan una economía más estable y mayor seguridad ciudadana, por lo que es imperativo desarrollar un mecanismo de seguimiento de estas migraciones; nuevamente se indica que esta es una estrategia de abordaje regional, pues los flujos intrarregión no pueden ser contabilizados de manera directa únicamente por los Estados nacionales.

Aunque iniciativas como la Alianza para la Prosperidad se plantean como integrales, detrás sigue imperando el componente económico y la teoría del derrame en la región, los mecanismos sociales son escuetamente tratados aun cuando podrían contribuir a mejorar el proceso de retención de la población que considera migrar, y permitir el aprovechamiento de los beneficios de la integración.

Aun cuando en los últimos años ha crecido la securitización de las fronteras y se han endurecido las políticas migratorias de los países desarrollados, los flujos de migración siguen en aumento, a pesar de las dificultades burocráticas y muchas veces la irregularidad a la que se ven expuestos, los grupos migrantes siempre encontraran la forma de conseguir sus objetivos, especialmente hasta que no se mejoren las condiciones de vida en sus países de origen y en específico, en el caso de los países del triángulo norte, lo relacionado con la seguridad ciudadana.

Para evitar esta situación, cada país debe encontrar la manera de lograr un mejor ambiente para su ciudadanía, reducir los niveles de pobreza y desigualdad y mejorar la calidad de vida en general para sus habitantes.

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* Máster en Estudios Latinoamericanos. Académica del Instituto de Estudios Latinoamericanos, Universidad Nacional, Costa Rica

1 La “teoría del derrame”, que se hizo mucho más fuerte con el respaldo de Margaret Thatcher, primera ministra británica en el periodo post keynesiano, planteaba que, si se produce un crecimiento económico en las capas sociales más altas, parte de este crecimiento llegará a las capas sociales inferiores. Sus argumentos principales son que se generará más empleo, más ingresos y más consumo. Por lo tanto, el bienestar de la población mejoraría y las desigualdades se reducirían. Esta teoría era aceptada en los 90, y las políticas que surgieron tras el Consenso de Washington se respaldaban en ella.


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