Revista Ensayos Pedagógicos

Vol. XIII, No. 1 Enero-junio, 2018 (ISSN 1659-0104)

URL: http://www.revistas.una.ac.cr/ensayospedagogicos

Recibido: 29 de agosto de 2017 Aprobado: 21 de mayo de 2018

http://dx.doi.org/10.15359/rep.13-1.1

De la página 19 a la 38 del documento escrito


El rol de la educación y su contribución en la construcción de una sociedad mejor

Mauro Ramos Roa1

Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación

Santiago de Chile, Chile

mauro.ramos@umce.cl

Resumen

Encontrar una fórmula para hacer de nuestra sociedad una más justa y digna para todas las personas resulta, hoy por hoy, prácticamente imposible. Analizar el rol de la educación y reexaminar su significado, así como el de sus principales conceptos es un buen primer paso y resulta de vital importancia en un contexto histórico donde los cambios sociales y la urgencia por una convivencia más sana y fraterna hacen de este llamado uno perentorio. La formación política, el uso eficiente de las tecnologías y la recuperación de áreas claves del conocimiento en la formación ciudadana, tanto en la escuela como en la universidad, así como el respeto y la reconsideración social para con el personal docente se vuelven llamados de primer orden; llamados que como sociedad debemos atender urgentemente, si lo que de verdad buscamos es la construcción de una mejor sociedad y una más feliz.

Palabras clave: Educación, orden social, política, tecnología, filosofía, religión, profesorado.

Abstract

Finding a formula to make of our society a more just and a worthy one today seems practically impossible. By analyzing the role of education and reexamining its meaning as well as reconsidering its main concepts is a good first step. It is also of paramount importance in a historical context where social changes and the urgency for a healthier and more fraternal coexistence make of this call, a decisive one. Good political education, the efficient use of technology and the recovery of those key areas of knowledge when it comes to citizenship development within the school and university, as well as the social reconsideration of the role of teachers become a pressing call. A call that as a society we must urgently attend, if what we are really searching for is the construction of a better and happier society.

Keywords: Education, social order, politics, technology, philosophy, religion, teachers

Introducción: La educación como precursora de una mejor sociedad

Uno de los principales temas que atañe al desarrollo de la sociedad moderna es el del rol de la educación y su contribución en la construcción de un mundo mejor. Se entiende la educación como uno de los pilares fundamentales para el progreso real de la sociedad, aunque bajo ningún punto de vista debemos considerarlo el único. Al hablar de los procesos que se llevan a cabo en nuestra sociedad, hablamos de sistemas complejos, interconectados, dinámicos y multifactoriales, donde las reducciones de cualquier índole no permiten un análisis acabado de las dimensiones que necesitan ser consideradas para la mejora de esta.

Con ello en mente, igualmente podemos visualizar la importancia fundamental de la educación para contribuir al progreso de la sociedad en su conjunto y lograr, de esta forma, un orden social real. A través de la educación los mayores avances en cualquier área de conocimiento se pueden alcanzar, con personas altamente capacitadas y, por sobre todo, felices. Estas serán las personas que podrán establecer criterios y estándares de calidad para todos los aspectos de nuestra sociedad, no solo en términos tecnocráticos, sino también en categorías de índole más cualitativa (calidad en cuanto a cualidad).

La pobreza en la calidad de la educación contribuye a ensanchar aquellas brechas que hoy se ven como insalvables en la sociedad y, por esto, la educación debe ser prioritaria para cualquier gobierno o Estado que quiera de verdad lograr una mejor forma de vida para sus habitantes. Panorama por lo demás muy incierto, sobre todo a nivel latinoamericano, donde vemos muchas veces a sus más altos mandos defender la mercantilización de la educación y protegerla con el eslogan neoliberal del bien de consumo (Valdebenito, ٢٠١١), por sobre la idea moderna emancipadora que concibe la educación como un derecho de cualquier ser humano. En definitiva, como un derecho humano.

En este sentido, la educación debe contribuir al orden social, ya que a través de ella podremos concientizar a las personas, concientizarlas en cuanto a brindarles las herramientas para una reflexión crítica que permita alcanzar una mejor vida de la comunidad en su conjunto y no para adoctrinar al individuo. La educación puede ayudarnos a entender mejor nuestra propia sociedad y a establecer las bases para la tolerancia, el reconocimiento y el respeto por el otro ser, condiciones que hoy escasean en nuestro mundo y que son la base para construir una sociedad mejor. Una actitud de inquietud y cuestionamiento constante, como la del científico o científica que sabe que mañana podría estar cuestionando su propia teoría, es la que debemos fomentar. De esa forma evitaremos caer en dogmatismos que obnubilen nuestra visión del ser humano y que nos impidan acceder a un real progreso de la humanidad en armonía con nuestros pares, con los demás seres vivientes y con nuestro entorno.

Política

Por medio de la educación también podemos fomentar el correcto desarrollo cívico de las personas. Es en la escuela, así como en el hogar y en los más diversos lugares posibles que debemos entender la formación política no como algo relacionado con el partidismo o con el proselitismo, sino más bien con el deber ético y cívico que nos compete como ciudadanía de una determinada región del mundo. Debemos entender el ejercicio de la política, no como lo que hoy se ve en la televisión o lo que se escucha en la radio, sino más bien como el ejercicio dirigido a aportar y ser una contribución en el mejoramiento de nuestra sociedad; en garantizar a través de nuestra propia acción y concientización el bien común. No para algunos grupos. No para la mayoría, sino que para todas las personas, sin importar quiénes sean.

La formación política y la formación cívica son piedras esenciales dentro de la formación común ciudadana y generan un aporte, si bien no desde un punto de vista privado, si desde una perspectiva social (Aedo y Sapelli, 2000). Sumados a los recortes que en muchos lugares se han llevado a cabo en los horarios de esta asignatura, hoy la educación cívica no es más que una serie de contenidos que desconoce el proceso histórico necesario para la formación ciudadana y el desarrollo ético y social de esta (Gres, 2010). La formación cívica, como muchas otras áreas de la educación, ha quedado reducida al mal repaso de contenidos, en programas establecidos a priori por personal “experto” en el desarrollo de esta educación tecnócrata y carente de cualquier atisbo valórico importante para el desarrollo de personas más humanas. Demás está decir que muchas veces es esta educación la que produce un número de aprendizajes significativos equivalentes a cero en sus estudiantes, quienes a su vez, luchan día tras día al asistir a aquellas prisiones militarizantes y homogeneizadoras que son las escuelas, a las cuales no le encuentran sentido alguno, pero a las que deben ir de todas formas, debido a la imposición familiar y estatal (Melero, 2001). Algunos pequeños pasos se han dado últimamente en un esfuerzo por rescatar y restaurar la formación ciudadana en las escuelas y en la formación docente, como ha sido, hace poco, la aprobación del Plan de Formación Ciudadana en el caso chileno (MINEDUC, 2017).

Ante esto, el llamado es a repensar y resignificar el rol y la definición de la educación en cuanto a eje central del desarrollo real y constante de una sociedad. También debemos reexaminar el rol de la escuela, y pensarla como puerta de acceso al descubrimiento y exploración del mundo y por sobre todo como transformadora de la historia de los pueblos, a través de sus sujetos históricos (Freire, 1997). Sin miedos y sin límites, donde el estudiantado sepa que cuenta con ese maestro o maestra que lo acompañará en esa maravillosa obra que es descubrir la fiesta de la vida y del universo que nos rodea. Ese personal docente que hará uso de todo el peso de la palabra que lo define y que con maestría y sana elegancia dejará a niños, niñas, adolescente y a su entorno, en general, conocer y descubrir el mundo y todo lo que él tiene para darles. Pero para eso, docentes de primaria y secundaria deben entender su rol primario como agentes de cambio social. Como motores y partes fundamentales del engranaje de esta sociedad, su desarrollo político-cívico no es solo importante, sino fundamental para generar los cambios anteriormente señalados.

La formación política nos protegerá de la corrupción y de la ignorancia. Contribuirá al desarrollo de seres conscientes que se preocuparán por la otra persona y que verán en el bien común una parte indiscutiblemente vital y antecesora incluso a la felicidad propia, debido al carácter inherentemente social, constituyente de la naturaleza humana. En un mundo moderno, donde la democracia es el sistema político con mayor aprobación, la sociedad en su conjunto debe trabajar para perfeccionar este sistema, eliminando sus vicios y malas prácticas. Eso dará paso a un sistema donde el objetivo no solo sea el bien de algunos grupos en detrimento de las mayorías, sino que será el bien de todas las personas y para todos los seres. Ante esto, existen muchos factores sobre los cuales debemos comenzar a trabajar, y la educación es uno que reviste muchísima importancia.

Uno de los principales valores de la educación radica en el despertar de la conciencia. En el descubrir quiénes somos y por qué estamos donde estamos y cómo estamos. Es en esta concientización donde todo ser humano debe descubrirse y saberse como sujeto político para poder generar, de esa forma, una sana convivencia con su entorno. Aquel sujeto político hace suyo el sufrimiento ajeno, trabajando para superarlo en aras de una sociedad justa y de iguales oportunidades para todas las personas. El sujeto político no pasa por alto las tragedias que nos inundan hoy en las noticias con desgano e indolencia. El sujeto político siente el profundo dolor de las víctimas del desarrollo social desigual, pero a la vez tiene la fuerza y la voluntad para trabajar sobre todo lo que pueda ser perfectible sin quebrantar su espíritu inherentemente revolucionario. El sujeto político pone a disposición de la sociedad su compromiso, su sabiduría y su motivación para vivir de forma fraterna. No solo cuando hay catástrofes y situaciones de conflicto, sino que hace de la hermandad y la fraternidad una forma de vida. Una filosofía que se basa en la solidaridad y el respeto por el otro ser y no en la caridad ni en la lástima. Para entender estos conceptos a fondo y poder generar la tan anhelada praxis, nacida desde lo más íntimo del encuentro entre teoría y práctica, nuestra idea de lo que es la educación debe ser resignificada urgentemente y trabajada por cada quien.

Tecnología

El ser humano a lo largo de su existencia ha producido elementos que lo han ayudado a mejorar su calidad de vida; es esto a lo que llamamos tecnología. Pero también es sabido que nuestros adelantos tecnológicos pueden, muchas veces, sernos perjudiciales en caso de un mal uso o al caer en las manos equivocadas. En esta nueva era del conocimiento, como se le ha llamado, cobra gran importancia un tipo específico de tecnología: las llamadas tecnologías de la información y la comunicación, mejor conocidas como TIC (o ICT en inglés) y que tienen su origen en la promesa de inclusión de elementos tecnológicos aplicados a la educación durante la administración del Primer Ministro socialdemócrata Tony Blair en el Reino Unido en 1997 –promesa que a pesar de la fuerte inyección económica por parte del Partido Laboral aún no ha podido concretarse en aquella transformación del sistema educacional británico (Selwyn, 2008)–.

Tal como se ha mencionado anteriormente, las tecnologías pueden jugar papeles antagónicos y a veces incluso muy peligrosos para nuestra calidad de vida. Las TIC no son la excepción. Hoy en día estas tecnologías están muy en boga y son el objeto de estudio de muchas investigaciones a nivel mundial, atrapando en su campo gravitacional muchas disciplinas muy variadas, una de ellas la educación con muchísimo por decir.

Los avances tecnológicos en el último siglo han permitido el rápido crecimiento de las comunicaciones y han facilitado el desarrollo del proceso de globalización a una escala mundial (Palamidessi, 2006). El acceso a la información es ahora problema de muy pocos sectores –aunque aún persiste el problema del “cómo” y el “dónde” buscarla - ya que existe de todo y para todos los públicos en la web y podemos testificar de cómo en pocos años hemos tenido que adaptarnos a nuevas formas de vivir y comunicar; formas que hasta hace solo unas décadas eran impensadas.

La pregunta que debemos formularnos, entonces, es: ¿Cómo debemos poner a nuestro servicio - al de la sociedad en su conjunto – estas tecnologías? El saber utilizar de forma eficaz y eficiente las tecnologías para la creación de una mejor sociedad debería ser, sin duda alguna, el objetivo principal del desarrollo tecnológico. Esto, ya que la cibercultura que crea la tecnología no solo nos enfrenta a nuevos productos y recursos, así como a nuevas formas de estructurar nuestras vivencias culturales (Sáez, 1999), sino también a posibles peligros ante los cuales también deberíamos prestar atención, como cuando se ha pensado que la tecnología por sí misma hará el trabajo, sin solucionar aquellos problemas que le anteceden. Es cuando escuchamos con pesar, por ejemplo, por parte de colegas de la academia mexicana de iniciativas estériles llevadas a cabo, como aquella del gobierno de México que ha tratado de dar acceso a internet a comunidades pobres, sin preocuparse de las prioridades mucho más importante que tienen sus habitantes: “¿Qué va a hacer una comunidad pobre con las computadoras, consultar su saldo en el banco, leer su correo?” (Cevallos, 2002; Cimadevilla, 2009). Como lo describiría también el trabajo de Monge (2004, citado en Cimadevilla, 2009), cuando relata la experiencia de telecentros en Argentina, donde se instalaron computadores en zonas sin líneas telefónicas “en plena época, vale aclararlo, en que esos dispositivos no tenían la alternativa inalámbrica” (p. 74).

La tecnología por sí misma no es una solución, si esta no está firmemente acompañada de los más diversos elementos educativos, desde la infraestructura hasta la capacitación del profesorado, pasando, por supuesto, por una sólida y robusta metodología que le dé el suficiente peso didáctico a nuestras actividades en la sala de clases. Este tipo de iniciativas gubernamentales, llevadas a cabo en muchas naciones del globo y en diferentes formas, no solo prueba ser defectuosa en la génesis misma del problema a solucionar, sino que, además, denuncia una falta de probidad y de capacidad técnica y previsora por parte del Estado. También demuestra una falta de respeto y un insulto a la inteligencia de la sociedad en su conjunto, así como un excelente nicho de negocios para unos pocos grupos.

Por lo tanto, hemos de ver la tecnología como lo que es: una herramienta. Nada más ni menos que lo que es un martillo o un cuchillo, entendiendo también los peligros que ellos pueden provocar en caso de no ser ocupados correctamente. La tecnología en su conjunto puede ser representada como una útil caja de herramientas con la cual podemos mejorar muchas cosas que se encuentren averiadas, pero que desde ningún punto de vista podemos exigirle que haga el trabajo por sí misma.

Y es que es necesario reconocer que para poder reducir la brecha digital, debemos primero analizar cuáles son sus principales obstáculos. Dentro de estos, me permito identificar dos que son importantes. Uno es perfectible en este preciso instante, pero el otro requiere de un trabajo mucho más profundo. El primero guarda relación con la resistencia natural que supone en muchas ocasiones el progreso. Los avances, sobre todo en tecnología, pueden hacer sentir a algunas personas menos seguras de sus habilidades, sobre todo cuando estas tecnologías irrumpen en nuestra vida cotidiana de un día a otro. Este es el caso de aquellas personas que nacimos sin internet ni computadores. Algunas, con más dificultad que otras, han podido aprender a utilizar estas herramientas y salir al paso en la actualización digital, pero muchas otras han sufrido los coletazos de estos avances tecnológicos. Por el contrario, existen los llamados sectores nativos digitales, quienes pareciera que nacen con un gen encargado única y exclusivamente de entender cómo usar la tecnología.

Estos últimos ven en las TIC un aliado potente que les ayuda a hacer prácticamente cualquier cosa que deseen, mientras que para los primeros son un furioso enemigo, encargado de hacerles la vida cada día un poco más miserable y cuesta arriba. El segundo problema es el más importante, no porque la brecha generacional no importe o porque las diferencias etarias no jueguen un rol importante en la comprensión del desarrollo tecnológico, sino porque son la columna vertebral de la mayoría de los problemas que aquejan a la sociedad en su conjunto.

Para resolver el problema de la brecha digital, hemos de resolver primero todas las otras brechas que nos separan y que hacen de esta sociedad moderna una altamente injusta, mal distribuida y segregada. No podemos pensar que el niño o la niña de esa pequeña localidad en Argentina será feliz con su nueva computadora, aun cuando no tuviera el acceso inalámbrico para poder ocuparla. En Chile, probablemente muchas de las computadoras que fueran entregadas por el Estado terminaron siendo vendidas más pronto que tarde, ya que ellas no representan una necesidad de primer orden. Son esas necesidades las que debemos resolver primero.

Si queremos una sociedad que funcione de acuerdo con las necesidades que le demanda esta era digital, del conocimiento y del aprendizaje, debemos garantizar la democratización del acceso a estas herramientas tecnológicas, pero no sin antes trabajar en las brechas que nos separan desde hace mucho antes y que son prioritarias para el correcto desarrollo social.

La tecnología representa hoy una gran oportunidad para el avance en educación y para el florecimiento de la sociedad. Es la oportunidad que muchos maestros y maestras anhelan para poder desarrollar sus clases en ambientes armónicos y de igualdad de oportunidades. Además de ofrecer la potencialidad de democratizar el acceso y uso de la información en estudiantes de todos los niveles, la tecnología nos podría dar la oportunidad de cambiar drásticamente el paradigma de la organización tradicional de la escuela y de los espacios de aprendizaje (Palamidessi, 2006). Las diferentes dinámicas que se viven al interior de la sala de clases, así como sus relaciones de poder podrían sufrir radicales transformaciones, las cuales podrían ser muy positivas en caso de ser encaminadas correctamente.

Constructivismo y tecnología

Probablemente el constructivismo – y dentro de él, el de corte social – representa la más integral de las teorías de aprendizaje, ya que vela por el desarrollo holístico del estudiantado, considerando sus necesidades individuales en un marco social de construcción del propio conocimiento. Este incorpora “una concepción de las personas como agentes activos, y una interpretación de la construcción del conocimiento como un proceso social y situado en un contexto cultural e histórico” (Pérez, 2005, p. 44).

Pero es importante reconocer que para poder lograr una educación constructivista a gran escala es necesario que las condiciones de todo tipo −físicas y materiales, psicológicas y emocionales− existan. En un sistema educativo donde, debido a las presiones ministeriales y directivas, el profesorado debe terminar rápidamente los contenidos solo para preparar a sus estudiantes para la prueba estandarizada de turno; donde cohabitan desde cuarenta estudiantes por sala; donde el profesorado debe, además, pasar la mayoría de su tiempo libre preparando sus clases y corrigiendo pruebas, todo por un salario indigno y una pésima retribución social; con todos esos escenarios funcionando a la vez en la realidad de nuestros educadores y educadoras, es muy difícil hablar de constructivismo. En el caso chileno tenemos un sistema educativo que acaba de reconocer a las educadoras de párvulos como docentes (Hermosilla, 2015), pero que aún les cierra la puerta a la actualización de nuevos conocimientos y de un trato digno tanto social como económicamente (donde promedian entre un 15% a un 35% de salarios inferiores con respecto al profesorado de Educación Básica y Media y donde se duplican aquellos obtenidos por titulados de carreras similares (Centro de Estudios MINEDUC, 2013) . En el caso de Chile, al igual que en muchos otros lugares del mundo, tenemos en la mayoría de nuestras universidades a “docentes-taxi” que recorren la ciudad día a día buscando hacer sus clases por un par de billetes, sin ningún tipo de previsión social o médica, ni el más mínimo resguardo por parte del Estado ni de los centros educativos, pero a quienes se les recrimina luego por no tener mayor compromiso y no conocer mejor a sus estudiantes. Tenemos escuelas con riesgo social, donde lo que menos importa junto con estudiantes, son los cuerpos docentes y donde lo único que importó por muchos años fueron los subsidios que recibían sus grupos sostenedores. Ante todo este tipo de injusticias vividas día a día, en diferentes regiones del mundo, es difícil hablar de constructivismo o de una educación más centrada en el desarrollo integral del ser humano.

Solucionando estos problemas estructurales, no solo tendríamos una sociedad más sana y feliz, sino que podríamos romper de una vez por todas con el círculo vicioso del descontento y la falta de equidad que azota sobre todo a nuestra Latinoamérica. Esto, de la mano con un uso bien pensado de la tecnología, podría ayudarnos a centrar el proceso de enseñanza-aprendizaje en el estudiantado y a construir lo que se quiere aprender junto a él. A co-construir este aprendizaje y ver esa obra producida por estudiantes, entre estudiantes y con sus docentes. Podría ayudarnos a promover valores que a diario se desvanecen y que tanta falta nos hacen, como la tolerancia y la amistad, por mencionar solo dos. Podría ayudarnos a tener mayor acceso a herramientas que faciliten la labor docente para que, a su vez, se puedan acomodar las diferentes estrategias de enseñanza de acuerdo con cada contexto educativo, considerando aquellos aspectos económicos, sociales y políticos que resultan claves para el quehacer pedagógico. La tecnología podría liberar de presiones innecesarias al profesorado que podría disponer de más tiempo para actualizarse y aprender más sobre los temas que imparte. Podría ayudarnos a equilibrar las horas presenciales −tan necesarias para la correcta socialización por parte del estudiantado– con horas de educación a distancia, donde un determinado estudiante no tenga necesariamente que cruzar toda la ciudad usando su tiempo y dinero, pudiendo así cumplir en ocasiones con sus deberes desde la comodidad de su hogar. Esto es imposible en la escuela de hoy.

La labor homogeneizante de la escuela (Melero, 2001) no permite esta diversidad de tipos de actores y esta “falta de sacrificio” por parte de los sujetos de la educación. Vivimos en una sociedad donde el esfuerzo y el sacrificio son dos cualidades fundamentales para tomar en serio el trabajo de cualquiera. Es la única forma de emprender, dicen algunos. Vivimos en una sociedad donde no se entiende que las mayores satisfacciones del ser humano no se logran a través del sacrificio, sino más bien desde el goce, en una sociedad que no valora las emociones priorizando la razón y desconociendo que todo sistema racional tiene un fundamento emocional (Maturana, 1997). El sacrificio y el esfuerzo son, sin duda alguna, admirables, pero se deben enseñar y reservar para cuando sea estrictamente necesario. En lo posible, hemos de hacer cosas que nos agraden y nos interesen para obtener más y mejores resultados. Ese es el desafío de la escuela, de sus cuerpos docentes y de la educación en general. No podemos transformarnos en cadenas encargadas de privar a estudiantes del sentido de asombro y de las maravillas que tiene la vida para mostrarnos. El aprender es una empresa que desde siempre ha interesado a la humanidad y que nos ha llevado a los niveles de civilización y avances conocidos en la actualidad. Galileo Galilei conoció la geometría a los 19 años, luego de la prohibición de su padre, un matemático mal afortunado que quería que su hijo emprendiera rumbos más rentables. Una vez que descubrió la geometría al escuchar una clase tras una puerta, no dejó nunca más su estudio y se aferró para siempre a ella.

Debemos buscar las formas de atraer a nuestro estudiantado, y la tecnología puede ser de mucha utilidad en eso. Esto, sumado a nuestra pasión por educar y nuestra firme vocación de servicio, que nace en el seno mismo de la pedagogía, hace de este un trabajo que no cualquiera puede realizar y que requiere mucho más que personal experto en ciertos temas.

Religión y la importancia de la historia y la filosofía

El conocimiento de algunas áreas específicas del saber se ha vuelto poco práctico en nuestra sociedad moderna. Se busca enseñar cosas que tengan relación con el corto plazo y con la acción inmediata. Esto sumado al llamado de algunas personas por hacer más significativo el proceso de aprendizaje en el estudiantado y evitar entregarle conocimientos que no revistan importancia para sus vidas, sino más bien herramientas y habilidades para enfrentar esta de mejor manera, lleva a mucho personal “experto” de la educación a malentender el sentido de esta y así buscar formas de enseñanza centradas únicamente en el desarrollo técnico del estudiantado. Todo esto, en desmedro de otras áreas del conocimiento que nos ayudan a desarrollar nuestro pensamiento abstracto y a entender la naturaleza del ser humano y de la vida, así como el devenir de nuestras sociedades, temas de los cuales se hacen cargo, en gran medida, la filosofía y la historia. Con esto no quisiera dar a entender que el conocimiento técnico no tenga importancia, pero debemos entender que una educación que entregue aprendizajes significativos no puede ser una educación mecanicista, que no se haga grandes cuestionamientos. Debemos rescatar aquellas áreas del conocimiento que nos entregan las habilidades para desarrollar y fortalecer nuestro pensamiento crítico y reflexivo. Particularmente la filosofía y la historia resultan ser vitales en la formación exitosa de nuestro estudiantado, ya que le entregan las herramientas necesarias para desarrollar un pensamiento autónomo, recursivo y enfocado en el cuestionamiento más que en la respuesta.

Resulta lógico, entonces, desde una perspectiva neoliberal, pensar por qué son justamente estas dos áreas del conocimiento, la filosofía y la historia, unas de las que más han sufrido con los cambios y reformas en educación. En un sistema moderno donde la educación está mercantilizada y lo que debe ser enseñado está regido por la demanda empresarial e industrial (mercado), no es de extrañarse que el profesorado de historia y filosofía quede relegado a un segundo plano. Estas áreas del conocimiento deberían ser enseñadas como ejes centrales en la formación del estudiantado, no solo en la escuela, sino a lo largo de la vida académica, ya que estas disciplinas nos fuerzan a buscar soluciones a problemas que se esconden más allá del entramado que nos entrega la realidad en bruto, tal como la vemos usualmente. Es este tipo de educación, aquella centrada en la riqueza del ser humano como ser completo, dinámico y multifuncional, la que nos llevará hacia la construcción de una sociedad más sana. Una sociedad donde el pasado sea visto con el análisis crítico necesario para con lo que nos condujo a nuestras actuales condiciones de vida, con todas sus ventajas y desventajas y con un pensamiento filosófico que nos ayude a buscar las mejores formas de conseguir la felicidad de toda la comunidad, desde fundamentos éticos sólidos que representen el tipo de ser humano al que aspiramos de acuerdo con toda la potencialidad que tenemos.

En este mismo sentido, la formación religiosa debiera estar centrada más en el plano filosófico que en el plano dogmático. No debería cerrar puertas sino más bien extender cuestionamientos que nos impulsen a abrir accesos al real progreso que buscamos como sociedad, evitando el quietismo y el estancamiento en prácticas anacrónicas que no son más que el fiel reflejo de dinámicas psicológicas desactualizadas.

El mismo Russell (2015) escribió:

Si yo pudiera organizar la enseñanza superior con arreglo a mis deseos, procuraría sustituir las religiones ortodoxas … por algo que tal vez no pueda llamarse religión, por ser tan sólo la concentración de la atención sobre hechos completamente ciertos. Procuraría que la juventud se interesara vivamente por el pasado, comprendiendo con toda claridad que el porvenir del hombre tiene todas las probabilidades de ser inconmensurablemente más extenso que su pasado. (pp.198-199)

En cuanto a la religión, esta debería ubicarse en un lugar, al menos separado de las esferas de influencia que ha tenido durante mucho tiempo y que ha ido perdiendo paulatinamente a medida que la civilización ha ido progresando hacia el desarrollo científico. En especial, en lo referente a la educación sexual, ámbito en el cual las ideas ortodoxas tienden a entrar en conflicto con las ideas modernas (como por ejemplo, en lo referente al goce de una vida sexual activa y sana o con respecto a las ideas de igualdad y respeto por la mujer y por sus propias decisiones sobre su cuerpo). Afortunadamente y aunque lentamente, esto ha comenzado a cambiar.

Cuando eliminamos o desmembramos áreas del conocimiento tan importantes como lo son la historia o la filosofía, quitamos de raíz también la posibilidad de desarrollar habilidades de autonomía, pensamiento reflexivo y crítico en nuestro estudiantado. Son estas personas las que probablemente estén más dispuestas a caer en las garras del dogma religioso y son estas mismas personas las que probablemente no exigirán mucho en términos políticos ni sociales, debido a su escaso poder de análisis y de síntesis. Son las personas que tienen algún tipo de formación en áreas como las mencionadas las que al parecer son disfuncionales al sistema y de ahí el que hoy no se les considere necesarias. Nuestra educación debe replantearse sus objetivos centrales y reponer al sitial prioritario aquellas áreas del conocimiento que han sido dejadas de lado por intereses que responden a un sistema que ve en el ser humano una máquina o un número, si de verdad queremos lograr una sociedad que conviva en armonía y que priorice el bien común ante el egoísmo inherente de las actuales visiones individualistas.

En lo referente a la filosofía misma como disciplina, esta nos puede entregar importantes planteamientos que guardan relación al cambio paradigmático que enfrenta la sociedad moderna y que la tiene en crisis ante el devenir de su existencia (Echeverría, 2005). Es con estas nuevas visiones que una mirada a la historia de la humanidad y a los planteamientos en torno al sentido de la existencia humana revisten de gran importancia cuando queremos plantearnos el objetivo principal de la educación. Esta nueva visión del proceso educativo debería posicionar al ser humano desde una perspectiva total y abarcadora. Una perspectiva que logre romper con lo establecido en nuestro paradigma actual que plantea la dualidad y el maniqueísmo como principales doctrinas para entender la realidad. En términos prácticos, estos nuevos planteamientos filosóficos nos ayudarían a derribar las barreras existentes entre cuerpo y alma, sujeto y objeto, materia y energía, y muchas otras dicotomías que posicionan al ser humano en términos de una cosa u otra, desconociendo la relación dialéctica de los componentes de todo lo que fue, es y será en nuestra existencia. Esta visión le entregará al ser humano una oportunidad de formarse en relación con el ser en cuanto a lo que Echeverría (2005) llama transparencia (y en sintonía con la misma definición de “Dasein” de Heidegger, o “ser-en-el-mundo”) y que lo constituye como base y condición de la acción humana (p.109). Como parte, además, de un todo dialéctico, carente de divisiones binarias, lo cual sería reflejado en la forma de educar a nuestros hijos, tanto en la escuela como en el hogar.

El lenguaje y el profesorado

El lenguaje ha adquirido en los últimos años un lugar preponderante en la discusión filosófica y en la educación en general. Al ligarlo a la filosofía podemos mencionar su importancia al vivir el transcurso dentro del cual el lenguaje ya no es concebido como un elemento pasivo, que describe la realidad y que se pone a disposición de esta. Por el contrario, hoy el lenguaje es considerado un factor preponderante para la creación de nuestra propia realidad: el lenguaje es un elemento activo de la realidad y, por lo tanto, es generativo. Genera realidad (Echeverría, 2005).

Y es que a través del lenguaje podemos entender al individuo y a su entorno. Existen muchos factores que juegan a favor de la variabilidad lingüística y esas son una perfecta oportunidad para poder rescatar los diferentes aspectos culturales de la lengua propia y de otras lenguas, enriqueciendo, así, nuestra propia visión del mundo y de las comunidades lingüísticas que nos rodean:

Los individuos son generados dentro de una cultura lingüística dada, dentro de un sistema de coordinación de la coordinación del comportamiento dado, dentro de un lenguaje dado, dentro de una comunidad. Una vez que asimos el lenguaje de la comunidad, podemos comprender mejor al individuo. Los individuos se constituyen como tales a partir del lugar que los seres humanos ocupan dentro de sistemas lingüísticos más amplios. (Echeverría, p. 35)

El lenguaje, su enseñanza y la concientización sobre él son importantes factores para poder trabajar en aras de una sociedad más justa, más solidaria y más incluyente. El rol de la escuela y del profesorado, en este aspecto, es también muy importante, pues resulta vital también el entender el lenguaje como acción determinada a cambiar y modificar nuestra realidad y la forma en la cual la estructuramos.

En nuestros profesores y profesoras, por otra parte, hay muchas de las respuestas que esperamos para la construcción de un mundo y una sociedad mejor. Es solo la mayoría ni siquiera lo saben. Reciben una formación centrada en el aspecto técnico de su especialización y se aferran a eso, como si supieran de las futuras falencias que presentarán a nivel pedagógico. Gran cantidad de docentes de hoy no creen en la labor que realizan y se levantan cada mañana deseando que el día que aún no comienza termine lo antes posible para poder descansar pronto – luego de terminar el trabajo que por supuesto continúa en casa. Viven de forma infeliz y no creen que tengan que realizar labor política alguna.

La educadora y el educador actual necesitan recuperar su lugar como pieza de engranaje fundamental y motor del cambio social. El progreso de la sociedad depende en gran medida de la capacidad de maestros y maestras en generar el cambio y para generarlo, deben convencerse del rol social y político que juegan y que siempre han jugado de diferentes maneras y en diferentes contextos históricos. El profesorado representa fielmente el despertar crítico de la conciencia ciudadana. Es encargado de sacar la venda de los ojos de sus estudiantes y de su entorno y así mostrarles a sus aprendientes lo hermoso de la vida y la naturaleza; pero también han de guiarles por la senda de la autonomía y la reflexión y advertir sobre aquellas cosas con las que debemos tener cuidado en este mundo de contrastes. Ha de abrir nuestros ojos ante la injusticia y la necedad y somos todos y todas (la sociedad en su conjunto) quienes tenemos que alzar la voz para defender nuestros derechos conculcados y así seguir su ejemplo histórico. Esa es la labor política docente. La de entregar herramientas para el desarrollo de la sociedad en su conjunto. Esa es una labor social y política. Nos compete a todas las personas y junto al profesorado lograr conseguir una sociedad más digna, con seres humanos íntegros y felices.

Para que esto pueda recién empezar, debemos re-empoderar al profesorado. ¿Económicamente? Ciertamente, pero eso no basta. El empoderamiento debe ser también social. Nuestro profesorado debe saber lo importante que es y debe ser querido y reconocido por la sociedad y también por el Estado. La gratitud del Estado hacia el profesorado no puede quedar relegada únicamente al plano discursivo, como cuando escuchamos a nuestras autoridades llenarse la boca con lo hermoso de la labor docente y lo sacrificado de su vocación, concepto extremadamente manoseado para justificar el trato históricamente injusto hacia nuestros educadores y educadoras. Una persona docente necesita vocación para este trabajo, de eso no hay duda, pero no puede vivir única y exclusivamente de la vocación. Eso es una ofensa a nuestra inteligencia y representa una falta a la ética por parte de los gobiernos de cada uno de nuestros países. No solo con sus docentes, sino con la sociedad en su conjunto. De la forma actual, esto no puede ser más que una condena para profesorado y estudiantes, quienes a su vez actúan desde sus propios campos, perpetuando la reproducción de los mismos sistemas sociales (Bourdieu, 2006, 2012).

La esperanza debe sembrarse −sí como en muchas otras áreas− en la tarea docente, pero también se le debe dar las condiciones necesarias para la realización efectiva de su trabajo. Desde su formación inicial, el profesorado debe ser formado por maestros y maestras con sed de equidad y con amor por la pedagogía; que entiendan que esta labor se debe hacer con un sentimiento humanista y desde este, por lo tanto, desde el amor y el respeto por el ser humano. Debe tener modelos poderosos y robustos, tanto en el plano de la especialidad como en el plano pedagógico vocacional. Debemos recordar que ante todo, primero se es educador o educadora y luego especialista en algo. Aprender a valorar nuestra profesión y a querer lo que hacemos: primero, con amor por nuestro alumnado, el futuro personal docente, quienes tomarán la posta en esta hermosa carrera de relevos y que llevarán a nuestras generaciones futuras a las mismas enseñanzas que nos entregaron quienes les enseñaron ala nuestra. Segundo y tan importante como lo anterior, con amor por la convicción que nuestra labor es imperecedera y contribuye sustancialmente al progreso real de toda la sociedad: desarrollando habilidades, conocimientos e impresiones para la vida y para una mejor convivencia. Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa puede ser la educación más que la irrenunciable búsqueda de la felicidad, a través de la constante mejora en la calidad de vida tanto nuestra como en la de todo nuestro entorno? Son esos valores universales los que no deben perderse nunca de vista en este largo viaje, ya que ellos serán nuestra brújula hacia la construcción de una sociedad más justa, equitativa y fraterna. El objetivo es alcanzable y nuestro norte debe ser la educación.

Conclusiones

Sin duda, el aspirar a una sociedad mejor es una tarea enorme que tiene un gran número de factores a considerar. Me he permitido señalar los que, según mi opinión, son quizá los más relevantes y que guardan relación con el rol de la educación dentro de las sociedades modernas.

Los educadores y las educadoras de todo el mundo deben adaptarse a los nuevos desafíos que conllevan los avances tecnológicos y las decisiones en las políticas públicas en cuanto al tipo de educación que debemos darle a nuestro estudiantado. Depende también de nuestra actitud de reexaminarnos constantemente, evaluando nuestras prácticas y modificando todo lo necesario, las veces que se requiera. Para que esto ocurra, el llamado es a reconocer nuestro rol central como transformadores sociales, lo cual conlleva una serie de demandas que deben ser escuchadas por los Estados del mundo. Sin duda, el regresar a educadoras y educadores al sitial que les corresponde es algo perentorio, lo cual brindará mejores condiciones, tanto materiales como simbólicas para que nuestros cuerpos docentes puedan desempeñar su rol de mejor manera.

El resignificar nuestra educación será un proceso arduo e implicará un giro copernicano antes de poder dejar atrás el viejo y obsoleto paradigma, el cual ve en nuestra niñez y juventud tan solo productos, carentes de creatividad y adoctrinados para obedecer. La funcionalidad de un sistema perverso como este no puede ser el objetivo central de nuestra educación. Los objetivos que trace nuestra educación deben ir enfocados en la generación de ambientes saludables y ecológicos, donde la valoración de la otra persona sea parte del paisaje común. Estos valores, junto al rescate de lo que significa vivir en ambientes socialmente sanos, les entregarán a nuestros niños, niñas y jóvenes las herramientas necesarias para disfrutar de la vida, sin dejar de lado el compromiso que cada quien tiene con nuestro entorno y nuestras comunidades.

¿Cómo lograr eso? Un buen primer paso será trayendo de vuelta a la vida la esfera humana; esa que se ha vuelto una tan impersonal, individualista y casi desprovista de alma, debido en gran medida a los indicadores y números que hoy por hoy son góspel en gran parte del mundo; situando nuestras prácticas pedagógicas en los contextos reales desde los cuales emergen; considerando todas las variables, sean estas sociales, políticas e incluso lingüísticas para generar verdaderos aprendizajes significativos. Todo esto aportará con un pequeño, pero fundamental grano de arena en la construcción de una sociedad más sana, más fraterna y, por sobre todas las cosas, una más feliz.

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1 Licenciado en Educación y profesor de Inglés (UMCE, Santiago de Chile). Maestría en Lingüística Aplicada (Universidad de Melbourne, Australia).

 

 

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