N.º 85 • Enero - Junio 2022
ISSN: 1012-9790 • e-ISSN: 2215-4744
DOI: https://dx.doi.org/10.15359/rh.85.13
Licencia: CC BY NC SA 4.0

sección temática sobre chiapas

Chiapa de los Indios y sus «antigüedades»
a la luz del siglo XIX

Chiapa de los Indios and its «Antiquities»
in the Light of the XIX Century

Chiapa dos índios e suas «antiguidades»
à luz do século XIX

Lynneth S. Lowe*

Resumen: Este trabajo pretende brindar un panorama de los primeros intentos de interpretación histórica realizados durante el siglo XIX al asentamiento prehispánico localizado en las afueras de Chiapa de los Indios, la actual ciudad de Chiapa de Corzo, en Chiapas, señalando los cambios en su concepción a través del tiempo; tales aproximaciones fueron resultado de las primeras expediciones científicas a la región, que conjuntaban la evidencia arqueológica disponible con diversos datos históricos, lingüísticos y antropológicos para inferir la etnicidad de sus habitantes. El antiguo asentamiento de Chiapa despertó el interés de viajeros y exploradores de la época, como el abate Brasseur de Bourbourg, el doctor Hermann Berendt o el arqueólogo Eduard Seler, quienes lo asociaron a los grupos chiapanecas, afamados por sus alcances militares y expansionistas en el momento de la Conquista española. Sin embargo, las investigaciones arqueológicas desarrolladas posteriormente, desde mediados del siglo XX, identificaron su adscripción como una de las principales capitales regionales de la cultura zoque de la Depresión Central de Chiapas. La comparación entre ambos enfoques, el de los exploradores decimonónicos y el aportado por la arqueología científica, permite destacar la riqueza de la información rescatada en términos de las evidencias materiales, documentales y lingüísticas, a la vez que ilustra la necesidad de realizar estudios comparativos más profundos para lograr una asignación étnica de los sitios arqueológicos.

Palabras claves: historia; arqueología; México; expedición científica; antigüedades; sitio arqueológico.

Abstract: This article aims to provide an overview of the first attempts of historical interpretation made during the XIX century to the pre-Hispanic settlement located in the outskirts of Chiapa de los Indios, the present city of Chiapa de Corzo, in Chiapas, pointing out the changes in its conception over time; such approaches were the result of the first scientific expeditions to the region, which combined the available archaeological evidence with historical, linguistic and anthropological data to infer the ethnicity of its inhabitants. The ancient settlement of Chiapa aroused the interest of travelers and explorers, such as the Abbe Brasseur de Bourbourg, Dr. Hermann Berendt or the archaeologist Eduard Seler, who associated it with the Chiapanec groups, famous for their military and expansionist reaches at the time of the Spanish Conquest. However, later archaeological research conducted since the mid-twentieth century identified its ascription as one of the main regional capitals of the Zoque culture in the Central Depression of Chiapas. The comparison between both approaches, that of nineteenth-century explorers and the other one provided by scientific archeology, makes it possible to highlight the wealth of the information recovered in terms of material, documentary and linguistic evidence, while illustrating the need for more profound comparative studies to achieve an ethnic assignation of archaeological sites.

Keywords: history; archaeology; Mexico; scientific expeditions; antiquities; archaeological sites.

Resumo: Este trabalho oferece um panorama das primeiras tentativas de interpretação histórica feitas durante o século XIX para o assentamento pré-hispânico localizado na periferia de Chiapa de los Indios, atual cidade de Chiapa de Corzo, em Chiapas, apontando as mudanças em sua concepção por meio do tempo; tais aproximações foram o resultado das primeiras expedições científicas à região, que combinaram as evidências arqueológicas disponíveis com diversos dados históricos, linguísticos e antropológicos para inferir a etnicidade de seus habitantes. O antigo povoado de Chiapa despertou o interesse de viajantes e exploradores da época, como o abade Brasseur de Bourbourg, o doutor. Hermann Berendt ou o arqueólogo Eduard Seler, quem o associaram com os grupos de Chiapas, famosos por seu alcance militar e expansionista durante o momento da conquista espanhola. No entanto, as investigações arqueológicas realizadas posteriormente, a partir de meados do século XX, identificaram a sua inscrição como uma das principais capitais regionais da cultura zoque da Depressão Central de Chiapas. A comparação entre as duas abordagens, a dos exploradores do século dezenove e a da arqueologia científica, permite evidenciar a riqueza da informação recuperada em termos de evidências materiais, documentais e linguísticas, ao mesmo tempo que ilustra a necessidade de estudos comparativos mais aprofundados para realizar um mapeamento étnico dos sítios arqueológicos.

Palavras chaves: história; arqueologia; México; expedição científica; antiguidades; sítio arqueológico.

Introducción

A pesar de ubicarse fuera del área de esplendor de las grandes culturas prehispánicas, la región centro-occidental del actual estado de Chiapas, México, constituyó una zona de importantes confluencias culturales desde épocas tempranas debido a su localización estratégica, al ser una ruta de paso natural hacia el sur de Mesoamérica, cruzando el Istmo de Tehuantepec, y mantuvo una larga ocupación por parte de los grupos de lengua zoque y posteriormente por los chiapanecas, de estirpe otomangue. En mucha menor medida que la península de Yucatán o las tierras bajas selváticas del área maya, los vestigios arqueológicos hallados en esta región despertaron el interés de algunos investigadores desde la segunda mitad del siglo XIX, en concordancia con el creciente interés por acercarse al conocimiento del pasado prehispánico desarrollado en esa época por parte de intelectuales, viajeros y anticuarios. Sus observaciones dieron cuenta del valor que se comenzaba a otorgar a la comprensión del pasado local y a la definición de la etnicidad de sus habitantes, una cuestión que resultó ser bastante compleja por los movimientos poblacionales sufridos en los últimos siglos de la época prehispánica y que se definiría con mayor certeza tiempo después.

El presente artículo pretende brindar un panorama de los primeros intentos de interpretación histórica realizados durante el siglo XIX al asentamiento prehispánico localizado en las afueras de Chiapa de los Indios, la actual ciudad de Chiapa de Corzo, Chiapas, señalando los cambios en su concepción a través del tiempo; tales aproximaciones fueron resultado de las primeras expediciones científicas a la región, que conjuntaban la evidencia arqueológica disponible con diversos datos históricos, lingüísticos y antropológicos para inferir la etnicidad de sus habitantes.

Como hipótesis de trabajo planteamos que, si bien el área centro-occidental de Chiapas puede considerarse «periférica» por hallarse fuera del área de expansión de las grandes culturas mesoamericanas, como los mayas o los zapotecas –y por carecer de arquitectura monumental, esculturas en piedra o textos jeroglíficos–, no por ello quedó fuera del área de interés de algunos viajeros y exploradores pioneros durante la segunda mitad del siglo XIX, dando como resultado los primeros registros de sus «antigüedades» y las propuestas iniciales sobre su etnicidad previa a la Conquista hispana. Con este objetivo, se presentan, en primer lugar, algunas consideraciones sobre el desarrollo de la disciplina arqueológica en aquel momento, seguida por una contextualización de la antigua localidad de Chiapa, para abordar posteriormente las observaciones específicas realizadas sobre este sitio por parte de los exploradores pioneros en la región: el abate Brasseur de Bourbourg, el doctor Hermann Berendt y el arqueólogo Eduard Seler. Finalmente, se mencionan las aportaciones de arqueología moderna con el fin de realizar una comparación entre ambos enfoques, el de los exploradores decimonónicos y el aportado por la arqueología científica, lo cual nos ha permitido destacar la riqueza de la información rescatada en términos de las evidencias materiales, documentales y lingüísticas.1

El descubrimiento del pasado prehispánico

El siglo XIX representó de manera destacada la época del descubrimiento de las antiguas civilizaciones mesoamericanas para la cultura occidental, fundamentalmente de aquellas cuyas evidencias materiales reflejaban un pasado glorioso, como los aztecas, los zapotecas o los mayas. Una gran diversidad de viajeros, exploradores y arqueólogos pioneros daría inicio a las investigaciones que con el tiempo revelarían los alcances de estos complejos desarrollos culturales a lo largo de México y Centroamérica. De lo que en un primer momento había surgido como un afán de coleccionismo, desvinculado con frecuencia de sus contextos originales, hacia finales del siglo XIX encontramos ya en pleno desarrollo lo que serían las bases de la arqueología como una ciencia social. Así, durante esta época:

La disciplina atestiguó el surgimiento de una capacitación e instituciones profesionales, y el trabajo de campo empezó a ser dirigido por métodos más sistemáticos —o al menos por la noción de que tales métodos deberían existir—. Todavía, la arqueología era una ciencia en formación. Carecía de los métodos consistentes y contrastables que asociamos con cualquier ciencia en la actualidad. Existía un amplio rango de profesionales, con variados niveles de entrenamiento y rigor, desde los académicos de escritorio, que raramente dejaban el confort del museo, hasta aquellos que se enfrentaban a los elementos y emprendían excavaciones.2

Asociado a ello, se dio el surgimiento del americanismo, como un movimiento intelectual dedicado a la antigüedad prehispánica, el cual comprendía un extenso campo de estudio que incluía virtualmente a la totalidad de las disciplinas relacionadas con el Nuevo Mundo y todos los periodos históricos. Francia, Gran Bretaña, Alemania y los Estados Unidos produjeron algunos de los especialistas más destacados en este ámbito, al igual que México y otros países de Latinoamérica.3 Tal caracterización multidisciplinaria de los intelectuales que respondían a la visión americanista resulta de utilidad para comprender la amplia variedad de intereses de los protagonistas del presente estudio. Incluso en el caso de los eruditos mexicanos de esa época asociados al Museo Nacional se advierte, según Rutsch, una variedad de especialidades: literatos, filólogos, lingüistas, arqueólogos y músicos; otra característica de interés, señalada por la misma autora, entre los estudiosos de la época es que consideraban a la arqueología como una herramienta de la historia.4 Curiosamente, esto resulta notorio en los ejemplos que abordaremos en este artículo, donde los escasos elementos de tipo arqueológico se utilizaron para consolidar la narrativa histórica del pasado.

La segunda mitad del siglo XIX es también la época del auge de los museos de arqueología y antropología, que buscaban piezas extraordinarias para ilustrar los alcances de la humanidad a través de los siglos. En el caso específico de Mesoamérica, se emprendieron numerosas expediciones a los sitios arqueológicos que representaban a las grandes civilizaciones de la región, especialmente los aztecas, los zapotecas o los mayas. El área maya destacó especialmente por la cantidad de exploraciones emprendidas en sus principales capitales: Palenque y Yaxchilán, en Chiapas; Uxmal y Chichén Itzá, en Yucatán; Tikal y Quiriguá, en Guatemala, o Copán en Honduras. Personajes como Frédéric Waldeck, John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood, Desiré Charnay, Alfred Maudslay o Teobert Maler, tuvieron la oportunidad de contemplar en su ubicación original las ruinas monumentales de las grandes urbes abandonadas por siglos en el corazón de la selva tropical, que evidenciaban su elevado nivel artístico y cultural a través de la elaborada arquitectura, la escultura y la escritura jeroglífica.5 En contraste con ello, otras regiones consideradas como «periféricas» o «secundarias» con respecto a las grandes civilizaciones prehispánicas quedaron con frecuencia fuera del circuito de los principales exploradores decimonónicos, o simplemente no fueron dadas a conocer en su momento, como sucedió en la Depresión Central de Chiapas, en las tierras altas de Guatemala o en otras zonas de Centroamérica. En el caso específico de Chiapa de Indios, el hecho de no contar con ruinas monumentales o textos jeroglíficos no resultó un obstáculo para la llegada de algunos viajeros decimonónicos en su afán por explorar las regiones menos conocidas del sur de México, como veremos más adelante.

El asentamiento de Chiapa de los Indios

La información aportada por los exploradores decimonónicos con respecto a la ocupación indígena de la Depresión Central de Chiapas, si bien escasa y poco conocida, resulta de relevancia para comprender los primeros intentos de una interpretación histórica sobre sus habitantes originales. Ello puede apreciarse al analizar los datos referentes al asentamiento prehispánico más importante de la zona, conocido como Chiapan o Chiapa de los Indios —o también como «Chiapa de la Real Corona»— durante la época Colonial, ubicado en la margen derecha del río Grijalva —figura 1—. El topónimo Chiapan es de origen nahua y su traducción más probable sería «en el río de la chía»; al parecer, este lugar era conocido también como Teochiapan, que significaría entonces «en el lugar de la chía sagrada». Ambos vocablos estarían haciendo referencia al cultivo de la chía —Salvia hispanica— en las cercanas riberas del Grijalva, tanto con fines de consumo cotidiano como de uso ritual.6

Figura 1. Mapa de localización de la actual ciudad de Chiapa de Corzo —la antigua población de Chiapa de los Indios— en la parte central del valle del río Grijalva o Depresión Central de Chiapas

Fuente: Lynneth S. Lowe, Chiapa de Corzo: una capital prehispánica de frontera (México: Centro de Estudios Mayas, Instituto de Investigaciones Filológicas, Universidad Nacional Autónoma de México, 2020). Dibujo de R. C. Hoover.

La trascendencia histórica de la antigua ciudad de Chiapa de los Indios —la actual Chiapa de Corzo—, como capital del territorio ocupado por los aguerridos chiapanecas en el momento de la Conquista española, resulta un hecho bien conocido gracias a las crónicas y documentos coloniales. Este grupo, que dio su nombre a la provincia, parece haber llegado a la Depresión Central de Chiapas hacia finales del periodo Clásico Tardío, alrededor del año 900 d.n.e., momento en que se produjeron importantes movimientos de población en el Altiplano Central y en la costa del Golfo de México.7 Con grandes esfuerzos por parte del destacamento hispano, al mando del capitán Luis Marín, y sus aliados indígenas, la conquista de Chiapa se dio en 1524, después de enfrentar enconadas batallas con sus habitantes. Díaz del Castillo dejó registrada su impresión al llegar a esta ciudad, a la vera del río: «[…] verdaderamente se podía decir ciudad, y bien poblada, y las casas y calles muy en concierto, y de más de cuatro mil vecinos».8 Por su ubicación estratégica, siendo quizás el pueblo más importante de la recién conquistada provincia, y después de sofocadas varias insurrecciones, fue uno de los primeros asentamientos escogidos por los españoles para sus encomiendas, hasta 1552 cuando pasó a la Corona.9

Sin embargo, la ocupación prehispánica de la región se remonta a épocas mucho más antiguas. Desde un par de milenios antes de la llegada de los chiapanecas, los grupos zoques se extendían por toda la región del istmo, la costa y el occidente de Chiapas y establecieron aquí la que llegaría a ser una de sus capitales más importantes. Para ello, escogieron la meseta elevada que domina un pequeño valle aluvial del río Grijalva, en el extremo oriental de lo que actualmente es la ciudad moderna, motivados por la fertilidad de la zona y las ventajas de su ubicación. Indiscutiblemente, se trataba de una localización estratégica en el control de esta importante vía de comunicación e intercambio que enlazó las tierras altas de Guatemala con la planicie costera del Golfo desde épocas muy tempranas.

La antigua capital zoque, situada sobre la terraza elevada y mirando al río, parece haber sido fundada hacia 1400 a.n.e., o quizás antes, y a lo largo de muchos siglos constituyó el principal centro de poder en la región, hasta su abandono en la segunda mitad del periodo Clásico. La parte central de la ciudad estaba organizada alrededor de grandes plazas, con templos piramidales y palacios adornados con monumentos esculpidos, un complejo de conmemoración astronómica y muchas otras edificaciones. A pesar del tiempo transcurrido, la ubicación de las ruinas del antiguo asentamiento en las afueras de la ciudad colonial y moderna permitió que se conservasen en buena medida hasta hace algunas décadas, cuando el crecimiento urbano motivó la destrucción de varios sectores del sitio ante el surgimiento de nuevas casas, escuelas, caminos y fábricas.10

Los primeros reportes de la existencia de un asentamiento prehispánico en el lugar datan de la segunda mitad del siglo XIX, en concordancia con el creciente interés por acercarse al conocimiento de las «ruinas» y «antigüedades» que atestiguaban el esplendor de las civilizaciones desaparecidas y que, con frecuencia, se derivaron del ideal romántico predominante en la época. No obstante, es en aquellos momentos cuando empiezan a desarrollarse también las metodologías científicas que caracterizarán a la arqueología moderna, gracias a la aplicación de registros y clasificaciones más rigurosas, como puede notarse en la evidencia documental. Ciertamente, los restos prehispánicos observables en Chiapa de los Indios y su área circundante no escaparon a la atención de notables estudiosos durante sus recorridos por la región, y sus observaciones pioneras dan cuenta del valor que les otorgaron durante sus exploraciones.

El abate Brasseur de Bourbourg (1814-1874)

El ejemplo más temprano de este interés por el pasado local corresponde al abate Charles-Etienne Brasseur de Bourbourg. Originario de Flandes, fue un infatigable viajero en su apasionada labor por el rescate de documentos antiguos y visitó Chiapa de los Indios como parte de un recorrido que lo llevaría desde el Istmo de Tehuantepec hasta Guatemala —figura 2—.

Figura 2. El abate Charles-Etienne Brasseur de Bourbourg (1814-1874), autor de las primeras menciones sobre el sitio arqueológico de Chiapa.

Fuente: Bibliothèque Nationale de France, https://catalogue.bnf.fr/ark:/12148/cb40586577d

Durante este viaje, el clérigo pudo apreciar el interés arqueológico de la región zoque del occidente del estado, y así lo afirmaba:

Entre los límites del estado de Oaxaca y el departamento vecino de Chiapas, existe un grupo de montañas muy elevadas, desiertas hoy en día, pero llenas de ruinas interesantes, unas situadas como nidos de águilas en las cimas de los montes, otras dispersas en hermosos valles de una admirable fertilidad. Estos municipios estuvieron alguna vez habitados por los Zoqui o Choques, población antaño abundante y poderosa, que se extendía desde la orilla del mar hasta los campos pantanosos de Tabasco […].11

En julio de 1859, en medio de un clima de fuerte inestabilidad política, el viajero llega a Chiapa de los Indios, donde disfruta de la hospitalidad del gobernador liberal Ángel Albino Corzo, quien lo hospeda en casa de su propia tía. Sabiendo de su interés por las antigüedades, Corzo le obsequia algunos artefactos procedentes de Palenque, entre ellos una vasija con «diseños esmaltados», ejemplar único en la colección del abate, aunque no se conservan registros de ella.12 Adicionalmente, gracias a las gestiones del gobernador pudo conseguir diversos manuscritos de interés, como el Arte de la lengua chiapaneca, de Fray Juan de Albornoz (1691) —que había sido propiedad de Esteban Nucamendi, último gobernador indígena de Acala13—, y una Doctrina cristiana en lengua chiapaneca, escrita por fray Luis Barrientos en 1690, entre otras obras, que pasaron a formar parte de la afamada biblioteca de Brasseur.14

Al hablar específicamente sobre los chiapanecas, el abate señala que se ubicaban en el corazón del estado, tomando su nombre del río Chiapan, cuyas orillas ocupaban un pequeño número de aldeas, «siendo la principal de ellas una ciudadela formidable que, dominando el curso del río, es llamada en su lengua Chapa-Nanduimé, y de la cual la ciudad moderna de Chiapa-de-Indios no representa más que un gran suburbio», y consideraba que posiblemente eran los restos de antiguas migraciones.15

El topónimo Nanduimé significaría «árbol colorado» —del chiapaneca na, «árbol» y ndiumé, «colorado»—, pero tal denominación resulta bastante controvertida. Lo mismo sucede con el término Soctón Nandalumí, popularizado durante el último siglo para denominar a Chiapa sin mayor sustento histórico, dado que el término ««soctón» parece ser bastante tardío y corresponde a la denominación otorgada en épocas recientes a este lugar por los indígenas tzotziles de las poblaciones vecinas; puede traducirse como «piedras desarregladas», del tzotzil sok, «desarreglar» y ton, «piedra», quizás para referirse a los vestigios arqueológicos. De la misma manera, de acuerdo con Jan de Vos, los indígenas zoques de los alrededores acostumbraban llamar a esta ciudad en su lengua «Yoquí», o sea, «El Negro», del zoque yoquí, «negro»; a este último nombre correspondería «Nandalumí» o «arroyo negro» —del chiapaneca nanda, «arroyo» y lumí, «negro»—, nombre de un pequeño afluente del Grijalva y también de un paraje cercano.16

Es importante destacar que la lengua chiapaneca intrigó profundamente al abate Brasseur por su falta de afinidad con las lenguas vecinas y por sus sorprendentes semejanzas con el idioma de los diriás y chorotegas de Nicaragua, relación que incluso se enfatizaba en algunos de los títulos territoriales que había conseguido. Además, era una lengua que se estaba extinguiendo aceleradamente, aunque gracias al gobernador Corzo logró que tres o cuatro ancianos se reunieran con él para dictarle unas palabras con las que formó un pequeño vocabulario.17 Resulta sumamente desafortunado que no podamos conocer más detalles acerca de sus observaciones en la localidad, puesto que nunca fue publicado el segundo volumen de su crónica del Viaje por el Istmo de Tehuantepec, el estado de Chiapas y la república de Guatemala (1859-1860),18 aunque sus observaciones fueron retomadas posteriormente por su colega y amigo H. Berendt.

Dr. Carl Hermann Berendt (1817-1878)

Una década más tarde, en 1869, llegaría a Chiapa de los Indios el notable médico y filólogo alemán Carl Hermann Berendt; a él se debe el primer registro detallado de las ruinas de esta localidad, aunque nunca logró publicarlo debido a su temprano fallecimiento. Durante los múltiples viajes que realizó a lo largo del sur de México y América Central, el viajero se dedicó a la recopilación de documentos e información lingüística, además de registrar diversos datos de relevancia geográfica, etnográfica y arqueológica; asimismo, estableció relaciones de colaboración con presbíteros, estudiosos y coleccionistas locales, quienes apreciaban su interés y facilitaron su labor.19 Durante 1869 y 1870 residió en Tuxtla Gutiérrez, donde tuvo oportunidad de realizar excelentes copias facsimilares de manuscritos originales en diversas lenguas indígenas, además de llevar a cabo investigaciones entre los hablantes zoques y chiapanecas de los alrededores. También era un excelente dibujante, como lo atestiguan algunos bocetos realizados durante su estancia. Tales documentos se encuentran resguardados actualmente como parte de la colección Berendt-Brinton en la Biblioteca de la Universidad de Pennsylvania.

En uno de sus cuadernos de apuntes de aquella época, el doctor Berendt dedicó un apartado a las antigüedades de Chiapa de los Indios, donde incluyó también un pequeño croquis y un plano con la ubicación del sitio arqueológico ubicado al este de la ciudad, sobre una loma conocida localmente como Dili-Calvario. En esta sección comenta, en primer lugar, las observaciones originales de Brasseur, con quien mantenía una cercana colaboración académica. De acuerdo con el abate, como hemos mencionado, el sitio arqueológico sería un asentamiento relacionado con los grupos chiapanecas, y Berendt citaba su opinión, al comentar que «era en tiempos de la Conquista su posición principal en un cerro fortificado, Chapa-Nanduimé, que dominaba la ciudad [de] Nambi-hina-yaca —lo que Brasseur traduce: “ciudad del gran mono”, “el Chiapa de hoy”—».20 Con respecto a este último topónimo, en el Arte de la lengua chiapaneca de fray Juan de Albornoz se da el nombre de Nambihina al pueblo colonial de Chiapa.21 Otro término utilizado por los chiapanecas para denominar su cabecera era Napiniaca o «pueblo grande» —de napijná, «pueblo» y yaka, «grande»—, que probablemente sea el más acertado, pues tal designación es de uso común entre los indígenas de Chiapas para designar sus propios centros.22

En conjunto puede apreciarse que, de acuerdo con la concepción de ambos estudiosos —sin duda influenciados por las creencias populares de la época—, se distinguían claramente dos asentamientos diferenciados: uno de tipo defensivo en la zona elevada, que correspondía a las «ruinas» de un antiguo sitio, asociado con los aguerridos chiapanecas de la época de la Conquista, y otro en el valle, donde se ubicaba la ciudad colonial y moderna. Es evidente que, en aquel momento y sin profundizar en los detalles arqueológicos, no era posible saber que tales ruinas con sus imponentes construcciones piramidales abandonadas correspondían en realidad a épocas más remotas y a otros grupos que habitaron previamente en la región.

Para conocer las referidas «antigüedades» resulta de gran relevancia la información anotada por Berendt, la cual detalló en un pequeño croquis dibujado en el margen de su cuaderno y que representa una aportación precursora en cuanto a las metodologías de registro arqueológico que se desarrollarían a finales del siglo XIX —figura 3—. Allí se muestra la ciudad moderna de Chiapa de los Indios (a), con su traza reticular sobre la orilla norte del río de Chiapas (Näjú), y en el lado oeste se destaca la presencia del arroyo Nandachundí, que bajaba desde la sierra (e); los costados norte y oriente de la ciudad aparecen rodeados por una elevación de forma alargada, que se describe como una «loma que puede haber sido el lugar de Chapa-Nanduimé» (b), es decir, la ciudadela antes mencionada, y su extremo sur se consigna como «Dili-Calvario, remate de la misma loma» (c). Por último, justo al lado de este remate se señala con tres pequeñas marcas el «Lugar donde se encuentran tres pirámides, y que puede haber sido Nambihinayaca» (d); evidentemente aquí hubo alguna confusión pues antes se había señalado que Nambihinayaca se hallaba en la parte baja, donde se encuentra el pueblo actual de Chiapa.

Figura 3. Apuntes del Dr. Hermann Berendt sobre las antigüedades de Chiapa y bosquejo con la ubicación de las ruinas (1869)

Fuente: Berendt, Carl Hermann, Apuntes y estudios sobre la lengua chiapaneca, Colección Lingüística Berendt-Brinton, ítem 121 (Universidad de Pennsylvania, ms., 1869-1870, 16r.) http://hdl.library.upenn.edu/1017/d/medren/9939048893503681

Muy interesantes son también sus observaciones arqueológicas, seguramente derivadas de sus recorridos por el sitio, al señalar que «Cerca de las pirámides (d) y aun en la loma (b-c), muy reducida por las lluvias, se encuentran tiestos, pedazos de ídolos, de piedras labradas, de conchas —unio—, de obsidiana, etc. »; además, comenta que le han asegurado que en los alrededores había un cerro donde se encontraban restos semejantes en gran número, pues dice que: «[…] del otro lado del río de Suchiapa, han encontrado antigüedades en las cuevas que exploran por salitre».23

Adicionalmente, el viajero reporta la existencia de otro sitio cercano: «Hay tradición en Chiapa, que la antigua capital de los chiapanecas fue situada en la boca del Sumidero —donde rompe el Río de Chiapas la Serranía [e]—, como 2 ó 2 1/2 leguas río abajo de la ciudad, donde me dicen que existen restos de edificios».24 En este caso se refiere al pequeño sitio que años después se daría a conocer como Chiapa Viejo y donde las exploraciones de Heinrich Berlin confirmarían la presencia de un asentamiento tardío de importancia restringida.25

El otro mapa que presenta fue cuidadosamente dibujado a partir de un plano de la ciudad de Chiapa levantado por D. Julián Grajales en 1868, reducido a escala por Berendt el 13 de octubre de 1869 en esta ciudad, según su propia anotación —figura 4—. Aparte de señalar la ubicación de los lugares e iglesias importantes de la ciudad, en el extremo noreste del plano marca la presencia de tres montículos piramidales, con las letras a, b y c, cerca del acueducto, y los identifica como «teocallis».

Figura 4. Plano de la ciudad de Chiapa y mensura de los teocallis, hecho por Hermann Berendt (1869)

Fuente: Berendt, Carl Hermann, Apuntes y estudios sobre la lengua chiapaneca, Colección Lingüística Berendt-Brinton, ítem 121 (Universidad de Pennsylvania, ms., 1869-1870, 15v.) http://hdl.library.upenn.edu/1017/d/medren/9939048893503681

Asimismo, agrega el levantamiento detallado de uno de ellos: la planta arquitectónica de la «Plataforma del Cuyo b llamado Dili-Calvario —Loma del Calvario—», que conservaba restos de una escalinata del lado este y una cruz en su parte superior, así como un alzado del basamento y los edificios superiores visto desde el norte; en una nota al margen señala que la mensura de los teocallis fue realizada por él mismo un día antes.26

Por su ubicación y características este edificio parece corresponder actualmente al Montículo 11, la gran pirámide del complejo de conmemoración astronómica del sitio, cuya cima fue destruida para colocar allí un tanque municipal para el almacenamiento de agua de la ciudad hace varias décadas. Gracias a los detallados apuntes de Berendt, podemos saber que el basamento alcanzaba una altura original de más de 13 metros y que conservaba restos de varias plataformas secundarias en su cima, de hasta 3 metros de altura. Las exploraciones arqueológicas modernas llevadas a cabo en dicho lugar, después de la remoción del tanque de concreto, demostraron que, a pesar de la destrucción sufrida en el último siglo, todavía se conservaba una larga secuencia constructiva en su núcleo y su fachada principal. Actualmente sabemos que este complejo arquitectónico fue establecido hacia 900 a.n.e. y constituyó el núcleo original de fundación de la ciudad, sufriendo una veintena de ampliaciones y remodelaciones en siglos posteriores. Asimismo, las excavaciones practicadas en su cima durante la temporada 2010 expusieron excelentes ejemplos de arquitectura preclásica de arcilla y una tumba temprana, entre muchos otros elementos arqueológicos que han permitido obtener valiosa información cultural y estratigráfica sobre la ocupación del sitio —figura 5—.27

Figura 5. Vista de las excavaciones arqueológicas realizadas en el Montículo 11 de Chiapa, que fue dibujado originalmente por Berendt en 1869

Fuente: Lynneth S. Lowe, Chiapa de Corzo: una capital prehispánica de frontera (México: Centro de Estudios Mayas, Instituto de Investigaciones Filológicas, Universidad Nacional Autónoma de México, 2020). Fotografía de B. Bachand.

Volviendo a las aportaciones de Hermann Berendt, además de los elementos arqueológicos, durante su estancia registró muchos otros datos de interés, abordando aspectos históricos, lingüísticos y antropológicos relacionados con los chiapanecas, como serían su extensión geográfica, el carácter y costumbres de los indígenas, listados de apellidos, citas históricas, vocabularios y frases comunes, análisis de aspectos gramaticales de la lengua, así como la oración del Padre Nuestro, los numerales y los nombres de los meses en el calendario chiapaneca. En aquel entonces el investigador comentaba que la lengua había caído totalmente en desuso: «En Chiapa […] han perdido su idioma. Pocos ancianos lo conservan; los demás hablan castellano. Aún en Suchiapa y Acala hablan español en su mayoría, pero preservan todavía entre sí el idioma de sus padres».28

En contraste, resultan muy curiosas y poco sustentadas sus consideraciones acerca del origen y significado del nombre del lugar, basadas en gran medida en las originales ideas del abate Brasseur:

Los autores generalmente escriben «nación chiapaneca», «lengua chiapaneca». […] Se deriva generalmente de chian —una semilla oleosa— y apan, río —de la lengua mexicana—, para el nombre del río, del país, de la tribu y de la ciudad. Pero yo creo que el nombre es derivado más bien del nombre del guacamayo o ara, chapa en lengua chapaneca; habiendo sido el nombre de la antigua fortaleza de los chapanecos Chapa-Nanduimé —lo que Brasseur traduce: «ara color de fuego»—.29

Justo es mencionar que, a pesar de su profundo conocimiento de las lenguas mesoamericanas, el filólogo se encuentra en una posición difícil ante el estudio de la lengua local, y destaca este hecho, afirmando que: «Ninguna lengua me ha dado más trabajo y me ha dejado más dudas que la chapaneca. Diferentes personas, aun del mismo pueblo, dan diferencias en las palabras, si no la misma persona dice la misma palabra de varios modos, y preguntando dicen: es lo mismo».30

Una anécdota curiosa que refiere durante su estancia es que el Jefe Político de Chiapa,31 Don Cenobio Aguilar, le aseguró que él fue el dueño de un manuscrito que D. Ángel Albino Corzo le había prestado al abate Brasseur, y que este se lo llevó sin devolverlo. Y dice textualmente: «Cuando me lo dijo, quejándose de la mala fe de los extranjeros y yo me ofrecí de pedirlo de Brasseur, quien sólo por equivocación podría creerlo un obsequio y no un préstamo, dijo: que se quede con él, yo mismo me lo había robado».32 Este ejemplo resulta ilustrativo del movimiento de muchos manuscritos y documentos mesoamericanos ante el creciente interés por su obtención desarrollado por coleccionistas y viajeros decimonónicos, y que actualmente se encuentran en una diversidad de repositorios de Europa y los Estados Unidos.

Eduard Seler (1849-1922) y Cecilia Seler-Sachs (1855-1935)

Casi tres décadas habrían de pasar hasta la visita de Eduard Seler —notable arqueólogo, lingüista y filólogo alemán— y su esposa Cecilia Seler-Sachs en 1896; aunque no realizaron exploraciones propiamente en las ruinas, sí subrayaron la importancia del lugar y registraron la existencia de notables piezas prehispánicas en colecciones locales. En su segundo viaje a México, la pareja realizó un extenso recorrido que los llevaría desde el Altiplano Central hasta Guatemala cruzando por el occidente y el centro de Chiapas. A su paso por la Depresión Central se detuvieron algunos días en Ocozocoautla, ya que en las cuevas cercanas a la cordillera calcárea cercana a este lugar se habían descubierto muchas antigüedades, y al respecto comentaron su carácter distintivo: «Era evidente que teníamos en efecto ante nosotros una civilización muy particular y distinta, de la cual debemos probablemente considerar como poseedores a los antepasados de los zoques, todavía avecindados en este lugar».33

La siguiente población que visitaron fue Tuxtla Gutiérrez, convertida en capital del estado pocos años atrás, en 1892, de la cual destacaron su ambiente desolado. Una situación radicalmente diferente es la que encuentran a cuatro leguas de distancia, en la ribera opuesta del río Grande, al llegar a Chiapa de Indios, que les parece un lugar de gran interés, según sus propias observaciones:

Esta es la antigua capital de la nación de los chiapanecas, que en tiempos prehispánicos se habían separado de sus parientes, los mangues, quienes se habían establecido en Nicaragua, y aquí, lejos de su tierra originaria, erigieron un gobierno sustentado en la conquista y la fuerza, al tiempo que la tierra era trabajada por los esclavos tomados en guerra. No queda rastro alguno de las antiguas fortificaciones. Convirtiéronse más tarde los habitantes en dóciles discípulos de los monjes, y al presente son completamente hispanos; se dice que solo en algunas apartadas aldeas han de conservarse aún restos de la antigua lengua.34

Cecilia Seler-Sachs, por su parte, describe la amplia plaza decorada con hermosas ceibas y con la antigua fuente de estilo morisco, donde también se instalaba un mercado. Asímismo comenta sobre los grandes transbordadores que ofrecían transporte entre las dos orillas del río, pues allí se descargaban y desensillaban las monturas y los caballos cruzaban a nado junto a las lanchas; con cierto desencanto señala que, aunque estaban en la tierra misma de la antigua cultura, tuvieron poco éxito en la búsqueda de antigüedades, muchas veces porque las familias acomodadas no se querían deshacer de las piezas que atesoraban.35

A pesar de que muchos de los cuadernos de notas originales de Seler se perdieron durante la guerra, todavía se conserva una parte importante de su legado, consistente en bosquejos, acuarelas, apuntes y fotografías, que se resguardan actualmente en el Instituto Iberoamericano de Berlín, en Alemania. Durante su estancia en Chiapa, los Seler ilustraron una máscara de piedra de rasgos olmecas que fue recuperada entre las piedras del fondo del río Chiquito, así como varios ejemplares de cerámica chiapaneca posclásica, procedentes de la finca San José Bergantín y que eran propiedad de Don Manuel Trinidad Marina —figuras 6 y 7—. Estas piezas constituyen un excelente muestrario de las formas y decoraciones polícromas de la época ya que, desafortunadamente, la cultura material de los chiapanecas no ha podido ser estudiada en sus contextos originales ni analizada en toda su amplitud, más allá de las investigaciones llevadas a cabo por Navarrete en los diversos barrios de Chiapa en los años 60 del siglo pasado.36

Figura 6. Vasija trípode de la Finca San José Bergantín, Chiapa de los Indios, dibujada por Eduard Seler, 1896, cuya importancia estriba en constituir uno de los primeros registros visuales de los materiales arqueológicos de la región

Fuente: Legado Seler, Caja 80, Instituto Iberoamericano, Berlín.

Figura 7. Cajete trípode de la Finca San José Bergantín, Chiapa de los Indios, dibujado por Eduard Seler, 1896. Al igual que el anterior, representa un excelente ejemplo de la cerámica posclásica de la tradición chiapaneca en el centro de Chiapas

Fuente: Legado Seler, Caja 80, Instituto Iberoamericano, Berlín.

Aportaciones de la arqueología moderna

No fue sino hasta la década de 1940 cuando la Depresión Central de Chiapas comienza a ser explorada arqueológicamente, ya con el objetivo científico de esclarecer la filiación étnica de sus habitantes prehispánicos, al tratarse de un lugar de constantes encuentros culturales. De aquella época datan las investigaciones llevadas a cabo por Heinrich Berlin en la región aledaña a Tuxtla Gutiérrez, con el fin de estudiar la distribución de los asentamientos chiapanecas y su posible relación con los chorotega-mangues. Y a pesar de que sus exploraciones en El Sumidero, Chiapa de Corzo y San Pedro Buenavista no dieron solución final al problema chiapaneco, lograron aportar datos fundamentales acerca de las características y temporalidad de estos asentamientos. De especial relevancia resultaron las observaciones derivadas de los materiales arqueológicos excavados en Chiapa de Corzo, que indicaban una gran antigüedad:

El hecho de que los montículos de Chiapa de Corzo hubieran producido cerámica tan antigua, […] hace presumir que al llegar los españoles ya estaban abandonados y que, por ende, no tenían nada que ver con el asiento principal de los chiapanecas.37

Tal afirmación resultó un punto de partida fundamental para establecer que las ruinas ubicadas en las orillas de dicha población, que los viajeros consideraron una «ciudadela formidable» o un «cerro fortificado», como refugio de los aguerridos chiapanecas, en realidad formaban parte integral de las expresiones culturales relacionadas con los zoques prehispánicos del occidente de Chiapas, un hecho que ha sido confirmado en investigaciones subsecuentes. Al respecto, es importante destacar el extenso programa de exploraciones desarrollado en el sitio por la Fundación Arqueológica Nuevo Mundo entre 1955 y 1965, retomadas nuevamente en la última década, en lo que constituyó una capital temprana de primera importancia para el centro de Chiapas.38 Las evidencias arquitectónicas y cerámicas confirmaron la presencia de una densa concentración poblacional, que erigió grandes obras públicas con fines cívicos y religiosos desde tiempos preclásicos. Asimismo, las exploraciones aportaron una visión objetiva del largo desarrollo de la ciudad, con una secuencia cronológica de más de 3000 años, a través de sus principales edificios y sus costumbres funerarias, incluyendo una buena muestra de entierros y tumbas de élite. En especial, destaca la recuperación de varios monumentos esculpidos en bajorrelieve, siendo el más notable la Estela 2, que consigna el registro calendárico posicional más antiguo del sur de Mesoamérica, con la fecha de 36 a.C.39

Indudablemente, las excavaciones arqueológicas de Chiapa de Corzo constituyeron el punto de inicio para comprender la importancia de la cultura zoque prehispánica y, por ende, la existencia de una arqueología zoque, que todavía continúa siendo poco reconocida fuera del ámbito local y que debe ser diferenciada claramente de las evidencias materiales relacionadas con los grupos chiapanecas que datan de la parte final de la época prehispánica. Aunque el área geográfica de distribución de los hablantes de zoque se ha visto reducida notablemente en las últimas décadas, sus descendientes continúan ocupando aún diversas zonas del centro y occidente del estado de Chiapas, a diferencia del chiapaneca, cuyos hablantes se extinguieron desde hace más de un siglo, como lo indicaron en su momento Brasseur, Berendt o Seler.

Por otra parte, de los sondeos practicados bajo el Convento de Santo Domingo de Chiapa, Berlin pudo deducir que en realidad la capital de los chiapanecas —llegados a la región a finales del periodo Clásico— se localizaba en la zona baja o ribereña, sobre la cual se levantó la ciudad colonial y moderna.40 Es preciso recalcar que, desde el punto de vista de la arqueología del periodo Posclásico, existe una urgente necesidad por investigar y recuperar las evidencias materiales relacionadas con esta cultura, todavía poco conocida, que desempeñó un papel preponderante en la configuración de la sociedad de las tierras altas de Chiapas en los siglos previos y posteriores a la Conquista.

Consideraciones finales

En síntesis, podemos decir que más allá de los datos arqueológicos en sí mismos o de las dificultades de la asignación étnica de una antigua ciudad en ruinas, la aportación fundamental de los investigadores decimonónicos radicaría en la intención de analizar en forma integral las culturas locales, considerando todos los elementos a su alcance, desde los vestigios materiales y documentales hasta las costumbres tradicionales y la lengua, entre muchos otros datos que registraron en su momento y que han desaparecido al paso del tiempo. Por ello, constituyen valiosas fuentes de información para los estudios regionales y, sin duda, hay muchas temáticas que pueden ser enriquecidas gracias a estos esfuerzos precursores.

Con el fin de contextualizar las aproximaciones tempranas a la antigüedad chiapaneca, es relevante destacar que estas investigaciones corresponderían al periodo clasificatorio-descriptivo (1840-1914) en el ámbito de la historia de la arqueología americana, que se distingue de la etapa especulativa precedente por un cambio fundamental en la actitud y la perspectiva de la mayoría de los exploradores e intelectuales.41 Los desarrollos intelectuales y el surgimiento de nuevas vertientes académicas en Europa tuvieron un efecto significativo durante esta época, entre ellos el descubrimiento de la antigüedad del hombre en el Viejo Mundo, la publicación del origen de las especies de Darwin o el desarrollo de la estratigrafía geológica. Como parte de los esfuerzos en convertir a la arqueología en una disciplina científica y sistemática, se impulsó entonces el enfoque positivista centrado en un registro metódico de las evidencias.

Como se señaló en un inicio, de acuerdo con parámetros del «americanismo científico», resultan característicos en este periodo los intentos de vinculación de las fuentes documentales con las narrativas contemporáneas o la adopción del enfoque holístico, que intentaba incorporar los datos filológicos, lingüísticos, etnográficos y arqueológicos en una historia común, tal como puede verse reflejado en los estudios de los exploradores decimonónicos que hemos considerado en este trabajo. Incluso podría decirse que, en ciertas ocasiones, el dato arqueológico fue utilizado para consolidar la narrativa histórica, como sucedió en el caso de Brasseur o Berendt, que asociaban las ruinas de una antigua ciudad al pasado glorioso de los chiapanecas. Y aunque la arqueología moderna ha actualizado sus objetivos y técnicas de investigación, no está de más insistir en la importancia de esta visión integradora en el estudio de las culturas prehispánicas; si bien la disciplina arqueológica hace uso de una metodología propia a partir del análisis de las evidencias materiales, confluye con los objetivos de la historia al profundizar en nuestro conocimiento del pasado.

Finalmente, es importante reiterar que, a pesar de que la Depresión Central de Chiapas ha sido considerada en ciertas épocas como un área «periférica» por carecer de arquitectura monumental, escultura en piedra o textos jeroglíficos asociados a las grandes civilizaciones mesoamericanas, ello no significa que no hubiese desarrollado una importante tradición cultural prehispánica de largo alcance, asociada a los grupos zoqueanos y posteriormente a los chiapanecas. Las evidencias materiales y culturales de la antigua capital de Chiapa fueron objeto de interés por parte de unos cuantos exploradores pioneros durante la segunda mitad del siglo XIX, quizás en forma más modesta si la comparamos con otras áreas culturales, las cuales dieron como resultado los primeros registros sobre sus «antigüedades» y las propuestas iniciales sobre su etnicidad previa a la Conquista hispana, que ameritan ser rescatadas del olvido y contextualizadas en el ámbito de la investigación actual.

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Fecha de recepción: 12/06/2021 - Fecha de aceptación: 09/08/2021
* Mexicana. Doctora en Estudios Mesoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Ciudad de México, México. Investigadora del Centro de Estudios Mayas del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Ciudad de México, México. Correo electrónico: lynneth.lowe@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0003-2369-938X


1 Cabe señalar que este trabajo se ha derivado de las exploraciones arqueológicas realizadas en los últimos años como parte del Proyecto Chiapa de Corzo —New World Archaeological Foundation, Universidad Nacional Autónoma de México e Instituto Nacional de Antropología e Historia—, con el fin de rescatar información de acervos históricos y documentales que permitan profundizar en nuestros conocimientos sobre la adscripción cultural de esta región a través del tiempo; ello explica, asimismo, el énfasis dado a la toponimia, a la ubicación de los asentamientos y al registro de evidencias arqueológicas que han desaparecido con el paso del tiempo.

2 Cristina Bueno, The Pursuit of Ruins. Archaeology, History and the Making of Mexico (Albuquerque, EE. UU.: University of New Mexico Press, 2016), 25.

3 Ibíd.

4 Mechthild Rutsch, Entre el campo y el gabinete. Nacionales y extranjeros en la profesionalización de la antropología mexicana (1877-1920) (México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, Universidad Nacional Autónoma de México, 2007), 31.

5 Gordon Willey y Jeremy Sabloff, A History of American Archaeology (San Francisco, EE. UU.: W. H. Freeman and Company, 1974), 64-66.

6 Jan De Vos, «Origen y significado del nombre Chiapas», Mesoamérica, n.º 5 (1983): 3-4.

7 Carlos Navarrete, «The Chiapanec History and Culture», Papers of the New World Archaeological Foundation, n.º 21 (Provo, EE. UU.: Brigham Young University, 1966), 97.

8 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, ed. por M. León Portilla, Tomo II (Madrid, España: Historia 16, 1984), 198.

9 Para una descripción más detallada del pueblo colonial y sus barrios, véase Dolores Aramoni, «Don Juan Atonal, cacique de Chiapa de la Real Corona», LiminaR. Estudios Sociales y Humanísticos, vol. 2, n.º 2 (2004), https://doi.org/10.29043/liminar.v2i2.161

10 Lynneth S. Lowe, Chiapa de Corzo: una capital prehispánica de frontera (México: Centro de Estudios Mayas, Instituto de Investigaciones Filológicas, Universidad Nacional Autónoma de México, 2020).

11 Charles-Etienne Brasseur de Bourbourg, «Esquisses d’histoire, d’ethnographie et de linguistique pouvant servir d’instructions générales», Archives de la Comission Scientifique du Mexique, Tomo I (París, Francia: Imprimerie Impériale, 1865), 126.

12 Estos datos fueron consignados en una nota que forma parte de la extensa introducción de Brasseur a la publicación de la Relación de las cosas de Yucatán de fray Diego de Landa. Charles-Etienne Brasseur de Bourbourg, Relation des choses de Yucatan de Diego de Landa (París, Francia: Arthus Bertrand Éditeur, 1864), XCIII.

13 Acala es una antigua comunidad, asociada originalmente a la etnia chiapaneca, que durante el siglo XIX fue la cabecera colindante con Chiapa por el este. Es poco lo que se sabe del gobernador Nucamendi, aunque en la documentación de archivos aparece como uno de los principales contribuyentes del diezmo en Chiapa entre 1822 y 1831. José Enrique Sánchez Lima, El universo relacional de Mariano Grajales y Zapata: una historia social del poder en el Chiapas del siglo XIX (1813-1841) (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas: Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas y Universidad Autónoma de Chiapas, 2021).

14 Charles-Etienne Brasseur de Bourbourg, Bibliothèque Mexico-Guatémalienne précédée d’un coup de oeil sur des études américaines (París, Francia: Maisonneuve & Co., 1871).

15 Brasseur de Bourbourg, «Esquisses d’histoire...», 126.

16 De Vos, «Origen y significado...», 6.

17 Brasseur de Bourbourg, Bibliothèque Mexico-Guatémalienne..., 5.

18 Charles-Etienne Brasseur de Bourbourg, Voyage sur L’isthme de Tehuantepec: dans l’état de Chiapas et la république de Guatémala, exécuté dans les années 1859 et 1860 (París, Francia: Arthus Bertrand Éditeur, 1861).

19 Lynneth S. Lowe, «Carl Hermann Berendt: una concepción científica en los estudios mayas del siglo XIX», en Miradas regionales. Las regiones y la idea de nación en América Latina, siglos XIX y XX, ed. por A. Taracena (Mérida, México: Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México, 2013).

20 C. Hermann Berendt, Apuntes y estudios sobre la lengua chiapaneca (Colección Lingüística Berendt-Brinton, Ítem 121, Biblioteca de la Universidad de Pennsylvania, ms., 1869-1870), 16r. http://hdl.library.upenn.edu/1017/d/medren/9939048893503681

21 Juan de Albornoz, Arte de la lengua chiapaneca (Colección Lingüística Berendt-Brinton, Ítem 116, Biblioteca de la Universidad de Pennsylvania, ms., 1870), 20. http://www.famsi.org/research/mltdp/item116/

22 De Vos, «Origen y significado...», 6.

23 Berendt, Apuntes y estudios..., 16r.

24 Ibíd.

25 Heinrich Berlin, «Archaeological Excavations in Chiapas», American Antiquity, vol. 12, n.º 1 (1946): 19-29, https://doi.org/10.2307/275810

26 Berendt, Apuntes y estudios..., 15v.

27 Bruce Bachand y Lynneth S. Lowe, «Chiapa de Corzo y los olmecas», Arqueología Mexicana, vol. 18, n.º 107 (2011): 74-83.

28 Berendt, Apuntes y estudios..., 18r.

29 Ibíd., 14r.

30 Berendt, Apuntes y estudios..., 29v.

31 El cargo de Jefe Político tuvo su origen en las Cortes de Cádiz y se mantuvo en uso en diversas regiones de México por varias décadas; con la Constitución Federal de 1857, que garantizaba la libertad de organización de los estados, este cargo encabezaba los principales distritos administrativos. Al respecto, véase J. Lloyd Mecham, «The Jefe Político in Mexico», The Southwestern Social Science Quarterly, vol. 13, n.º 4 (1933), https://www.jstor.org/stable/42864833

32 Berendt, Apuntes y estudios..., 29v.

33 Eduard Seler, «De México a Guatemala por tierra, Actas de la Sociedad de Geografía de Berlín, 3 de julio de 1897», en Eduard Seler en México, ed. por Ma. Teresa Sepúlveda (México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1992), 66.

34 Eduard Seler, «From Mexico Overland to Guatemala», Collected Works in Mesoamerican Linguistics and Archaeology, vol. II (Culver City, Estados Unidos: Labyrinthos, 1991), 117.

35 Caecilia Seler-Sachs, Auf alten wegen in Mexiko und Guatemala (Berlín, Alemania: Reimer, 1900), 130-131.

36 Navarrete, «The Chiapanec History...».

37 Berlin, «Archaeological Excavations...».

38 Lowe, Chiapa de Corzo: una capital prehispánica....

39 Gareth W. Lowe y Pierre Agrinier, «Mound 1, Chiapa de Corzo, Chiapas, Mexico», Papers of the New World Archaeological Foundation, n.º 8 (Provo, Estados Unidos: Brigham Young University, 1960). Pierre Agrinier, «The Archaeological Burials at Chiapa de Corzo and their Furniture», Papers of the New World Archaeological Foundation, n.º 16 (1964). Thomas A. Lee, «The Artifacts of Chiapa de Corzo, Chiapas, Mexico», Papers of the New World Archaeological Foundation, n.º 26 (Provo,EE. UU.: Brigham Young University, 1969).

40 Berlin, «Archaeological Excavations...».

41 Gordon Willey y Jeremy Sabloff, A History of American Archaeology (San Francisco, EE. UU.: W. H. Freeman and Company, 1974), 42.

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