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ISSN 1023-0890 / EISSN 2215-471X
Número 28 • Julio-diciembre 2021
Recibido: 01/11/20 • Corregido: 19/01/21 • Aceptado: 28/02/21
DOI: https://doi.org/10.15359/istmica.28.2
Licencia CC BY NC SA 4.0

“La guerra nuestra de cada día”
Historia, violencia y pensamiento crítico en Ignacio Martín-Baró

"Our war every day"
History, violence and critical thinking in Ignacio Martín-Baró

Juan Pablo

Gómez Lacayo

Universidad Centroamericana (UCA)

Nicaragua

Resumen

Las guerras centroamericanas de la década de 1980 provocaron giros analíticos en las agendas intelectuales. En este trabajo estudio el caso de Ignacio Martín-Baró, psicólogo social y sacerdote jesuita de la Universidad Centroamericana (UCA) de El Salvador. Postulo que su propuesta de imprimir una perspectiva latinoamericana al pensamiento psicosocial derivó de la necesidad de comprender las crisis sociales surgidas con la guerra. Martín-Baró se interesó por el ‘mundo desgarrado de la vida cotidiana’ como lugar de análisis de los principales conflictos sociales, entre los que destacó la tortura y la alta dosis de crueldad manifestada en el ejercicio de la violencia. Por último, analizo sus reflexiones sobre los impactos de la guerra en la salud mental, especialmente en la niñez, y subrayo su llamado de atención sobre el carácter cultural de la violencia y los desafíos que ello implicaba para la imaginación de un nuevo futuro de convivencia. Si bien fue un pensador en constante alerta sobre la importancia del análisis históricamente sustentado para comprender las crisis sociales, sus intervenciones intelectuales imaginaron un futuro de viabilidad histórica y de sostenibilidad de la vida para las mayorías con las que comprometió su quehacer.

Palabras clave: Pensamiento psicosocial, Centroamérica, guerra, violencia, Ignacio Martín-Baró

Abstract

The Central American wars of the 1980s caused analytical twists in intellectual agendas. In this work, I study the case of Ignacio Martín-Baró, social psychologist and Jesuit priest from the Central American University (UCA) of El Salvador. I postulate that his proposal to print a Latin American perspective on psychosocial thought derived from the need to understand the social crises that arose with the war. Martín-Baró became interested in the ‘torn world of daily life’ as a place for analyzing the main social conflicts, among which he highlighted torture and the high dose of cruelty manifested in the exercise of violence. Finally, I analyze his reflections on the impact of the war on mental health, especially in childhood, and underline their call for attention on the cultural nature of violence and the challenges that this implies for the imagination of a new future of coexistence. Although he was a thinker in constant alert about the importance of historically supported analysis to understand social crises, his intellectual interventions imagined a future of historical viability and sustainability of life for the majorities with whom he committed his work.

Keywords: Psychosocial thinking, Central America, war, violence, Ignacio Martín-Baró

“La región [Centroamérica] no había experimentado nunca ni guerras civiles tan sangrientas ni una crisis económica tan profunda y prolongada” afirmó Edelberto Torres-Rivas con afán de resumir la década de 1980 en Centroamérica1. Quien archivó estas palabras en el texto social lo hizo con conocimiento de causa. Torres-Rivas fue uno de los principales intelectuales latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX. Conoció de primera mano la magnitud de las crisis del centro del continente. También, fue versado en crisis por haberlas vivido en carne propia: tuvo que salir de Guatemala al exilio por el conflicto armado. La mayor parte de su vida intelectual la realizó en el extranjero y solo regresó después de la firma de los acuerdos de paz en 1996.

Violencia política, dictaduras, exilios, guerras, precariedad, son términos presentes en los archivos intelectuales centroamericanos, ya como documentación de lo social, ya como registro autobiográfico. Poco hemos estudiado, sin embargo, cómo los intelectuales han vivido las crisis sociales de la región y de qué manera estas han marcado sus orientaciones y preocupaciones. El presente trabajo forma parte de una investigación más amplia que se preocupa por analizar cómo los conflictos políticos y las guerras de las décadas de 1970 y 1980 influyeron en las agendas intelectuales y qué efectos provocaron en las políticas de escritura2. Mi caso de estudio aquí es Ignacio Martín-Baró, psicólogo social y sacerdote jesuita que desarrolló su trayectoria académica en la Universidad Centroamericana (UCA) de El Salvador.

Las investigaciones de Martín-Baró pueden leerse como un registro documental del estado de amenaza en que se encontraban las personas dedicadas a la academia y que, desde el inicio de la guerra en 1980, se involucraron en la comprensión y solución de la crisis. Para citar un par ejemplos, en Acción e ideología (1983), Martín-Baró anotó que escribió ese libro mientras las fuerzas de seguridad realizaban cateos a su residencia, después de conocer del asesinato de algún colega, o justo bajo los efectos del estallido de una bomba en el propio lugar de trabajo, como las enviadas a la UCA en 1976 después de la publicación del texto, A sus órdenes mi capital, de Ignacio Ellacuría. “El solo hecho de nombrar [la realidad] con verdad constituye un acto subversivo”, expresó Martín-Baró en su introducción a Acción e ideología (1983)3. En la introducción a Psicología social de la guerra (1990), señaló que el inicio de la guerra civil encontró a los psicólogos sociales salvadoreños sin preparación para responder a las nuevas problemáticas. En esas líneas habla de los psicólogos asesinados por ‘escuadrones de la muerte’ en los inicios de la guerra.

Los ejemplos anteriores indican la centralidad de la guerra en la trayectoria intelectual de Martín-Baró. De afirmar que cuando la guerra inició en 1980 los científicos sociales no estaban preparados para responder a las crisis psicosociales que la misma traería, pasó a dedicar sus investigaciones a la comprensión de las crisis, así como a buscar su solución más inmediata. Además, su compromiso con el conocimiento crítico lo llevó a investigar conexiones intelectuales que ayudaran a trabajar las necesidades que el nuevo contexto demandaba. Uno de los primeros resultados de esa búsqueda intelectual fue iniciar una discusión con el canon dominante de la psicología social y proponer la necesidad de imprimir una ‘perspectiva latinoamericana’ al análisis psicosocial4. De esta discusión resultó un giro analítico sustantivo: su proyecto de elaborar una Psicología social desde Centroamérica.

Giro analítico: una ‘perspectiva latinoamericana’

Considerarse un sujeto partícipe de las vivencias cotidianas y de los sufrimientos de la sociedad salvadoreña condujo a Martín-Baró a reflexionar sobre los desafíos del pensamiento psicosocial durante la guerra civil. Comprometido con la construcción de conocimiento útil a los procesos sociales, en sus palabras, “una psicología social que junte el rigor científico con el compromiso social”5, señaló su inconformidad con las corrientes dominantes de la psicología social, “de corte y factura norteamericanas”6.

Si bien reconoció aportes significativos en la psicología social norteamericana, para entonces con más de un siglo de avances, criticó sus pretensiones de validez universal. Conocimientos que estos cuerpos bibliográficos consideraban universalmente válidos y significativos, para Martín-Baró eran realmente de carácter provinciano y solo verificables en condiciones locales y abstractas. En vista de lo anterior, aunque se interesó por construir un diálogo con los cuerpos teóricos dominantes, su principal apuesta –y esto me interesa subrayarlo– fue transitar hacia un análisis psicosocial con ‘perspectiva latinoamericana’ que contribuyera a comprender y solucionar las crisis más agudas de la región.

Martín-Baró construyó este giro analítico en su proyecto Psicología social desde Centroamérica. En uno de los resultados de este proyecto, Acción e ideología (1983), indicó que, varios años antes de la publicación de este libro, Centroamérica ya se había convertido “en uno de los puntos más críticos del globo”7. Sin embargo, se negó a concebir la región centroamericana únicamente como territorio del expansionismo soviético –imagen que desde su perspectiva era impulsada por la política exterior de Estados Unidos, en ese momento bajo la administración Reagan (1981-1989). Si bien era obvia la existencia de intereses internacionales sobre la región, Martín-Baró miraba Centroamérica como el escenario de un “levantamiento de pueblos miserables que, cansados de promesas y engaños, hastiados de la esclavitud y represión, han acudido a las armas como recurso último de liberación”8. Ese pueblo, al que en otros momentos se refiere como “las mayorías populares centroamericanas”9 fue, de hecho, el nuevo interlocutor que le motivó a entablar un diálogo crítico con la psicología social norteamericana. Así, pensó su labor académica desde “los problemas que más afectan a nuestros pueblos, empezando por el de la explotación y la miseria, y terminando por el de la guerra que hoy asola Centroamérica en forma más o menos larvada”10.

La aguda convulsión social de la región fue una preocupación que Martín-Baró señaló reiteradamente en sus análisis. En clave de análisis psicosocial, en sus publicaciones encontramos las masivas violaciones a los derechos humanos en casi todos los países de la región; las matanzas masivas de poblaciones indígenas en Guatemala y de poblaciones campesinas pobres en El Salvador; el recurso de la desaparición de sectores de obreros y profesionales en las ciudades capitales para eliminar voces disidentes; el asesinato de sacerdotes críticos del autoritarismo y el militarismo; el aumento de la crueldad notable, por ejemplo, en la proliferación de cadáveres decapitados y arrojados en basureros públicos. Vistos en conjunto, expresiones de una violencia que, como él mismo afirmó, hizo de Centroamérica un referente global de crisis. De hecho, Acción e ideología (1983), libro antes citado, se publicó pocos años después de las ejecuciones sumarias realizadas contra población civil campesina: las masacres conocidas como Río Sumpul (14-15 de mayo, 1980), Río Lempa (20-29 de octubre, 1981) y El Mozote (diciembre, 1981), todas registradas en el informe de la comisión de la verdad para El Salvador, titulado De la locura a la esperanza (1992-1993).

Martín-Baró consideró que una de las dificultades que enfrentaba el pensamiento social en Centroamérica estaba relacionada con el propio bagaje teórico de las ciencias sociales. En sus palabras, “la mayor parte del conocimiento disponible […] echa sus raíces en una perspectiva desde el poder establecido”11. A su parecer, si bien los textos de psicología eran cada vez mejor recibidos por un público lector, estos promovían una concepción individualista de las personas como “ideales de la vida humana”12. En concreto, Martín-Baró cuestionó asuntos importantes. Uno de ellos estuvo tras la siguiente pregunta: ¿A las necesidades de quién respondía el pensamiento psicosocial en boga y en qué medida se podía o no afirmar que se trataba de un pensamiento original? Este cuestionamiento le permitió afirmar que una tendencia del pensamiento psicosocial era responder a necesidades mercantiles y que, consecuentemente, predominaba un pensamiento homogéneo que contrastaba con la heterogeneidad social.

Vinculado a lo anterior, otro asunto que discutió fue la tendencia a importar teoría y ajustar la realidad propia a los marcos teóricos importados. Además de ser una postura cómoda, consideraba esta actitud “una forma sutil de eludir la responsabilidad científica frente a los problemas específicos de la propia realidad”13. Para él, resultaba fundamental construir conocimiento “desde la propia realidad”. En su caso, lo anterior significaba desde Centroamérica: “desde los conflictos y problemas que viven los pueblos centroamericanos para, desde esa perspectiva peculiar, ir enhebrando los temas básicos de la ciencia social”14.

Proponer como tarea urgente una ‘perspectiva latinoamericana’ surgió de identificar un contraste que, en sus palabras, era al menos ‘chocante’: la realidad presentada por las corrientes dominantes de psicología social –a través, por ejemplo, del análisis de dinámicas de grupo o de la personalidad– y la ‘propia realidad vivida’ día a día. Martín-Baró calificó esta disociación entre conocimiento y experiencia como ‘desencarnamiento’. Sin ambages, afirmó que mientras la sociedad salvadoreña estaba sumida en una guerra y una crisis socioeconómica profunda que solo en un lapso de tres años ya había producido miles de víctimas, “el mundo presentado por la mayoría de psicólogos sociales era el mundo de los Estados Unidos”15.

Dada la situación anterior, cuestionó la existencia de una práctica académica disociada de las problemáticas “más cruciales de su propia existencia, de su propia historia”16. En lugar de “pretender vender como universal lo que es local y parcial”, propuso dos asuntos fundamentales para analizar las crisis centroamericanas: 1) “reintroducir la historia en la psicología social […] situar y fechar el conocimiento psicosocial”17, y 2) posicionarse analíticamente en las ‘aristas hirientes’ y en los ‘contextos de significación comprometedora’18. Con respecto a la centralidad de la historia en la psicología social, Ignacio Dobles señala que la perspectiva histórico-social de Martín-Baró constituyó un “antídoto contundente ante las pretensiones universales (usualmente eurocéntricas) y ahistóricas que suelen arropar a la psicología hegemónica”19.

En concordancia con lo anterior, es importante mencionar que la perspectiva de realidad social en Martín-Baró no era ni homogénea ni armoniosa. A su parecer, esta realidad solo existía en el mundo fantasmal que proyectaban los libros. En sus palabras, en estas narrativas,

[…] los grupos parecen elaborar sus normas de convivencia a fin de que cada cual encuentre su función social en un universo armonioso, en lugar de soportar los embates de una estructura social discriminadora que impone presiones y aplica represiones desde las exigencias insaciables de quien controla el poder20.

A contrapelo de este universo armonioso, el concepto de realidad social por el que apostó Martín-Baró fue pluriforme, de crisis profunda y de larga duración. Como se puede ver en la cita, pensó el poder como control y la estructura social como discriminación y represión. A esta realidad la catalogó como el “mundo desgarrado de la cotidianidad”21.

Centroamérica: el ‘mundo desgarrado de la cotidianidad’

Al proponer un pensamiento psicosocial con ‘perspectiva latinoamericana’, Martín-Baró consideró fundamental situarse de cara a la ‘realidad cotidiana tal y como es vivida por la mayoría de la población centroamericana’. Leamos sus palabras:

Nuestro punto de partida será la realidad cotidiana tal como es vivida por la mayoría de la población centroamericana y, más particularmente, salvadoreña. No pretendemos tampoco ser imparciales en la elección y enfoque de los temas, con esa pretendida asepsia de quien selecciona por inercia, sin examinar los criterios que, consciente o inconscientemente, están determinando la elección. Elegimos precisamente aquellas situaciones, procesos y fenómenos que nos parecen reflejar mejor los conflictos claves que confronta hoy el pueblo centroamericano22.

Como ilustra esta cita, el punto de partida para analizar la realidad social es la experiencia cotidiana. La noción de cotidianidad no es homogénea. Depende, entre otras cosas, de la posición que se ocupe en la estructura social. En ese sentido, Martín-Baró privilegió en su elección analítica la vida cotidiana según la vivían las mayorías. Estableció así un contrato con las mayorías, cuyo destino, como se observó anteriormente, era ser objeto de un poder de control y una estructura social de discriminación y represión. Articuló su discurso, situado desde la psicología social, con sus sufrimientos y aspiraciones23. También, tal y como señala la cita, no pretendió imparcialidad ni asepsia en la elección de las temáticas de estudio. Explícitamente apostó por analizar situaciones, procesos y fenómenos que dieran cuenta de ‘conflictos clave’ con los que se enfrentaba el pueblo centroamericano. En lugar de responder a las agendas de los centros globales de conocimiento, el pensamiento social elaborado desde Centroamérica debía sumergirse en los registros conflictivos y desgarrados de la vida cotidiana; levantar el expediente de las crisis sociales conociendo de primera mano, con cercanía y compromiso, los conflictos más urgentes de las mayorías.

Reflexiono ahora en torno a algunos ejemplos que permiten comprender con mayor detalle en qué lógicas conflictivas de la vida cotidiana puso su atención Martín-Baró. Empiezo con su interés por la tortura. Si bien reconoció que la tortura es un fenómeno de larga data en la historia de la humanidad, su interés radicó en el hecho de que su ejercicio en El Salvador adquiría carácter sistemático y cotidiano. Léase la siguiente cita al respecto:

La tortura sistemática a enemigos políticos ha alcanzado recientemente en nuestros países cuotas de crueldad repugnantes a la conciencia contemporánea, así como un carácter institucional que abiertamente contradice la llamada ‘vocación democrática’ de la que los gobernantes de turno gustan proclamarse fieles seguidores. Existen pruebas fehacientes de que la tortura es práctica normal para los cuerpos de seguridad en El Salvador. La declaración jurada del reo político Reynaldo Cruz Menjívar (1978), que logró escapar de la cárcel, es un desgarrador testimonio de los niveles de salvajismo e inhumanidad a que puede llegar la relación entre seres humanos24.

Encuentro en esta cita los criterios por las cuales Martín-Baró eligió la tortura ejecutada contra enemigos políticos como una ‘arista hiriente’ de la sociedad salvadoreña. Un criterio de su elección fue que los niveles de crueldad que esta había alcanzado desafiaban la ‘conciencia contemporánea’. Al hablar de hechos que desafiaban la conciencia, es notorio el apoyo que Martín-Baró encontró en la escuela de Frankfurt, en particular en trabajos de Theodor Adorno, como La personalidad autoritaria (1950) y Superar el pasado (1965), ambos realizados con el ánimo de comprender Auschwitz. Martín-Baró afirmó que,

El mismo tipo de preguntas puede y debe hacerse en situaciones como la de El Salvador. ¿Qué significa tanta violencia? ¿Cómo se ha podido llegar hasta ahí? ¿Cómo es posible que personas hasta ayer pacíficas, religiosas y razonables, se hallen hoy envueltas en esa danza macabra de sangre? ¿Cómo explicar que asociaciones respetables, que incluso apelan a valores cristianos y democráticos, respalden el aniquilamiento masivo de grupos humanos y hasta reclamen un baño de sangre todavía más amplio y generalizado?25

Además de señalar una conexión intelectual transatlántica entre Martín-Baró y Adorno, esta cita deja claro que la preocupación por cómo la crueldad desafiaba la ‘conciencia contemporánea’ tenía de fondo comprender los significados de la violencia y la convivencia de un discurso público católico y democrático con el respaldo a la aniquilación del ‘enemigo político’. Recuerdo al respecto la conocida frase, ‘Haga patria, mate un cura’, inicialmente utilizada para propiciar el asesinato de Oscar Arnulfo Romero en 1980 y, posteriormente, usada para alentar el asesinato de otros sacerdotes y mujeres religiosas.

Además de Romero, en su artículo sobre Ignacio Ellacuría, Bradley Hilgert señala los casos de Rutilio Grande, asesinado en 1977, y la matanza y violación de las monjas Maryknoll en ese mismo año26. En su análisis sobre la violencia, Martín-Baró dijo algo que hace sentido con la frase mencionada sobre ‘hacer patria’: “Matar a otra persona deja de ser delito para convertirse en necesidad social tan pronto como esa persona es definida como enemigo de la patria y su asesinato es amparado por la autoridad”27.

Otro criterio de elección de la tortura fue su carácter institucional. Era el estado y sus cuerpos de seguridad quienes la ejecutaban sistemáticamente contra la disidencia política. Mientras internamente la tortura adquiría carácter sistemático, las elites nacionales-militares y el gobierno norteamericano emitían un discurso que ponía al país como “ejemplo de las nuevas democracias latinoamericanas que habrían ido surgiendo durante la última década, en particular en el área centroamericana, donde solo Nicaragua constituiría la excepción”28. La tortura entonces era una evidencia difícilmente objetable que desafiaba esta retórica y que ponía al descubierto las constantes violaciones a los derechos humanos por parte del estado.

El tercer y último criterio de selección de la tortura es que esta había adquirido carácter de normalidad en los cuerpos de seguridad. Para analizar esto, Martín-Baró se apoyó en teorías constructivistas que postulaban la construcción social de la violencia. Ello le permitió afirmar que los agentes de la violencia –en este caso quienes torturaban– requerían de un derecho otorgado por el poder establecido para ejecutar la tortura como un trabajo. También, citando a Paulo Freire mencionó el importante papel que juega el proceso de ‘devaluación de la víctima’ para “garantizar la conciencia de quien comete un acto de violencia”29. Si bien Martín-Baró eligió pensar para y con las mayorías populares y las víctimas de la violencia, también se preguntó por la situación de los agentes de la violencia y su posible condición de sometimiento y esclavización a un interés que demandaba su deshumanización.

No dejar morir, pero apenas dejar vivir

Como evidencia de la sistematicidad de la tortura, Martín-Baró citó el testimonio de Cruz Menjívar, un reo político. Como sobreviviente de tortura, su testimonio encarnaba la normalización de una relación deshumanizante. Cito un fragmento:

[…] Cuando me veían desfallecido, casi sin aliento y desmayado, ensangrentado y entumecido por los golpes y malos tratos, me iban a tirar como si fuera un fardo a la celda que me habían asignado, en la cual las cucarachas, los mosquitos, zancudos, moscas, ratas y gran cantidad de otros insectos pululaban entre los excrementos y orines, ya que la celda carecía de algún orificio en el suelo para que la suciedad pudiera salir […] Así era la rutina durante los primeros veintiséis días30.

‘Así era la rutina’ es una frase que hace sentido de cotidianidad y acuerpa lo antes dicho por Martín-Baró: el carácter de normalidad, la responsabilidad institucional y la alta dosis de crueldad que envuelve la práctica de la tortura. Según el testimonio expresado por Cruz Menjívar, los cuerpos de seguridad salvadoreños responsables de torturarlo lo mantuvieron entre la vida y la muerte por muchos días. Era una reducción de la vida humana a su mínima expresión. Además, es claro en el testimonio que hubo una disposición institucional de crearle un ambiente de vida degradante y deshumanizador, en el que sus necesidades básicas no eran garantizadas.

La dosis de crueldad incluía crearle un ambiente inmediato de vida que atentaba contra la salubridad básica de la misma. Esto último ilustra con detalle la preocupación de Martín-Baró por cómo la tortura generaba una crisis sociopolítica y humanitaria, tanto en la víctima de la tortura como en quien la ejecutaba. Es obvio que toda guerra indica la existencia de una crisis sociopolítica. Sin embargo, la violación de derechos políticos y humanos, la existencia de reos políticos y la aplicación de la tortura explica solo parcialmente la magnitud de la crisis salvadoreña. Ello da cuenta de la inexistencia de un estado de derecho, del uso de medidas autoritarias para silenciar el disenso, y de un sistema político que requería construir un enemigo para conservar el poder. Como señaló el informe De la locura a la esperanza, no hay duda de que “esta violencia se originó en una concepción política que había hecho sinónimos los conceptos de opositor político, subversivo y enemigo”31.

Además de lo anterior, el análisis de la situación salvadoreña demandaba entender también otra problemática: la crueldad como componente específico de la violencia. La crisis social no consistía únicamente en un problema de carácter estructural. Se extendía al tipo de subjetividades de poder y dominación que se desarrollaban bajo la ‘histeria anticomunista’, como Martín-Baró también llamó a este período. Este fue un aporte a la comprensión del nivel de crisis al que llegó la sociedad salvadoreña. Preguntarse por las razones psicosociales de este ánimo de crueldad y castigo, por la personalidad de los torturadores, las motivaciones de las personas que estaban ejecutándolo y el tipo de relaciones humanas que de la misma se derivaban resultaba clave32. En Cruel Modernity, Jean Franco ha puesto la crueldad en el centro de sus preocupaciones sobre la modernidad y las culturas latinoamericanas, al llamar la atención por cómo los estados del subcontinente crearon un ambiente en el que la crueldad emergía como un recurso viable en aras de defender la seguridad nacional33.

Destacable en la propuesta de Martín-Baró es que en sus planteamientos la tortura era una relación social que no podía explicarse únicamente a partir de la realidad individual de quienes participaban en ella, ya como torturador, ya como torturado. En ello se puede localizar, a mi parecer, una contribución significativa a la discusión y comprensión de la crisis salvadoreña y centroamericana. Desde su perspectiva, estas eran algunas de las preguntas que era necesario trabajar desde la psicología social con respecto al fenómeno de la tortura:

¿Cómo puede mentalmente una persona llegar a convertirse en torturador? ¿Cuál es el significado social del proceso de tortura? ¿Cómo reaccionan las personas a la tortura? ¿Qué efectos transitorios y permanentes produce en los grupos sociales el peligro real de la tortura?34

Estas preguntas indican que Martín-Baró se preguntó tempranamente por la extensión y durabilidad social de la tortura como relación social durante la guerra y más allá de ella. De qué manera El Salvador cargaría en el futuro con este pasado de tortura y violencia política es un asunto que ya tenía lugar en su agenda de preocupaciones desde el primer quinquenio de los años `80.

Vuelvo al testimonio de Cruz Menjívar. Más que una voz individual, en él se encuentra una ‘situación vital’ producida por la guerra. El concepto de ‘situación vital’ le sirvió a Martín-Baró para capturar el estado en que las crisis sociales conducían la vida humana. En el caso de Cruz Menjívar, la gestión de su vida se orientó a no dejarlo morir, pero apenas dejarlo vivir. Ver esto solo fue posible gracias a la preocupación por registrar de primera mano y de voz de los sobrevivientes la lógica a la que era reducida la vida. Un cuerpo ensangrentado, entumecido por los golpes, que pierde el aliento de vida era una realidad que no remitía a la imagen de una ‘nueva democracia’ sino a lo que Achille Mbembe puso en el centro de su preocupación por las figuras de la soberanía: “la instrumentalización de la existencia humana y la destrucción material de cuerpos humanos y poblaciones”35. Subrayar la cotidianidad de esta ‘situación vital’ es clave porque significa que no era una situación excepcional. En ese sentido, Cruz Menjívar es representativo del estatuto de las ciudadanías disidentes que el estado considera enemigos y sobre los que reclama el derecho a vida o muerte. A eso Martín-Baró lo llamó la “normal anormalidad” que marcó El Salvador durante su periodo bélico36.

Prueba de que el testimonio de Cruz Menjívar no constituye una excepción es la siguiente cita que documenta el comportamiento de poblaciones campesinas desplazadas por la guerra como producto de su ‘situación vital’. Encuentro la cita en las reflexiones de Martín-Baró sobre Guerra y salud mental y copio el siguiente fragmento:

Las primeras veces que entré en contacto con grupos de campesinos desplazados por la guerra sentí que mucho de su proceder mostraba trazas de delirio paranoide: estaban constantemente alertas, multiplicaban las instancias de vigilancia, no se fiaban de nadie desconocido, sospechaban de todos cuantos se acercaran a ellos, escrutaban los gestos y las palabras en busca de posibles peligros. Y, sin embargo, conocidas las circunstancias por las que habían pasado, los peligros reales que aún los acechaban, así como su indefensión e impotencia para enfrentar cualquier tipo de ataque, uno llegaba pronto a comprender que su comportamiento de hiperdesconfianza y alerta no constituía un delirio persecutorio fruto de sus ansiedades, sino el planteamiento más realista posible dada su situación vital. Se trataba, sin lugar a dudas, de la reacción más normal que podía esperarse ante las circunstancias anormales que les tocaba enfrentar37.

En esta cita, la idea de una ‘normal anormalidad’ da sentido al proceder de una subjetividad afectada por la violencia y la guerra. Ya sea una experiencia individual, como la que se observa en el testimonio de Cruz Menjívar, o una colectiva como los grupos de campesinos desplazados de guerra, la cotidianidad es un registro ‘desgarrado’. El informe De la locura a la esperanza señala que en el período en que Martín-Baró realizaba sus investigaciones y detectó este comportamiento de las poblaciones campesinas fue justamente el período en que la violencia sistemática, el terror y la desconfianza se instituyeron como ‘rasgos esenciales’ de la sociedad y ‘práctica común’38.

En lugar de dejarse llevar por el impulso científico de ver a la población desplazada como paciente y diagnosticar su comportamiento como ‘delirio paranoide’, optó por comprenderlo como realista dada su ‘situación vital’. Ello indica la relevancia que tuvo el contexto local y la propia realidad como criterios de valoración intelectual. Una contribución significativa de la perspectiva desarrollada por Martín-Baró es no limitar su análisis a diagnosticar el comportamiento de las poblaciones afectadas por la guerra, sino verlo como derivado de un lazo social de carácter histórico. Dobles subraya esto cuando señala que Martín-Baró destacaba en su análisis de la violencia “la dimensión histórica del fenómeno, y su particular significado psicosocial, que no puede disociarse de su contexto histórico y cultural”39. De hecho, Dobles considera que la visión integradora e histórico social que marca el análisis de la violencia realizado por Martín-Baró es uno de sus principales aportes teóricos al estudio de la violencia40. Al seguir a Dobles, considero que para Martín-Baró lo prioritario de analizar es el tipo de relación humana y social que se ha formado históricamente y que llevó a la guerra. Es en ese marco es que se entiende su postulado de que en El Salvador un análisis de la violencia exigía un ‘recordatorio histórico’.

La violencia no se convirtió en diariedad ni la muerte en normalidad de un día a otro. El recordatorio histórico fecha la década de 1930 como contexto significativo. Esto sitúa en el proceso de militarización y paramilitarización a través del cual el estado salvadoreño sustentó sus estructuras de dominación; “dominación sin hegemonía”, vale subrayar, como indica Partha Chatterjee que recuerda a Ranajit Guha41. Ya en los inicios de 1970 se perfiló una grave crisis social. A mayor nivel de organización de demandas populares y democratizadores, mayor cierre de todo espacio de diálogo y solución de conflictos. La sistemática conculcación de derechos humanos producía acumulación de frustraciones y rabia. El golpe de estado de 1979 formalizó el conflicto y el país inició la década de 1980 en guerra civil. Tres años después, en 1983, Martín-Baró afirmó que la guerra ya se había convertido en “la realidad más totalizadora en la vida de El Salvador” y que otras formas de violencia existentes solo podían entenderse adecuadamente en referencia al contexto bélico y como efecto de la pérdida de esquemas viables de convivencia42.

Quiero detenerme nuevamente en la crueldad. La siguiente cita forma parte de un informe de la Oficina de Tutela Legal del Arzobispado de San Salvador de diciembre de 1982:

A Pedro […] le habían quitado los pechos con un cuchillo y a Jerónimo también le habían quitado las chiches (los pechos) y tenía una gusanera y ya le estaba escurriendo la sangre por las costillas; a Jesús […] le quitaron las orejas y se miraba que como si le hubieran quebrado los brazos y a Francisco le habían hecho unas peladuras en la parte de la quijada, le volaron el cachete […] a Isaías le habían volado las narices y le habían hecho un hoyo en el estómago con machete y todo el tripado lo tenía de fuera y toda la parte de la placa se la habían dejado pelada […]” Los siete cadáveres no mostraban orificios de bala y estaban decapitados43.

En esta cita, la crueldad aparece como trabajo manual. Es obvia la existencia de un ánimo letal contra el enemigo político, pero la magnitud de la crueldad constituye un registro propio, incluso con cierta autonomía en el proceder. En sintonía con esto, Edelberto Torres-Rivas, en Revoluciones sin cambios revolucionarios, se preguntó: “¿Por qué tanta violencia de parte del estado hacia la población civil? ¿Cómo podemos explicar dicha violencia?”44. En la cita, el asunto no es solo desaparecer al disidente sino cómo hacerlo. En este caso, a pesar de que los cuerpos de seguridad estaban armados, ninguno de los siete cadáveres mostraba orificio de bala, pero sí cuerpos desmembrados y decapitados. Después de leer la cita es claro por qué preocupaba tanto a Martín-Baró la crueldad que se desarrollaba y el hecho de que la comprensión de la violencia superaba un registro numérico de víctimas. Consecuentemente, urgía incluir las altas dosis de crueldad al análisis para “comprender la magnitud cualitativa de la violencia”45.

Cuando Martín-Baró menciona la dosis de crueldad presente en las prácticas de violencia, dice lo siguiente:

Es raro el cadáver que no presenta muestras de violación y daño físico en el cuerpo, a menudo deformado. Pero está sobre todo la práctica del descuartizamiento y del exhibicionismo macabro: cadáveres que aparecen diseminados en pedazos por las cunetas de los caminos o arrojados en basureros, madres con el vientre abierto y el feto cortado en trozos, cabezas sin cuerpo colgadas de las ramas de los árboles o en los muros de algún edificio, cuerpos sin cabeza expuestos con letreros firmados por algún “escuadrón de la muerte”46.

Hasta aquí se ha visto cómo la idea de pensar desde el ‘mundo desgarrado de la cotidianidad’ tomó forma en prácticas concretas como la tortura sistemática y la crueldad. Ambas sintomáticas de una crisis sociohistórica. Como antes señalé, en opinión de Martín-Baró era necesario elaborar un ‘recordatorio histórico’ para entender la violencia de los años `80. En otro momento de sus investigaciones propuso un proyecto de ‘historia psicosocial de la violencia’47. Entre otras cosas, esta historización debía encargarse de analizar cómo una sociedad se abría a la violencia, en qué contexto social lo hacía, cómo y quiénes elaboraban la violencia, cuáles eran sus causas inmediatas y cómo se producía su institucionalización. Con respecto al contexto social, dejó claro que “la misma configuración de la organización social de El Salvador constituye ya un estado de violencia dominadora de los pocos sobre los muchos, de los poderosos sobre los impotentes”48. A este tipo de violencia la calificaba como ‘violencia estructural’ o ‘desorden establecido’. Reitero al respecto la pertinencia del término “dominación sin hegemonía”, antes citado. En su conjunto, la historización psicosocial permitía comprender la violencia a distintos niveles. En su institucionalización: “el terrorismo desde arriba constituye una instancia extrema de la institucionalización de la violencia”49. En su individuación, en la existencia de personas que “afirman su identidad en forma necrofílica, es decir, impidiendo la humanización de los demás”50.

‘La guerra nuestra de cada día’

Otra contribución de las investigaciones de Martín-Baró a la comprensión de los conflictos de la región centroamericana y, en particular de El Salvador, tuvo como núcleo su pensamiento en torno al impacto de la violencia política y la guerra en la salud mental de la población. Al respecto destaco tres problemáticas: cómo la guerra se convirtió en marco fundamental de la vida social, los elementos productores del trauma psicosocial y los impactos del trauma en la niñez.

En su texto introductorio a Psicología social de la guerra, Martín-Baró señaló cómo la guerra se extendía y se prolongaba a lo largo de la década de 1980 hasta que su impacto alcanzó a “la totalidad de la población, directa o indirectamente”51. El alcance de la guerra no se limitaba a las dos partes enfrentadas –el ejército estatal y las fuerzas guerrilleras del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN)– sino que alcanzaba prácticamente a toda la sociedad. “Es difícil encontrar hoy en El Salvador alguna familia que no tenga algún hijo en la guerra, sea en un bando o en el otro, o que no haya sufrido en carne propia el impacto de la violencia, de la represión o de la muerte”, afirmó categóricamente52. A esta situación crítica era necesario sumar un progresivo deterioro económico que minaba una situación vital de precariedad preexistente a la guerra civil. Así, el asunto prioritario giraba alrededor de los desafíos del pensamiento social, al considerar que la guerra se convertía en marco fundamental de referencia de la vida social, asunto que en el día a día significaba la naturalización de la guerra, como se aprecia en la siguiente cita:

Nos hemos acostumbrado a vivir en guerra; nadie se extraña de que en cualquier esquina de la capital estalle repentinamente una “balacera”, y menos aún que, cinco minutos después, la vida vuelva a su normalidad, como si nada hubiera pasado; nadie se alarma por el estallido de una bomba o de disparos cercanos, sino más bien evalúa la distancia a fin de ajustar su programa o itinerario al posible contratiempo; y nadie se rasga ya las vestiduras cuando, periódicamente, aparecen cadáveres tirados en las cunetas de las carreteras o en algún basurero. Es parte de la guerra, la guerra nuestra de cada día53.

Como ilustra esta cita, Martín-Baró se preocupó por la desaparición de una actitud de extrañamiento social en torno a la guerra. A pesar que la naturalización aparentaba una especie de conformismo, Martín-Baró estaba seguro de que la guerra afectaba severamente la psicología de la población. Trabajar la guerra como un asunto de salud mental llevó a Martín-Baró a definir la realidad salvadoreña con el concepto de ‘situación límite’. Con ello quiso nombrar el ambiente de crisis sistémica que envolvía a la sociedad salvadoreña. Había una situación límite en tanto estaba amenazada, “la misma viabilidad y supervivencia histórica de un pueblo”54. Situación límite entonces alude a una situación en que la vida social, como conjunto, está amenazada por un escenario de crisis múltiples derivadas de una guerra o un conflicto. En la siguiente cita, elaborada en Un psicólogo social ante la guerra civil en El Salvador, Martín-Baró define con mayor detalle qué entiende por situación límite:

Desde 1980, El Salvador se ha convertido en una situación límite: más de treinta mil muertos y medio millón de refugiados en un país de apenas cinco millones de habitantes son testimonio trágico, pero fehaciente, de que vivir hoy en El Salvador exige poner en juego la propia vida, es decir, aquello que se es y que se cree. Las situaciones límite son el mejor crisol epistemológico, allá donde aparecen los rostros desnudos de normalidad y locura, de conciencia y alienación, de vida y de muerte”55.

La guerra civil salvadoreña llevaba la vida, las creencias y las identidades a su límite. Situación límite es un concepto que ilustra los efectos de la guerra y la gestión que esta hace de la vida. Pero su relevancia conceptual es aún mayor. Situación límite es una perspectiva epistémica, una posición para elaborar pensamiento crítico desde las tensiones entre razón y locura, conciencia y sujeción, vida y muerte. También, definir la guerra como situación límite y señalar que sus efectos se sentían en toda la sociedad no significa que Martín-Baró no se haya percatado que la guerra afectó de manera diferenciada a la sociedad. Al respecto, afirmó que, “quienes día tras día mueren en los frentes de batalla pertenecen en su gran mayoría a los sectores más humildes de nuestra sociedad, en donde se alimenta discriminatoriamente la leva militar”56. También identificó a las poblaciones campesinas como las que “sufren el impacto directo del quehacer bélico, que destruye sus viviendas y arrasa sus milpas”57. Estos sectores eran los más golpeados, no solo por la guerra, sino por las crisis socioeconómicas derivadas de ella: el encarecimiento de la vida, el creciente desempleo y los problemas de atención en salud pública. En conjunto, vemos un cuadro de crisis social aguda en el que no resultaba una exageración afirmar que la supervivencia colectiva estaba en peligro.

Una de las principales contribuciones del pensamiento de Martín-Baró a la comprensión de la ‘guerra nuestra de cada día’ y a la identificación de los sectores más afectados por la misma, fue situar la niñez como “el grupo que más debe reclamar nuestra atención”58. Su preocupación por la niñez se encuentra en su llamado de atención a pensar en las consecuencias a largo plazo de la guerra sobre la salud mental.

Consideró a la niñez de su momento como ‘verdaderos hijos de la guerra’ y propuso que el pensamiento social tuviese como tarea prioritaria “cuidar que [los hijos de la guerra] no estructuren su personalidad mediante el aprendizaje de la violencia, de la irracionalidad y de la mentira”59. Clave en su propuesta intelectual fue subrayar que esta tarea no debía limitarse a tratamientos dirigidos a individualidades. Se trataba, más bien, de un trabajo de cambio cultural. Ello demandaba encontrar modelos teóricos y estrategias de intervención social que ayudaran a romper con una cultura de violencia y sustituirla por vínculos colectivos humanizadores. ¿Ha perdido vigencia este desafío en Centroamérica? ¿Ha dejado la niñez de estar en el centro de las situaciones límite configuradas por viejos y nuevos conflictos en la región centroamericana?

Pasado/futuro: ¿Un horizonte de nuevas formas de convivencia?

Al empezar este artículo se afirma que la propuesta de pensar desde una perspectiva latinoamericana llevó a Martín-Baró a valorar la realidad propia, el contexto local y la vida cotidiana como materia prima indispensable para un pensamiento psicosocial desde Centroamérica. En términos generales, este pensamiento servía a dos propósitos. Primero, a la comprensión de las crisis surgidas con la guerra. Segundo, construir un pensamiento al servicio de la emancipación del pueblo centroamericano. Así, la guerra en El Salvador y otros países centroamericanos constituyó un evento disparador para un giro analítico importante en la trayectoria intelectual de Martín-Baró.

También se argumenta que cuando Martín-Baró pensó en términos de realidades locales y vida cotidiana no lo hizo en clave de armonía social sino en atención a un mundo desgarrado, ‘aristas hirientes’, ‘contextos de significación comprometedora’ y ‘situación límite’. Con estos conceptos nombró procesos sociales que nucleaban conflictos prioritarios de atender. La dimensión sistemática que adquiría la tortura y la alta dosis de crueldad manifestada en el ejercicio de violencia fueron ejemplo de sus prioridades; ejemplos de una “convivencia deshumanizadora para la mayoría de las personas”60, como afirmó en sus reflexiones de psicólogo al vivir y pensar la guerra, ya antes citadas.

Por último, se califica como fundamentales sus reflexiones sobre los impactos de la guerra y la violencia en la salud mental, especialmente en la niñez, a quien consideró como ‘hijos de la guerra’. Subrayo, al respecto, la importancia de haber llamado la atención sobre el carácter cultural de la violencia y los desafíos que ello implicaba para la imaginación de un nuevo futuro de convivencia.

Llamativamente, un fenómeno desgarrador como la guerra consolidó el compromiso de Martín-Baró con la construcción de un nuevo futuro para las sociedades centroamericanas. Si bien fue un pensador en constante alerta sobre la importancia del análisis históricamente sustentado para comprender las crisis de la región, y de El Salvador en particular, ello no demeritó que sus intervenciones intelectuales imaginaran un futuro de viabilidad histórica y de sostenibilidad de la vida para esas mayorías con las que comprometió su quehacer intelectual. Martín-Baró concibió a la psicología social como una herramienta para la creación de un nuevo “sentido común” que transformara la deshumanización en “una convivencia más equitativa y humanizante”61. El nuevo “sentido común” también debía servir como “soporte a una comunidad más justa, centrada en las aspiraciones del pueblo salvadoreño”62. Humanización, equidad, justicia, aspiraciones colectivas, son todos términos estratégicos en las agendas de las luchas ciudadanas del presente. No hay duda de que, por estas razones, Dobles considera que “un autor como Martín-Baró no solo anima a revitalizar y poner en tensión el saber hegemónico dentro de la psicología, sino que también nutre, en forma más amplia, posiciones clave en las batallas político culturales”63.

En la navidad de 1988, cuando Martín-Baró firmó la introducción a Psicología social de la guerra, escribió que era difícil anticipar cuándo finalizaría la guerra civil. Independientemente de si la guerra terminaba o no con prontitud, sabía que el trabajo del pensamiento social era inmenso. Se trataba, en resumen, de atender los múltiples daños causados por la guerra a la vez que trabajar en construir un nuevo camino de no repetición con las nuevas generaciones, al configurar lógicas democráticas de convivencia social basadas en la justicia y la solidaridad.

Producto de la misma violencia, no alcanzó a ser testigo del final de la guerra. Lamentablemente, la Centroamérica contemporánea no ha alcanzado a trabajar muchas de las tareas que él identificó como urgente para la psicología, las ciencias sociales y las humanidades. El panorama de la región no es en absoluto halagador. Pasadas las dos primeras décadas del siglo XXI, múltiples violencias, autoritarismos y desigualdades marcan el día a día de las sociedades centroamericanas. Los países que acordaron el cese al fuego en la última década del siglo pasado, iniciaron entonces un proceso de democratización exprés y mercantilización. Sin embargo, en las llamadas transiciones no predominó el interés por construir institucionalidad democrática, democratizar la sociedad y problematizar el modelo de desarrollo oligárquico. El resultado es notorio: el modelo de democracia electoral y mercantilización se ha agotado. Paralelamente, la fórmula “dominación sin hegemonía” marca las técnicas de gubernamentalidad que los sectores dominantes ponen en marcha para dominar a las poblaciones dentro y fuera de los circuitos económicos.

En lugar de avanzar hacia la democratización, las elites políticas optan nuevamente por acudir a la tradición autoritaria y la reactivación del enemigo político64. Las semejanzas del actual presidente de El Salvador, Nayib Bukele, con las prácticas de la tradición autoritaria son indudables. Basta señalar su clara intromisión en las facultades de otros poderes del estado, como el legislativo y judicial. Capítulo relevante al respecto fue la toma del poder legislativo usando el ejército a inicios de febrero de 202065. Una acotación especial merece la obstaculización de investigaciones sobre violaciones a derechos humanos cometidas durante la guerra civil.

No es menos crítica la situación que vive actualmente la sociedad nicaragüense, susceptible de ser definida bajo el concepto de ‘situación límite’. Las “revueltas de abril”, como Agudelo y Martínez Cruz (2020) definen el ímpetu de cambio social iniciado en abril de 2018, se ha convertido dos años después en una crisis política y humanitaria de magnitud continental66. Múltiples informes coinciden en afirmar que la violencia estatal y paraestatal constituyó el principal recurso para la conservación del poder67. Entre otros, el informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) que documenta los eventos de violencia en Nicaragua solamente entre los meses de mayo y junio de 2018, documentó múltiples testimonios que dan cuenta de las expresiones de violencia que despertaron el interés de Martín-Baró: el ejercicio de múltiples formas tortura y crueldad contra personas detenidas en el marco de las masivas protestas sociales contra medidas gubernamentales. Sobre la tortura, el GIEI señala en su informe que,

[…] se advirtió el uso de prácticas crueles y degradantes que impactaron de manera desproporcionada en las mujeres detenidas, entre las que pueden consignarse su desnudo total y el sometimiento a realizar sentadillas bajo la vigilancia y el maltrato verbal de personal policial68.

La crisis que vive la sociedad nicaragüense, y el horizonte autoritario abierto en El Salvador, son dos ejemplos de un escenario de crisis regional sin duda mucho más amplio. Dicho escenario sugiere que en la región los encadenamientos entre política y muerte aún son fuertes y que la finalización de las guerras y la firma de la paz no trajo consigo un horizonte democrático y nuevas formas de convivencia. Aún es tarea pendiente la construcción de un futuro “más allá de la sobrevivencia”, como ha postulado la Asociación para el Avance de las Ciencias Sociales en Guatemala69. Hoy, como en el siglo pasado, el pensamiento social debe ser parte de ese futuro puesto que, como afirmó Martín-Baró, “de eso se trata, en definitiva: de contribuir con nuestro saber profesional a la construcción de un nuevo futuro”70.

Bibliografía

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1 Edelberto Torres-Rivas, Historia inmediata (San José: FLACSO, 1994), 11.

2 Avances de esta investigación se encuentran en los siguientes artículos elaborados con Bradley Hilgert: “Razón y pulsión de muerte. Violencia política en el pasado reciente de Guatemala”, Encuentro” (2014); “Escrituras subversivas: pensamiento crítico desde Centroamérica”, Encuentro (2014) y “Desde Centroamérica: intervenciones intelectuales en pasados de guerra y violencia—Ignacio Martín-Baró”, Revista de historia (2019).

3 Ignacio Martín-Baró. Acción e ideología, Psicología social desde Centroamérica (San Salvador: UCA Editores, 1985), VIII.

4 Como señala Ignacio Dobles, el paso de Martín-Baró por la Universidad de Chicago fue clave para la configuración de su crítica a la psicología social dominante. En el artículo “Desde Centroamérica: intervenciones intelectuales en pasados de guerra y violencia, Ignacio Martín-Baró”, Revista de historia (2019), con Hilgert nos detenemos en algunas de las reflexiones de Martín-Baró sobre las relaciones entre conocimiento y poder y sus efectos en la práctica académica de la psicología social y las ciencias sociales centroamericanas.

5 Ignacio Martín-Baró, Sistema, grupo y poder. Psicología social desde Centroamérica (II) (San Salvador: UCA Editores, 1989), 5.

6 Martín-Baró, Sistema..., 5.

7 Martín-Baró. Acción…, VII.

8 Martín-Baró. Acción…, VII.

9 Martín-Baró, Sistema…, 5.

10 Martín-Baró, Sistema…, 9.

11 Ignacio Martín-Baró, Acción e ideología. Psicología social desde Centroamérica (segunda edición) (San Salvador: UCA Editores, 1985), VIII.

12 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 1.

13 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…,VIII.

14 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…,VIII.

15 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 2.

16 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 2.

17 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, IX.

18 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 2.

19 Ignacio Dobles, Ignacio Martín-Baró. Una lectura en tiempos de quiebres y esperanzas (San José: Arlekín, 2016), 68.

20 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 2.

21 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 2.

22 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 2.

23 Algo muy similar plantea Hilgert en su análisis sobre Ignacio Ellacuría. Cito: “Lo que propone Ellacuría es la producción de conocimiento ya no desde las élites oligárquicas y capitalistas que excluyen a las mayorías populares, sino desde los 170 millones que viven en pobreza en América Latina”. Bradley Hilgert, “Pensar contra la lógica del Centro. Martín-Baró y Ellacuría desde la UCA de El Salvador”, Revista de historia (2013): 70.

24 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 3.

25 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 364.

26 Bradley Hilgert, “Pensar contra la lógica del Centro. Martín-Baró y Ellacuría desde la UCA de El Salvador”, Revista de historia (2013): 71.

27 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 375.

28 Ignacio Martín-Baró, Psicología social de la guerra: trauma y terapia (San Salvador: UCA Editores, 2000), 66.

29 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 377.

30 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 7.

31 Comisión de la verdad para El Salvador, De la locura a la esperanza. La guerra de 12 años en El Salvador. Informe de la comisión de verdad para El Salvador (San Salvador, Nueva York: Naciones Unidas, 1992-1993), 42.

32 Aunque aún existen muchos desafíos con respecto al análisis de los victimarios en los conflictos del pasado reciente centroamericano. Sin embargo, su relevancia es cada vez más señalada en la discusión académica y cultural. Relevante al respecto es el libro de Manolo Vela Castañeda, Los pelotones de la muerte. La construcción de los perpetradores del genocidio guatemalteco (México: El Colegio de México: 2014). Desde los estudios de cultura y memoria, Werner Mackenbach se ha preguntado al respecto en su artículo: ¿Puede hablar el victimario? Refracciones e intersticios de la memoria en Centroamérica”, Revista de historia, (2019). Una contribución significativa elaborada desde el cine documental se encuentra en Los ofendidos (El Salvador: El Faro, Kino Glaz, 2016), de Marcela Zamora.

33 Jean Franco, Cruel Modernity (Estados Unidos: Duke University Press, 2013), 2.

34 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 6.

35 Aquille Mbembe, “Necropolitics”. Public Culture (2003), 14.

36 Martín-Baró, Psicología…, 247.

37 Martín-Baró, Psicología…, 27.

38 Comisión de la verdad, De la locura …, 18.

39 Ignacio Dobles, Ignacio Martín-Baró. Una lectura en tiempos de quiebres y esperanzas (San José: Arlekín, 2016), 136.

40 Dobles, Ignacio …, 146.

41 Partha Chatterjee, I am the people. Reflections on popular sovereignty today (New York: Columbia University Press, 2020), 75.

42 Ignacio Martín-Baró, Acción e ideología. Psicología social desde Centroamérica (San Salvador: UCA Editores, 1983), 360.

43 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 362. Importante es mencionar que la Oficina de Tutela Legal del Arzobispado de San Salvador fue cerrada por decisión del arzobispo de San Salvador en el año 2013. Múltiples artículos se escribieron entonces interrogando y preguntando por esta decisión que marcó, como señaló Elaine Freedman en la revista Envío, “un apagón de luz” en la defensa de los derechos humanos (2013). Sugiero seguir la crónica al respecto documentada por el periódico digital El Faro. También sugiero el artículo elaborado por Amparo Marroquín y Dulcinea Flores, “El obispo y la memoria: crónica sobre el Archivo de Tutela legal en El Salvador”, A Contracorriente, (2014).

44 Edelberto Torres-Rivas, Revoluciones sin cambios revolucionarios. Ensayos sobre la crisis en Centroamérica (Guatemala: F & G Editores, 2011), 213.

45 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 364.

46 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 364.

47 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 403.

48 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 405.

49 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 417.

50 Martín-Baró, Acción… (segunda edición)…, 402.

51 Martín-Baró, Psicología …, 15.

52 Martín-Baró, Psicología …, 15.

53 Martín-Baró, Psicología …, 14.

54 Martín-Baró, Psicología …, 24.

55 Ignacio Martín-Baró, “Un psicólogo social ante la guerra civil en El Salvador”, Revista de la Asociación Latinoamericana de Psicología Social, (1982): 94.

56 Martín-Baró, Psicología …, 32.

57 Martín-Baró, Psicología …, 32.

58 Martín-Baró, Psicología …, 35.

59 Martín-Baró, Psicología …, 35.

60 Martín-Baró, “Un psicólogo social”…, 94.

61 Martín-Baró, “Un psicólogo social”…, 109.

62 Martín-Baró, “Un psicólogo social”…, 92.

63 Dobles, Ignacio …, 21.

64 Cuando hablo de tradición autoritaria, me refiero a la pervivencia temporal de una cultura que usa e institucionaliza la violencia como instrumento para potenciar una forma de gobierno y eliminar otras. A fin de justificar el uso de la violencia, el autoritarismo convierte a los adversarios en enemigos a los que es necesario eliminar. Estigmatiza la imagen del adversario con el propósito de negar o menospreciar su existencia, y no reconocerle como sujeto político. Las culturas autoritarias operan con una lógica en la que vencer al enemigo o a la oposición implica eliminarlo de la contienda política. En “Autoritarismo, violencia y élites en Nicaragua”, Anuario Centroamericano, (2020), con Antonio Monte elaboramos una interrogación al autoritarismo nicaragüense en su larga duración.

65 En una resolución emitida el 27 de octubre de 2020, los magistrados de la Sala de lo Constitucional consideraron que “el Consejo de Ministros del presidente Nayib Bukele actuó fuera de sus competencias y contra la Constitución cuando convocó a una sesión extraordinaria de la Asamblea Legislativa” (Rauda Zablah 2020).

66 Irene Agudelo y Jessica Martínez Cruz analizan las “Revueltas de abril” en su investigación: Revueltas de abril: narrativas, redes y espacios (Nicaragua: UCA, 2020). Otros artículos al respecto pueden encontrarse en Nicaragua 2018. La insurrección cívica de abril (2020).

67 Algunos de los informes destacados sobre la crisis del país son los siguientes: Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Graves violaciones a los derechos humanos en el marco de las protestas sociales en Nicaragua. 21 de junio de 2018. Amnistía Internacional. Disparar a matar. Estrategias de represión de la protesta en Nicaragua. 29 de mayo de 2018. Y, Sembrando el terror: de la letalidad a la persecución en Nicaragua. Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACNUDH). Violaciones de derechos humanos y abusos en el contexto de las protestas en Nicaragua (18 de abril-18 de agosto 2018).

68 Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI). Informe sobre los hechos de violencia ocurridos entre el 18 de abril y el 30 de mayo de 2018, 197.

69 AVANCSO. Más allá de la sobrevivencia: la lucha por una vida digna. La posición de AVANCSO frente a la organización social, económica y política de Guatemala (Guatemala: AVANCSO, 2006).

70 Martín-Baró, Psicología …, 38.

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