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ISSN 1023-0890 / EISSN 2215-471X
Número 33 • Enero-junio 2024
Recibido: 08/05/23 • Corregido: 27/07/23 • Aceptado: 25/09/23
DOI: https://doi.org/10.15359/istmica.33.9
Licencia CC BY NC SA 4.0

“Entre Verlaine y el buey de este trapiche”: poesía de Alfredo Sancho

“Between Verlaine and the ox of this sugar mill”: poetry by Alfredo Sancho

Laura Fuentes Belgrave

Directora Revista Ístmica

La sección de literatura de la edición n.° 33 presenta poesía de la obra muy poco divulgada y estudiada de Alfredo Sancho, poeta y dramaturgo costarricense, quien nació el 16 de abril de 1924 y falleció en México en 1990. Según el académico y poeta Carlos Rafael Duverrán, Sancho perteneció a la primera generación vanguardista, o generación perdida (1917-1927) de la literatura en Costa Rica, país donde fundó el Teatro Universitario (1951), el Experimental de Costa Rica (1953), el Teatro de la Prensa (1956) y el Instituto Nacional de Artes Dramáticas (1961).

Del libro Cantera bruta (1965), antología de poesía de Alfredo Sancho, con ilustraciones y texto en la contraportada del connotado artista Francisco Amighetti, también costarricense, se reproducen los siguientes poemas, cuya luz singularísima poetiza la cotidianidad y “comunica su espíritu, para adherirse a un sistema de expresiones que está más allá de la lingüística”, tal como fue descrita su obra por la escritora Yolanda Oreamuno.

El diluvio viaja

Alfredo Sancho

El diluvio viaja en su tranvía de lluvia

y es un tren de aguacero, atardecer.

Ahora el pungo y la panga

son al son de los lagos otras aguas,

y el bongo y la naos y la piragua

una flota de lluvias en la tarde.

Y la tarde el domingo de las naves.

Sin el agua no hay barcas en los lagos

y sin barcas ni lagos, ni viajamos,

sólo queda el diluvio, puesto el traje

de aguacero con tardes en las naves.

Publicado originalmente en el poemario: Lenguaje de las galaxias (1956), reproducido en la antología Cantera bruta (1965, p. 89).

Yo que nací en un barrio

Alfredo Sancho

Yo que nací en un barrio de los de San José de Costa Rica,

cerca del Hospital y el Municipio.

Un barrio acostumbrado a sus vecinos,

a sus muchas congojas, a sus vicios.

Es el único sitio de la tierra

donde soy un experto en geografía.

Conozco sus aceras, sus declives,

los rincones de todas sus familias.

Lo he llegado a querer como a la novia

que me tuvo parado en sus esquinas.

En el mundo jamás habrá otro sitio

que pueda recordar con más cariño.

Cuantas veces me pongo a revivirlo

toda la infancia se me viene encima

y encuentro a Pikín y a Porfirio

jugando en nuestro parque a las canicas,

o bien, a Chalo Umaña,

el peluquero que murió de tisis,

compatriota del guaro y la morfina.

Barrio de la discordia y el El Asilo,

con su acidez de tango en las cantinas,

barrio de los coleópteros caminos,

de la Guaria Morada y de mi lira

con tanto pétalo hasta hoy enmudecido.

No pienses que te he vuelto las espaldas,

salí a buscarte por otros vecindarios,

a enseñarme a sentirte tan distante,

a recordarte siempre tan distinto.

Cuando el niño me trajo el velocípedo

se me olvidó la muela dolorida

y el pantalón azul de los domingos

y anduve como loco en mi vehículo,

por todos tus rincones, noche y día,

como hoy ando hasta el fondo de la infancia

por las calles remotas de mi vida,

pidiendo que me devuelvan a mi barrio

cuando todos estábamos chiquillos,

en mi casa vivían mis abuelitos

y no faltaba nadie en la familia.

Publicado originalmente en el poemario: Desde el país de la infancia (1946), reproducido en la antología Cantera bruta (1965, p. 114).

El dedal, las tijeras, las agujas

Alfredo Sancho

El dedal, las tijeras, las agujas,

sobre la mesa de mi abuela el sastre.

Una copa de vino, familiares,

por estas cosas de mi abuelo el sastre.

Mi abuelo era un buen hombre,

apegado a su oficio, a su máquina Singer,

a su plancha.

Le gustaba el olor de su tabaco,

decir adivinanzas.

Recuerdo que tenía una muy buena

que mucho me intrigaba:

¿Cuál es un traje pálido

que sólo hay un gran sastre que lo hace,

que no se pone roto, ni empolvado,

un traje para siempre, sin quitárselo,

y que tarde o temprano se nos obliga a usarlo?

¿Por qué te adivinado, adivinanza?

Ya mi abuelo, desde 1934, lleva puesto ese traje,

y quedaron aquí, sobre esta mesa,

sus íntimos objetos de trabajo.

Y ahora, he aquí, sobre esta mesa,

el pequeño museo de nuestra casa.

Las herramientas de mi abuelo el sastre

que fueron de la noche a la mañana

cosas para nosotros importantes.

Lo recuerdo muy bien:

un noviembre lluvioso nos congregó en la sala,

ardían unas candelas y unas flores y unos rostros extraños.

No faltaba uno solo.

Estábamos completos.

Última vez completos en la casa.

Última vez el tronco con sus vástagos.

Se pensó en su sombrero, en sus zapatos,

en su viejo paraguas,

porque fue de la noche a la mañana

cuando estas pocas cosas significaron algo.

De este simple dedal, sale mi infancia.

Los pantalones que mi padre pobre

llevó cuando estudiante,

los remendó esta máquina,

los aplanchó esta plancha.

Por eso para mí y Rafael Ángel,

para Alvin y Lucía y Adelaida

tienen algún sentido, y un dulce misterio,

y una magia.

Hagámosle justicia a este paisaje

que el cuarto de los chunches

conserva en su miseria arrinconado,

con los rotos armarios, los juguetes de entonces,

las cosas inservibles derrumbadas,

la bola de futbol sin su neumático.

Sólo falta para esta colección inconsolable,

para que todo quede donde estaba,

un torcido bastón desvencijado

que era de mi otro abuelo, el ferroviario.

Este bastón se nos perdió de pronto

y me duele bastante.

Tal vez es la reliquia que más de cerca

conoció mis lágrimas.

Un bastón obediente con su amo,

ustedes saben lo que esto significa

cuando el abuelo está malhumorado.

Y este bastón inteligente y hábil

se fue, sin avisarnos, una tarde.

Tal vez al verse solo,

sin las manos que fueron su mandato,

se puso a caminar desconsolado.

Tal vez este bastón ya se haya muerto,

por eso es que no vuelve a nuestro lado.

Tal vez este bastón volvió a los árboles

y vuelva a florecer en las ventanas,

en sillas, en juguetes o en barcos.

Tal vez haya bastones inmortales.

Publicado originalmente en el poemario: Desde el país de la infancia (1946), reproducido en la antología Cantera bruta (1965, pp. 120-123).

Vitrina de necedades

Alfonso Sancho

Vitrina de necedades

la minucia creció desbarrancada.

La visión de joyas y las uvas,

el balbuciente regalo,

y la jaca de los lirios

en la colcha arrollada,

testigos sin palabras

perfumando el carey de los brocados.

Publicado originalmente en el poemario: Vitrina de necedades (1958), reproducido en la antología Cantera bruta (1965, p. 137).

Quiero morir con mi camisa limpia

Alfredo Sancho

Quiero morir con mi camisa limpia

entre Verlaine y el buey de este trapiche.

Publicado originalmente en el poemario: Vitrina de necedades (1958), reproducido en la antología Cantera bruta (1965, p. 137).

Una lámpara corre

Alfredo Sancho

Una lámpara corre por el río,

el viento del prado la cree mariposa,

pero es la luciérnaga como un móvil fósforo

que va improvisando minúsculos días.

Publicado originalmente en el poemario: Vitrina de necedades (1958), reproducido en la antología Cantera bruta (1965, p. 137).

Un día para estarse en la casa

Alfredo Sancho

Un día para estarse en la casa

y no hacer nada,

lejos de la oficina y de la fábrica.

Un día dedicado para uno:

a principios del cuerpo

o a finales del alma,

o a mediados tal vez de la semana.

La vacación del pobre

que se queda en la casa que le falta,

sin salir a la intriga de la calle.

Un día para estarse en la cama,

oyendo como crece punzándonos la barba.

Un día sin fornicar, ni comer,

sin ganarse a la vida a costa de morir y padecer.

Tal vez sí blasfemar,

no escribir ni leer.

No descender de loros a pericos:

que todas las blasfemias de los pobres

están más cerca de Dios que tantas oraciones de los ricos.

Que me crezca la barba barbarísima,

para estarme en mi cama comodísima.

Publicado originalmente en el poemario: Un día para estarse en la casa (1964-1965), reproducido en la antología Cantera bruta (1965, pp. 161-162).

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