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ISSN 1023-0890 / EISSN 2215-471X
Número 35 • Enero-junio 2025
Recibido: 22/08/2024 • Corregido: 15/10/2024 • Aceptado: 17/10/2024
DOI: https://doi.org/10.15359/istmica.35.04
Licencia CC BY NC SA 4.0

Recensión del libro “La conjetura de Anita” de Miguel Baraona

Raúl Chaves Murillo

Universidad Técnica Nacional

Alajuela, Costa Rica

Resumen

Esta reseña aborda comentarios críticos y descriptivos del libro La conjetura de Anita, una obra literaria de cuentos, del contexto latinoamericano y sus transculturaciones, del autor chileno Miguel Baraona Cockerell, publicado por la Editorial de la Universidad Nacional (EUNA) en el año 2024. La obra está compuesta de ocho relatos y ha sido divulgada con el ISBN 978-9977-65-856-8

Palabras clave: Cuentos latinoamericanos, inmigración, memoria, real maravilloso, transculturación

Abstract

This review addresses critical and descriptive comments of the book La conjetura de Anita (Anita’s Conjecture), a literary work of tales from the Latin American context and its transculturations, by the chilean author Miguel Baraona Cockerell, published by the Editorial de la Universidad Nacional (EUNA) in 2024. The work is made up of eight stories and has been published with ISBN 978-9977-65-856-8.

Keywords: Immigration, Latin American tales, marvelous real, memory, transculturation

Existen sensibilidades envolventes de las cuáles es difícil escaparse, tales como intuir, sospechar, presentir, augurar, vislumbrar… profetizar. Todas estas, a su vez, resultan como consecuencia de un acontecimiento: el sentirse dentro de lo que sucede. Ante un ejercicio de escritura, quien asume, desde la posición de lector, esta identificación, al ser convocado por la propuesta cercana del autor, no solo participa del relato, lo vive, y crea sus propias conjeturas. Esta es la sensación que logra transferir el autor chileno, radicado en Costa Rica, Miguel Baraona Cockerell en su más reciente publicación “La conjetura de Anita”1.

Esta creación literaria, compuesta de ocho cuentos, muestra una voz discursiva que se desdobla, versátilmente, a través de distintas formas narrativas, contextos y protagonistas que se entretejen como urdimbres diferentes en un mismo textil andino. Son historias que aún en su diferencia, se conectan, porque forman parte de territorios que, como lo describió hace ya tiempo el escritor cubano Alejo Carpentier, comparten ese proceso de simbiosis, de amalgamas, de trasmutaciones, y que, por ello, las sentimos nuestras2. Son relatos que emanan del surco compartido de lo latinoamericano, que se percibe como contemporáneo, antiguo y atemporal, a la vez.

Son muchos los elementos que Baraona, cuál “chamán” contador de historias, conjura en su dimensión literaria. Destaca su alocución a la memoria, entendida como ese espacio de reconstrucción de recuerdos que configuran las historias de vida. Esa selectividad de experiencias con las que las personas editamos el guion de las secuencias vividas, va fraguando el cómo queremos recordar, o no, lo que nos ha sucedido. Memoria que, el divulgador filosófico Darío Sztajnszrajber piensa como nunca definitiva, porque la temporalidad siempre está en movimiento y por lo cual el pasado nunca es pasado, sino un horizonte abierto que se va construyendo desde un presente que nunca es presente. Una selectividad donde el pasado se mueve todo el tiempo, y se mueve, porque el presente no existe sino en movimiento. En palabras de este argentino,

Todo abordaje al pasado se realiza desde el presente que a través de la memoria va reinventándose a sí mismo. Por eso, cada vez que volvemos hacia el pasado, lo reconcebimos ya que nuestra propia realidad ya es otra, y en ese movimiento también modificamos nuestros relatos originarios3.

Esta metamorfosis de la memoria, que va y regresa, sin ser nunca la misma, que conecta y transforma simultáneamente espacios y tiempos, recuerdos y vivencias, pasados y presentes, brotan de la pluma de Miguel, transpirando en sus cuentos el aroma de su propio presente, volviéndose escritura que, en una reinvención inevitable, reelabora trayectos biográficos que se entrecruzan en ese dispositivo que llamamos libro.

Es la esencia que percibimos en Gala, la protagonista del primer relato, al cuestionarse acerca del impulso del porqué contar su historia, y al asumir el temor de rehacer esos recuerdos “al arbitrio sus propios temores y deseos”. Ese también es el sustrato de la afirmación que realiza el protagonista del segundo cuento “Memorias del silencio y la ceguera”, al expresar que “lo único que cuenta en retrospectiva al examinar nuestra vida, es que nosotros pensamos o sentimos que así fue”.

Son cuentos de encuentros y desencuentros, de inicios, fines, saltos y continuidades, de avances y regresos, y también de pausas y recomienzos.

Baraona, sociólogo y antropólogo de formación, y de fructífera experiencia y producción en las ciencias sociales, en la docencia y la investigación universitaria, pone a disposición de sus historias, la agudeza de su mirada, y la experiencia de sus múltiples pasados reelaborados en el transitar de los pasos por distintas vidas, paisajes y territorios. De ahí la entendible consideración de otorgar atributos intelectuales y académicos a algunos de sus protagonistas, o de brindar una franca descripción, desde la cual, proporciona la interacción de personajes pertenecientes a distintas clases sociales, cada uno y cada una comprendida humanistamente desde su complejidad, en sus relaciones, potencialidades, y limitaciones.

La memoria como ensamblaje de recuerdos, que se recupera y se reconstruye en los personajes creados por Miguel, no asume en los cuentos un rol bucólico o idealizado, mucho menos el de una denuncia fácil. Precisamente, porque su manifestación de la memoria busca ser sincera y realista, puede resultar agridulce, a veces densa y espesa. Y ahí radica su fuerza cautivadora, por la forma en que enfoca luminosidades y revela las sombras de lo real, por cómo designa las presencias y señala el peso de las ausencias, y por cómo desliza el curso de las acciones y las decisiones que inciden en el porvenir de las vidas escudriñadas y acogidas.

Hay también en la descripción paisajística una riqueza metafórica con la que, desde su sensibilidad de orfebre, describe el clima de la selva tropical costarricense, el ciclo solar o la belleza faunática centroamericana, al tiempo que, en otras, hace soplar sobre nosotros el viento y el polvo viviente del día que se agota en la serranía suramericana, como un vigilante que ha visto, muchas veces, a ese horizonte marino cubrirse con su manto de estrellas. Estas conjunciones, junto a las del agreste temperamento de los campos mesoamericanos y sus fronteras ardientes, o las del bullicioso y marginal asombro de una metrópoli norteamericana que nunca duerme, son las que tensan y sostienen un estilo narrativo que parece rehuir a la ficción con tal de interpelar al lector ahí, donde los relatos se vuelven inevitablemente reconocibles, como microcosmos habitables compartidos, en los que, alguna vez, hubiésemos vivido.

El escritor argelino Albert Camus identifica esta significancia en obras que logran equilibrar lo real y su negación, en un avivamiento mutuo, semejante a un manantial incesante del que surge la vida alegre y desgarrada. Y es, precisamente, esa forma de mostrar el mundo por parte del artista literario lo que “despierta para todos en el seno de un mundo dormido la imagen furtiva e incesante de una realidad que reconocemos sin haberla conocido jamás”4.

Todo ello da cuenta de quien sabe y aprendió a ser de muchos lados y de ninguno a la vez; sin obviar el guiño afectuoso de un autor inmigrante como Miguel, que muestra, en su escritura, el reconocimiento hacia las distintas tierras que le han acogido, y, en especial, hacia su natal Chile, cuyo territorio porta siempre consigo, como testigo medular de su propia memoria.

Las vicisitudes de quienes personifican sus relatos no resultan del todo ajenas, pero lejos de un costumbrismo estereotípico, la ruptura irrumpe, como en la vida, de manera casi imprevisible, de ahí la advertencia que acompaña al lector desde el primer relato: “lo pacífico, solo es cierto en las apariencias”. Baraona siente la necesidad de mostrar realidades múltiples con diferentes problemáticas que coexisten en el mismo espacio temporal, contrastando simultáneamente: lo claro y lo oscuro, lo transparente y lo corrupto, lo calmo y lo tormentoso. Encrucijadas de un multiverso cultural latinoamericano, vibrante y desafiante, sobre las que el lector es invitado a avanzar “con la seguridad impávida del sonámbulo que camina sobre una cuerda floja a gran altura sobre un abismo existencial nuevo”, por citar una de sus profundas frases, donde lo sensorial es puesto en juego.

Los cuentos de “La conjetura de Anita” poseen una plasticidad que permite variaciones rítmicas diversas, inicios cuasi ingenuos que poco a poco galopan trepidantemente hasta alcanzar intensidades inesperadas, que luego labran espacios reconciliatorios, de culpas y remordimientos, una magia otorgada por el giro retrospectivo capaz de responder la pregunta que Anita, en el tercer relato, se plantea a sí misma: “¿Qué es lo que torna un día cualquiera en uno memorable?”. No menos valiosos son los recursos narrativos que el escritor chileno emplea, como las inter-temporalidades, donde presenta sucesiones espaciotemporales distintas -presente y pasado- relatándose alternadamente.

La interacción idiomática, los tratamientos del lenguaje y los coloquialismos, son reflejo de una fusión que expresa las tensiones y convivencias culturales, donde la no traducción de frases anglosajonas para el lector, o la presencia del “spanglish”, como en el cuarto cuento, “Estado de gracia”, manifiestan esa mixtura de lo humano en lo continental-americano de su obra, que también atraviesa migraciones, xenofobia, transculturación, abuso, huelgas, militarización, ilegalidad, protestas y discriminaciones que se van condensando en diversas relaciones de poder entre grupos de personas, donde la muerte llega a hacerse presente. Todo ello, contrastado con el flujo transformador del sincretismo religioso, el espíritu de comunidad, los liderazgos emergidos de la dificultad, la bondad, la solidaridad, la determinación y las búsquedas implacables de la esperanza por entre los escondrijos luminosos de la vida.

Ya sea de Austin a Barrio Escalante, de Nueva York a Nicoya, de San Salvador a Nosara, de Medellín a Oaxaca, o de Berkeley a la UCR, los relatos de Miguel son también el testimonio de una época. Un registro cuyas vibraciones pueden sentirse palpitando en diferentes ciudades de un mismo continente con relativa semejanza. Es así, como en el quinto y sexto episodio, el mercado se convierte en esa galaxia donde los cuentos nos muestran que “la vida es lo que es”, y esto implica la relación caótica entre tradición y ruptura, algo que, a veces, puede provocar constelaciones maravillosas o ironías perturbadoras. Ese recuento de cosmogonías, privilegio de la América entera, como lo vislumbró Carpentier, solo es posible en quien ha percibido lo real maravilloso en la encrucijada de estas latitudes, algo que

comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de “estado límite”5.

La conjetura de Anita es un ejemplo perfecto de lo real maravilloso: universos y culturas disímiles, confluyendo entre sí en un mismo momento espacio-temporal, lo que da lugar a cruces insólitos, donde lo posible es impredecible, precisamente por la potencia de la yuxtaposición de realidades, culturas, y cosmovisiones. Latinoamérica es un sincretismo irrepetible, y en los cuentos de Miguel se da cuenta de ello.

Finalmente, es inevitable no destacar la referencia que, en sus relatos, hace el escritor Miguel Baraona al arte, principalmente el pictórico. Ya sea “El grito” de Edvard Munch, el claroscuro de un cuadro renacentista, o las famosas pinturas de desnudos femeninos de Rubens; en varias de sus historias el autor utiliza el recurso de vincular el instante narrado a una pintura, cuando no a los elementos artísticos que pueden estar presentes en la arquitectura, o evocadas, sugestivamente, en la naturaleza, según la travesía del relato. Estas imágenes son estratégicamente utilizadas como lo haría Rafael, el exsoldado chileno protagonista del cuarto relato del libro, quien estudiaba las partidas de ajedrez de los grandes maestros “con la misma pasión con que un amante de la pintura clásica examina reproducciones de Velázquez, Vermeer, Rembrandt, Goya o Caravaggio”.

La evocación constante a obras pictóricas de la historia del arte occidental no aparece en los cuentos para cumplir un rol únicamente referencial o descriptivo. Es reflejo de un sincretismo mayor que fusiona y traspasa la experiencia misma del autor. Es la expresión universal de una sensibilidad transcontinental que encuentra en la imagen vivenciada, desde lo humanamente artístico, puentes que conectan y hacen confluir, de manera creativa, las inimaginables vertientes emocionales de la existencia. Un acto icónico activado por el influjo de la memoria, que tiene lugar cuando neutralizamos o abandonamos la actitud estrictamente estética y fundimos la representación con la presencia, para reconstituir así, la organicidad de la imagen con los indicios de vida que ella nos facilita6.

En la experiencia de lectura de los cuentos, las múltiples caras de la realidad coexisten en una misma faceta, como sucede en un cuadro cubista. Baraona muestra cómo en este continente lo trágico y lo sublime coexisten sin negarse, generando una belleza cautivadora y desgarradora a la vez. Pero, aquí no se trata de la ficción provocadora de una obra del romanticismo pictórico, es la realidad misma desdoblándose como un caleidoscopio maravilloso.

Entiende el autor que tanto la memoria, como la pintura y la literatura, tienen ese algo en común: están construidas a partir de imágenes y sensibilidades. En la selectividad de estas, es donde se juega su potencia sensorial. Es así como la mente, sumida en el trance literario, se convierte en un único y maravilloso cinematógrafo capaz de hacer vibrar a todos los sentidos.

Los flujos y el valor de la amistad -presentes en varios de los cuentos- aparecen de manera relevante en el séptimo y octavo relato, que concluyen esta obra. La distancia nostálgica que trasmiten quizás concierne más a esas vivencias de simplicidad, no totalmente mediadas por lo tecnológico, en donde todavía era posible la convivencia desinteresada y el apoyo mutuo -no sin conflictos-, entre personas de distintas historias y estratos sociales. Divisiones y alejamientos que se profundizan con el pasar del tiempo hasta convertirse en una forma de añoranza. Ese atisbo de nostalgia que nos lleva a revivir el recuerdo, y reafirmar con el autor que, “el pasado no es nunca totalmente pasado”, aunque la vida continúe y haya encuentros que es mejor reconocer que no deben repetirse, al tiempo que concluimos que pueden vivirse muchas vidas, en la única que poseemos.

La escritura como posibilidad, como distanciamiento de sí para encontrarse, es algo que puede sentirse tanto en el autor Baraona, como en su personaje de Gala, quien da a inferir que la academia es un anhelo de triunfo, pero sin intimidad. De ahí, que el despliegue de la dimensión literaria del autor conlleve a un doble acontecimiento celebrativo, primero, por proveer el nacimiento de una obra cuentística que merece la recomendación de lectura por los valiosos elementos que aquí se han argumentado, y segundo, porque encarna ese desdoblamiento de una vida que trasmuta para expandirse y darse a los lectores desde un acto creativo genuino.

El secreto, como un aura que recorre de inicio a fin el texto, se otorga entreverado y corresponde, como en toda creación provocadora, al lector, terminar de descifrar su significado por completo. Una convocatoria tan estimulante y enigmática como la mirada de esa misteriosa joven de la portada, con turbante oriental y un brillante arete de perla, que de la mano del pintor holandés entreabre la boca como si estuviera a punto de decirnos una de las frases contenidas en el texto: “aquello con cuyo recuerdo la memoria se regocija, está en el mejor de los casos aún por venir”.

Referencias Bibliográficas

Baraona, Miguel. La conjetura de Anita. Costa Rica: Editorial EUNA, 2024.

Camus, Albert. Crear peligrosamente. El poder y la responsabilidad del artista. España: Editorial GG, 2022.

Carpentier, Alejo. Obras completas II. El reino de este mundo y Los pasos perdidos. Argentina: Siglo veintiuno editores, 2003.

Tientos y diferencias. Uruguay: Editorial Arca, 1967.

Darío Sztajnszrajber “Pensar la memoria”, Blogger Sztajnszrajber https://sztajnszrajber.blogspot.com/2014/03/pensar-la-memoria.html (consultada 19 de agosto de 2024)

Inmaculada Murcia Serrano. «De la ausencia a la presencia. Estudio comparativo y revisión crítica de algunas teorías en torno a la agencia material e icónica», en Acción y poder de la imagen. Agencia y prácticas contemporáneas, 137. Edición de Ana García Vargas. Madrid: Plaza y Valdés Editores, 2019.


  1. 1 Miguel Baraona, La conjetura de Anita (Costa Rica: EUNA, 2024)

  2. 2 Alejo Carpentier, Tientos y diferencias (Uruguay: Editorial Arca, 1967), 15.

  3. 3 Darío Sztajnszrajber “Pensar la memoria”, https://sztajnszrajber.blogspot.com/2014/03/pensar-la-memoria.html (consultada 19 de agosto de 2024)

  4. 4 Albert Camus, Crear peligrosamente. El poder y la responsabilidad del artista. (España: Editorial GG, 2022) 58-59.

  5. 5 Alejo Carpentier, Obras completas II. El reino de este mundo y Los pasos perdidos (Argentina: Siglo veintiuno editores, 2003), 15.

  6. 6 Inmaculada Murcia Serrano, «De la ausencia a la presencia. Estudio comparativo y revisión crítica de algunas teorías en torno a la agencia material e icónica», en Acción y poder de la imagen. Agencia y prácticas contemporáneas, ed. Ana García Vargas (Madrid: Plaza y Valdés Editores, 2019), 137.

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