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Revista Ístmica

EISSN: 2215-471X

Número 19 Enero-diciembre 2016

Páginas de la 131 a la 141 del documento impreso

URL: www.revistas.una.ac.cr/index.php/istmica



Representaciones y elaboraciones de la homosexualidad en la literatura costarricense

Albino Chacón

Universidad Nacional, Costa Rica

Resumen

En la literatura publicada a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI encontramos de manera constante lo que podemos denominar una serie literaria sobre el tema de la homosexualidad. La historia literaria costarricense muestra, en los inicios del siglo XX, el caso de Jenaro Cardona, de manera particular con La esfinge del sendero (1914). Más adelante, apenas pasada la primera mitad de siglo, encontramos el caso de José León Sánchez con La isla de los hombre solos (1963), en donde la homosexualidad es presentada como parte de los arrebatos y de la violencia carcelaria.

Teníamos que llegar a las últimas décadas del siglo pasado para que, de alusiones que marginalizaban aún más todo lo que tuviera que ver con la sexualidad, se pasara a una nueva manera de comenzar a sacar del closet literario, ya no solo el tema de la homosexualidad, sino en general el de la sexualidad misma. El valor enunciativo de la publicación de esta literatura plantea una relectura del Estado costarricense mismo y del papel de sus instituciones. De ahí la significación de ese gesto fundante y provocador, producto de esta nueva serie de textos en la Costa Rica contemporánea, de una manera como no había sucedido antes en el país.

Palabras clave: literatura costarricense; narrativa homoerótica; series literarias.

Abstract

In literature published throughout the 20th century and at the beginning of the 21st century, we find what can be called a literary series about homosexuality. In the history of Costa Rican literature, in the early-20th century we find Jenaro Cardona’s novel La esfinge del sendero (1914) and just after the first half of the last century, Jose Leon Sanchez’s La isla de los hombres solos (1963), which presents homosexuality as part of prison violence.

It wasn’t until the late-20th century that literature abandoned the allusions that excluded everything related to sexuality to adopt a new way of bringing not only homosexuality, but sexuality in general, out of the closet.

The illustrative value of these publications proposes a reinterpretation of the Costa Rican State and the role of its institutions, which gave rise to the significance of this gesture in contemporary Costa Rican literature.

Keywords: Costa Rican Literature; homoerotic narrative; literary series.

Introducción

En la historiografía literaria costarricense es evidente el lugar de una ausencia: la no consideración de la existencia de una serie particular constituida por textos literarios gay/lésbicos publicados a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI. Este artículo constituye un ejercicio por ubicar el lugar de esos textos en nuestra historia literaria y cultural. Entendemos por serie literaria un conjunto de obras que no corresponden necesariamente a un solo período histórico –justamente esa suele ser una de sus características, ir más allá de las clasificaciones por períodos o por generaciones– pero que pueden ser agrupadas porque poseen rasgos comunes a todas ellas. Estos rasgos pueden ser por el tema que las enlaza, por los sujetos sociales productores y receptores de esas obras, porque comparten un mismo horizonte de expectativas, por el carácter disruptivo que suscitan en un medio cultural determinado, por el protagonismo de un determinado sujeto social que en otros períodos o series pudiera haber estado invisibilizado o ausente; en fin, por las marcas de correlación que pueden ser establecidas entre distintas obras y que es tarea del investigador formular1.

Se articula, de ese modo, una serie con un universo literario de perfiles delimitados que permite ir más allá de un estudio estrictamente de historiografía literaria, para marcar fuerzas tendenciales en el orden de la historia cultural. La serie perturba el canon, en la medida en que este último privilegia, sesgadamente, determinados conjuntos de obras y autores, y por lo tanto, al mismo tiempo, invisibiliza ciertas series. En ese sentido, el concepto de serie literaria posee un gran valor heurístico, pues permite ver a autores y obras, no con un valor individual en sí mismos, provocadores de estudios monográficos particulares, sino como puntos de apoyo para el establecimiento de fuerzas tendenciales literarias, culturales, y más ampliamente sociales. De este modo, los textos se conciben como signos, cruces, figuras de un sistema de comunicación más vasto que los trasciende, y que constituye su verdadero centro de interés2.

El concepto de serie literaria fue inicialmente planteado en el seno de los formalistas rusos, específicamente por Juri Tinianov en su artículo “Sobre la evolución literaria”, en 1927, mediante el que el autor se aleja de la supuesta perspectiva inmanentista que se le atribuye de manera general a los formalistas rusos. En lo que nos interesa, entre otros aspectos relevantes, Tinianov explica que: “Cabe observar que el concepto de “orientación” de la función verbal está referida a la serie literaria o al sistema literario y no a la obra particular. Es necesario colocar dicha obra en correlación con la serie literaria antes de hablar de su orientación. (Todorov, 1976: 99)

Las correlaciones se llevan a cabo no solo entre series literarias, sino también entre estas y otras series extraliterarias (social, política, cultural, etc.). El concepto de serie implica, para Tinianov, poner la noción de función como eje vertebral sin la cual todo estudio literario sería un conjunto caótico y heterogéneo3:

La existencia de un hecho como hecho literario depende de su cualidad diferencial, (es decir de su correlación, sea con la serie literaria, sea con una serie extraliteraria); en otros términos, depende de su función. Lo que es ´hecho literario` para una época será un fenómeno lingüístico dependiente de la vida social para otra, según el sistema literario con referencia al cual se sitúa este hecho (Todorov, 1976: 92).

Los primeros en el siglo XX: un panorama de dos

Sin afanes de exhaustividad, pues el corpus es bastante amplio, sobre todo a partir de los años 80, el objetivo de este trabajo es mostrar las tendencias o líneas temáticas principales de la serie literaria homosexual en la literatura costarricense, para lo cual se han seleccionado algunas de las obras y autores que, históricamente, aparecen como más relevantes dentro de esa serie. En 1914, el escritor Jenaro Cardona (1863-1930) publica La esfinge del sendero. En 1905 había publicado El primo, novela en la que buscaba mostrar la vida urbana en el San José de principios de siglo y la influencia de los nuevos valores mercantiles en la descomposición y desmoralización de la vida social, ello debido al paso de una sociedad que ya abandonaba el patriarcalismo campesino y en la que la urbanización, el dinero y la riqueza comenzaban a jugar un papel esencial. Esa primera novela insiste en la línea de sentido de otras obras de la época que sostienen la tesis del enfrentamiento entre campo y ciudad, esta última como un espacio de vicios y decadencia, frente al mundo natural y virtuoso del primero.

Junto a esa oposición, Cardona plantea otra, al considerar que las malas influencias vienen del extranjero y que estas corrompen, rompen el equilibrio y son causa de la descomposición del entramado social del país. Esta situación la va a aprovechar para plantear un aspecto central en la novela que nos interesa, La esfinge del sendero (1914), el cual tiene que ver con el profundo anticlericalismo de las ideas liberales de Cardona. En la novela se plantea, de una forma absolutamente frontal, un tema inédito hasta entonces en la literatura nacional: la homosexualidad sacerdotal. El Padre Hans, venido de Polonia, es profesor en un colegio seminario, donde hace intentos por seducir a Rafael, joven seminarista de origen campesino. No lo logra porque Rafael se opone con firmeza a los impulsos del sacerdote. Esta es la primera referencia a una aventura homosexual, cualquiera que esta sea, que encontramos en la literatura costarricense. Es importante señalar que en este caso lo que interesa al narrador no es el lance homosexual en cuanto tal, sino mostrar a través de él lo que constituiría la muestra de una perversión de la clase sacerdotal, una prueba de la hipocresía de la Iglesia.

En general, en la literatura de ese período y en las décadas siguientes, es muy tímido el tratamiento del placer sexual y la relación erótica extramarital, asociada a “la descomposición social y a la pérdida de la identidad nacional, a la desintegración del núcleo familiar oligárquico-patriarcal”, a “la disolución y corrupción de los valores y vínculos tradicionales” (Quesada, 2008: 27-30). Debió pasar medio siglo para que surgiera otra novela en la que el tema de la homosexualidad se trata de manera abierta y de una manera totalmente distinta. Hablamos de la novela La isla de los hombres solos, publicada en 1963, y cuyo título mismo es bastante elocuente para el tema que nos ocupa. Su autor, José León Sánchez (1930), la escribió durante sus años de reclusión en el presidio de la isla de San Lucas, en el Pacífico costarricense, famoso por la brutalidad con que eran tratados los prisioneros4.

La novela muestra escenas de la brutalidad policial que viven día a día los prisioneros. Esta situación es constante, excepto cuando en las noches la vida se transforma y los prisioneros, además de algunos de los guardias, se transforman y viven una vida sexual desenfrenada, travestidos algunos de ellos y quienes hacen las veces de mujeres que se ofrecen, sea mediante la prostitución, o convirtiéndose en amantes de otros prisioneros. El número de páginas que la novela dedica a estas situaciones casi compite con las dedicadas a la violencia bruta, lo que indica la importancia que la actividad sexual tiene entre los prisioneros. Es como si las relaciones sexuales, el comercio carnal, así como el establecimiento de verdaderas relaciones amorosas entre los prisioneros constituyeran una tabla de salvación ante la violencia cotidiana y la tortura. Por su parte, el narrador se cuida en todo momento de hacer saber al lector que él lo cuenta como testigo y no como protagonista de esa profusa actividad sexual, a la cual no duda en calificar en diversos momentos de “vicio” en que caen los hombres en la cárcel: él no.

El marco en que se presenta la homosexualidad es el de los arrebatos y de una conducta carcelaria relacionada con el ámbito social de la delincuencia. La total libertad, incluso crudeza, con que Sánchez describe el travestismo, la promiscuidad y en general las relaciones sexuales en el presidio, ratificaba los estereotipos negativos imperantes en la sociedad costarricense sobre la vida homosexual. De ese modo, la novela de Sánchez confirmaba, en otro ámbito social, la misma línea de sentido que ya estaba presente, cincuenta años antes, en la novela de Jenaro Cardona: la homosexualidad como una aberración, en un caso, en la conducta del clero; en el otro, la sexualidad homosexual como una conducta propia de delincuentes. Las dos obras transmiten, entonces, una visión fuertemente negativa sobre el tema. En La esfinge del sendero, la voz narradora se refiere a ella como “tremendos extravíos en que suelen caer por no se sabe qué horribles y misteriosas degeneraciones, ciertos seres depravados, que constituyen el último eslabón de la animalidad. ¿Con que era cierto que existían tales perversidades?” (Capítulo XV).

En el caso de La isla de los hombres solos se le asocia con los términos de “extravío”, “lacra” y “vicio”, como lo ejemplifica la voz del narrador: “Dichosamente no caí en las garras de tal vicio, que siempre coge por la garganta a un ochenta por ciento de los presidiarios [...] El bien no tiene razón de ser y la más descarada de las aberraciones se convierte en pan cotidiano” (p. 77). O más adelante:

[...] Castillo fue el autor indirecto de una de las reformas más humanas que hubo en el presidio de San Lucas, y eso fue lo que marcó el camino, con el pasar de los años, a una institución social que llegó a finalizar con una de las más asquerosas lacras de los penales: el extravío sexual (p. 206).

Referencias de este tipo son constantes, como sospechosamente también son constantes las descripciones pormenorizadas que el narrador hace de esos “extravíos”, producto de la soledad y de la ausencia de mujeres, lo que habría determinado el título mismo de la novela. Lo que había pasado en la escritura literaria, con el tratamiento marginal o del todo ausente de la homosexualidad o de la sexualidad misma, nos muestra la estricta política de control que la sociedad costarricense ejerció a lo largo de la primera mitad del siglo XX sobre el cuerpo y la sexualidad y sus posibilidades de manifestación discursiva. La literatura no estuvo ajena a ese disciplinamiento del orden discursivo y se hizo eco de esas restricciones políticas, culturales y sobre todo religiosas.

La sala se abre a múltiples ventanas

De referencias que marginalizaban todo lo que tuviera que ver con la homosexualidad –como lo hemos visto en los casos de Cardona y Sánchez–, en el mundo literario costarricense de la segunda mitad del siglo XX se inició un proceso de cambio, específicamente a fines de la década de los sesenta. El pionero es Alfonso Chase (1944), quien comenzó a escribir sobre el tema, no abiertamente en un principio, pero sí a partir de una nueva sensibilidad que anunciaba una intención de sacar del closet literario, ya no solo el tema de la homosexualidad, sino en general el de la sexualidad misma y las relaciones con el cuerpo que ello implicaba. Chase es el primer escritor costarricense que se asume públicamente como gay; de ahí su importancia como vector cultural de una nueva actitud en la historia literaria del país en los últimos treinta años, al colocar la piedra angular del inicio de una nueva serie literaria que identificamos plenamente como literatura gay/lésbica. Su primera novela corta, Los juegos furtivos (1968), título bastante sugerente por cierto, es una novela de iniciación, de aprendizaje de un joven escritor, que se desarrolla mediante los recuerdos del protagonista, en un monólogo interior desdoblado (el narrador le habla a un tú que es él mismo), y quien creció en contradicción con el medio social y familiar, y en constante búsqueda de identidad. Esa búsqueda está marcada por inquietudes, frustraciones, angustias y un mundo velado que pervive en las relaciones familiares, amistosas y sexuales, siempre de una manera furtiva, en donde lo sexual queda en una zona indefinida, umbrosa.

El tema homoerótico es tratado por Chase, tanto en su poesía como en su narrativa, de una manera más bien discreta, aunque con los años adquiere contornos más precisos, como es el caso de algunos de los cuentos del libro Mirar con inocencia (1973), siempre dentro de la tesitura de hombres jóvenes que descubren poco a poco la atracción entre sí, pero sin que esa relación tenga posibilidad de evolucionar más allá. Así sucede con el niño protagonista del cuento “El hilo del viento”, como si el escritor mismo contuviera esa posibilidad, o si con ello quisiera expresar la imposibilidad social, y sobre todo familiar, de una relación amorosa homosexual abierta: el amiguito del protagonista es asesinado por los hermanos mayores de este ante el peligro que representa. En Cara de santo, uñas de gato, libro de cuentos publicado en 1999, Chase volverá sobre el tema de manera más manifiesta: de los ocho cuentos que integran el volumen, cuatro de ellos son abiertamente homoeróticos.

La puerta que en un principio entreabrió Chase será abierta plenamente por otros escritores a partir de la década de los ochenta. En 1983, José Ricardo Chaves (1958), uno de los escritores actuales más importantes en el campo de literatura homoerótica costarricense, gana el premio Joven Creación, de la estatal Editorial Costa Rica, con el libro de cuentos La mujer oculta (1984). Esto marca un hito, por el reconocimiento que se da por parte de una institución estatal, caracterizada hasta entonces más bien por su carácter conservador en sus publicaciones. El libro de Chaves es un conjunto de seis relatos, tres de los cuales son de temática explícitamente homosexual.

Importante es también mencionar para esa misma época, en el campo de la dramaturgia, la obra Punto de referencia (1983), de Daniel Gallegos. En ella se explora una relación amorosa triangular en la que poco a poco se van descubriendo, entre alusiones y confesiones, los secretos compartidos y manipulaciones entre un matrimonio desgastado por el tiempo y un tercer personaje que ha formado parte de la vida afectiva de ambos. Entre lo dicho y lo apenas insinuado cada uno de los tres acepta, o admite de manera hiriente, la relación entre los otros dos. Así se devela la historia compartida entre Jorge y Esteban, en cuya vida –como en el cuento de Borges– Ana irrumpe como una intrusa, factor disruptivo –al mismo tiempo que elemento negociador de enlace– que salva las apariencias y que termina jugando el juego, amante de ambos y proveyéndoles el hijo (¡se llama Jorge Esteban!) que ellos no podían tener. Hay en la obra una zona imprecisa, ambigua que deja incierto lo que ‘realmente’ sucede y lo que correspondería a escenas propias del imaginario irresuelto del deseo y la represión. Con base en su argumento, aunque ampliando la temática con otros elementos, luego Gallegos publicará, en el 2000, una novela homónima.

A partir de esos años, ya no será necesario proceder narrativamente mediante alusiones o insinuaciones más o menos ocultas o rodeos que el lector debía desvelar. Así lo vemos en los libros posteriores de Chaves, Los susurros de Perseo (1994), entre cuyos personajes encontramos, interactuando, homosexuales, travestis, prostitutas y un cura transgresor de sus votos de castidad. Se presenta también el mundo de los jóvenes, sus ritos de iniciación sexual, sus familias, sus valores y los distintos medios en que estos se desenvuelven: el hogar, el colegio religioso, distintos espacios citadinos que les son propios y donde establecen sus relaciones de manera mucho más natural y espontánea.

El tema del SIDA y sus consecuencias ha sido inevitable. El mismo Chaves le dedica una trágica historia de amor en Paisaje con tumbas pintadas en rosa (1998). La novela trata con detalle hechos y situaciones políticas, sociales y culturales de los años ochenta en Centroamérica, y en ese telón de fondo histórico aborda un tema que, hasta entonces, no había sido tratado en la literatura costarricense: la vida y el mundo gay en los primeros tiempos del SIDA. Históricamente, José Ricardo Chaves toma el relevo de Chase, y es quien marca la ruta para otros escritores de literatura gay, tales como Uriel Quesada –a quien nos referiremos más adelante–, Alexander Obando (1958), con El más violento paraíso (2001) y Canciones a la muerte de los niños (2005), y José Otilio Umaña (1948), con Bailando en solitario (2008) y En la piel de la mentira (2011), por solo nombrar algunos de los más reconocidos.

Por el interés que tiene para los investigadores, es de mencionar la antología La gruta y el arcoíris, del escritor Alexander Obando; publicada por la Editorial Costa Rica en 2008, la cual incluso financió su elaboración. Es dentro de ese campo de fuerzas que debe analizarse la pertinencia de un tratamiento literario que, aún hoy, algunos escritores gay practican, de asociar la expresividad del amor homosexual con un alto grado de erotización, ligado a una exacerbada dosis de expresividad e incluso de violencia corporal y lingüística, como si todo eso formara parte intrínseca del mismo coctel. Ejemplo distinto y paradigmático es la ya mencionada novela de José Ricardo Chaves, Paisaje con tumbas pintadas en rosa. En pocos textos como este se lee la recreación de una historia de amor homosexual tratada de la manera más transparente, cotidiana, incluso con un cierto tono de tragedia clásica, por la presencia del SIDA, y sin echar mano al recurso de la sexualidad corporal por ella misma, y mucho menos a la homosexualidad como práctica violenta y con un vocabulario no menos violento.

En la misma línea, cabe mencionar a Uriel Quesada (1962), uno de los escritores actualmente más presentes en la vida cultural del país, no solo como escritor gay, sino también como académico universitario, con múltiples investigaciones y publicaciones sobre el tema, y como activista de los derechos de la comunidad LGTB. Entre sus obras más notables se puede mencionar el cuentario Lejos, tan lejos (2004), que contiene uno de sus textos más provocadores “Bienvenido a tu nueva vida”, y de manera particular la que hasta ahora puede considerarse uno de sus textos más importantes, la novela El gato de sí mismo (2005), de hondas preocupaciones existenciales y psicoanalíticas, surgidas de las condiciones familiares y de la búsqueda de identidad del protagonista. La narrativa de Quesada puede definirse, tal como lo hice en otro lugar, como:

Una literatura escrita desde la perspectiva de quien tiene plena conciencia de la necesidad de que esta rompa los limites del clóset, entendido este como metáfora de identidad, de represión, de espacio mental y lingüístico, de metáfora de lo inefable sexual que queda apenas sugerido. Los registros narrativos utilizados son muy variados; van desde la ciencia-ficción al relato policíaco, de lo folletinesco a la novela del oeste y al cuento de hadas, aparte de los juegos y referencias intertextuales, constantes en la obra de Quesada, sea como homenaje, ironía o parodia. (Chacón, 2007: 365)

En lo que se refiere a literatura lésbica, el primer poemario publicado en el país es Hasta me da miedo decirlo (1987), de Nidia Barboza, con la radicalidad con que ella lo hace, mediante un yo y un tú líricos claramente femeninos a la hora de declarar y manifestarse su amor. Un caso particular es el de una de las más reconocidas novelistas costarricenses, Carmen Naranjo (1928-2012), con una profusa obra, pero quien solo en su última novela, Más allá del Parismina (2000), tocó el tema de un amor lésbico, cuando Isabel huye a un territorio mítico, más allá del río Parismina, como una salida a la extrema violencia de género que había sufrido, luego de pasar por diversas y frustrantes experiencias amorosas, para terminar conviviendo con una pareja femenina. Podríamos leer esta novela como un arreglo de cuentas de la escritora consigo misma, el medio del que se sirve la autora para escribir una historia en la cual ella entrega un testimonio literario de su propia condición lesbiana, lo que no había hecho antes en ninguna de sus obras.

A manera de conclusión

Se hace necesario comprender la literatura como un campo que no puede entenderse sino dentro de coordenadas que tienen que ver con las contradicciones sociales y las luchas ideológicas, y en lo que nos concierne directamente con lo aquí tratado, con la política de los cuerpos. Esto es, el cuerpo como un lugar central dentro de la socialidad y por cuyo control luchan diversas instituciones. Como sabemos, esto no es propio de una ideología particular, sino que las ha atravesado todas, tanto de derecha como de izquierda. La política o lo político funciona también como una extensión de la moral y de las sujeciones que esta extiende en el resto del tejido social.

Este artículo ha intentado trazar los hitos de una línea de estudio particular dentro de la historiografía literaria costarricense. Queda planteado un tema y un punto de vista que merece discusiones más amplias para su análisis cultural y social, a través del estudio de una serie literaria, como hemos visto, compuesta de libros de diversos momentos de la historia literaria costarricense. Planteamos la necesidad de leer esos libros como un continuum: el de una escritura que permite visualizar los ascensos y descensos que ha tenido en Costa Rica la narrativa gay/lésbica.

El valor performativo de su publicación plantea una relectura del Estado costarricense mismo, del papel de sus instituciones como agentes conservadores o como agentes modificadores de lo que se llama la cultura nacional y de sus objetos fetiches, de manera particular el libro literario como espacio privilegiado de condensación de lo social y desde el cual se define o se pretende definir lo nacional identitario. Toda enunciación tiene un valor colectivo, porque en la colectividad nace, hacia ella vuelve a dirigirse, y al tiempo que la refleja la problematiza, rompiendo el espejo narcisista nacional por donde más duele a ciertos sectores: no hay nada más político que la consideración de las identidades sexuales y su posibilidades de expresión dentro de las instituciones, de manera particular la institucionalidad literaria, en tanto aparato institucional de construcción de imaginarios de identidades colectivas. La voz, las historias y las preocupaciones de cada autor no están separadas; al contrario, se engarzan y se inscriben dentro de una acción enunciativa colectiva a lo largo del siglo XX y lo que va, hasta ahora, del siglo XXI, a la manera de un corpus textual que ofrece en su conjunto, y puede ser leído, como una especie de memoria literaria de la sexualidad en la Costa Rica contemporánea.

En el sentido que le dan Gilles Deleuze y Felix Guattari (1978) podemos también entender esta producción textual como una literatura menor, no como una literatura de menor categoría o la que se escribe en un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor, y de esa manera modifica ésta, la trastrueca, la redefine, a través de su función de práctica contramayor, al interior de la literatura misma. La lengua literaria mayor que hoy se escribe y publica en Costa Rica ya no puede prescindir de la presencia de lo que, a través de los años, ha venido haciendo esa literatura menor, revolviendo y reordenando la lengua literaria nacional. Literariamente, el closet ya es una sala abierta de múltiples ventanas.

Referencias

Barboza, Nidia (1987). Hasta me da miedo decirlo. San José, Costa Rica, EDUCA.

Cardona, Jenaro. El primo (1980, primera edición de 1905). San José, Costa Rica: Editorial Costa Rica.

Cardona, Jenaro (2007, primera edición de 1914). La esfinge del sendero. San José, Costa Rica: EUNED.

Chacón, Albino (coordinador, 2007). Diccionario de la literatura centroamericana. San José, Costa Rica: EUNA/Editorial Costa Rica.

Chase, Alfonso (1980, primera edición de 1968). Los juegos furtivos. San José, Costa Rica: Editorial Costa Rica.

Chaves, José Ricardo (2008, primera edición de 1994). Los susurros de Perseo. San José, Costa Rica: Editorial Uruk.

Chaves, José Ricardo 1998). Paisaje con tumbas pintadas en rosa. Heredia, Costa Rica: EUNA.

Deleuze, G. y Guattari, Félix (1978, primera edición francesa de 1975). Kafka. Por una literatura menor. México: Era.

Gallegos, Daniel. Tres obras de teatro. Ese algo de Dávalos, La colina, Punto de referencia. San José: Editorial Costa Rica, 1999.

Gallegos, Daniel. Punto de referencia. Novela. San José: Editorial Costa Rica, 2000.

Naranjo, Carmen (2000). Más allá del Parismina. San José, Costa Rica: Editorial Uruk.

Obando Alexander (2008). La gruta del arcoíris. Antología de narrativa gay/lésbica costarricense. San José, Costa Rica: Editorial Costa Rica.

Rama, Ángel. (1970). “Sistema literario y sistema social en Hispanoamérica”. En A.A.V.V. Literatura y praxis en América Latina. Caracas: Monte Ávila.

Sánchez, José León (2012, primera edición de 1963). La isla de los hombres solos. México: Random House Mondadori.

Quesada Álvaro. Breve historia de la literatura costarricense (2000). San José Costa Rica: Editorial Porvenir.

Quesada, Uriel (2004). Lejos, tan lejos. San José, Costa Rica: Editorial Costa Rica.

__________. (2005). El gato de sí mismo. San José, Costa Rica. Editorial Costa Rica.

Tinianov, Juri. (1970). “Sobre la evolución literaria”. En Teoría de la literatura de los formalistas rusos. Antología preparada y presentada por T. Todorov (primera edición en francés de 1965). Buenos aires: Siglo XXI, 1976.


1 Así tendríamos, por ejemplo, la organización de desarrollos literario/culturales particulares, contrario a lo que muchas veces realizan las historias generales, al mezclar o poner juntas obras muy distintas, simplemente porque aparecieron en un mismo momento. El carácter transhistórico de la noción de serie trastoca los métodos clasificatorios con los que trabajó durante muchos años la historiografía literaria, mediante la organización en generaciones o períodos.

2 Así entonces, libros como Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, y en general las crónicas coloniales, o los memoriales indígenas, por ejemplo, podrían formar un único corpus con obras de la literatura contemporánea (el género testimonial, por caso). Así, la significancia de una obra o de un conjunto de obras no se queda o depende de una temporalidad específica, dadas las interrelaciones y funciones comunes que podemos establecer entre ellas para entender, desde la literatura, rasgos del desarrollo histórico de una sociedad determinada.

3 Pueden consultarse a este respecto los trabajos que lleva a cabo el equipo de investigación “Re/presentaciones de otredades, experimentaciones estéticas y cambios en el sistema literario argentino contemporáneo (desde 1940 al presente)”, perteneciente a la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Véase: http://representaciondeotredades.blogspot.com/2011/10/aproximaciones-la-nocion-de-sistema.html. Otros autores que han desarrollado trabajos relevantes relacionados con el tema en América Latina son Ángel Rama: “Sistema literario y sistema social en Hispanoamérica”. En AAVV Literatura y praxis en América Latina. Caracas, Monte Ávila, 1970), y varios trabajos de Antonio Losada, entre ellos La literatura en la sociedad de América Latina: Perú y el Río de la Plata, 1837-1880. Frankfurt, Verlag Klaus, 1983. Asimismo diversos escritos de Antonio Cornejo Polar.

4 El escritor José León Sánchez estuvo preso ahí varios años, acusado del robo de las joyas de la Virgen de los Ángeles, en la Basílica de Cartago, acto del cual fue declarado inocente a finales de los noventa, por lo que la novela tiene carácter de “ficción testimonial”.


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