letras

Revista Letras

EISSN: 2215-4094

Número 59 Enero-junio 2016

Páginas de la 185 a la 196 del documento impreso

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Entre el 24 de agosto de 1891 y el 10 de mayo de 1892 el poeta nicaragüense Rubén Darío vivió en Costa Rica. Durante algunos días se hospedó en casa del escritor y político costarricense Luis Rafael Flores (1860-1938), en la ciudad de Heredia. De tan notable acontecimiento, Flores quiso dejar constancia escrita, por lo que le pidió al joven escritor Luis Dobles Segreda que redactase unas páginas. El resultado fue un breve artículo que Dobles Segreda tituló «Rubén Darío en Heredia». Se publicó en la revista Athenea, en el número 6 del 15 de julio de 1920 (pp. 929-932). Inmediatamente se incluye una página de Darío dedicada a la ciudad. Ambos documentos, por su importancia histórica, los reproduce Letras, como parte del homenaje al gran poeta hispanoamericano, cuyo centenario de su fallecimiento se conmemora durante 2016 en el mundo literario y académico de habla hispana.


Sherry E. Gapper

Directora


Rubén Darío en Heredia

(Mayo de 1892)

Luis Dobles Segreda

I

La carta del buen poeta provinciano, don Luis R. Flores, me produjo extrañeza.

«Venga a verme, mi buen amigo Luis, tengo que pedirle un favor. Le escribo porque usted sabe que no salgo de Heredia».

¿Qué podría pasar? ¿Estaba enfermo el poeta?

¿Qué favor habría de poder prestarle yo?

Por telégrafo le dije: «El miércoles iré».

* * *

Lo encontré como siempre: hundido en un viejo sillón de felpa, leyendo.

Es un eterno lector.

—¿Qué quiere usted que haga? Cuando la vida es tan monótona, cuando casi nos ha puesto al margen, cuando nos tiene en abandono, nos acogemos a la lectura.

—¡Pero hablar de abandono todo un señor gobernador!

—Sí, sí, completo.

Y al decirlo se le humedecían los ojos.

Entonces yo iba comprendiendo.

—De casa a la oficina, de la oficina a las calles a ver los trabajos, pero así y todo…

No es la política, no los amigos, no el mundo que lo abandona.

Humo y bulla es todo eso para el corazón del poeta.

El grande abandono que pesa sobre su vida es ese silencio triste que quedó en la casa cuando salió, por la puerta, la negra caja que se llevó a la compañera hasta la ciudad de los cipreses1.

¡Y cómo conmueve esto el alma del poeta!

Han pasado muchos años y para él ninguno.

Hay otra vez ruido en la casa y fiesta y alegría, pero él, hundido en el viejo sillón de felpa, es sordo a todo.

Habla de ella como si estuviese presente, repite sus palabras y cuenta sus decires.

—Decía Victoria que…

Y después.

—Una vez estaba Victoria aquí, cuando…

Llenaba ella toda su alma y cuando le dijo adiós, para irse a morder su puñado de cal, el poeta no volvió a probar miel de risas en su boca.

Oyéndole hablar de ella se siente la impresión de que todo ha sido sueño y que Victoria está allí, afanada en el ajetreo de la casa. A cada paso que se oye, en los aposentos vecinos, uno alza instintivamente la cabeza para inquirir y el labio alista el saludo.

—Buenas tardes, doña Victoria.

¡Qué bello poder de amor hay en el corazón de este poeta bueno!

¡Qué rocío tan fresco riega estas siemprevivas sobre el hastío de la vida!

Diríase que el poeta es como un vaso todo lleno con el recuerdo de ella.

Dan ganas de tener mujercita propia para amarla así, como este buen don Luis a su Victoria, con una lealtad que llega más allá de la tumba.

* * *

—¿Por qué escribe ahora tan poco?

—Ni sé… no siento gana de escribir, prefiero leer.

—Pero antes usted era muy fecundo.

—Antes sí, cuando estaba muchacho… cuando la casa estaba completa; la alegría me sonaba en el corazón y cantaba. Mis versos los hacía con ella, los comentábamos juntos y ella decía: «¡Son muy lindos tus versos!» Yo creía que era verdad, porque siempre creí cuanto me dijo, y los haría para que me lo repitiera: «¡Son muy lindos tus versos!»

II

Luego el objeto de la llamada.

—Quería contarle: han venido en estos días unos caballeros, han detenido su automóvil frente a mi puerta.

«—¿El poeta don Luis R. Flores?

»—Para servir a ustedes.

»Los saludos de estilo. La maldita loa a mis versos y luego las tarjetas.

»Pretenden escribir un libro íntimo sobre Rubén Darío. De lo que no saben las prensas, de lo inédito, de lo insignificante y andan visitando todos los rincones donde el poeta vivió y buscando a sus viejos amigos».

—Linda idea.

—Pues lo llamé para eso.

—¿A mí?

—Sí, ellos quieren que yo escriba una página contando lo que vivió Rubén en nuestra Heredia.

—¡Magnífico!

—Sí, pero ya usted sabe… yo no escribo.

—¿Cómo?

—Sí, algunas veces uno que otro verso perdido, pero a la prosa le tengo miedo. ¡Es tan torpe la mía…!

—No diga mentiras para defender perezas.

—Está de más cualquier galantería; yo, que soy amigo de leer, lo conozco.

—Preocupaciones de hombre humilde.

Se ha levantado par callarme poniéndome la mano sobre la boca.

—Quiero que usted escriba esa página.

—¿Yo?

—Sí, yo se la contaré. Nada pasó de raro. Rubén estaba muy triste en esos días y habló poco. Yo no quería decirle nada, esperaba oírlo. Nuestros días de amistad fueron un largo silencio. Callaba él su melancolía, yo mi devoción.

—Cuente, cuente.

* * *

«Tenía Rubén un raro prodigio para verlo todo de golpe.

»Al dejar el estribo del coche ferroviario, sus grandes ojos abarcaron el conjunto.

»—Tu Heredia es una ciudad amable, Luis Flores. Tiene lindas mujeres y un poeta.

»—Gracias, Rubén.

»—Ese vocablo nacional corrongo debe haber nacido aquí, nada habrá más corrongo que esta aldea.

»Después escribió un lindo boceto y lo iniciaba con esas mismas ideas: Desde la llegada comprende el viajero que Heredia es una ciudad amable. Empleando un vocablo nacional y gráfico se la podría llamar corronga. He visto de pronto sus casas, sus parques, sus iglesias, tiene mucho árbol, muchas mujeres bonitas, mucha gente religiosa…

* * *

»Esa noche no quiso salir.

»—Poeta —me dijo—, dame asilo en reposo. Que no me festejen… que me dejen descansar.

»Temprano cerró las ventajas de su cuarto.

»—Quiero soñar un rato, Luis Flores, déjenme soñar; y se encerró.

»Los amigos se apiñaban en la sala y hacían charla toda la noche. El poeta paseaba a obscuras su aposento, como un sonámbulo.

»Tarde en la noche abrió la puerta y se asomó.

»—Mis queridos amigos…

»Y los fue saludando a todos.

»—¿Cómo hacen ustedes para permanecer allí con tanta luz…? Mis ojos tienen algo del misterioso fosforecer de los búhos, sondean mejor en la tiniebla y la penetran.

»Todos callábamos.

»—He salido porque se acerca ya la media noche.

»—Faltan veinte minutos.

»—No puedo estar solo en este instante. El diablo viene a asesinar la noche y no puedo ver derramarse en el silencio su sangre negra. Todos los días son malos por eso, nacen de la sombra y del crimen.

»Y siguió diciendo mil ideas raras y confusas, como si se escapara de su cráneo una bandada de cuervos que lo picotearan.

»Flotaba sobre sus sábanas algo como el espíritu de Edgar Poe.

* * *

»Al día siguiente corrimos la ciudad.

»Un detalle le interesó sobre todos: el Fortín. El gran Rubén cruzó los brazos y se quedó en muda contemplación frente al Fortín, por largo espacio.

»—Luis, este lindo torreón debe tener muchos enemigos en tu tierra. Es el más bello sujeto que he visto aquí.

»—Ya han tratado de demolerlo —repuse—, en el gobierno de don Próspero lo condenaron a muerte, pero el verdugo pedía veinticinco mil pesos por la hazaña2. Eso lo salvó.

»—¡Qué estúpidos! Tú eres poeta, Luis, te exijo un juramento.

»—Manda, Rubén.

»—Júrame que lo defenderás toda la vida, que mientras estés vivo no lo repellarán, ni lo maltratarán, no lo tumbarán. ¡Que lo dejen quieto! Parece arrancado de un castillo medioeval.

»—Te lo juro.

»—Ten presente que me lo juras; los poetas estamos obligados a defender la belleza a capa y espada. Al fin, como siempre, caballeros del ideal.

»Luego fuimos a la Iglesia del Carmen.

»—¡Bello templo! Parece tener muchos años.

»—No tantos, es del setenta.

»—Pues los que lo hicieron venían muchos años atrás; es también medioeval. Me gusta más por eso. Yo me robaría esos dos santos de piedra que están en la fachada.

»En las naves de la parroquia se detuvo en contemplación frente a dos angelotes de hierro que ofrecen agua bendita en amplias conchas.

»—¡Qué bellos ángeles!

»Yo no comprendía bien su belleza.

»—Mira qué actitud tan justa, tan hierática. El alma de estos bronces traduce un amplio secreto de liturgia. ¡Dan agua para santificar la frente! Qué hermosa forma de servir al pensamiento y al corazón.

* * *

»Esa noche pidióme otra vez reposo y empezó a escribir. Mucho, mucho, sin levantar la mano.

»Corriendo, llenando de rasguños y manchas el papel y haciendo gestos, como si estuviese loco.

»Yo lo miraba desde mi asiento. Después cogí sus cuartillas:

Son los centauros. Cubren la llanura. Los siente

la montaña. De lejos, forman son de torrente

que caen su galope al aire que reposa

despierta, y estremece la hoja del laurel rosa

»Aquí, sobre esta mesa, véala, sobre esta mesilla miserable, escribió su enorme Coloquio de los centauros

Y el poeta provinciano, acariciaba la mesa como cosa sagrada, como reliquia3.

* * *

»Después, otro día de revolver calles.

»Entonces la ciudad era distinta. ¡Ni la sombra de hoy! Yo me sentía apenado.

»—Pues ya ves, Rubén, es una aldea apenas, como tú dices; ni luz eléctrica tenemos.

»—No mientas, Luis. ¿Y esos ojos?

»Lo decía deteniendo del brazo a una guapa muchacha para mirarle los ojos de cerca.

»La muchacha se incomodaba.

»—Más lindos así, cuando se incendian.

»La moza se iba extrañada y el poeta seguía su elogio.

»—¡Qué lindos ojos los de estas mujeres, Luis! Hay mucho sol en el país, pero estas heredianas tienen mucho sol prisionero. Yo no podría vivir en Heredia.

»—¿Por qué?

»—Viviría como un sátiro, persiguiendo mujeres para besarles los ojos.

* * *

»Por fin se fue. Solo tres días estuvo conmigo, ¡sólo tres días!

»—¿Por qué te vas, Rubén? ¿No te asienta el país?

»—Es muy lindo tu país, pero yo necesito vivir y tu país no tiene trabajo para mí. Mi machete es la pluma, hay que buscar dónde hacer la siega. Aunque quisieran estos periódicos pagarme, no podrían; es todo tan chico acá.

»Luego volvía a mirarme con ojos llenos de franqueza.

»—Y tu país huele a Fenicia, es un país de mercachifles.

»Cuando notó que la verdad era cruda, me puso la mano sobre el hombro para consolarme.

»—¿Pero Heredia? ¡Ah! Heredia es suave, cortés, coqueta y rezadora».

* * *

El poeta Flores se queda en un largo reposo y luego exclama:

—Qué negro tan malo y tan bello ese Rubén. ¡Qué diablo de hombre! Escríbales todo eso a los nicas que quieren tomar mis impresiones al través de tantos años. Usted tiene una linda prosa llena de…

Entonces soy yo quien le apaga la voz con un abrazo de despedida.

Aquí está la página.

Heredia, Costa Rica, 1920

Heredia 4

Desde la llegada comprende el viajero que Heredia es una ciudad amable. Empleando el vocablo nacional y gráfico, se le podría llamar corronga. He visto de pronto sus casas, sus parques, sus iglesias; tiene mucho árbol, muchas mujeres bonitas, mucha gente religiosa.

La religión y la belleza reinan en Heredia, junto con la hospitalidad. Acabo de ver un torreón que parece arrancado de un castillo medioeval5. He estado en la nave de una iglesia, donde los ángeles de bronce ofrecen en sus manos hieráticas el agua bendita6.

La basílica del Carmen7, con su graciosa elegancia, no puede menos que agradar al artista.

Heredia es suave, cortés, coqueta y rezadora. Con su ambiente sano y su población tupida, y su café. Heredia es la señorita rica, que desde su provincia reina y vence. No tiene luz eléctrica, ¡pero los ojos de las estrellas la favorecen tanto! Y luego los de estas encantadoras heredianas que poseen las más adorables pupilas que es posible encontrar en el mundo.

El trabajador tiene aquí su morada. Es de aquí en donde cantidad harto considerable se exporta el grano de oro del «arbusto sabeo».

En el pueblo herediano se encuentran los robustos y sanos mozos, las muchachas campesinas de caras rosadas, los viejos labradores, honrados como patriarcas y ricos como pachaes8 de los cuales se hallan ejemplares pasmosos en el pueblo santodomingueño.

De noche, en el parque, se encuentran parejas envidiables, en los bancos, cerca de la fuente en donde canta el agua. Una banda se oye a lo lejos fanfarriando alegremente. Las torres se destacan sobre un hermoso cielo apizarradamente opaco. No hay casi una ráfaga de viento que mueva los ramajes de los grandes árboles.

A través de los vidrios de los balcones, en las casas cercanas, brota en anchas y pálidas franjas, la luz. El poeta Luis Flores me hablaba de una divina esperanza ideal, en tanto que oigo reír cerca de mí, a una locuela de quince años.

Este boceto instantáneo será después un cuadro.

Lo que es hoy, noto una quietud monacal y somnolente que empieza a invadir la ciudad. Son las diez. ¡Buenas noches!

6 de marzo de 1892


1 Se refiere a Victoria León Páez, esposa de Flores (N. de la E.).

2 Se refiere a Próspero Fernández Oreamuno, presidente de Costa Rica entre 1882 y 1885. (N de la E.).

3 Esta puede haber sido una de las primeras fuentes que dieron lugar a la suposición de que Darío escribió el Costa Rica su poema «Coloquio de los centauros» (incluido en Prosas profanas). En realidad, se trata del poema que primero tituló «Los centauros», escrito en Heredia, Costa Rica, en 1892, que posteriormente retituló «Palimpsesto» (también inserto en Prosas profanas). La estrofa citada [por Luis R. Flores o por Dobles Segreda] pertenece al «Coloquio», no a «Los centauros [Palimpsesto]». Téngase en cuenta que la entrevista está fechada en 1920; es decir, casi treinta años después de la visita de Darío a la casa de Flores. (N de la E.).

4 Esta es la reproducción que aparece en la revista Athenea, del texto de Darío, que originalmente se publicó en Diario del Comercio, n.o 81, del 9 de marzo de 1892, con un subtítulo entre paréntesis: «boceto» (N. de la E.).

5 Se refiere al Fortín de la ciudad (Nota del original).

6 La iglesia parroquial (Nota del original).

7 La historia de esta iglesia, sus personajes, sus cuentos se relatan en un libro, Rosa mística, de Luis Dobles Segreda, aparecido hace poco (Nota del original).

8 Pachá: tratamiento honorífico dado a cierto tipo de militares otomanos (N. de la E.).


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