Vol 19, No 37, Enero-Junio 2021 ISSN: 1409-3251 EISSN: 2215-5325

 

 

 

Recampesinizar el futuro. La alternativa campesina ante el colapso del sistema agroalimentario global


Repeasantization of the future. The peasant as an alternative to the collapse of the global agri-food system

DOI: http://doi.org/10.15359/prne.19-37.1

 

Raúl H. Contreras Román

Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), México.

lrcontreras@ceiich.unam.mx

ORCID: 0000-0002-4606-8436

 

 

 

 

Recibido: 18/01/2021  Aceptado: 02/03/2021 Publicado: 30/06/2021

 

 

Resumen

La desagrarización y la descampesinización han sido las tendencias dominantes en la historia agraria del capitalismo neoliberal. Estos fenómenos han sido consustanciales a la instalación de un sistema agroalimentario global, sustentado en la agroindustria y el agronegocio corporativo. Dicho sistema ha mostrado amplias vulnerabilidades, que fueron evidenciadas en la crisis económica y alimentaria internacional desatada en 2007. La pandemia por COVID-19 ha puesto de manifiesto nuevamente las vulnerabilidades del sistema agroalimentario corporativo, al tiempo que ha estrechado sus capacidades para garantizar la seguridad alimentaria. El movimiento campesino internacional agrupado en Vía Campesina, desde su fundación, se ha opuesto a la mercantilización de los alimentos y ha bregado por recolocar al campesinado en el centro de la discusión sobre los sistemas alimentarios. Ha propuesto que el derecho a la alimentación solo puede ser asegurado por los campesinos que, a su vez serán garantes de la Soberanía Alimentaria. Para ello es imperativo el avance de la recampesinización, tanto a nivel cuantitativo como cualitativo. Por medio de la discusión de bibliografía reciente sobre la materia, en este artículo se presenta la opción campesina por la recampesinización como alternativa al control corporativo y neoliberal de la producción y distribución de alimentos y, más ampliamente, como horizonte para la construcción de un mundo futuro pospandémico.

Palabras clave: Campesinado, Sistema agroalimentario, Recampesinización, Desagrarización, Descampesinización, COVID-19.

 

Abstract

Deagrarianization and depeasantization have been the dominant trends in the agrarian history of neoliberal capitalism. These phenomena have been inherent to the installation of a global agri-food system, supported by agribusiness and corporate agribusiness. This system has shown numerous vulnerabilities, which were made evident during the international economic and food crisis unleashed in 2007. The COVID-19 pandemic has once again exposed the vulnerabilities of the corporate agri-food system, while it has narrowed its capacities to guarantee food security. Since its foundation, the international peasant movement grouped under Vía Campesina has opposed to the commodification of food and has struggled to place the farmer at the center of the discussion on food systems. The movement has proposed that the right to food can only be ensured by farmers, who, in turn, will be guarantors of Food Sovereignty. For this, advancing repeasantization is imperative, both quantitatively and qualitatively. Based on recent bibliography on the matter, this article presents the peasant option for repeasantization as an alternative to corporate and neoliberal control of food production and distribution and, more broadly, as a horizon for the construction of a future post-pandemic world.

Keywords: Peasant, Agri-food system, Repeasantization, Deagrarianization, Depeasantization, COVID-19.

 

Introducción

La pandemia por COVID-19, como ha planteado el grupo de alto nivel de expertos en seguridad alimentaria y nutrición de FAO (HLPE, 2020), ha puesto de manifiesto las altas vulnerabilidades del sistema alimentario global controlado por grandes corporaciones. La seguridad alimentaria, planteada como objetivo de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, se ha visto amenazada en todo el mundo ante la pandemia1 y ha empeorado las proyecciones respecto del acceso a los alimentos de diversas poblaciones vulnerables, en especial de aquellas con inseguridad alimentaria aguda o crítica2.

Como han discutido Clapp y Moseley (2020, p.1393) la pandemia del COVID-19,

ha sido un evento cataclísmico para el sistema global en muchos niveles y se ha convertido en una compleja crisis alimentaria a escala global. Desde principios de 2020, cuando el virus comenzó a extenderse ampliamente, los sistemas alimentarios han experimentado importantes interrupciones y el hambre generalizada ha asomado la cabeza .

En el informe sobre “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2020” (FAO, FIDA, OMS, PMA y UNICEF, 2020), se ha estimado que, a partir de una evaluación preliminar, la pandemia de COVID-19 puede añadir entre 83 y 132 millones de personas al número total de personas subalimentadas en el mundo al 2020. Situación que se agrava según se consideren las tendencias y la duración de la crisis económica que se avendrá pos-pandemia.

El impacto presente y futuro de dichas vulnerabilidades; pese a ser global, ahondará las brechas de desigualdad prexistentes. De hecho, aunque se ha insistido que en el ámbito de los mercados mundiales la producción de alimento y sus reservas se proyectan como estables, la fuerte contracción del crecimiento económico por la pandemia se ha traducido en un problema de acceso, limitando la capacidad para la obtención de alimentos de la población de muchas regiones del mundo (cf. Mogues, 2020; FAO, 2020).

Aún cuando en la proyección de los organismos internacionales la producción de alimentos esté asegurada en el corto plazo, el problema no parece acabar ahí. Insistir en un sistema global de alimentos sustentado en métodos de producción agroindustrial, de alta especialización en monocultivos comerciales, intensivos en la utilización de energías fósiles y agrotóxicos, así como en sistemas de distribución sostenidos en las lógicas del libre mercado y de complejas cadenas de suministro monopolizadas a nivel global por corporaciones privadas, es negarse a atender a los profundos desafíos que la pandemia por COVID-19 está presentando a las formas de asegurar la alimentación de los seres humanos.

De los muchos aspectos que pueden considerarse en aquello que Boaventura de Sousa Santos (2020) ha identificado como la cruel pedagogía del virus, aquel relacionado con las múltiples iniquidades y las profundas vulnerabilidades de un sistema agroalimentario que deja en manos del agronegocio el derecho humano a la alimentación, es tal vez uno de los fundamentales. La pandemia, como manifestación de la crisis ecológica más amplia que vivimos en la actualidad (Santos, ibid., 65), debiese orientarnos a otra forma de producir, distribuir y consumir alimentos; instaurando un sistema en que la alimentación humana no sea uno de los factores del deterioro planetario.

La recampesinización, que revisaré en este artículo, es la alternativa que los movimientos campesinos vienen proponiendo desde su crítica al ingreso de los alimentos a la Organización Mundial de Comercio. Alternativa que, lo mismo que busca desmercantilizar la alimentación, se enmarca en el proyecto por la Soberanía Alimentaria de los pueblos, a través de la recolocación del campesinado y el modo de producir campesino agroecológico, en el centro de un nuevo sistema agroalimentario3.

La recampesinización como proyecto y como práctica concreta en diversos rincones del mundo4, constituye una contra-tendencia a las tendencias globales de descampesinización y desagrarización, que han acompañado la historia del agro en la actual fase de acumulación capitalista neoliberal. Por ello, recampesinización debe entenderse en el marco de las dinámicas de la condición campesina5 y, más aún, de la sociopolítica campesina contemporánea que desde plataformas como el Movimiento Internacional Vía Campesina, ha planteado una política contrahegemónica al sistema mercadocéntrico de los alimentos (cf. Calvário, 2017).

 

Una opción campesina

 

Parte importante de las crisis que en el ámbito de la alimentación desatarán la pandemia, serán continuidad del ciclo de crisis económico-alimentarias iniciadas en 2007 y de las respuestas que se dieron a esta con el propósito de reafirmar el sistema agroalimentario corporativo, en momento en que los propios organismos internacionales promotores delmodelo, reconocían su fracaso.

Ante la crisis de 2007, el Informe de la Iniciativa Evaluación Internacional del Papel del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola (IAASTD por sus siglas en inglés), promovida por Banco Mundial, ONU, FAO; y otros organismos internacionales, había concluido:

Es insostenible depender de la agricultura industrial sustentada en la industria extractiva (…) Lograr la seguridad alimentaria y asegurar estilos de vida sostenibles para las personas que viven en pobreza crónica, requiere asegurar que los agricultores de pequeña escala tengan acceso y control de los recursos necesarios (IAASTD, 2008; citado en Holt-Gimenez y Patel, 2012, p.109)

En el marco de la crisis por COVID-19, las vulnerabilidades del sistema agroalimentario corporativo, no han sido reconocidas de la misma manera por los diversos actores involucrados en el debate. Asimismo, no todos los actores han reconocido el vínculo de esta crisis con la acumulación de contradicciones del sistema agroalimentario global, en colapso desde hace más de una década. Para los defensores del modelo, el sistema ha respondido de buena manera y el suministro de alimentos a escala global no ha sido interrumpido pese a las extremas limitaciones para la producción y la distribución impuesta por las políticas de confinamiento en diversos países del mundo (cf. Mogues, 2020).

Desde la perspectiva global – ha dicho el director de la División de Comercio y Mercados de FAO, Boubaker Ben-Belhassen –, “los mercados de productos agrícolas están demostrando ser más resilentes a la pandemia que muchos otros sectores”6, al tiempo que se reconocen las limitaciones que el actual modelo ofrece a la hora de garantizar la seguridad alimentaria en el contexto de la crisis por la pandemia y de las crisis que de esta se derivarán.

Por su parte, movimientos campesinos internacionales como Vía Campesina, han señalado que el origen mismo de la pandemia se encuentra en un sistema de producción, distribución y consumo que ha degradado profundamente la naturaleza y sus ciclos. Asimismo, Vía Campesina ha apuntado

que la crisis del coronavirus que ha golpeado al mundo sólo [sic] expone la vulnerabilidad de nuestro sistema alimentario globalizado, que sólo empeorará en los próximos años si no invertimos en la construcción de un sistema alimentario local resistente y diversificado7. (párr.12).

La pandemia, según el movimiento, “ha puesto de manifiesto e intensificado [esas] vulnerabilidades e insuficiencias del sistema alimentario mundial controlado por las grandes empresas”8. En el contexto de la pandemia por COVID-19, según Vía Campesina, los actores más vulnerables han sido aquellos que parecen ser obviados cuando se habla de las cadenas de suministro de alimentos: las y los trabajadores rurales, inmigrantes, empacadores, cargadores y encargados de distribución. Estos, junto a los trabajadores del sector salud, han constituido la primera línea ante la pandemia, y en particular, ante la necesidad de dar continuidad a los sistemas de producción, abasto y distribución de alimentos ante un mundo que debió entrar en hibernación en prolongadas cuarentenas.

Vía Campesina y, del mismo modo, diversos intelectuales que han discutido durante los últimos años la opción de la Soberanía Alimentaria; recientemente han reposicionado a esta como la alternativa a las altas vulnerabilidades, así como a los costos sociales y medioambientales, involucrados en el modelo agroalimentario global y en la insistencia en este como alternativa ante los desafíos que la pandemia por COVID-19 y sus crisis derivadas plantean al mundo de la alimentación global (cf. Van der Ploeg, 2020; Altieri y Nicholls, 2020; Blay-Palmer et al., 2020).

Desde hace más de una década, Vía Campesina ha planteado que la respuesta a la crisis del modelo mercadocéntrico de los alimentos es la promoción de la soberanía alimentaria. Ahora, en el actual contexto de crisis por la pandemia, y de cara a la Cumbre de los Sistemas Alimentarios convocada por ONU para 2021, el movimiento ha reafirmado su “compromiso y exigencias sobre una necesaria transformación del sistema alimentario actual guiada por los principios de la Soberanía Alimentaria y de la Agroecología” (Vía Campesina, 2020, p.1).

La soberanía alimentaria, como práctica e ideal, lleva consigo el reposicionamiento de la actividad campesina, de pequeños y medianos productores (Edelman, 2014; Desmarais, 2008). En este sentido, para la Vía Campesina la constitución de la soberanía alimentaria está inmanentemente vinculada con la recampesinización (Rosset y Martínez-Torres, 2013; 2016). Es decir, se necesita – a nivel cuantitativo – promover procesos de acceso a la tierra por nuevos campesinos a la vez que se requiere – a nivel cualitativo – la transformación de las prácticas de producción, procesamiento, distribución y comercialización de los alimentos, reconstituyendo el control de los productores locales, lo que significa reconfigurar dicho proceso desde las lógicas campesinas, distanciándolo de la agricultura industrial-corporativa que en el neoliberalismo, domina (Van der Ploeg, 2010; 2014; Perez-Vitoria, 2010).

 

Descampesinización y desagrarización

 

La centralidad discursiva y práctica que adquiere la recampesinización para el logro de la soberanía alimentaria, en el marco de los movimientos campesinos agrupados globalmente en la Vía Campesina, deviene de una serie de reflexiones y constataciones de hecho, en torno a los cambios promovidos por la globalización neoliberal. La más importante de ellas, es que la construcción de un sistema agroalimentario global, promovido por multinacionales, ha sido consustancial a un proceso de descampesinización en todo el mundo.

Esto último, es posible de considerar desde un punto de vista material, cuando se liga a los procesos de acaparamiento global de tierras (Borras et al., 2011) y a las olas de expulsiones masivas de población rural y campesina desde sus lugares de origen, cuestión ligada íntimamente con las crisis migratorias que han acompañado la historia de las tres últimas décadas (Sasen, 2015). Pero, del mismo modo, puede considerarse desde el punto de vista del progresivo desplazamiento de los modos campesinos de producir alimento y la quiebra de los sistemas locales de distribución y circulación de alimentos por la entrada de corporaciones globales que promueven lo que ha sido denominado como la dieta neoliberal (Otero, 2014). Todo ello está implicado de manera directa en la crisis medioambiental y la acelerada disminución de especies nativas a nivel mundial.

Aunque como insistieron los clásicos de la cuestión agraria, la descampesinización fue prevista como un proceso cuasi natural al desarrollo del capitalismo, la propia historia de este durante gran parte del siglo XX da cuenta de la promoción de una aparente contención del proceso y/o su resolución por vías alternas a las descritas por los analistas del siglo XIX. Este es el caso de los procesos de des-globalización y desarrollo nacional industrial promovidos en gran parte del mundo como respuesta a la crisis del liberalismo económico de las primeras décadas del siglo pasado.

En los países del Sur Global, la resolución de la cuestión agraria y, de ese modo, la constitución de una sociedad plenamente industrial pasaba precisamente por terminar con el campesinado o, en otros casos como el mexicano (cf. Bartra,1974)– por generar condiciones de amortiguamiento de la descampesinización que, a la vez que asegurasen alimentos y materias primas baratas como mecanismo de contención salarial y apoyo al sector industrial nacional, redujesen la presión política en sociedades mayoritariamente rurales. Ambas alternativas, tanto la resolución radical de la cuestión agraria, como la que orientaba un proceso amortiguado de penetración capitalista en el campo, fueron desplegadas en el marco de la modernización, el desarrollismo internacional y la Guerra Fría.

Entre ambos polos, puede distinguirse también un proceso de recampesinización, ligado a políticas de reformas agrarias promovidas por los Estados nacionales del Sur; para contener la demanda campesina, acrecentar el mercado interno y, en ciertos casos, ampliar el acceso al suelo cultivable, bajo discursos de soberanía nacional. Pero, asimismo, las reformas agrarias fueron mecanismos para promover la modernización y la integración de los sectores campesinos a los mercados. De tal suerte que dichas “olas resultantes de la campesinización vía reforma agraria en todo el Tercer Mundo, […] lanzó a pequeños propietarios hacia dinámicas del mercado” (McMichael, 2015: 60), las cuales fueron acompañadas de políticas como la Revolución Verde, que limitaron la autonomía campesina al hacer a los pequeños productores cada vez más dependientes de insumos industriales y de créditos para la producción agrícola9.

En síntesis, esas tres tendencias: descampesinización (por industrialización y urbanización), contención del proceso como garantía para el desarrollo nacional y campesinización por reforma agraria modernizadora; promovieron a nivel global aquello que Farshad Araghi (2020) definió como descampesinización selectiva, entendida como rasgo definitorio de la desposesión global durante el periodo dominado por los desarrollismos nacionales.

La relativa descampesinización ocurrida en el periodo de los años cincuenta a los setenta fue un reflejo de procesos simultáneos de campesinización y descampesinización y de la relativa protección de las agriculturas nacionales mediante subsidios, mantenimiento de precios y financiamiento público de los insumos agrícolas, que desaceleraron el ritmo con el que millones de pequeños propietarios campesinos recién creados se vieron expuestos a factores de empuje globales [para el abandono de la producción campesina] .(Araghi, íbid, p.324).

No obstante, siguiendo al mismo autor, la retirada del desarrollo y de los estados nacionales como sus promotores, dio paso — desde finales del siglo XX— a un proceso posible de definir como descampesinización absoluta, marcada por el carácter de la desposesión global de los medios de vida campesinos y su control por corporaciones globales. Ello fue beneficiado por la retirada de las políticas de protección nacional de la producción agrícola en gran parte de los países del Sur, en provecho de los agronegocios transnacionales dominados por capitales del Norte. De esta manera la descampesinización relativa se transformó, hacia finales de siglo XX y de la mano de los ajustes estructurales neoliberales, en una descampesinización absoluta y global; que consagró, como ha planteado Friedmann (2006, p.462), un “asalto masivo a las remanentes formaciones campesinas del mundo”.

Un concepto ligado al de descampesinización, que le engloba junto a otras transformaciones del agro, es el de desagrarización. Este se transformó en un concepto cardinal para la caracterización de la ruralidad mundial en el contexto de la globalización neoliberal, porque fueron los programas de ajuste estructural y las políticas de liberalización económica, de finales del siglo pasado, las que posibilitaron la convergencia histórica de las fuerzas globales de desagrarización con las políticas nacionales que promovieron la progresiva descampesinización del Sur Global (cf. Bryceson, 2000, p.304-5).

Desde sus primeras formulaciones para explicar la realidad de zonas rurales del África subsahariana (Bryceson, 1996), el concepto de desagrarización ha sido readaptado y ampliado para explicar fenómenos similares en todos los continentes. En Latinoamérica ha sido profusamente usado por las perspectivas reconocidas bajo el rótulo de Nueva ruralidad10. Si desde las décadas finales del siglo pasado, la desindustrialización y desproletarización han sido procesos característicos en los cambios sociales y económicos de los países desarrollados y de las zonas otrora industriales de los países del Sur; la desagrarización y, consecuentemente, la descampesinización parecen ser realidades dominantes en las áreas rurales del mundo en dicho periodo.

Aunque la desagrarización podría leerse bajo el lente de las teorías de la modernización, incluso en clave marxista, los aspectos que articulan el fenómeno en la globalización neoliberal y que hacen de este una realidad ubicua para zonas tan distantes del planeta, son expresión de las discontinuidades y la heterogeneidad que ha asumido el patrón de acumulación capitalista en las últimas décadas. Así, bajo el mismo concepto de desagrarización, en la literatura se reconocen los procesos de “(i) reorientación de la actividad económica (medios de vida), (ii) ajuste ocupacional (actividad laboral), y (iii) reajuste espacial de los asentamientos humanos (residencia) lejos de los patrones agrarios” (Bryceson, 1996, p.99), acompañados de la disminución progresiva de la contribución de las actividades agrícolas a la generación de ingreso en el medio rural, la disminución de la producción agrícola per cápita en la economía nacional en relación con la producción no agrícola y la proporción decreciente de la población total que reside en las zonas rurales (Bryceson, ibid.; Escalante et al., 2007).

Pese a la diversidad de aspectos englobados bajo la idea de desagrarización, el que ha sido tal vez el más socorrido para vincularle al proceso de descampesinización, es el que se refiere a la cada vez mayor dependencia del salario de las poblaciones otrora campesinas. Vale decir, la reorientación de la actividad económica y recomposición de los medios de vida por un ajuste ocupacional que, en muchos lugares —como en el de la ruralidad mexicana— se liga también al factor de cambio residencial ligado a procesos de migración transnacional.

Para Henry Bernstein (2012), esa dependencia del salario es expresiva en lo que entiende como la definitiva integración del otrora campesinado a lo que denomina la clase de trabajo. Este proceso no se liga a la proletarización que imaginaron los autores clásicos de la cuestión agraria, sino a un movimiento irregular, pero “concluyente” de asalarización de las relaciones de producción y, más generalmente, de los medios de vida de las poblaciones rurales. Aunque Bernstein sitúa el inicio de este proceso mucho antes del dominio de la globalización neoliberal, las tendencias de progresiva diferenciación campesina, resultado de la mercantilización del campo, fueron derivando en que “granjeros pobres o marginales [comenzaban a participar] en actividades de sobrevivencia para reproducirse, primordialmente por medio de la venta de su fuerza de trabajo” (ibíd., p.152). De modo tal que, mientras más profundidad alcanzaban los procesos de diferenciación social provocados por el mercado o, mientras menores posibilidades tenían los sectores más desfavorecidos de la sociedad rural de reproducirse únicamente desde el trabajo en la parcela propia; mayor era el segmento de población rural que comenzaba a integrar la clase de trabajo.

 

Más allá de la desagrarización

 

Desde lo expuesto arriba se concluye que la situación del segmento de población de origen rural de la actual clase de trabajo, el conjunto de personas que dependen directa o indirectamente de la venta de su fuerza de trabajo para su propia reproducción, debe —siguiendo a Bernstein— entenderse más allá de la finca e incluso más allá del trabajo rural y; en las condiciones de flexibilización y carente industrialización del Sur Global, más allá del trabajo asalariado. El otrora campesinado, pasaría así a formar parte de la “clase trabajadora informal global” (Davis, 2006 cit. en Bernstein, 2012). Así la clase de trabajo combina o puede combinar autoempleo en la producción agrícola u otras ramas de la actividad en los márgenes de la economía informal, con el trabajo asalariado, muchas veces además en “diferentes espacios de la división social del trabajo: urbano y rural, agrícola y no agrícola, así como en el empleo asalariado y el autoempleo” (Bernstein, ibíd., p.158).

Esta perspectiva junto a la predominancia de la caracterización del proceso global de desagrarización y descampesinización, parecen ofrecer una salida a la parte irresuelta de la cuestión agraria. Es decir, el dominio del capital sobre la población otrora campesina se expresaría mediante la conversión de ésta en trabajadores asalariados, aunque ello no implique necesariamente el abandono del espacio rural, ni del trabajo en la tierra; el que sería subsidiario de las actividades asalariadas. De este modo, desagrarización, descampesinización o, alternativamente, completa incorporación del campesinado a la “clase de trabajo”, parecieran —más allá de la riqueza conceptual que representan para caracterizar realidades etnográficas concretas— pretender entregar una resolución finalista a la problemática de cómo el capital subordina al sector campesino y logra incorporarle a su lógica.

Philip McMichael, cuestiona propuestas que, como las descritas, postulan una resolución de la cuestión agraria por el desarrollo del capital o el funcionamiento de los mercados globales de trabajo y alimentos. El problema, señala el autor,

con la formulación de la cuestión agraria como una que pueda resolverse por el capital y/o mano de obra, es que reproduce el reduccionismo de las concepciones convencionales de desarrollo. En cualquiera de los dos casos, los campesinos son en última instancia redundantes en la marcha del capitalismo a la modernidad […] los campesinos se reproducen por medio del trabajo fuera de la finca, donde se desarrollan relaciones capitalistas [ pero es necesario considerar que] esto es una circunstancia histórica concreta, no necesariamente una tendencia historicista […y que] estas circunstancias no alteran necesariamente el valor concreto que los campesinos atribuyen a la persistencia de su relación con la tierra” (McMichael, 2007, p.33).

Con relación a este último punto, referente a la composición múltiple de los medios de vida de las poblaciones campesinas (dentro de los que se integran el valor asignado a la tierra y su trabajo, así como la participación en relaciones de producción asalariada); la propuesta de la desagrarización ha sido cuestionada por la invisivilización que supone, de las formas múltiples en que los campesinos continúan significando y construyendo los disímiles activos (materiales, afectivos y socioculturales) que permiten su reproducción11. A este respecto Joseph Awetori Yaro (2006, p.154) analizando los alcances de la desagrarización en el norte de Ghana, apuntó:

La naturaleza y el dinamismo del proceso de adaptación de los medios de vida muestra que los campesinos están adoptando medios de vida múltiples […] en reconocimiento de las oportunidades, las limitaciones y el cambio de las relaciones sociales dictados por fuerzas externas e internas. Las diversas condiciones localizadas en cada aldea definen la dinámica de la adaptación de los medios de subsistencia. Limitar la diversidad y la diversificación de actividades bajo la etiqueta de no agrícola oculta los enormes cambios que tienen lugar en la totalidad de los medios de vida de campesinos, especialmente en el sector agrícola de la que tantos todavía se ganan la vida básica.

Entender la desagrarización, y dentro de ella los procesos de descampesinización, como tendencia en el desarrollo del capitalismo contemporáneo y no como elementos finalistas para la resolución de la cuestión agraria; implica historizar las dinámicas de incorporación conflictiva de las poblaciones campesinas al sistema capitalista global, sin dejar de observar las formas en que dicha incorporación es resistida política y productivamente por el campesinado. Vale la pena por ello, detenerse en la consideración en torno a que, más allá de la masificación de los procesos de descampesinización a escala global, la lógica de incorporación discontinua de población rural al trabajo asalariado urbano está presente desde los albores del capitalismo industrial. En este punto el propio Marx (2005. Pp.801-802) recordaba que

Una parte de la población rural, por consiguiente, se encuentra siempre en vías de metamorfosearse en población urbana o manufacturera […] Esta fuente de la sobrepoblación relativa fluye, pues, constantemente. Pero su flujo constante presupone la existencia, en el propio campo, de una sobrepoblación constantemente latente, […] De ahí que el obrero rural […] esté siempre con un pie hundido en el pantano del pauperismo.

Recolocar las actuales dinámicas de incorporación de las poblaciones campesinas en las relaciones capitalistas de producción contemporánea, en el marco más amplio de la historia del capitalismo, permite también adentrarse en las múltiples formas y en los mecanismos diversos por medio de los cuales el trabajo campesino es explotado por el capital en el mundo contemporáneo. Armando Bartra (2020, p.130) ha insistido en el punto en torno a que

hay explotación campesina aun si el pago por la cosecha coincide con su costo empresarial (medios de producción consumidos más jornales efectivos), pues para que no la hubiera debería pagarse su precio (costo más ganancia media); hay explotación campesina cuando los pequeños agricultores, con ingresos generados por su trabajo, pagan caros los créditos, los insumos y los medios de vida; hay –obviamente– explotación campesina cuando estos se ven obligados a contratarse a jornal; y hay, por último, explotación de las comunidades campesinas, cuando la economía [de las ciudades y de los países centrales] se apropia[n] de la fuerza de trabajo juvenil de migrantes rurales que fueron formados y sostenidos por sus familias durante su vida preproductiva. Explotación del trabajo “efectivamente invertido” (cuál otro) que -según los clásicos- tiene su expresión y medida en la plusvalía, esto es: la diferencia entre la magnitud del valor creado por el trabajo y la medida del valor contenido en los medios de vida necesarios para reproducirlo.

Asumir acríticamente formulaciones como la desagrarización y su consustancial descampesinización, como etapas finalistas de la total incorporación del campesinado al capitalismo, empobrece la mirada en torno a la diversidad de maneras en que las poblaciones campesinas resisten activa o defensivamente a la embestida neoliberal y a la explotación múltiple del capitalismo contemporáneo sobre la economía campesina.

Una tesis de desagrarización totalizadora crea un análisis desequilibrado de los medios de vida de campesinos y desdibuja las opciones políticas, ya que posee la tendencia a dirigir la atención hacia actividades no agrícolas, sin la consideración al fondo de los factores contextuales que representan el sustento de la adaptación (Yaro, 2006, p.154)

Aun cuando desagrarización y descampesinización sean las tendencias dominantes en el capitalismo tardío, las experiencias de recampesinización en todo el mundo dan cuenta, como he mostrado en otra parte (Contreras, 2021), de una contra-tendencia que no solo obliga a relativizar el diagnóstico de la descampesinización global, sino que vuelve a instalar al campesinado como aquella clase incómoda (Shanin, 1983) que resiste a los designios históricos de su desaparición. Esa resistencia no es resultado de fallas en el funcionamiento del capitalismo, que lo mismo que hace desaparecer campesinos en ciertos rincones del planeta, les recrea en otro; sino que se relaciona con formas extremadamente diversas de adaptación a condiciones históricas concretas y, del mismo modo, a formas de acción política que se territorializan a través de prácticas de la sociopolítica campesina organizada hace más de una década en movimientos sociales de carácter trasnacional (cf. Contreras, 2015). En esa capacidad de adaptación radica la resiliencia del campesinado y en su lucha política, sus horizontes de futuro.

 

Recampesinizar el futuro

 

La crisis del COVID-19 y su cruel pedagogía (Santos, 2020) puede representar también – como han sugerido Blay-Palmer et al. (2020, p.517) – “una oportunidad, quizás una oportunidad única en la vida, de aprender de las debilidades pasadas y crear sistemas alimentarios que sean más saludables, sostenibles, equitativos y resilientes”. Para ello es necesario volver la vista al campo y al campesinado. No está de más recordar en este punto la tesis históricamente comprobada en torno a la condición de espacios de refugio que adquieren los poblados rurales y las unidades domésticas campesinas, para los trabajadores migrantes de origen rural en contextos de crisis12. Pero en este caso, la resiliencia del modo de vida y trabajo campesino, no solo nos orienta a pensarle como refugio para las familias de origen rural, sino también para imaginar alternativas frente a las vulnerabilidades del sistema agroalimentario corporativo.

Resaltar la dimensión resiliente del campesinado no implica ignorar la crítica que al concepto de resiliencia se ha desarrollado, en tanto ideal que favorece las tecnologías de gobierno y subjetivación liberal, que busca hacer del peligro y la incertidumbre una condición transhistórica que impide imaginar un mundo alternativo de seguridad (cf. Evans y Reid, 2016). Referir a la condición resiliente de los sistemas campesinos es necesario para contrastarle con el sistema alimentario impuesto por la globalización neoliberal, que no solo es vulnerable, inequitativo y medioambientalmente insostenible, sino que no garantiza la seguridad alimentaria que las propias agencias liberales se han propuesto como horizonte13.

La capacidad histórica que han mostrado los sistemas campesinos para responder a las crisis, no solo puede orientar horizontes de seguridad, sino que también puede ayudar a perfilar – como lo hace el proyecto político de Vía Campesina – la soberanía de los pueblos. En este marco recampesinizar, como práctica e ideal intrínsecamente comprometido implica no solo revertir las tendencias de desagrarización y descampesinización en los sentidos más llanos de estos términos, decrecimiento de las unidades campesinas, sino también asumir un modelo orientado por la sabiduría campesina y la búsqueda de la autonomía respecto de los mercados. Es, como se sabe, precisamente esa autonomía relativa la que a lo largo de la historia ha sustentado la capacidad de resistencia de los sistemas campesinos, al tiempo que es la lucha por esa autonomía –en el plano económico y político – un elemento central de la historia del campesinado (cf. Rosset y Pinheiro, 2021).

En este marco, recampesinización se inscribe como “un término moderno para definir la lucha por la autonomía y subsistencia dentro de un contexto de privación y dependencia” (Van der Ploeg, 2010, p.27) en que los productores buscan reducir la dependencia respecto de los recursos externos y optimizar el uso de recursos internos disponibles (ibíd., 2015, p.168). En tanto que proyecto, los procesos recampesinizadores son aquellos que procuran reducir las presiones que la economía mercantil impone a la reproducción del campesinado. Esto tanto en el ámbito de la producción, al buscar disminuir su dependencia respecto de los insumos agrícolas comerciales (Sesia, 2003), como en el campo del establecimiento de cadenas de distribución a corta distancia que permitan limitar la influencia de las corporaciones en el comercio de los alimentos.

En el primer sentido, el proceso de “recampesinización es análogo a la (re)configuración del espacio en territorio campesino” (Rosset y Martinez-Torres, 2013, p.8). Es decir, la recampesinización es resultado de la búsqueda de alternativas de producción campesinas en detrimento de las formas de producción empresarial altamente dependientes de agrotóxicos y créditos. “Cuando los agricultores familiares empresariales pasan por una transición de una agricultura dependiente de insumos a una agroecología basada en recursos locales, se están moviendo hacia lo campesino” (ibídem.). En este punto los proyectos recampesinizadores están intrínsecamente ligados con los de la agroecología.

En el segundo sentido, el proceso recampesinizador implica la búsqueda de alternativas que comprometan el reconocimiento comunitario de la actividad campesina, generando sinergias de mercado que eviten intermediarismos entre los productores y los consumidores. En el contexto de la Pandemia por COVID-19, un estudio realizado en regiones de Gales en Reino Unido, ha relevado la importancia de este tipo de prácticas, ligadas a formas de “Agricultura apoyada por la comunidad (CSA por sus siglas en inglés), ante las vulnerabilidades que los sistemas corporativos de abasto de alimentos mostraron. En este trabajo se pondera la capacidad de recuperación de iniciativas locales de producción y distribución de alimentos en cadenas cortas de venta y suministro (Mert-Cakal y Miele, 2020).

En ambos casos recampesinizar implica desmercantilizar y hacer más sustentables los sistemas alimentarios. En el proyecto recampesinizador, “la agricultura se desmercantiliza, es decir, se descomodifica como una práctica […] y en ese sentido tiene un resultado emancipatorio, donde los agricultores tienen una autonomía de la deuda, y de la estandarización de insumos agrícolas” (McMichael, 2015, p.211). Promover la progresiva reducción de los insumos ligados al paquete tecnológico de la producción agroindustrial, así como la promoción de circuitos de cadenas cortas para la comercialización de alimentos, además de quitar espacio al control de las corporaciones directamente ligadas a la producción y comercialización agrícola, implica reducir la dependencia que esta tiene del petróleo.

El sistema agroalimentario promovido por la globalización neoliberal se ha caracterizado por la producción de petroalimentos o food miles, dada la preponderancia que adquiere el petróleo tanto en la producción agrícola, como en la transformación y distribución de los alimentos industriales a escala global. La agricultura intensiva gasta entre 6-7 veces más energía por unidad de alimento obtenido que la que utiliza la agricultura campesina agroecológica (cf. Pretty y Ball, 2001). Pero, aun cuando en el contexto de la producción de agricultura intensiva el consumo de petróleo es altísimo (fertilizantes sintéticos, agrotóxicos, producción mecanizada, etc.) el gasto mayor de hidrocarburos está en el procesamiento industrial y en el mantenimiento de cadenas de distribución de largo alcance impulsadas por el agronegocio y la industria alimentaria, en el que se ven implicados complejos sistemas de transporte, almacenamiento y transformación de alimentos.

Desmercantilizar la alimentación vía el proyecto recampesinizador, implica construir utopías reales que, si bien

no pueden detener la expansión y la profundización del mercado, […] pueden proporcionar la base para un contramovimiento a la mercantilización de todo, una mercantilización que no es ni coyuntural ni contingente, sino que está sistemáticamente generada por el capitalismo para contener la crisis de acumulación (Burawoy, 2020, p.106).

Estas utopías reales son a la vez utopías concretas que moldean y anticipan colectivamente futuros posibles (Louçã, 2019; Dinerstein y Harris, 2021), en que se prefiguran otras prácticas y formas de producir, distribuir y consumir alimentos (cf. Gravente, 2020). De esta forma las experiencias de recampesinización a lo largo del mundo, no son remanentes de pasados en vías de extinción por el inexorable avance del capitalismo en el campo, sino que son formas concretas de territorializar un modelo campesino para la alimentación, espacios constituidos por valores y prácticas que pueden ayudar a abrir los horizontes del mundo pospandemia.

Para navegar las circunstancias complejas y dinámicas que la realidad del 2020 ha impuesto a los años venideros, necesitamos –han dicho Blay-Palmer et. al. (2020)

alejarnos de la dependencia de las cadenas de suministro globales, basadas en la integración vertical y los insumos controlados por las empresas que amenazan los medios de vida de las familias agrícolas y los pequeños agricultores, hacia sistemas alimentarios más diversos que son sensibles a los lugares ecológicos y sociales.

Si la embestida neoliberal sobre el campesinado buscó transformarle en un sector residual a nivel cuantitativo y, continuando las tendencias modernizadoras anteriores, desvalorizar el conocimiento y la práctica campesina como aseguradoras de la alimentación humana, la recampesinización y el proyecto de la soberanía alimentaria, sugieren una revalorización de la campesinidad puesta como alternativa a la debacle del sistema agroalimentario corporativo. En tal sentido, insistir en que la recampesinización es un fenómeno moderno (Van der Ploeg, 2010; 2015; Moyo y Yeros; 2013), busca expresar que en el proyecto de recampesinización no hay una idealización de un pasado rústico y bucólico, sino una apuesta por un presente desde el que se construya un futuro alternativo. Para ese futuro imaginado, ha dicho Vía Campesina (2020, p.10), “La Soberanía Alimentaria es nuestra brújula, y la transición agroecológica [o la recampesinización] es nuestro mapa hacia las transformaciones sistémicas urgentes y necesarias”.

No es una exageración, ha postulado Marc Edelman (2016, p.68),

decir que este conflicto desigual entre modelos de agricultura, entre el monocultivo y la diversidad, entre el poder concentrado y las redes descentralizadas, entre la apropiación privada de la naturaleza y la reivindicación del bien común, tiene profundas implicaciones para el futuro de la humanidad y del planeta.

Por ello recampesinizar el futuro, no es apenas una alternativa para un sector vulnerable de la sociedad, sino que constituye uno de los pilares para el sostén de la vida humana en un planeta que nos exige otro modo de relación con la naturaleza. Recampesinizar el futuro, atendiendo a las prácticas prefigurativas del campesinado por la soberanía alimentaria, no es sólo una opción para el presente de crisis; es, más bien, la opción para optar a un futuro con futuro.

 

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1 Ver en “Urban food systems and COVID-19: The role of cities and local governments in responding to the emergency” [ https://www.fao.org/3/ca8600en/CA8600EN.pdf consultado 25 de septiembre de 2020]

2Ver en Global Report on Food Crises 2020, en https://www.wfp.org/publications/2020-global-report-food-crises [Consultado 13 de octubre de 2020]

3Para una definición de Soberanía Alimentaria desde la propuesta del movimiento Vía Campesina ver https://viacampesina.org/es/que-es-la-soberania-alimentaria/ [Consultado el 20 de octubre de 2020]

4He revisado algunas experiencias recampesinizadoras posibles de definir, siguiendo la noción de Ploeg (van der Ploeg, 2010), a nivel cualitativo y cuantitativo en Contreras (2014) y Contreras (2021).

5 “…la condición campesina no es una situación estática. Representa un flujo en el tiempo, con movimientos tanto hacia arriba como hacia abajo. Al igual que la agricultura capitalista evoluciona cuantitativamente […] también la agricultura campesina está cambiando. Entre muchos cambios, uno es la recampesinización” (van der Ploeg, 2010, p.27)

6Ver en https://reliefweb.int/report/world/la-fao-advierte-que-mercados-mundiales-de-alimentos-siguen-enfrentados-la-incertidumbre [Consultado el 02 de diciembre de 2020]

7 Documento de Vía Campesina, citado por Jaime Amorim en: https://viacampesina.org/es/enfrentando-al-coronavirus-en-el-campo/ [Consultado en el 21 de mayo de 2020]

8Ver en https://viacampesina.org/es/estiempodetransformar-los-vientos-de-cambio-son-mas-urgentes-el-covid-19-lxs-campesinxs-lxs-trabajadorxs-agricolas-y-otros-grupos-vulnerables/ [Consultado en el 21 de mayo de 2020]

9 “… la recampesinización procedió en algunas regiones, sobre la base de la redistribución de la tierra y el asentamiento de nuevas fronteras, así como de la contención de la demanda campesina (pero a expensas de las comunidades indígenas) […] Dentro de un marco de desarrollo de las reformas agrarias se yuxtaponen la agricultura capitalista y la pequeña producción mercantil en varias combinaciones con diferentes resultados para los campesinos interesados. El objetivo final era fortalecer los Estados incorporando al campesinado en las relaciones de mercado” (McMichael, 2015, p.111-2).

10 A juicio de Kay (2007, p.32), el énfasis principal del abordaje de la nueva ruralidad latinoamericana, “está en ampliar la visión del campo de lo agrario a lo rural, en enfatizar la multifuncionalidad de los espacios rurales debido a la creciente importancia de las actividades no agrarias y de la más fluida e intensa interrelación entre lo rural y lo urbano y lo local con lo global, y en remarcar los significativos cambios en los patrones culturales y de vida rurales”.

11 Los medios de vida refieren, siguiendo a Scoones (2017), al conjunto de activos que poseen las personas y las comunidades; incluyendo entre ellos, desde luego, los elementos que la gente posee y a los que tiene acceso, pero también aquellos en los que la gente cree, con los que siente y en los que se identifica. Los activos de un individuo, como la tierra, no son únicamente medios que le permiten ganarse la vida, sino que también dan sentido a su vida. Los activos no son solo los recursos que usan las personas para construir sus medios de vida: son bazas que les dan la capacidad de ser y actuar (Bebbington,1999: 2022, cit. en Scoones, 2017, p.65)

12 “Debemos recordar que, en muchas situaciones —en especial en tiempos de guerra o depresión—, los hogares campesinos son como santuarios ante los estragos que afligen a la gente en las ciudades y los centros industriales” (Wolf, 1982, p.28).

13 Ver Objetivo 2 de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de la ONU.

 

Recampesinizar el futuro. La alternativa campesina ante el colapso del sistema agroalimentario global
Raúl H. Contreras Román

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