Vol 17, No 34, Junio-Diciembre 2019 ISSN: 1409-3251 EISSN: 2215-5325

 

 

 

América traumatizada: Proponiendo la agricultura “social” para mejorar la salud


Traumatized America: A proposal for “social” agriculture to improve health

DOI: http://doi.org/10.15359/prne.17-34.7

 

Edgardo I. Garrido-Pérez

Asociación Llapis i Llavors (Lápiz y Semillas), España>

edgardoga2@hotmail.com

 

María I. Arias-Pizarro

Asociación Llapis i Llavors (Lápiz y Semillas), España y Ecuador

miap.1997@gmail.com

 

Juan Lincango-Vega

Asociación Llapis i Llavors (Lápiz y Semillas), España y Ecuador

jglv83@hotmail.com

 

Leonardo D. Ortega-López

Asociación Llapis i Llavors (Lápiz y Semillas), España y Ecuador

leinfloyd@yahoo.com

 

 

 

Recibido: 15/10/2019  Aceptado: 19/12/2019 Publicado: 30/12/2019

 

Resumen

La violencia y exclusión traumatizan a millones de personas, para cuyo alivio el contacto con los paisajes relajantes y biodiversos, plantas, animales, suelos, agua y aire limpios puede ayudar. La agricultura social, promovida por la FAO, atiende e incluye a personas con vulnerabilidades físicas o psicológicas, mejorando su salud y autoestima, particularmente en granjas sin agroquímicos, poco mecanizadas, con bosques que oxigenen el aire y reduzcan catástrofes como las inundaciones y deslizamientos de tierra. Usando métodos ecológicos y sociológicos sencillos se puede cuantificar la calidad ambiental y de servicios a las personas vulnerables en las granjas, lo cual da criterios de remuneración extra a los servicios de agricultura social y los alimentos que esta genere mediante sellos de comercio justo y agricultura sustentable. Por la fragilidad de sus ecosistemas y riesgos de pérdidas de fertilidad del suelo, alta biodiversidad, alta variedad de pueblos y tradiciones indígenas, los Alpes y su agricultura social se asemejan a amplias zonas de América Latina. Por lo antedicho, el fomento de la agricultura social en nuestro continente no implica una imitación impertinente de prácticas foráneas, sino una posibilidad de agregar valor a las fincas mejorando, a la vez, la salud de personas traumatizadas y vulnerables.

Palabras clave: Salud ambiental y humana, servicios ecosistémicos, valor agregado.

 

Abstrac

Violence and exclusion traumatize millions of people who can obtain relief through contact with relaxing, biodiverse landscapes, plants, animals, soils, and clean water and air. The Food and Agriculture Organization (FAO) promotes social agriculture as a way to assist and include persons with physical and psychological vulnerabilities to improve their health and self-esteem, particularly by promoting farms that are free of agrochemicals and are not highly mechanized, as well as forests that oxygenate the air and reduce catastrophes such as floods and landslides. The use of simple ecological and sociological methods allows quantification of environmental and service quality for vulnerable populations on farms, which can assist in the development of criteria for providing additional remuneration for farmers devoted to social agriculture, and for the food they produce with fair trade and sustainable agriculture seals. In terms of ecosystem fragility, risks of losses in soil fertility, and high biological and ethno-cultural diversities, social agriculture in the Alps is similar to social agriculture in extensive zones of rural Latin America.Therefore, promoting social agriculture in Latin America is not simply an imitation of foreign practices, but rather offers the possibility of adding value to farms while improving the health of traumatized, vulnerable persons.

Keywords: Added value, ecosystem services, environmental and human health.

 

 

Introducción

 

La agricultura “social”, conocida en la bibliografía científica en inglés como “social agriculture”, “social farming” y “green care”, es una manera como los grupos campesinos pequeños y medianos de países como Colombia, México, pero sobre todo en Europa, complementan sus ingresos, al recibir dinero por incluir y atender a personas con impedimentos o traumas físicos, psicológicos u otras vulnerabilidades en las actividades de sus fincas (Di Iacovo, 2009; Elings y Hassink, 2006; FAO, 2014; Fazzi, 2011; González et al., 2013). Este tipo de iniciativas se enmarca dentro del concepto de “extensión agrícola o rural”, que es una herramienta para la resolución de problemas asociados a las necesidades de los sujetos productores en el campo (FAO, 2012). Aunque el concepto “extensión” suele asociarse a los apoyos públicos otorgados a familias rurales de escasos recursos (pequeñas unidades productivas), también se han incluido iniciativas del sector privado o de organizaciones sin fines de lucro (Ardila, 2010; Clemens, 2001). También para ellas cabe la agricultura social como forma de ayudar a afrontar enfermedades y traumas físicos y psicológicos como los que ocurren en los lugares del mundo donde hay violencia.

 

Violencia y traumas: Necesidad de la agricultura social

 

América ha padecido o participado en al menos 40 guerras en los últimos 100 años (Levy y Sidel, 2008; Serbín, 2007) (Figura 1a), lo cual significa que muchos traumas de guerra que padecen los pueblos americanos de hoy han sido arrastrados por al menos cinco generaciones. También, en todo el continente padecemos la tragedia de la violencia física en formas tan visibles como la callejera y racial, y tan íntimas como la familiar y de género (Figura 1b-c), las cuales perjudican el cuerpo y la psique de las personas afectadas y sus allegadas. A ello se suman los alarmantes niveles de drogadicción, alcoholismo y otras secuelas de la depresión (Fournier, 2000) que, combinados con la pobreza, exclusión social y distribución desigual del ingreso (Bello y Rangel, 2002; Minsburg, 1999), perjudican clínica y psicológicamente a las personas. Frente a traumas como esos, existen más de 200 estudios especializados que demuestran que la salud y el bienestar humano mejoran gracias al contacto con las plantas, animales, ecosistemas y paisajes naturales y rurales (ver revisión en Russell et al., 2013). Algunos de esos beneficios son: disminución de los riesgos de ataque cardíaco (Donovan et al., 2013); reducción de alergias; incluso, gracias a la diversificación de la microbiota intestinal y el contacto con animales (Hanski et al., 2012; Ownby et al., 2002), baja del estrés (Kaplan, 2001) y, por ende, mayor calidad de vida y longevidad (Takano et al., 2002). Así, tanto los traumas de las personas como los beneficios que puede brindarles la vida agrícola y “al natural” ameritan que intentemos mejorar la salud física y mental de la población, mediante la incorporación de los afectados en actividades como la agricultura social (en lo sucesivo, AS).

 

Figura 1.

Violencia en América: Algunos trágicos motivos para incentivar la agricultura social.

 

 

 

Notas: (a) Más de 40 guerras han afectado los países americanos entre 1910 y 2010. (b) Casos de crímenes violentos –asesinatos, homicidios involuntarios, violaciones, robos y asaltos agravados que incluyeron amenaza o uso de la fuerza (círculos con líneas continuas) y total de afrodescendientes que han sido víctimas de crímenes de odio (cuadros con líneas punteadas) en los Estados Unidos de Norteamérica entre 1996 y 2016. Nótese el repunte de los crímenes violentos desde el 2012 y de la violencia racista desde 2015, así como las cifras alarmantes (ver las escalas) a pesar de las tendencias a la baja. (c) Crímenes contra las mujeres de al menos 15 años de edad en América Latina y el Caribe. Barras: total de mujeres asesinadas; línea: valores estandarizados por cada 100mil mujeres para cada país. Los valores de México, tan altos que no caben en la gráfica, son: total de mujeres asesinadas=2 735, eso –estandarizado por cada 100 mil habitantes = 4,20; nombres completos de los países en nota al pie de esta página1.

Fuente: Gráficas elaboradas a partir de cifras publicadas por: (a): Levy y Sidel (2008), Serbín (2007), (b): Departamento de Justicia de los EEUU (2018a y b), y (c): CEPAL (2018).

 

 

Objetivos y organización de este ensayo

 

Los dos objetivos de este escrito son: (1) Indicar por qué y cómo la AS es compatible con la conservación ambiental, pues ofrece, a la vez, valor agregado al trabajo de las pequeñas unidades productoras campesinas e indígenas que deseen incluirla en sus economías de uso múltiple (Toledo et al., 2008). (2) Brindar a los equipos científicos latinoamericanos un marco para futuras investigaciones sobre la AS y otras formas de agricultura biodiversa y en pequeña escala.

Hemos comenzado indicando algunas (trágicas) cifras que evidencian la violencia y la exclusión como causas de traumas en escala continental, lo cual apunta a que millones de personas necesitan reconciliarse con la naturaleza para recuperar y mantener su salud y calidad de vida. Luego indicamos las principales características y el origen de la AS. Seguidamente discutimos, desde una perspectiva ecológica, lo que significa ser una persona vulnerable; es decir, un potencial beneficiario de la AS. A partir de ello, explicamos por qué la atención a las personas vulnerables mediante la AS es compatible con la conservación ambiental y el desarrollo sostenible, a la vez que puede brindar valor agregado a los productos de las fincas que la practiquen. Finalmente, aunque existen fincas de AS en países como Colombia, México, Gana y Tanzania, la AS se practica mayormente en Europa (FAO, 2014). Por ello, terminamos este artículo explicando por qué consideramos pertinente promover la AS en América, sin que eso represente una imitación improcedente.

 

Orígenes y características de la agricultura social (as)

 

La agricultura social tiene sus raíces en la costumbre milenaria de unir a todos los parientes, incluidos los enfermos, en el trabajo agrícola, ayudándolos así a curarse, o al menos sobrellevar sus dificultades y mantener elevada su autoestima gracias a su contribución a la economía familiar (Hickey, 2008). Sin embargo, hace escasos 14 años un número todavía inferior a los 50 científicos y científicas ha ido aumentando su interés por la AS (ver revisión en González et al., 2013); y muy pocos (Lanfranchi y Giannetto, 2014) han empezado a mirar hacia el potencial de la AS para el desarrollo rural sostenible; sobre todo las sostenibilidades económicas y sociales, más que ambientales. Los grupos científicos no brindan una definición clara de la AS, pero Thomas van Elsen (2010) sintetiza muy bien el consenso de muchos estudios. Él explica que la AS incluye fincas, huertas o jardines que: (a) integran como personal de trabajo a personas afectadas por enfermedades físicas, biológicas o psicológicas. (b) Ofrecen perspectivas para las personas en desventaja, tales como quienes están en prisiones, jóvenes con dificultades de aprendizaje, personas adictas, víctimas de desempleo crónico, poblaciones inmigrantes refugiadas, y personas adultas mayores que aún no alcanzan la edad de jubilación. (c) Llevan a cabo todo eso a fin de prevenir, rehabilitar, educar y mejorar su calidad de vida (van Elsen, 2010). Más aún, algunas fincas de AS prestan servicios a escolares y colegiales, como complemento a su educación (Schuler, 2007), así como a personas en edad provecta (Rappe y Evers, 2001).

En Italia, la AS apareció como una iniciativa ciudadana para proteger la salud ante el creciente riesgo de abandono estatal y privado de las personas vulnerables (Fazzi, 2011), algo que sucede en la mayoría de los países de América. Austria es un caso interesante: se trata de un país agrario, altamente biodiverso -para los estándares fuera de los trópicos (e.g. Huemer, 2012), y con altos montes que imposibilitan la agricultura extensiva debido a los riesgos de erosión y catástrofes naturales. Allí la AS está científicamente asesorada con consentimiento del Estado y se aplica de común acuerdo con los grupos campesinos medianos y pequeños (GCÖ, 2017; Kernstock y Prop, 2015). Existen apenas algunas fincas de AS en Colombia y México, pero es en el continente europeo donde hay más de 4 000 fincas, usualmente pequeñas y medianas, dedicadas exitosamente a la AS (FAO, 2014). Ello es encomiable para una Europa en la que emergieron el nerviosismo laboral y el trato impersonal a partir de la urbanización y la revolución industrial; algo que también padecemos en América (Lattes, 2001).

 

Un perfil ecológico de las personas vulnerables

 

Los estudios más notables de la AS (Di Iacovo, 2009; Elings y Hassink, 2006; González et al. 2013; van Elsen, 2010) aceptan como “vulnerables” al amplio rango de personas apuntadas por nuestra cita de van Elsen (2010) de hace dos párrafos. Así, el espectro de sujetos beneficiarios de la AS va desde personas con impedimentos físicos (e.g. personas que no pueden ver o caminar), con enfermedades degenerativas (e.g. ceguera progresiva, envejecimiento prematuro), pasando por personas con dolencias mentales “pasajeras” (e.g. afectadas por desempleo crónico), enfermas por adicción, víctimas de agresiones físicas o psicológicas, hasta inmigrantes, cuyo vigor físico y mental son relativamente altos (van Elsen, 2010). Consideramos que los siguientes tres principios eco-biológicos sustentan lo antedicho.

Primero: Las personas vulnerables tienen exactamente las mismas necesidades fisiológicas, ecológicas y emocionales que cualquier otro ser humano. No hay por qué discriminarlas: ellas pertenecen a nuestra misma especie Homo sapiens. Esto parece obvio, pero si fuera ampliamente reconocido, las personas vulnerables no padecerían marginación. A pesar de sus dolencias, ellas comparten todas nuestras necesidades: aire rico en oxígeno, agua limpia, alimentos con un balance de nutrientes, refugio donde reposar y dormir sin peligros, así como condiciones de vida no irritables, sino cómodas; es decir, con fuentes de estrés nulas o fácilmente reversibles, si las hubiere. Todo eso es indispensable para viabilizar que cualquier ser humano pueda cumplir con su sobrevivencia, crecimiento y desarrollo vigorosos, vida social edificante, formación de parejas y, cuando sea fisiológicamente posible, procrear.

Segundo: Todos los (agro)ecosistemas son susceptibles a cambios capaces de herir a cualquier ser humano. Hay, en espacio y tiempo, situaciones en las que se alteran los ciclos biogeoquímicos (descritos en Begon et al., 2009). Por ejemplo, la extracción, refinamiento y combustión de minerales y petróleo movilizan en los ecosistemas cantidades no asimilables de metales pesados y otras toxinas; contaminan el aire, el agua, el suelo y, por ende, los alimentos (Duruibe et al., 2007). Existen situaciones en las que la deforestación excesiva provoca que algunos albergues se hagan susceptibles a daños por catástrofes, tales como inundaciones, huracanes, terremotos, tsunamis, avalanchas, incendios, sequías (Manson, 2004) o –tal vez y peor aún– guerras u otras agresiones. Adicionalmente, y de acuerdo con la posición geográfica, las poblaciones ubicadas en latitudes o altitudes altas son especialmente vulnerables ante el cambio climático. Por razones históricas, se trata muchas veces de pueblos indígenas cuya seguridad alimentaria se ve vulnerada (Kassam et al., 2011). También ocurren situaciones en las que la reducción de la (agro)biodiversidad degrada la calidad nutricional de los alimentos que ingiere una persona, y situaciones en las que la baja calidad ecológica y estética de los paisajes irrita los nervios y el humor de cualquier persona (MEA, 2005). Por estas razones, se ha propuesto que el manejo de los ecosistemas esté basado en un entendimiento integral de las interacciones que suceden dentro de estos; considerando las variables ecológicas, socioculturales y económicas (Simoncini, 2011). En concreto, se ha propuesto que el manejo ecosistémico redefina las unidades de estudio de manera que incluyan inevitablemente al ser humano (Leslie y McLeod, 2007).

Tercero: Una definición ecológica de “persona vulnerable”. Basados en los dos apartados anteriores, se concluye que una persona vulnerable es cualquier ser humano que se encuentre en un contexto en el cual sus capacidades para escapar o mejorar los factores de daño físico o emocional de su entorno son menores, en comparación con otros seres humanos. Nótese que esta definición también abarca a la niñez, e incluso a inmigrantes que gocen de “buena salud”, sobre todo a quienes desconocen el ambiente y el idioma local –lo cual dificulta sus decisiones y acciones para escapar en caso de peligro. Con base en eso destacamos que el contexto hace que cualquier persona sea vulnerable. Por ejemplo, bajo condiciones de oscuridad nocturna es muy probable que personas no videntes sean mucho menos vulnerables que otras. Cabe destacar que nuestra definición logra un consenso con las dadas por otros textos: la vulnerabilidad está caracterizada, sobre todo, por el nivel de exposición a factores de estrés, la sensibilidad de las poblaciones potencialmente afectadas y su capacidad de resiliencia ante dichos factores (Engle, 2011; Smit y Wandel, 2006; Thomas et al. 2019).

 

Conservación ambiental con inclusión social y valor agregado

 

Todo lo expuesto hasta aquí confirma que las personas vulnerables necesitan el mismo ambiente natural sano que todas las demás (MEA, 2005), pero ligeramente acondicionado por otros seres humanos en concordancia con sus particularidades. Ejemplos de esas modificaciones aplicables a las granjas son: los anuncios sonoros o escritos en Braille –si se trata a quienes no pueden ver, o en un idioma comprensible –si se involucra a inmigrantes, y un personal amigable y capaz de ayudar a los otros sujetos a valerse por sí mismos –por ejemplo, usando lenguaje de señas, si los grupos participantes no pueden oír (Vanderveen et al., 2015). El ambiente natural es tan complejo que incluye una amplia gama de componentes de calidad ambiental (Tabla 1). Por fortuna, la ecología ha acumulado suficiente experiencia, criterios y métodos para determinar en el campo las características ambientales de cualquier sitio (Chave et al., 2005; Etchevers, 1999; Krebs, 1999). Por su parte, algunos equipos científicos (Kernstock y Prop, 2015), de manera participativa con el campesinado y las entidades estatales, han establecido formularios de evaluación basados en criterios razonablemente objetivos de calidad del servicio que se presta al público beneficiario de la AS (Tabla 1). Con todo eso se pueden evaluar, de manera científica, muchas granjas (Figura 2), aprender de las experiencias de todas, y formular sugerencias en concordancia.

 

Figura 2.

Dimensiones: Ambiental y de servicios al público beneficiario de la agricultura social, y potencial para que el campesinado obtenga dinero extra, a la vez que beneficie el ambiente y a otros seres humanos.

 

 

Nota: Estrellas: fincas con alta calidad ambiental y alta calidad de servicios, capaces de solicitar mayor recompensa financiera por ambas razones, tales como sellos de indicación geográfica, “bio” (“orgánica”) y comercio justo. Cuadros: fincas con calidad intermedia tanto ambiental como de servicios. Círculos: fincas con calidad ambiental y de servicios relativamente bajos, aunque todavía por encima del cero. Ejemplos de estas últimas: fincas sociales orgánicas, pero con cuasi-monocultivo y personal poco entrenado para atender a personas vulnerables. Ver en la Tabla 1 la lista de algunos indicadores de calidad ambiental y de servicios que se pueden usar para los ejes X1 y X2 de esta figura.

Fuente: Elaboración propia a partir de datos ficticios con fines ilustrativos, 2019.

 

Las características ambientales consideran los niveles de organización ecológica (Tabla 1): población, comunidad, ecosistema y paisaje (Garrido-Pérez y Sidali, 2016).

 

Tabla 1.

Sugerencias para evaluar en el campo la calidad ambiental y de servicios prestados por la agricultura “social”

 

Características ambientales. Cuantificables con métodos de ecología de campo (Krebs, 1999)

Servicios a las personas vulnerables. Modificado de Kernstock y Prop (2015)

Finca orgánica; e.g. sin usar agroquímico alguno, reduciendo así a cero el riesgo de que las personas vulnerables tengan contacto con dichas sustancias.

Infraestructura adecuada; e.g. rampas en la edificación o inodoros aptos para personas en sillas de ruedas.

Número de especies por área de cada plantío; diversidad cuantificada (e.g. mediante el índice de Shannon o Fisher).

Ubicación: cercana y accesible.

Calidad ecosistémica del plantío; e.g. biomasa vegetal aérea –indicadora de dióxido de carbono capturado y, por ende, del oxígeno aportado, calidad del suelo, e.g. materia orgánica, nutrimentos.

Acondicionamiento exterior; e.g. rampas para sillas de ruedas, aceras o caminos en el bosque cercano, anuncios sonoros, en Braille y en lenguaje de señas.

Número total de especies en la finca; es decir, sumando las de todos los plantíos y bosque de la finca.

Protagonismo frecuente del beneficiario en las actividades; e.g. que se le permita manipular las plantas y la tierra; respeto a su integridad con medidas de seguridad discretas pero eficaces.

Calidad abiótica de la finca en su conjunto; e.g. nutrientes y toxinas potenciales en el aire, agua, y suelo de todos los componentes de la finca, tanto los plantíos como el bosque de la finca.

Empatía, formación técnica y diversidad disciplinaria del personal; e.g. entrenados en trabajo social o enfermería.

Calidad biótica (diversidad sumada de especies) y abiótica del paisaje (similar al de cada finca, pero muestreando fincas vecinas). Ello para cerciorarse de que la finca no será perjudicada por otras que, por ejemplo, usen agroquímicos.

Calidad del personal director: liderazgo, organización, nivel técnico, capacidades transdisciplinarias.

Disponibilidad para mejorar según las sugerencias de personal técnico externo y del público beneficiario.

 

Fuente: Elaboración propia, 2019

 

 

¿Invento europeo transferible a América?

 

Como indicamos más arriba, la AS tiene sus raíces en la práctica rural de incluir a parientes con algún impedimento físico o emocional en el trabajo agrícola. Esa costumbre es muy común en América y el resto del mundo, lo cual implica que la AS no es un invento europeo, sino parte de un intento de la ciudadanía de dicho continente por volver a saberes ancestrales que consideran sanos (ver también King, 1987). No obstante, reconocemos que hasta ahora la reglamentación y la formalización de la AS por el Estado son parte de un fenómeno mayormente europeo que, entre otros países incluye a Austria, Italia (e.g. Kernstock y Prop 2015, Legge 18 agosto 2015) y la península ibérica –sobre todo Cataluña (Guirardo et al., 2017). Muchos países donde se observa la AS en Europa corresponden a amplias llanuras con baja biodiversidad y climas templados tales como Holanda, gran parte de Alemania y Francia (González et al., 2013), los cuales pueden considerarse poco similares a los de la América tropical. En cambio, consideramos que la región alpina es la que más parecidos tiene con las altamente diversas condiciones americanas. Veamos seis puntos de concordancia entre los Alpes –y su agricultura, con las situaciones americanas.

(1): El clima, el relieve, los patrones de biodiversidad, e incluso el modo como las familias gestionan sus fincas en los altos y valles alpinos de Italia, Austria y Eslovenia se parecen, por ejemplo, a lo que se ha descrito para la agricultura familiar de montaña entre los indígenas mapuches en la zona montañosa de Curarrehue, Chile (Fuentes y Marchant, 2016). (2): Los terrenos son muy inclinados; si se los deforesta demasiado padecen graves pérdidas de fertilidad del suelo por deslave de minerales y materia orgánica, deslizamientos de tierra, e incluso avalanchas, por lo que no se puede practicar la agricultura extensiva (von Ruette et al., 2016); ello es muy similar a gran parte de la América tropical y montañera. (3): Las cuencas hidrográficas son complejas –con muchos e intrincados riachuelos, ríos y aguas subterráneas, así que arrastran materiales del suelo desde fuentes muy difusas (ver también Ceccon, 2003). Como bien explica dicha autora, no es conveniente que esos terrenos reciban demasiados agroquímicos o sedimentos, los cuales serían transportados hacia las tierras bajas, donde pueden afectar a millones de personas tanto del campo como de las ciudades. (4): Poseen una alta variedad de microclimas: por ejemplo, hay valles que durante el invierno poseen temperaturas primaverales por su baja altitud; mientras, en otros sitios muy cercanos las temperaturas permanecen bajo cero grados Celsius. Algo parecido sucede en América Central y los Andes (Chaverri-Polini, 1998), lo cual contribuye a una elevada biodiversidad (Huemer, 2012), a pesar de que los Alpes están muy lejos de los trópicos.

Junto a todo lo indicado (5): los Alpes albergan una alta diversidad cultural, con grupos a los que se puede llamar literalmente indígenas; entre los cuales están los tiroleses con distintos dialectos del alemán, los bávaros (también germano parlantes), los “ladinos” de habla retorrománica, los eslovenos –con su propio idioma eslavo, y los friulanos –cuya lengua deriva del latín. Esos grupos, mediante sus prácticas agrícolas y saberes ancestrales, generan en los paisajes mosaicos complejos: bosques, prados, pastos y transiciones entre todos estos, así contribuyen a aumentar la biodiversidad (Maurer et al., 2006). Lo mismo hacen los variados pueblos indígenas tropicales, incluyendo los de la Amazonía (Perrault-Archambult y Coomes, 2008) y la Zona Maya (Toledo et al., 2008). Finalmente (6): los pueblos alpinos dedicados a la AS, por ejemplo, en Austria e Italia, pertenecen a familias comparativamente pobres; confinadas por los aristócratas rurales que ocupan los valles a permanecer en terrenos muy empinados y, por consiguiente, muy difíciles de trabajar (Stacul, 2018) y en los cuales muchas máquinas simplemente son inútiles. Es decir, la desigualdad social rural, aunque actualmente menos aguda que en América, también ocurre en los Alpes. Tomando todo eso en consideración, no es extraño que las poblaciones campesinas más pobres de los Alpes hayan decidido buscar nuevos ingresos mediante actividades como la agricultura social (Tulla et al., 2017).

Cabe destacar que, al evocar la diversidad de condiciones entre los Alpes con respecto a zonas de América Latina, no buscamos detectar hábitats homólogos entre sí para ver en cuáles es procedente la agricultura social y en cuáles no. Antes bien, procuramos resaltar que en ambas regiones hay diversidad de hábitats, de climas y contextos naturales en general, así como de culturas, de idiomas y de otros aspectos; nada de lo cual ha conducido a que la agricultura social se practique en tan solo un tipo de hábitat o por una sola cultura.

Además, también hay algo similar, y a veces igual, a la agricultura social en América. Un ejemplo son las iniciativas con alta calidad ambiental y de servicios representadas por las fincas que promueven la “equinoterapia”: el tratamiento que se basa en el uso de caballos para rehabilitar a pacientes con problemas de discapacidad tanto física como mental en la provincia de Guayas, Ecuador. No obstante, como se trata de un tratamiento que requiere de ingentes gastos, todavía es inalcanzable para las personas de bajos recursos. Ello la convierte en un tratamiento excluyente a menos que se cuente con apoyo gubernamental. Tal es el caso del Centro Integral de Equinoterapia del Gobierno Provincial del Guayas, Ecuador, el cual se ofrece sin costos (Prefectura Guayas, 2018). También en Ecuador existen iniciativas que se enfocan en algún sector particular de la población; como las granjas integrales que emplean a jóvenes con discapacidad mental, promueven su integración al sector laboral mediante capacitaciones que les permitan adquirir las habilidades y conocimientos mínimos para desarrollarse de forma autónoma en la vida cotidiana (Bermúdez et al., 1997). Este tipo de iniciativas se diferencian de la equinoterapia privada en que se basan en la autogestión y por tnto, no necesitan de un capital muy grande para implementarse.

Pese a todo lo expuesto, consideramos pertinente señalar dos diferencias entre la agricultura alpina con respecto a América Latina. La primera: en los Alpes, las familias y cooperativas campesinas dedicadas a la AS son dueñas indiscutibles de sus tierras, lo cual les quita nerviosismo y les permite planificar a largo plazo el uso de sus terrenos sin miedo a perderlos. Lo antedicho se logró en Europa tras milenios de guerras y despojos, desde antes del Imperio Romano hasta las guerras de los Balcanes a fines del siglo XX (Cantú, 2006; Hobsbawm, 1998). Está por verse si los países latinoamericanos logran estabilizar la pequeña propiedad y acabar con los conflictos bélicos, políticos, y hasta raciales asociados a la propiedad de la tierra; los cuales, por cierto, traumatizan a muchas personas en el ámbito rural (Herrera, 2012).

La segunda diferencia es que, en Europa, tal vez como resultado de arduas luchas sociales que han durado decenas de generaciones (Hobsbawm, 1998), el Estado parece más proclive que en América a mitigar la desigualdad social, incluso en respaldo de las personas vulnerables y campesinado involucrado en la AS. Por ejemplo, el Estado austríaco, sin importar quién gobierne, discute, establece y ejecuta acuerdos con los grupos científicos, los gremios campesinos, y hasta las instituciones de salud para elaborar y ejecutar, de manera consultiva y periódicamente actualizada en seminarios-talleres, los estándares de calidad y subsidios para la AS (véanse las contrapartes indicadas en los créditos de los trabajos de Kernstock y Prop, 2015 y también de GCÖ, 2017). Es más, los ministerios austríacos ya empiezan a tratar de convencer al campesinado y al resto de la ciudadanía para que usen los bosques como sitios de recreo y mejoramiento de la salud (BFW, 2014). También Italia, un Estado que con frecuencia cambia de gobierno –como en América Latina– ha logrado suficiente estabilidad institucional y de planes políticos como para observar y confirmar que la AS no es una moda, sino que perduró a través de los decenios como una práctica impulsada por la población (ver revisión en Fazzi, 2011). Fue así como, por ejemplo, las décadas de insistencia de parte de la cooperativa de campesinas del Tirol del Sur dedicadas a la AS (Hochgruber-Kuenzer, 2018) pudieron romper los escepticismos, hasta lograr que la ley provincial reconociera y respaldara la AS a la par que a otras actividades campesinas, reforzando, en los Alpes italianos, la aplicación de la ley nacional. Consideramos que los ejemplos italiano y austríaco son esperanzadores para América, pues brindan una idea de lo que se puede lograr cuando hay voluntad política.

 

Conclusiones

 

La agricultura social (AS) procura elevar la salud y calidad de vida de los seres humanos vulnerables, tales como las personas con impedimentos personales que les limitan la huida de situaciones dañinas. Ello se logra con ayuda de otros seres humanos en el marco de un ambiente “ecológicamente” saludable; libre de toxinas en el aire, el agua o los alimentos; así como con mínimos riesgos de contagio de enfermedades; aludes, inundaciones y otras catástrofes debidas al mal uso de la tierra; y que contenga una biodiversidad alta para cumplir con esas funciones. Por lo tanto, en América la AS es muy compatible con los muy agro-biodiversos y orgánicos cultivos tradicionales. A partir de ahí, la AS debería servir para que esos grupos agricultores opten por mejores precios para sus productos; por ejemplo, bajo etiquetas de denominación geográfica, agricultura orgánica, y comercio justo. Además, la agricultura social no es un invento europeo, sino un esfuerzo por rescatar y formalizar una práctica milenaria mundialmente difundida: incorporar a las personas con vulnerabilidad física o mental a la vida y al trabajo agrícola.

Por todos esos motivos, la AS debería ser considerada para fomentar el desarrollo sostenible y la salud en una América traumatizada, desde unos Estados Unidos donde la venta indiscriminada de armas provoca muertes, hasta una América Latina y un Caribe cuyas ciudadanías arrastran graves traumas desde la época colonial. Convertir el campo en un refugio pacífico, tranquilo y limpio es necesario para ayudar a democratizar la armonización de las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza. Gozar de buena salud gracias a un ambiente sano es un derecho de toda la humanidad.

 

Referencias

 

Ardila, J. (2010). Extensión rural para el desarrollo de la agricultura y la seguridad alimentaria: Aspectos conceptuales, situación y una visión de futuro (N.o IICA C20-31). Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura -IICA.

Begon, M., Townsend, C. R. y Harper, J. L. (2009). Ecology from individuals to ecosystems. Wiley. Malden.

Bello, M. y Rangel, M. (2002). La equidad y la exclusión de los pueblos indígenas y afrodescendientes en América Latina y el Caribe. Revista de la CEPAL, 76, 39-54.

BFW –Bundesforschungszentrum für Wald (Centro austríaco de investigaciones forestales). (2014). Green care Wald. https://bfw.ac.at/cms_stamm/050/PDF/broschuere_greencare_link_neu.pdf.

Bermúdez Ledesma, L. M., Correa Escobar, J. C., Ortega Oliveros, A. M. y Vélez Galeano, C. P. (1997). Granja integral autosuficiente: Calidad de vida para el joven con retardo mental moderado. Universidad de Antioquia. Medellín, Colombia.

Cantú, C. (2006). Compendio de historia universal. http://www.biblioteca.org.ar/libros/132404.pdf.

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1Nombres completos de países en la figura 1c (por orden de aparición): Hon.= Honduras, El Sal.= El Salvador, Arg.= Argentina, Gua.= Guatemala, Rep.Dom.= República Dominicana, Ven.= Venezuela, Per.= Perú, Ecu.= Ecuador, P.Rico= Puerto Rico, Par.= Paraguay, Nic.= Nicaragua, Chi.= Chile, Uru.= Uruguay, Pan.= Panamá, C.Rica= Costa Rica, Trin.Tob.= Trinidad y Tobago, Bar.= Barbados, Gra.= Granada, Sur.= Suriname, Sta.Luc.= Santa Lucía, Dom.= Dominica.

 

América traumatizada: Proponiendo la agricultura “social” para mejorar la salud
Edgardo I. Garrido-Pérez, María I. Arias-Pizarro, Juan Lincango-Vega, y Leonardo D. Ortega-López

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