R E P E R T O R I O


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A M E R I C A N O


Segunda nueva época N.° 28, Enero-Diciembre, 2018

ISSN: 0252-8479 • Doi: 10.15359/ra.1-28.20



Sociología de la hormiga

Silvia Guzmán Sierra

A Rolando


Hay tres cosas simples:

La primera son las cicatrices que no cuentan años sino memorias, eso que todas sabemos y es mejor no preguntar, como el gen obtuso de la familia, o la fecha en el anillo de matrimonio, incongruente con los días.

La segunda son las paradojas inaccesibles del deseo que por su carácter restringido es mejor dejar apartadas en una esquina y no volver a ver sino hasta que la muerte llegue o se asome a guiñarnos los ojos; de este tipo es el creciente anonimato de los besos acumulados, el pan o libro robado al súper, y todos los cigarros fumados a escondidas de una misma.

La tercera son los caseríos de las hormigas, inevitablemente sociales.

La simpleza está en dejar la vida, abandonarla humanamente hipócrita.

Psicología de una hormiga mestiza

Medida a tres colores de oficina, sentadota en la gran silla de piernas abiertas, ventilada, reviso el back up. En mi currículum para el puesto anoté con desengaño palabras como nebulosa, mandrágora, ratón. Si me contratan es por no sonreír. Mi madre gatillo de monte, danta, pajarillo me enseñó más sobre rodillas sin memoria sanguinaria que de protocolos a papel carbón.

No soy señorita, de eso no dan cuenta mis órganos irreverentes, esfínteres, o músculos menores, sino este carácter de desgano, de sonrisas sin pintar.

Señorita es una cuestión blanca que no existe para nos, cuerpos mezcla, cuerpos nada. Señorita

no

hormiga.

Afectología de un insecto

Dos amantes o no, enamorados, se buscan en las frases de un abecedario incompleto y posmoderno. Lo cliché. Uno se enfrenta al miedo y le pregunta cualquier cosilla retórica. Al miedo no se le habla de continuo, piensa para sí mientras camina sobre el borde de la ventana. Las ventanas en esa ciudad suelen tener bordes internos, cuadrados y cómodos. Suelen ser grandes y limpias, de no ser por la altura a la que se encuentran no habría manera de no chocar en ellas y dejar plasmados los líquidos corporales en sus vidrios.

El otro amante, enamorado, a sabiendas de la responsabilidad, se corta los brazos, los divide en dos y los cose con retazos al lado contrario. Los extremos con mano los cose junto a los hombros. Los extremos con codos los cose a la altura de la tercera costilla. Ahora posee seis extremidades, ya no es un amante sino un insecto inútil. Su mano derecha, ahora nueva izquierda no sabe si escribir o ser pasiva. Desconoce su interés y el oficio de hacer preguntas.

Autoantropofagia

En mi casa hay una gran pantalla de televisión, ahora transmiten el documental del último y más grande oso hormiguero del sur de México. Las cosas que una no decide. Entré por mil puertas sin ver ni tocar la pantalla, disimulando el impacto de las imágenes y las amenazas de ser el último peldaño de la cadena alimenticia. Entra una dilatada a un espacio que se supone propio y desconocido. Las habitaciones internas. Lo oscuro.

Habitar es un delito, una predisposición al cambio. O un mal camino inevitable.

Filosofía práctica de una hormiga desocupada

Un pintor stalinista y ruso, me recomendó dedicarme al lobby poético pues para él mi poesía concuerda con sus calificativos de producto artístico sopesado. Yo reniego. Mando mis poemas a festivales, revistas y editoriales, todos dicen que sí. Los procesos tardan años. No se escribe para ser feliz o ser alguien tampoco para comer. Ahora estoy en el onceavo piso de la ciudad pellejeando el último trabajo de este año. Intentando ser. Como todos los grandes escritores masculinos sí, a veces, escribo dudosa y por obligación una respuesta al vacío de ser poeta y tener cuatro millones en deudas. Yo conozco pintores rusos, poetas argentinos y cinéfilos mexicanos todos los días. Todos los días me enamoro de mi editor. Todos los días cambio de editorial. Todos los días escribo la palabra felicidad. Todos los días sigo siendo hormiga.

Ontologías de hormigas

Una hormiga, pequeño insecto que vive en la taza de cerámica repleta de azúcar, le pregunta a otra hormiga, pequeño insecto que vive en una bolsa de basura, ¿cómo llegar al centro de la ciudad? La hormiga dos le responde que está en ella, que alce los ojos.

Otra hormiga carga pesada un bloque de mantequilla barnizada de harina y camina desafiando la gravedad por el borde del patio de mi vecina; esta hormiga topa con otra que le cuenta que ahora las hormigas suelen buscar el centro de la ciudad aun hallándose en ella, una cosa realmente triste. La hormiga uno le responde que no tiene tiempo, que se aparte y la deje continuar su camino.

La hormiga uno topa a la hormiga dos en el centro de la ciudad, quietas entrelazan sus antenas, reconocen feromonas comunes en ellas, ambas alzan los ojos, miran el centro de la ciudad, huelen el azúcar, la mantequilla, la basura y las flores del jardín de mi vecina. Una verdadera hormiga es minúscula, efímera y abraza.

Epistemología de las hormigas

Las hormigas somos así, hablamos del medio ambiente y la automatización. Comemos las sobras de la primera esquina y nos fijamos en el detalle de cada movimiento de las nubes.

Nos preocupa la cantidad de ejemplares impresos del periódico facho y la moral de nuestros padres. Hablamos de revoluciones científicas y de desapariciones forzosas de una vez y para siempre de todos los dinosaurios.

Las hormigas somos así demasiado pequeñas, el tamaño justo para poder mirarlo todo desde abajo, cada vez más abajo.


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