R E P E R T O R I O


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A M E R I C A N O


Segunda nueva época N.° 28, Enero-Diciembre, 2018

ISSN: 0252-8479 • Doi: 10.15359/ra.1-28.26



Historias de un violín azul que murió ahogado en el mar

Karina Castillo Valverde


GABO. — ¿No has oído hablar de un accidente aéreo que hubo sobre la bahía cuando el Presidente Eisenhower visitó Río?

ELIZABETH. — ¿Sobre la bahía de Guanabara?

GABO. — Ahí tienes una buena imagen para empezar. El avión en que iba la banda de música de Eisenhower estalló sobre la bahía. Se hundió con todos sus pasajeros. Pero los instrumentos quedaron flotando y la bahía quedó cubierta de violines, trompetas, contrabajos, trombones… Es una imagen que no olvido. Vi la foto en la prensa. Creo que en una historia de la bahía de Guanabara esa podría ser una página bellísima.


La bendita manía de contar

Gabriel García Márquez


Minutos antes de la tragedia el avión era una fiesta, esa manía que tienen los músicos de tocar siempre, todo el tiempo, donde sea.

Eso explica por qué los instrumentos quedamos esparcidos por la bahía, flotando en el mar y no dentro de nuestros estuches, los músicos venían tocando en el avión.

Imaginen ese instante fatídico, la sinfonía en su momento cumbre, como gran final una explosión y luego un silencio eterno.

Sentía las olas del mar golpeando con fuerza mi cuerpo de madera, vi a lo lejos un trombón, quise producir alguna nota para llamarlo, fue imposible, mi arco había quedado a gran distancia.

Flotando estaban también las trompetas y contrabajos, nunca pensé pertenecer a una orquesta acuática, pero el destino nos hizo ser parte del sonido de las olas, de la brisa del mar.

Me hubiera gustado producir un vibrato, un trino, un armónico que le diera matices a esa melodía azul e inmensa.

Por lo menos, hubiera querido que un pez pellizcara de un mordisco mis cuerdas, en un último pizzicato agónico.

La humedad produce daños irreparables en los violines, yo flotaba y me hundía en agua salada, con golpes de staccato de un oleaje feroz, que me producía grietas.

Vi en lo profundo el cuerpo inerte de mi amiga violinista, ella me prestaba su alma con cada acorde para que yo viviera, ¿qué podría hacer ahora?, ¿quién produciría mis mejores melodías si ella se había ido para siempre? En ese instante decidí morir junto a ella, ahogado en el mar.

El extraño violín azul en la vitrina del abuelo

El violín del abuelo estaba en la vitrina de vidrio de la sala, solitario, sin que nadie pudiera sacarle notas.

Luisa, su nieta, sentía tristeza al ver el violín, no podía comprender por qué debía estar encerrado, y tampoco por qué el abuelo nunca había interpretado una pieza con él.

Luisa se animó a lanzar la pregunta que rondaba en su cabeza: -¿Mamá y si yo aprendo a tocar violín?

-No. Fue la respuesta seca y cortante que le dio su madre.

Luisa decidió reformular su pregunta: -¿Mamá, y si le decimos al abuelo que él toque el violín?

-No. Estás loca, ni se te ocurra decirle. Del violín no se habla y punto. Sentenció su madre, quien al ver el rostro de Luisa a punto de estallar en llanto decidió suavizar su respuesta: -Es una larga historia, no lo vas a entender…

Luisa se molestó por la respuesta de su madre, pero no le dijo más nada, sabía que cuando los adultos a su alrededor dudaban de su capacidad para comprender las cosas, realmente significaba la incapacidad de ellos mismos por explicarse con claridad.

Así que decidió quedarse sentada viendo a su abuelo, quien desde su mecedora miraba el violín y lanzaba suspiros. Era más probable deducir una respuesta lógica del misterio que rodeaba el violín a través de sus propias teorías.

En su imaginación infantil se le antojó pensar que quizás ese violín tenía poderes mágicos, inventó una historia en la cual su abuelo en su juventud tocaba el violín y era rodeado por sirenas que cantaban con su música.

Mientras Luisa soñaba despierta, un recuerdo invadió la cabeza del abuelo, quien comenzó a tararear la Quinta Sinfonía de Beethoven, de repente, un sobresalto lo estremeció y comenzó a llorar. Lloró desconsolado y la madre de Luisa se acercó a él para intentar calmarlo: -¡Papá tranquilo! ¡Fue solo una pesadilla! –Ya pasó…

Luisa miraba la escena desconcertada, con sus grandes ojos abiertos en expresión de incertidumbre. Su madre al verla le dijo: -Luisa, vaya a jugar afuera…

Ella no hizo caso, paralizada por la curiosidad. Su madre insistió: -¡Luisa! ¡Vaya juegue en otra parte!

Luisa corrió al ático de la casa, el cual era para ella lo más cercano a poseer una máquina del tiempo personalizada, pues en ese lugar, se almacenaban objetos antiguos pertenecientes al abuelo.

Su intuición le dictaba que ahí encontraría la respuesta que andaba buscando, y en esa exploración hacia el pasado encontró un álbum con fotos viejas, en blanco y negro.

¿Quién era esa mujer de la foto? Ella tenía un curioso parecido con la madre de Luisa. ¿Sería su abuela? Ella nunca la conoció, no se hablaba de ella en la casa, preguntar por la abuela estaba prohibido, al igual que sugerir la idea de que alguien tocara aquel violín.

Así que rápidamente Luisa dedujo que el violín pertenecía a la mujer de la foto, y que por eso el abuelo nunca lo utilizaba… realmente, pese a su imaginación, el abuelo no era un violinista; pero su abuela probablemente sí lo era.

Luisa siguió indagando en las páginas de aquel álbum y encontró un recorte de periódico con la siguiente noticia: Avión en el que viajaba la banda de música de Eisenhower estalló sobre la bahía de Guanabara…

Vio la foto de la prensa: los instrumentos quedaron flotando y la bahía quedó cubierta de violines, trompetas, contrabajos, trombones

Luisa pensó que era la imagen más hermosa y trágica que había visto en su vida. Reconoció entre los cadáveres musicales el extraño violín azul que estaba en ese féretro de vidrio de la sala.

Entonces, con la foto de su abuela en la mano, bajó corriendo las escaleras, cruzó la sala, fue al patio, arrancó unas flores, regresó a la sala, colocó la foto de su abuela y las flores junto al violín azul.

Y dijo entre sollozos: ¡Lo siento mucho, abuelo!

Unos días después, en un intento del abuelo por consolar a Luisa de aquella tristeza que había recibido de golpe, la llevó a visitar la bahía de Guanabara.

Le colocó un caracol en su oído, y Luisa sonrió, pues mezclado con el sonido de las olas y de la brisa del mar, pudo escuchar, por fin, la música del violín azul de su abuela.


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