R E P E R T O R I O


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A M E R I C A N O


Segunda nueva época N.° 29, Enero-Diciembre, 2019

ISSN: 0252-8479 • Doi: 10.15359/ra.1-29.33



El sol púrpura
de Alejandro Marín Solano

Julián González Zúñiga


El libro con el que Alejandro Marín Solano (Costa Rica, 1989) se presenta ante el mundo literario mereció el Premio UNA Palabra 2017 en la rama de poesía, por lo cual la Universidad Nacional, institución que lo otorga, hace su publicación en el año siguiente (Heredia: EUNA, 2018, 84 p.). En este mismo año, el libro es postulado para los premios nacionales y le es otorgado el Premio Aquileo J. Echeverría en poesía. Con esta doble premiación, notable para un joven escritor, Marín se convierte en representante de una juventud creadora que no ha abandonado la poesía por otros géneros y, además, siembra la esperanza de un buen porvenir para la creación poética.

El libro consta de cuatro partes (Corderas, Higos, Niño bomba, Casavares) y un final alternativo (El alba y la paloma). Centrado en el mundo musulmán, da cuenta de los anhelos, afanes y sentires de un adolescente yihadista que quiere “matar y morir” y que “¡Allah me perdone y allane mi camino (…)” (p.7).

En otros tiempos, esta obra hubiera sido catalogada como exótica por tratar un tema ajeno a nuestra realidad. Pero en nuestra época más bien puede ser vista como de alcance universal , ya que los temas abordados conciernen a la humanidad entera por la dimension internacional de sus planteamientos. Lo que se vive en Medio Oriente nos alcanza a todos y a todas en este lado del mundo. En una época en que privan el materialismo y el beneficio material, Marín optó por dibujarnos un mundo en el que aún se puede soñar.

Nada puede separarnos

“Cuentan las leyendas que los sueños de los niños hacen cosquillas a los frutos y los endulzan” (p. 29). El amor intenso del personaje Kanjar, de catorce años, por su prima Nasrín sustenta la primera parte del poemario. Es un amor puro, juvenil, casi bucólico. El despertar de este sentimiento anima al muchacho y lo llena de una vital esperanza en un espacio pleno de aridez, donde conviven rebaños de corderos, alacranes, forasteros y soldados cerca de los olivares.

Con el arma protegeré a mi nación

Yihad representa el esfuerzo de todo musulmán para que la ley divina reine en la Tierra; por lo tanto, es un esfuerzo en el camino de Dios y para su éxito la guerra puede estar implícita: “mataré a los infieles / y defenderé a los creyentes / en el campo de batalla “ (p.33).

En este contexto, el adolescente soñador anhela volar como la cometa de Nasrín, pero ella no quiere correr riesgos y siempre lo deja a medio camino, mientras ella sigue con los pies sobre la tierra. Él solo quiere obedecer al llamado de su corazón: “ve, sé mártir, haz lo necesario, muere” (p.35). El joven se debate entre el deber que lo llama y el deseo amoroso por la joven que lo anima: “Cuando deje de ser mía, / la luna enrojecerá en señal de luto y agonía” (p.38). Sin embargo, guarda silencio cuando ella le pregunta si la ama más que a Dios.

El niño Kanjar interactúa con otros personajes de su mundo musulmán: el imam Marouf, su madre sumida en la tristeza, su hermano Saíd, su padre y su abuelo. Quiere ser como este, “Más dulce cuanto más viejo” (p. 48), como los higos que endulzan la boca.

“Se va el niño, solo queda la bomba”

Completa este verso con el siguiente: “¡Qué buen sabor para la eternidad” (p.48), en referencia a los higos que abundan en la tierra natal. Kanjar alude a la muerte como alabanza o como tributo a Allah y su profeta Muhammad: “Gracias (…) por la yihad y la muerte santa (…) y por una razón para morir en paz, gracias!” (p. 54). Palabras como martirio, aniquilaciones, , “Siégame de raíz”, sangre y pólvora prevalecen; sustentan un llamado a morir por la causa santa de Allah y operan, a veces, como parte de una letanía.

La muerte ejemplarizante aparece como leit motiv; morir genera admiración. Morir y matar son diferentes conceptos: “Matamos para defendernos” (p.57). Y en este camino hacia la muerte, Kanjar Pashwak se erige como el elegido (el cuerpo bomba). Padre, madre, hermano y abuelo lo saben y lo aceptan por la causa que los anima a todos.

El único destello que ilumina el rumbo

Entre el sueño y la vigilia, en el relato “El viaje” (p. 64-67), el joven se desplaza en una camioneta con otros hombres. Ve en medio de la oscuridad el único destello que ilumina el rumbo: la sensación del sacrificio cercano, “gozo sin razón que fluye repentino” (p.64). Invadido por la nostalgia, afina su memoria y recuerda sus vivencias en el pueblo, en especial a su amada Nasrín. Ocurre el encuentro fortuito con un niño limosnero quien la conocía y la ofende por no haber venido con él. Kanjar, enfurecido, golpea al niño.

Esta narración en prosa aparece como una transición entre dos estados del joven adolescente: la nostalgia por dejar lo vivido y la iniciación en el sacrificio para el que se ha venido preparando desde muy niño: “Voy comiendo el último higo, / el higo de mis entrañas, y respiro” (p.68). El niño bomba está listo para emprender el viaje y así servir a Allah.

Un final alternativo (p.77-84) retoma el amor de Kanjar y Nasrín y muestra así el sacrificio-suicidio como vía hacia el destino y el dolor de la joven ante la ausencia de su amado.

Con un cuidadoso y mesurado uso del lenguaje, el poeta construye un mundo donde el amor –a la familia, al ser amado, a Dios, a la causa política- se combina con el sacrificio que termina en la muerte (el mártir niño bomba).


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