R E P E R T O R I O


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A M E R I C A N O


Segunda nueva época N.° Especial, 2020

ISSN: 0252-8479 / EISSN: 2215-6143



Conversaciones sobre Bolívar a través de las páginas del Repertorio Americano

Conversations about Bolívar through the pages of Repertorio Americano

Juan Andrey Morales Méndez

Estudiante de Maestría en Estudios Latinoamericanos

Universidad Nacional, Costa Rica

Resumen

Este ensayo representa un viaje por las páginas de la revista Repertorio Americano y se inspira en textos dedicados a la figura de Simón Bolívar, publicados entre enero y abril de 1930. Esta exploración se convierte en una conversación que busca mostrar la parte humana de la leyenda, así como abarca retratos poéticos y biográficos, aprendizajes en etapas de su vida, crónicas de sus propias palabras y comparaciones con seres magníficos como Don Quijote de la Mancha.

Palabras clave: Simón Bolívar, conversación, Repertorio Americano

Abstract

This essay represents a journey through the pages of the magazine Repertorio Americano, and is inspired by texts dedicated to the figure of Simón Bolívar, published between January and April 1930. This exploration becomes a conversation that seeks to show the human part of the legend and covers poetic and biographical portraits, learning in stages of his life, chronicles of his own words, and comparisons with magnificent beings like Don Quijote de la Mancha.

Keywords: Simón Bolívar, conversation, Repertorio Americano


Simón Bolívar es un personaje de leyenda, que reúne todas las características arquetípicas de los héroes. Es uno de esos seres cuyas alineaciones cósmicas encuentran un espacio en lo que se podría llamar inmortalidad.

Siempre me pareció alguien interesante. Aquel hombre vestido a la usanza europea, representado en un cuadro, estatua o busto, más allá de la leyenda, fue un ser humano de carne y hueso, a quien se le juzgó de ambicioso y engreído (sus detractores) y se le glorificó tanto por sus hazañas como por su amor a la libertad (sus adeptos).

La imagen asociada con su nombre, de frente amplia, botas y sable, aparecía de forma borrosa en la lejana infancia. En un acercamiento contemporáneo a la historia de Latinoamérica, la leyenda y yo nos encontramos de nuevo por los pasillos de la Facultad de Filosofía; en mi vida y mis noches, en mi departamento. El Libertador (como le llamaron después de sus constantes hazañas en la empresa independentista de América) entró por el umbral de una lectura académica en un curso de historia y hoy acá, en un nuevo encuentro, parto del esfuerzo de dialogar entre artículos publicados de enero a abril de 1930, en Repertorio Americano, por autores que se inspiran en reseñar a Bolívar, en el marco del centenario de la muerte de esta enorme figura de la historia de la humanidad.

El diálogo de dos mediado por la pantalla llevó a una fiesta de siete o más. Los relatos, poemas, apreciaciones y crónicas se encontraron a modo de una conversación. Los matices van en un viaje desde un retrato poético incompleto a uno más biográfico, pasajes de sus aprendizajes juveniles en Madrid, París y Roma, crónicas de sus pláticas en una noche de inspiración o comparaciones con personajes fantásticos como el Quijote. Todo un banquete de letras, imágenes, historias, figuras literarias y sentimientos, que invitan a abrir los sentidos e imaginar a su persona, fantasearla, olerla, degustarla y palparla. Los textos se intercalan, generando nuevas imágenes y sensaciones, dando sentido a las metáforas que por un momento parecían aisladas y detonando otras figuras de hechos históricos.

Es encantador conocer al niño estudioso que se convirtió en hombre, encontrando detalles que hacen crecer su presencia en la actualidad, así como la visión y el compromiso con el futuro de sus acciones. Si bien este ensayo no trata de relatar sus grandes proezas políticas, intenta acercarse a la humanidad de este célebre personaje, en sus momentos de aprendizaje, vulnerabilidad, amor, tristeza y locura.

En un retrato biográfico, Francisco García lo coloca como “el más grande de los libertadores de América: El Libertador”. Un conquistador y ejemplo, tanto de amigos como de enemigos, gran estadista y guerrero dotado de “un genio tan diverso y tan rico como el de Napoleón”, por quien Bolívar sintió a su vez una gran fascinación y admiración. Así, el criollo, nacido en Caracas un 24 de julio de 1783, es descrito de la siguiente manera:

Era nervioso, impetuoso, sensual, rasgos del criollo americano; activo y constante en sus empresas, como heredero de vascos tenaces, generoso hasta la prodigalidad, valiente hasta la locura. Tenía la actitud y la fisionomía de los caudillos: frente alta, cuello enhiesto y mirada luminosa, que impresionaba amigos y enemigos, andar resuelto, elegante ademán. Individualidad forjada para la acción, sin tardanzas ni veleidades, figura y genio de Imperator (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 488).

Alberto Hidalgo, en un esbozo de carácter más poético, tomado de la obra Índice de la nueva poesía americana, convierte a la leyenda en metáfora. Describiendo sus sentidos y su presencia, Hidalgo entrega cualidades sobrehumanas a Bolívar, cual superhéroe moderno.

Parecían sus ojos

dos inmensos tornillos

que se incrustaban en el aire.

Cierta vez

agujereó con su mirada el cielo

y miró el infinito cara a cara.

¡Oh qué frío!

¡Oh qué frío de horror

debió sentir el pobre dios

al ver que atravesaba las paredes de su regio palacio

el tornillo de la luz de esa mirada! (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 477)

La visión de aquellos ojos profundos, más que atornillar el cielo y estremecer al mismo Dios (el cristiano patrocinador del genocidio de la conquista, seguramente), miraba un futuro posible en un sueño de unidad de la “Gran Patria”, como llamaba a su amada América, y las amenazas del norte del continente que acechaban su porvenir. Incluso, en los siguientes pasajes, Francisco García muestra cómo sus ideas llegaron a influir a otros grandes pensadores latinoamericanos, como el mexicano José Vasconcelos y su propuesta de raza cósmica.

(En palabras de Bolívar) “Yo considero la América en crisálida; habrá una metamorfosis en la existencia física de sus habitantes; al final habrá una casta de todas las razas que producirá homogeneidad del pueblo…”

… mientras los doctores fabricaban utopías, imitaban en improvisados estatutos la constitución federal de los Estados Unidos, legislan para una democracia ideal, Bolívar estudia las condiciones sociales de América. «No somos europeos, —escribe— no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos de nacimiento, europeos por derecho. Nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores; así nuestro caso es el más extraordinario y complicado» «Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo ni el americano del norte; que más bien es un compuesto de África y América.» (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 488)

Otro de los sentidos resaltados por Hidalgo fue su oído fino para escuchar en el silencio, incluso cuando las palabras no hubieran sido pronunciadas.

Su fina oreja

sabía escuchar

en medio mismo de la algarabía,

las silenciosas voces del silencio

¡Hasta las palabras

que no llegaron a ser dichas nunca

las oyó aquel oído! (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 477)

Los mismos oídos que escucharon las incontables ovaciones a Napoleón, supieron prestar atención a las enseñanzas de sus maestros y a su propia intuición en momentos de algarabía, llegando, incluso, a conocer detalles de complots en su contra por parte de sus propios generales, como si además percibiese sus pensamientos. En las Conversaciones con El Libertador, Luis Perú de Lacroix escribe de las palabras de Bolívar lo siguiente, refiriéndose a Lara y Salon:

… son dos generales meritísimos de mi digna confianza, e igualmente capaces de cualquier desempeño tanto en la parte activa, como la parte administrativa de lo militar, pero con dos genios igualmente distintos: el primero no sabe moderar su viveza y la áspera del suyo; el segundo, al contrario, es un verdadero jesuita, se dobla a todo con facilidad y sabe ocultar sus miras, sus resentimientos y sus medidas con mucha hipocresía. Ambos, si es necesario darán a usted una puñalada: el general Lara con el brazo al descubierto y sin ocultar ninguno de sus movimientos; el general Salon ocultará todos los suyos, sabrá esconder el brazo que da el golpe y usted caerá bajo la cuchilla sin saber quién la ha dirigido (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 478).

Y qué decir de su presencia. Un hombre carismático quien atravesó llanuras, altiplanos y sierras andinas, motivando a sus aliados políticos y soldados, en la victoria y la derrota. El Libertador logró conquistar los esfuerzos de criollos, obreros, esclavos, indígenas y estudiantes. Hidalgo lo creía capaz de hacer sentir, con sus pisadas, a los muertos, en otro de sus versos. Imaginó el despertar de los ancestros y los propios espíritus de la tierra para unirse en su marcha.

El paso era tan seriamente firme

que allá, bajo tierra,

los muertos sentirían, de seguro

sensación semejante a la que los vivos sentimos

cuando alguien golpea el suelo

con tacones de plomo

en el piso arriba (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 477).

Y para cerrar con los versos del poeta peruano, un tema polémico, su estatura. Hay quienes se burlan de ella, como mi amigo venezolano Juan, quien, entre risas, me decía que fue un hombre chiquito, refiriéndose a su corta altura. Un dato burlesco, que me tocó. Información de poca relevancia, al encontrar las palabras de Hidalgo, que resalta en esa característica la viveza de su espíritu y su empeño por la libertad:

¿La estatura?

No se ha podido precisar;

variaba

según las emociones de su espíritu.

Unas veces dos metros,

otras quinientos, otras…

(¡Toda medida hubiese sido corta

para medir el tamaño de este hombre

cuando pensaba liberar América!) (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 477).

Miguel de Unamuno homologa a Simón Bolívar con el Hidalgo don Quijote de la Mancha, por su linaje, su teatralidad, su amor propio, sus delirios magníficos de libertad y la capacidad de generar hechos comparables con la ficción, dignos de la obra de Cervantes. En su homenaje a El Libertador, escribe:

Su formalidad ya la hemos visto, formalidad de genuino héroe quijotesco, teatral y enfático, pero nunca pedantesco, sino, sincero y espontáneo, el maestro en el arte de la guerra y en crear patrias, no de catedrático de ciencia militar ni de ciencia política (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 480).

Además, Unamuno deja ver su admiración profunda por el protagonista de nuestro ensayo, colocándolo como un ser más allá de lo humano y más cerca de lo divino:

Era un hombre, todo un hombre, entero y verdadero, que más vale ser sobrehombre, que ser semidiós —Todo lo semi o a medias es malo y ser semidiós equivale a ser semihombre—; era un hombre este maestro en el arte de la guerra, en el de crear patrias, y en el hablar al corazón de sus hermanos, que no catedrático de la ciencia de la milicia, ni de la ciencia política, ni de la literatura. Era un hombre, era el hombre encarnado, tenía alma y su alma era de todos y su alma creó patrias y enriqueció al alma española, el alma externa de la España inmortal y de la humanidad con ella (Repertorio Americano, tomo XX. año XI, no. 480).

No se puede negar la grandeza de su genio y espíritu. Pienso que Bolívar fue quien era porque siempre dispuso de los medios económicos y sociales de una persona burguesa para lograrlo. No podemos olvidar ese origen privilegiado de su cuna, que le permitió, desde muy joven, acceder a comodidades de todo tipo y una educación particular.

Pedro Emilio Coll, reseña cómo, desde muy temprana edad, además de su viveza y rebeldía, Bolívar mostró un interés particular por los libros, un genio brillante y particular, que fue acompañado de la tutoría de grandes educadores de la época, quienes hunden las raíces de sus enseñanzas en la educación latinoamericana de la actualidad.

El niño Simón prefería los libros a los paseos en borrico por los floridos cafetales y cuestas de la cordillera, como si lo que tuvo de poeta y andariego se iniciara en sus infantiles travesuras. Luego apenas púber, sus maestros no lograban inculcarle las humanidades que precozmente poseían, el uno Andrés Bello, como un clásico que Virgilio conducía. El otro Simón Rodríguez, como un romántico que precisamente de la escuela de Rousseau. La corta diferencia de edad entre Simón y sus maestros, sobre todo entre él y Andrés Bello, tal vez influía en el irrespeto del discípulo (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 473, p. 4).

De Unamuno, aporta, además, cómo su instrucción fue muy similar a la de otras personalidades de la época:

Sin duda alguna Bolívar leía, como acostumbraba leer Miranda y San Martín, las vidas de Plutarco, pues su educación había sido enteramente plutarqueana, y los dejos de su estilo tan de transición del siglo XVIII al XIX, lo son. No puede caber duda de que su maestro, D. Simón Rodríguez, le plutarquizó rousseaunizándole (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 480).

Bolívar fue viajero y su fortuna le permitió hacerlo precozmente. En los “Años de aprendizaje de Bolívar”, Coll se interesa por reseñar los años de juventud de El Libertador, en sus “estaciones sentimentales en el camino a la perfección”, tiempo que lo consumió en las mieles del amor y los horrores del duelo en España, pasando por el desenfreno de los placeres en Francia y el afinamiento de su interés por las cuestiones políticas en Italia. Nos cuenta cómo, huérfano desde temprana edad, Bolívar deja la custodia de su tío para unirse al ejército español. Así, luego de pasar un tiempo en Cuba y México, llegó a Madrid a continuar con sus estudios. Ahí, el joven Bolívar conoció a quien fue su gran y efímero amor, María Teresa, la hija de su pariente Bernardo Rodríguez del Toro. Con solo 18 años, la pareja se unió en matrimonio, idilio que solo tardaría un año, ya que al volver a su nativa Caracas y establecer su lecho nupcial, la amada cayó enferma y murió.

Se podría decir que esta fue una de las primeras grandes derrotas de su ejemplar carrera. Como una puñalada al corazón, ante su temprana pérdida, cae abatido por la tristeza y el dolor que oscurecieron su vida. Coll describe este pasaje de la siguiente manera:

Inmenso como su amor fue el dolor de Simón, el viudo de 20 años. Amor y dolor fueron aquellos que ocupan toda la zona del alma y eclipsan y anublan la reflexión. En la Psicología bolivariana se observa, sobre todo en las horas de máxima tensión, que un solo sentimiento ocupa el área mental y emocional. Para los que así saben sentir el amor, el mundo se esfuma para dejar solo un espacio iluminado, en el que la pareja amatoria, con divino egoísmo, supone el centro del universo; pero en ese espacio y en esos instantes, el universo les revela acaso su más hondo misterio, y seres y cosas su más recóndita belleza. Los que así son capaces de sentir el dolor saben que este también se apodera de la conciencia y expulsa de ella, siquiera momentáneamente lo que no concuerde con la pena predominante, produciéndose un fenómeno a la inversa, pues entonces es un contorno de sombras el que nos rodea, quedando fuera de sus ámbitos el mundo gozoso e iluminado (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 473, p. 4).

Para alejarse de aquella pena profunda, decide retornar a Madrid, para encontrar en la ciencia, la filosofía y las letras un nuevo sentido para su existencia. Se dice que, en aquellos tiempos, se le veía triste hasta la muerte. Más tarde, en sus épocas de libertador, con la madurez y la experiencia de los años, en una de sus conversaciones con Perú de Lacroix, deja ver cómo aquel evento le permitió salir resiliente, para contribuir a la liberación de su otra gran dulcinea, la América.

(Bolivar refiriéndose a su matrimonio) Yo tenía 18 cuando lo hice en Madrid, y enviudé en 1801, no tenía aún los 19 años. Quise mucho a mi mujer y su muerte me hizo jurar no volver a casarme. He cumplido mi palabra. Miren ustedes lo que son las cosas: Si no hubiera enviudado no sería el general Bolívar, ni el libertador, aunque convengo que en mi genio no era para ser alcalde de San Mateo… Muerta mi mujer y desolado yo con aquella pérdida precoz e inesperada volvía a España, y de Madrid pasé a Francia y después a Italia. Ya entonces iba tomando interés por los asuntos públicos. La política me atraía y yo seguía sus variados movimientos (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 473, p. 92).

Juró y cumplió el no volver a casarse nunca más. Pero, a pesar de su juramento, Bolívar nunca se entregó a la castidad. Unamuno muy pícaramente le dedica la siguiente nota:

Amores, amoríos más bien, tuvo varios Bolívar; no le faltaba algo de Don Juan. Basta con recordar a Josefina, a Anita Lenoir, a Manuelita Sáenz, a la niña del Potosí y a aquella vieja de Bolívar de que nos habló Cunninghame Graham (v. Cartas de Bolívar (1799-1822), pág. 35, nota). Pero acaso el recuerdo de aquel amor de sus diez y ocho años fue lo que transformó en amor a Dulcinea del Toboso, a la Gloria (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 480).

Así, tras el golpe del duelo, París fue todo un torbellino de pasiones, donde lo acogió su multifacético y pródigo maestro Simón Rodríguez. Ante la decaída actitud de su discípulo por tal aflicción, el afamado pedagogo, que tenía tantas cosas por mostrarle, inyectó, por medio de los placeres, nuevas mieles a la vida de Bolívar. Para Coll, Rodríguez no tenía tiempo que perder:

Preciso era despertarle de su terrible pesadumbre, con un chorro de alegrías. Estupendo educador que con una moral más pagana que cristiana, quería hacer de los placeres sensuales el mejor bálsamo de una pena que las lágrimas no consuelan. Y de donde está invita al discípulo a venir a su lado, con la insistencia de revelarle una secreta historia de que su suerte dependía, aunque en una carta de esa fecha, cuya autenticidad se discute, aparece Bolívar solicitando la consoladora compañía de su maestro, que está en Viena, a la vez que a Fanny Villars ofrece, con un alma desgarrada, un cariño inmortal (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 473, p. 5).

Coll reseña cómo Rodríguez, conocedor del “complicado mecanismo de los sentimientos”, invita a Bolívar a darle un nuevo significado a su existencia, poniendo su fortuna al servicio de satisfacer los caprichos de su imaginación y sus sentidos, en medio de noches de juego, champagne, banquetes y placeres carnales.

No tardó, pues, Bolívar en acogerse al regocijado sistema del maestro, y, entregado al vértigo de París, se dejó arrebatar por sus encantos y fiestas, como antes por el candoroso amor de María Teresa. Su rostro oliváceo empalideció en las locuras del libertinaje y sus ojos brillaban con fiebre insólita. En una noche de juego pierde cuatro mil libras. Su voz sonora y aguda vibra en los desórdenes. Fue el elegante de las galerías del palacio real, donde Camilo cortó de los árboles la escarapela verde, en el cálido medio día revolucionario (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 473, p. 5).

En París, su también prima Fanny Villars (a quien patológicamente llamaba María Teresa) se convirtió en su compañera e íntima confidente. La madame tenía, entre sus encantos, formas sutiles de dominar el ímpetu de El Libertador. Sin embargo, la abundancia de los placeres también le desgastó y no logró saciar con estos la ansiedad que le atormentaba.

Antes de viajar con su maestro Rodríguez a Roma, donde consagra el juramento de liberación de América, Francia, además, contribuye a uno de los pasajes más significativos de su historia: la coronación de Napoleón Bonaparte. Del siguiente modo lo escribe, de las palabras de Bolívar, su fiel cronista Perú de Lacroix:

Vi en París en el último mes de 1804, la coronación de Napoleón. Aquel acto magnífico me entusiasmó, pero menos su pompa que los sentimientos de amor que un inmenso pueblo manifestaba por el héroe. Aquella efusión general de todos los corazones, aquel libre y espontáneo movimiento popular. Excitado por las glorias, por las heroicas hazañas de Napoleón vitoreado por más de un millón de personas, me pareció ser, para el que recibía aquellas ovaciones, el último grado de las aspiraciones humanas, el supremo deseo y la suprema ambición del hombre. La corona que se puso Napoleón sobre la cabeza la miré como una cosa miserable y de moda gótica; lo que más pareció grande fue la aclamación universal y el interés que despertaba su persona. Esto lo confieso, que me hizo pensar en la esclavitud de mi país y la gloria que conquistaría quien la libertase; ¡pero cuán lejos me hallaba de imaginar que tal fortuna me aguardaba! Más tarde empecé a lisonjearme de que un día podría cooperar yo a su libertad, pero no que representaría el primer papel en aquel grande acontecimiento (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 473).

De esta manera, ante el gran impacto de tal fecha, el incrédulo futuro libertador parte a Roma, después de haber leído a Rousseau, Voltaire, Spinoza; asistido a importantes conferencias de personalidades como Humbolt y compartido espacios con la nobleza. Su visión de la política había cambiado y, entre largas caminatas con su maestro Rodríguez en el monte Sacro, realiza su histórica proclama por la libertad de América. Pedro Coll, tras retratar el paisaje romano, nos transporta a dicha escena:

Llegaba lento el crepúsculo y parpadeaban las estrellas, como niños que nacieran. Evocada por sus piedras la magnificencia romana se extendía en la imperial soledad. Y Bolívar irguiéndose sobre el musgoso pedestal, con lírica energía pronuncio la promesa, que recogió el maestro, ya convertido en discípulo, y en la que se anticipa el estilo grandilocuente de las arengas bolivarianas, estilo que es como floración de su temperamento tropical y más latino que ateniense. Este fue su delirio de Roma, paralelo al que tuvo en la plenitud de su gloria en la cumbre diamantina del Chimborazo, cuando cayó desvanecido a las plantas del tiempo que se le apareció entre las encendidas nubes. «He aquí —exclamó Bolívar de pie sobre el Monte Sacro— la tierra de Rómulo, de los reyes, de los ciudadanos, de los emperadores, de los mártires. Aquí todas las grandezas y todas las miserias tuvieron cuna. Hubo aquí suficientes y vastas reservas para conquistar el universo y someterlo. Contemplo en esos sepulcros innumerables la muchedumbre de prodigiosas figuras… Sombras de perversidad, de crimen, de abnegación y de heroísmo. ¿Qué habéis hecho, sin embargo, con la causa de la humanidad, comparado con lo que hay que hacer? Por todos esos recuerdos, por mi patria y por mi honor, juro no dar reposo a este mi brazo, hasta conquistar la emancipación de América.» Así dijo (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 473, p. 6).

Como dice el dicho “todos los caminos llevarán a Roma”, las experiencias fuera de su país natal moldearon la misión existencial de nuestro héroe latinoamericano, como sucedió con otros latinoamericanistas de corazón como Martí, Gabriela Mistral o el Che Guevara.

Quien después de muchas victorias y derrotas, entre 1812 y 1830, liberó cinco países suramericanos del dominio de la corona española y fue partícipe de otros grandes movimientos de liberación muere pobre y enfermo a sus 47 años. Unamuno cuenta cómo en su lecho de muerte se comparó a Bolívar, por su ímpetu de libertad, con el Quijote y el mismo Jesucristo. Refiriéndose a este episodio de su misión de libertador escribe:

Bolívar, hombre de ideas y de ideales, tuvo conciencia clara de su misión quijotesca, de su función de libertador. A menudo lo demostró. En solemne ocasión —creo que intentaba expediciones, en son de liberación, contra las Filipinas— dijo más o menos: «Mi deber es sacar siempre la espada por la justicia y luchar donde haya pueblos esclavos que defender». Otra vez, en ocasión más solemne aún —porque fue en el trance de la muerte— una de sus últimas y desconsoladas frases fue la siguiente ya citada: «Los tres más grandes majaderos de la historia hemos sido Jesucristo, don Quijote… y yo». Se ponía entre los redentores (Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 480).

Al igual que el célebre de Unamuno, Hidalgo y el mismo Lacroix, en sus textos, lo comparan con Jesucristo y el Quijote, respectivamente, como uno de esos insignes personajes de la historia humana, que deja huellas en nuestras almas y en la eternidad. Entre tantas historias y tan poco espacio, se quedarán pendientes muchas cosas sobre Bolívar, sus pasiones, sueños y ambiciones.

Hubo momentos de viaje por los textos y páginas de Repertorio Americano que me inspiraron, causando mi asombro, curiosidad, preocupación y risas. Bolívar fue tan humano como lo soy yo… Nos toca el amor, tenemos pasiones irreverentes y grandes sueños. La gran pregunta por contestar después de estos pasajes es… ¿Cuánto he hecho por los derechos de nuestra humanidad, comparado con lo que aún falta por hacer?

Referencias

Coll, P. E. (1927). Años de aprendizaje de Simón Bolívar. En el libro La escondida senda. Madrid. Recuperado de Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 473, enero de 1930.

De Unamuno, M. (1914). Don Quijote Bolívar. De la valiosa compilación de monografías, titulada Simón Bolívar, por los más grandes escritores americanos. Edición de R. Blanco Fombona. Madrid: Renacimiento. Recuperado de Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 480, febrero de 1930.

García-Calderón, F. (1914). Simón Bolívar. De la valiosa compilación de monografías, titulada Simón Bolívar, por los más grandes escritores americanos. Edición de R. Blanco Fombona. Madrid: Renacimiento. Recuperado de Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 488, abril de 1930.

Hidalgo, A. (1926). Retrato de Bolívar. De la obra Índice de la nueva poesía latinoamericana. Perú: Sociedad de publicaciones El Inca. Recuperado de Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 477, febrero de 1930.

Perú de Lacroix, L. (s. f.). Conversaciones con El Libertador. Sacadas del Diario de Bucaramanga. Edición de Cornelio Hispano. París: Ollendorf. Recuperado de Repertorio Americano, tomo XX, año XI, no. 478, febrero de 1930.