TDNA

Temas de nuestra américa

e-ISSN: 2215-3896.
(Enero-Junio, 2024). Vol 40(75)
DOI: https://doi.org/10.15359/tdna.40-75.6
Open Acces: https://www.revistas.una.ac.cr/index.php/tdna
e-Mail: temas@una.ac.cr
Licencia: CC BY NC SA 4.0

REFLEXIONAR SOBRE AMÉRICA LATINA (sección arbitrada)


Reorientando los lentes para una historia de la teoría del arte en Cuba. ¿Pensamiento cultural en Latinoamérica?

Reorienting the Lenses for a History of Art Theory in Cuba. Cultural Thinking in Latin America?

Reorientando as lentes para uma teoria da história da arte em Cuba: pensamento cultural na América Latina?

Ph. D. Yaneidys Arencibia Coloma

Department of Spanish, Portugues and Cultural Studies

Faculty of Humanities

The University of Manchester

https://orcid.org/0000-0003-4304-5922


Resumen:

El presente artículo se propone indagar acerca de los espacios en que emerge, se consolida y socializa el pensamiento cultural de uno de los más notables intelectuales de la primera mitad del siglo XX cubano. Se sirve de los recursos metodológicos de la Nueva Sociología del Conocimiento Científico, desde una perspectiva crítica, para examinar la vida y la obra de Jorge Mañach (1898-1961), en aras de fundamentar su lugar como conocimiento científico sobre el arte y su contribución a los estudios culturales dentro del horizonte epistémico latinoamericano; al mismo tiempo, se examinan las circunstancias contingentes que permitieron su legitimación. En aras de visualizar el pensamiento cultural de Jorge Mañach, se toma, en especial consideración, no solo el análisis de sus textos teóricos más representativos, sino su relación con las instituciones culturales e iniciativas intelectuales a las que se vinculó.

Palabras clave: Estudios culturales latinoamericanos, Jorge Mañach, pensamiento cultural, sociología del conocimiento científico

Abstract:

The purpose of this article is to investigate the spaces in which emerges, consolidates and socializes the Cultural Thought of one of the most notable intellectuals of the first half of the Cuban twentieth century. It uses the methodological resources of the New Sociology of Scientific Knowledge, from a critical perspective, to examine the life and work of Jorge Mañach (1898-1961), to corroborate this Cultural Thought’s place as scientific knowledge about art and its contribution to cultural studies within the Latin American epistemic horizon. At the same time, the contingent circumstances that allowed its legitimacy are assessed. In order to visualize Jorge Mañach’s cultural thought, special consideration is given not only to the analysis of his most representative theoretical texts, but also to his relationship with the cultural institutions and intellectual initiatives to which he was linked.

Keywords: Cultural thought, Jorge Mañach, Latin American Cultural Studies, sociology of scientific knowledge

Resumo:

Este artigo se propõe a investigar os espaços em que surge, se consolida e se socializa o pensamento cultural de um dos mais notáveis intelectuais da primeira metade do século XX em Cuba. Utiliza os recursos metodológicos da Nova Sociologia do Conhecimento Científico, a partir de uma perspectiva crítica, para examinar a vida e a obra de Jorge Mañach (1898-1961), a fim de estabelecer seu lugar como conhecimento científico sobre a arte e sua contribuição para os estudos culturais dentro do horizonte epistêmico latino-americano; ao mesmo tempo, examina as circunstâncias contingentes que permitiram sua legitimação. Para visualizar o pensamento cultural de Jorge Mañach, é dada especial atenção não apenas à análise de seus textos teóricos mais representativos, mas também à sua relação com as instituições culturais e iniciativas intelectuais às quais estava vinculado.

Palavras-chave: Estudos culturais latino-americanos, Jorge Mañach, pensamento cultural, sociologia do conhecimento científico.

A partir la década de 1940 tiene lugar, en Cuba, un interesante desarrollo de las reflexiones teóricas en torno a la historia del arte y la cultura artística1. Esto es fácilmente verificable en la diversidad de publicaciones seriadas –o secciones de revistas y periódicos– dedicados al arte y la literatura en sus más variadas manifestaciones2. Si bien, muchas de estas referencias ya existían desde lustros anteriores, el alcance reflexivo eleva notablemente su puntal. A la par de estas, puede, entonces, apreciarse un persistente interés en disquisiciones que eludían lo meramente clasificatorio o descriptivo. Filosofía de la historia del arte (apuntes), de Luis de Soto y Sagarra (1893-1955); Historia y estilo, de Jorge Mañach (1898-1961), La expresión americana, de José Lezama (1910-1976) y de Juan Marinello (1898-1977), Meditación americana, son algunos de los ejemplos más notables que vieron la luz entre 1943 y 1959.

Si bien, amplias zonas de la historia de la cultura cubana han sido expuestas al escrutinio desde disciplinas como la historia o la filosofía, no se agotan las perspectivas exegéticas. Ciertas interrogantes permanecen: ¿por qué aparecen estas reflexiones en este momento y no antes o después?, ¿a qué se debe el desarrollo de este campo de apariencia tan delimitada?, ¿son estas reflexiones expresión de un grado específico de evolución del pensamiento cubano u otras causas inciden en su consolidación?, ¿cómo circula y se fundamenta un conocimiento de este tipo?

Para responder a estas preguntas, nos respaldaba el espacioso dominio de intersección entre la Sociología del Conocimiento Científico y la Historia Social de la Ciencia para revisar la contribución a los Estudios Culturales Latinoamericanos3, desde una disciplina aún subvalorada en América Latina, la Teoría del Arte. Resulta pertinente entonces, orientar el análisis, hacia el contexto histórico-concreto específico, que da lugar a un conocimiento construido en torno a la cultura y las prácticas artísticas. Se trata de revelar las condiciones de su emergencia, formas de circulación y legitimación.

Sin dudas, las denominadas Ciencias del Arte, disponen de su propio arsenal semántico, donde la teoría, como bien ha explicado Juan Acha (1993), transita por caminos que se devuelven en ejes orientadores de los análisis para otras disciplinas como la crítica o la historia del arte. Sabemos que los artistas reflexionan en un nivel teórico acerca de su propia experiencia y relación con la obra. Sin embargo, otros actores del campo artístico e intelectual –conforme este evoluciona y se complejiza– también producen textos sobre arte y cultura artística.

Estos últimos son reconocidos como “intelectuales” y aunque generalmente provienen de avanzados estudios y una larga tradición reflexiva en Latinoamérica, su estatuto, a menudo, parece difuminarse. En numerosos casos de la imprecisa subdivisión entre ciencias sociales y humanidades, no hablamos de científicos, antes bien, de intelectuales. Esto podría deberse a que, en el caso del estudio de la cultura artística, el objeto de análisis (artistas, obras, público) constantemente se resiste a métodos que puedan “prescindir” de la subjetividad y, los resultados científicos difícilmente pueden ser replicados, debido a que casi nunca responden a leyes universales y adquieren significado en contextos culturales específicos. Esto último, sirve para explicar la ya histórica necesidad de fundamentar el estatuto epistémico como precondición para iniciar cualquier estudio.

Incluso cuando el nacimiento del campo o la rama de los estudios culturales fue transdisciplinar (ubíquese en el horizonte epistémico británico de los setenta o en el espacio latinoamericano), seguimos pensando en intelectuales y no en científicos. Sin embargo, la teoría mañachiana de la circunstancialidad histórica del estilo, la definición carpenteriana de lo real maravilloso, la noción de la imagen participando de la historia como sustento de la teoría lezamiana de la imago, son, sin lugar a duda, construcciones reflexivas de segundo orden4. Esta condición nos acerca a la órbita de la historia de la ciencia, desde una necesaria perspectiva social.

Superadas (o no), las discontinuidades y rivalidades entre modelos internalistas y externalistas, como anotábamos al inicio, nos centramos en la vida y la obra de Jorge Mañach para fundamentar dos ideas: en primer lugar, su teoría de la circunstancialidad histórica del estilo, es muestra de un pensamiento cultural que se erige con autonomía epistémica con respecto a la tradicional historiografía del arte, anclada en la usanza germana y francesa, de finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Lo segundo es que, esto solo tiene lugar debido a la conjunción de específicas condiciones que van a confluir para la construcción, socialización y consolidación de esto que denominamos pensamiento cultural.

De modo particular, el desarrollo de la sociología del conocimiento científico tiene en Cuba una muy corta trayectoria (Muñoz y Gómez, 2013); aunque su empleo como herramienta metodológica se considera mucho más joven. En palabras de Muñoz y Gómez (2013), la concreción de estudios de esta índole se visualiza hacia la década de los noventa del pasado siglo XX. Se ha resuelto en dos direcciones fundamentales: la historia de las ideas sociológicas en Cuba, y la sociología de la sociología como conocimiento científico (Salermo, 2000; Muñoz y Hernández, 2012; Muñoz y Gómez, 2013). Ello, probablemente explique la tardanza con que se encauzan estudios encaminados hacia formas del conocimiento científico que exceden lo social o sociológico y se centran en el arte.

En aras de pretender una historia social de la teoría del arte en Cuba, se considera entonces, que es posible centrarse en los ensayos culturales de Jorge Mañach, publicados entre 1923 y 1959. Con esto, puede apuntarse a dos cuestiones fundamentales: su concepción teórica acerca de aspectos como la vanguardia y el estilo, y las formas de sociabilidad que se generan a partir de la relación de este intelectual con instituciones como la Academia Nacional de Artes y Letras, la Academia de la Historia de Cuba, la revista de avance5, o iniciativas intelectuales como la Universidad del Aire.

Es importante asentar la necesidad de circunscribir el estudio a los marcos históricos delimitados por la propia obra de Jorge Mañach. Es que en la curva evolutiva que describe, puede apreciarse un ciclo que se inicia con la Declaración del Grupo Minorista en 1923, llega hasta la publicación de Historia y estilo (volumen en el que expone su teoría de la circunstancialidad histórica del estilo), en 1944 y cierra con las últimas emisiones de la Universidad del Aire en 1960 (con Mañach en Cuba). Este ciclo, tiene como leit motiv más evidente, la reflexión sobre aspectos de la cultura artística y sus procesos asociados. A este periodo pertenecen, entre otras, obras como La crisis de la alta cultura en Cuba (1925), “Vanguardismo” (1927), los discursos de ingreso a las academias de la Historia de Cuba y Nacional de Artes y Letras (1942 y 1944 respectivamente), así como su participación en la revista avance (1927-1930) y su gestión en la Universidad del Aire (1932-1933 y 1949-1960).

De lo anterior se deduce el propósito de esta propuesta, que apunta a fundamentar la necesidad del empleo de las herramientas de Sociología del Conocimiento Científico y la Historia Social de la Ciencia, para examinar los elementos que propiciaron la emergencia, socialización y consolidación del pensamiento cultural de Jorge Mañach.

Necesaria digresión histórica

Jorge Mañach fue uno de los intelectuales cubanos más notables de la primera mitad del siglo XX. Varios autores lo refieren como la encarnación de los rasgos que distinguieron a la intelligentsia de la época (Arcos 1999, Díaz 2003). Educado entre España, Estados Unidos y Francia, se vinculó a la retardada vanguardia artística cubana desde la década del veinte e integró el conocido Grupo Minorista (Cairo 1989). Algunos de sus miembros, fundaron más tarde la revista de avance, publicación periódica que se editó entre 1927 y 1930 y se convirtió en la plataforma de la vanguardia cubana.

Participó de instituciones de la época y se vinculó a formas de gestión intelectual que carecían de respaldo gubernamental, pero, todas ellas, abocadas al desarrollo del arte y la cultura en Cuba. Una de las más notorias fue, sin dudas, la Universidad del Aire. Este fue un programa de radio que invitaba a escritores, investigadores, artistas y académicos de la época, a ofrecer ciclos de conferencias relacionados con la historia y la cultura cubanas y universales. Esta iniciativa intelectual estuvo al aire entre 1932 y 1933 y entre 1949 y 19616. En paralelo, se imprimían los Cuadernos de la Universidad del Aire. Estas ediciones compendiaban las conferencias radiadas y ofrecían sugerencias de otros textos para dar continuidad a los temas tratados.

También Jorge Mañach se vinculó a la enseñanza dentro de la Universidad de La Habana. Además, fue Secretario de Educación y miembro de número, tanto de la Academia de la Historia de Cuba como de la Academia Nacional de Artes y Letras. Tuvo una prolífica vida como escritor y se desempeñó en casi todos los géneros, aunque fue su ensayismo lo que lo distinguió en vida (Arcos, 1999; 2003; Díaz, 2003).

En 1944 dictó su discurso de ingreso a la Academia Nacional de Artes y Letras El estilo en Cuba y su sentido histórico, en el que concluye con la idea de que la evolución del estilo, en Cuba, no respondía solamente a la inextricable relación artista-obra, ni a ciertas explicaciones “sociales” de frecuente uso en la época. Estableció entonces que, también respondía a lo que denominó “peculiares condiciones históricas de estilización”, presentando así, su teoría de la circunstancialidad histórica de estilo (Arencibia, 2018). Pero ¿por qué es importante esta teoría?

Es, desde un cuádruple ángulo de análisis, que puede justipreciarse el lugar de la teoría de la circunstancialidad histórica del estilo de Jorge Mañach: por el método y la concepción historiográfica empleados, el soporte textual elegido, su fecha de publicación, y, finalmente, el objeto de estudio declarado por el autor.

Desde el primero de ellos, tanto el método como la concepción historiográfica, le permitieron incorporar abordajes de la evolución del estilo que excedían a las teorías del arte del momento. En efecto, la comprensión de un condicionamiento histórico del estilo superaba, al mismo tiempo, la idea del Conde de Buffon y la teoría del medio de Taine7. Desde su perspectiva, con clara orientación crítica, también se separaba de los análisis formalistas e iconológicos que se imponían durante el siglo XX.

Del mismo modo, reconocer que tal condicionamiento excedía al artista, a su obra y al “espíritu de época”, lo coloca a la avanzada de las concepciones teóricas de corte sociológico que no fueron importantes hasta la década del cincuenta con Arnold Hauser (García, 1984; Ocampo y Peran, 1991). Además, visualizar aquello que denominó “imperativo temporal”, requirió el reconocimiento de ciclos históricos diferenciados y el establecimiento de categorías de análisis deducidas de su propio objeto de investigación.

Si nos acercamos al soporte elegido, salta a la vista lo significativo de El estilo en Cuba y su sentido histórico, cuando se conoce que, si bien el género ensayístico resultaba de amplia difusión y solidez en la isla durante la primera mitad del siglo XX, lo cierto es que la mayoría de las teorías del arte, no se concebían bajo esta denominación genérica, sino desde los tratados, tesis y artículos científicos. Otro elemento por destacar es que, este ensayo, aparece al final de un volumen compuesto por La Nación y la formación histórica y “un par de ensayos menores” (Arcos, 1999) que cobran sentido de conjunto, pero, por separado, el primero y el último, resultan ser los discursos de ingreso a la Academia de la Historia de Cuba (1942) y la Academia Nacional de Artes y Letras (1944).

Desde el tercero de los aspectos mencionados, la fecha de publicación de Historia y estilo8 es significativa, cuando se conoce que, en el horizonte teórico europeo, habían sido publicados después de Filosofía del arte (de Taine), Cartas sin dirección y El arte y la vida social ([1889 y ss.] 1956), de Plejanov y El arte desde el punto de vista sociológico ([1889] 1943), de Guyau. Autores como Canclini (1984), Ocampo y Peran (1991), Acha (1993), y otros, coinciden en que habían tenido una modesta repercusión, y confirman que no es hasta Arnold Hauser y Frederick Antal, en que se hace sistemático el abordaje del estudio del campo artístico, desde un enfoque extra artístico.

Para el caso de Cuba, si bien el primer tomo de Filosofía de la historia del arte (apuntes), escrito por Luis de Soto y Sagarra en 1943, merece el honroso título de pionero de la teoría del arte en la isla, lo cierto es que De Soto y Sagarra compendia las teorías del arte al uso, centrándose en las de ascendencia alemana y su interpretación, a partir de un autor argentino. De ahí que, es precisamente el último aspecto aquí mencionado, el que resulta de mayor interés para esta indagación: el objeto de estudio.

El objeto de estudio declarado por Mañach, resulta un elemento fundamental para tener en cuenta. Que la tesis esté orientada a demostrarse en el estudio histórico de la evolución del estilo en Cuba como proceso de larga duración, a verificar a lo largo de cuatro siglos, es una cuestión que al margen de las limitaciones –ya apuntadas (Arencibia, 2018)– merece reconocimiento dentro de la historiografía del arte y la literatura cubanas.

Tanto Filosofía de la Historia del Arte (apuntes) como Historia y estilo, son textos que se publican aún, bajo el fuerte influjo del método historiográfico impuesto por Jacob Burckhardt (1818-1897) para la Historia del Arte, que se propagó pretendiendo articular el estudio de la evolución del arte, a partir de su ordenamiento y colocación en una única línea de progresión cronológica. Es testimonio de ello, el segundo tomo del libro de Luis de Soto y Sagarra, de clara herencia eurocentrista. Sin embargo, resulta evidente que Mañach rechaza tal criterio, saltándose, casi siempre, el análisis formal de las obras o de las historias de vida de los artistas como criterio metodológico.

En tal sentido, avanza, separándose de la historia de las obras de arte de Joachin Winckelmann (1717-1768), de la “historia del arte sin nombres” de Henrich Wölfflin (1864-1945), y de la historia de los estilos de Burckhardt (que particularmente era, una historia de los estilos europeos y su “coherencia” como indicador de un momento histórico). Para ello, conforma un corpus teórico, a partir de un método electivista (Arencibia, 2018), que le permite establecer periodizaciones desligadas de las tradicionales historias del arte, los artistas y el estilo de la época. Enuncia categorías de análisis que desprenden directamente de la evaluación de su objeto de estudio, apoyándose siempre en el ángulo de análisis de la larga duración.

Finalmente, en aras de valorar su teoría, termina superando las nociones del Conde de Buffon e Hyppollyte Taine, cuando superpone a la idea de la indisoluble relación entre artista y obra de Buffon, y a la teoría del medio de Taine, su tesis de un condicionamiento histórico del estilo. Esta última concepción, central en el último de los ensayos de Historia y estilo, resultaba osada y novedosa en el centro de la academia cubana en 1944.

Ahora bien, una vez conocido (y reconocido) el lugar de la teoría mañachiana y, una vez aceptada como conocimiento de segundo orden, ¿por qué entonces la historia social del conocimiento científico sobre cultura artística? Sus posturas y tribunas políticas, sus polémicas con otros intelectuales de la época, su relación con la Revolución cubana, su contribución a la crítica literaria y de artes visuales, etc., han sido abordadas desde numerosas páginas. Sin embargo, aún no se visualizaba su contribución a la teoría del arte desde el umbral semántico cubano y orientado al estudio reflexivo y profundo de cuestiones como la vanguardia y el estilo. Una vez que esto pudo ser establecido (Arencibia, 2018), un par de preguntas mantenían su vigencia, ¿por qué aparecen estas disquisiciones en este momento? y ¿cómo es posible que se legitimara este conocimiento?

Es aquí donde la sociología del conocimiento científico se hizo necesaria, pues resultó, como había enunciado Karl Mannheim (1893-1947), un método de investigación histórico lógico (Kreimer, 2008) y útil herramienta para identificar al pensamiento cultural mañachiano –si bien “disperso” en ensayos, participación en las academias o, en iniciativas intelectuales– como un conocimiento científico de segundo orden. No rastreable únicamente desde los tratados, monografías o libros de texto que acompañan la docencia; sino visible, desde su relación con instituciones, iniciativas intelectuales y proyectos editoriales en los cuales circuló.

En un acercamiento preliminar de aliento clasificatorio, podría afirmarse que, debido a obvias necesidades históricas y al sedimento de sus diferentes objetos de investigación, ciencias como la filosofía, la historia y la literatura, han contribuido a la paciente tarea de identificar, acopiar, conservar, analizar, reproducir (y un largo etcétera), las diversas fuentes primarias sobre las que se sostienen indagaciones, tanto desde la perspectiva de una la historia social, como de una sociología del conocimiento científico. Con métodos y técnicas de investigación concomitantes (y compartidas), estas ciencias han orientado sus investigaciones hacia zonas que alumbran la historia del pensamiento y la ciencia en Cuba9.

El pensamiento cultural mañachiano en relación con instituciones, iniciativas intelectuales y el circuito editorial de la época.

La sociología del conocimiento fue fundamental a la hora de identificar las condicionantes que actúan en el proceso de emergencia, consolidación y legitimación del pensamiento cultural de Jorge Mañach. Sin embargo, lo más importante fueron las posibilidades de esta disciplina para identificar las manifestaciones del pensamiento cultural mañachiano, más allá del soporte material: el ensayo.

La existencia de una disciplina dedicada enteramente al estudio de las condiciones sociales que permiten la producción, acumulación y transmisión del conocimiento, se fundamenta en la aceptación de este como un producto social (Kreimer, 2008). En buena medida, la posibilidad de colocar al resultado de la ciencia en el centro de atención de la historia –no exenta de conflictos dentro de la sociología y con respecto a otros campos10– es el lógico resultado del gradual proceso de autonomización del campo científico. En principio, ello condicionó, históricamente, ideas como neutralidad y autonomía de la ciencia, además de la ética y la responsabilidad social inherentes al investigador (individuo con rasgos y competencias específicas), en virtud del lugar que ocupa en la sociedad (Khun, [1962] 1977; Bourdieu, 1976; Barnes y Shapin, 1979).

El recuento historiográfico de la evolución de la sociología del conocimiento científico y de la valoración de la importancia de la perspectiva histórica (imposible de ser abarcado en un único artículo), hace evidente que, la modificación en la forma de ver la ciencia –ahora como conjunto de prácticas– se ha resuelto en numerosas investigaciones, que se concentran en sistemas de conocimientos y prácticas científicas de las llamadas ciencias exactas, naturales y técnicas. De muchas maneras, y, especialmente, después del resonado “caso Dreyfuss” fue quedando por sentada la idea de que los científicos son estos individuos que “habitan” en espacios consagrados a las ciencias exactas, naturales y técnicas, mientras que, para los investigadores de las ciencias sociales y las humanidades quedó el uso corriente de la denominación de “intelectuales”.

Sin embargo, hasta donde se ha incursionado, no abundan los estudios que, en esa misma lógica, den cuenta de las prácticas científicas y redes de relaciones (institucionales, grupales, individuales) para las ciencias sociales y las humanidades. Ciertas preguntas pueden ser formuladas ¿cuál es el laboratorio en el que desempeñan sus competencias los científicos sociales y los humanistas?, ¿cuáles son las prácticas de estos?, ¿tienen sus prácticas carácter específico en virtud de los objetos de indagación que construyen desde sus respectivos campos?

Desde aquí, los estudios de caso y la definición de objetos de investigación a menudo están sobredeterminados por los marcos temporales de referencia, como es el caso del pensamiento cultural mañachiano (concentrado entre 1923 y 1959). En tal sentido, es que la referencia histórica resulta herramienta indispensable. Sobre esto, Muñoz y Hernández apuntan que:

…la sociología recopila datos empíricos factuales sobre distintos aspectos de las realidades sociales que constituyen arsenales de consulta, para una historiografía que pretenda reconocer el mundo social de una época. Pero, a su vez, los historiadores encontrarán conceptos generales, ya formulados, que los ayudarán a una comprensión más eficiente y global de las sociedades contemporáneas. Por eso, la sociología y la historia mantienen ahora, de cierto modo, los mismos marcos de referencias teóricas. (Muñoz y Hernández, 2012: 390)

Espacios de circulación del pensamiento cultural de Jorge Mañach

Con relativa frecuencia se han proyectado indagaciones que, desde la literatura y otras disciplinas, revisan los proyectos editoriales. Es que las publicaciones periódicas son también soporte material del conocimiento11, al tiempo que, elementos como su presentación (visualidad, tipografía, edición, técnicas de impresión, etc.), su circulación (periodo de tiempo), así como sus integrantes (grupos, cenáculos, generaciones), nos ofrecen claves de análisis que se entrecruzan con instituciones, intelectuales e iniciativas culturales. Al mismo tiempo, constituyen espacios generadores de formas específicas de sociabilidad –no siempre en consenso–, especialmente dentro del campo artístico-cultural.

Se trata de aproximaciones que se desplazan para lograr la consecución de sus objetivos, siempre desde una perspectiva fija que permite ajustar el lente de análisis. Si se trata de revistas, si se trata de instituciones, figuras relevantes, temáticas, etc., se impone el entrecruzamiento. Es virtualmente imposible estudiar la vida de las academias de la Historia de Cuba y de Artes y Letras, sin analizar las publicaciones que se desplegaron como parte de su gestión. En sentido inverso, es muy difícil evaluar el lugar y la importancia de publicaciones como Verbum u Orígenes, si no se toma como referencia al conjunto de intelectuales que les respaldó y a sus concepciones ideo-estéticas. Así como tampoco podría revelarse el total de la obra de un autor, sin acercarse a las instituciones y espacios en que colaboró o participó.

En este sentido, podemos afirmar que estamos en presencia de un entramado editorial que “enlaza” a –al mismo tiempo, es expresión de– las instituciones, los intelectuales, las concepciones políticas, estéticas o científicas, generando espacios de sociabilidad. Esto último, a través de formas propias del campo cultural como la firma de manifiestos, la invitación a publicar, la creación de grupos, la recensión de libros, la crítica de arte, etc.

En ciertos casos, una iniciativa editorial, podía generar diferentes formas de socialización del conocimiento (de la concepción ideo-estética o ideo-política de sus miembros), como es el caso de la revista de avance (1927-1930)12 que, además de su salida regular, publicaba los Cuadernos de trentidós páginas [sic]. Por otro lado, una institución, también podía recurrir a diferentes formas de gestión editorial. La Academia de la Historia de Cuba publicaba sus Anales y, de modo paralelo, de los discursos de ingreso de sus miembros.

De ahí que, aunque tomemos la revista de avance, para el estudio del pensamiento cultural de Jorge Mañach, sea de obligatoriedad la referencia a su participación en otros espacios editoriales. De igual manera, desde las instituciones a las que se vinculó, pueden visualizarse formas específicas de sociabilidad generadoras de códigos ideo-estéticos deducibles del entramado editorial.

Resalta entonces, que pueden contribuir al robustecimiento de la institucionalización. Así como los Cuadernos de la Universidad del Aire (soporte material de esta iniciativa intelectual), contribuyeron a la institucionalización de la filosofía en Cuba; del mismo modo, la revista de avance respaldó la plataforma de los códigos vanguardistas, a fines de la década del veinte.

También son expresión de vínculos asociacionistas como los cenáculos (característicos de agrupaciones literarias), las sociedades culturales, los grupos, etc. Estos también, ensanchan la trama de la intelectualidad y sus espacios de legitimación a través de publicaciones (seriadas o no), invitaciones a cenas y almuerzos, la lectura de discursos, entre otras estrategias de sociabilidad que, a la postre, sirven para cohesionar el espacio constitutivo que da pie a la consolidación del pensamiento cultural mañachiano13.

Un ejemplo notable de la complejidad de las relaciones dentro de este entramado, lo aporta Celina Manzoni en Un dilema cubano. Nacionalismo y vanguardia (2001) cuando refiere que, desde Social se llegaron a publicar páginas que incluyeron tanto la Declaración del Grupo Minorista como “Fantoches 1926. Folletín moderno por doce escritores cubanos”. Otras revistas que dieron cabida a las inquietudes de los jóvenes intelectuales fueron Revista Bimestre Cubana, dirigida por Fernando Ortiz (1881-1969) y Cuba Contemporánea fundada por Carlos Velasco (1884-1923) y Mario Guiral Moreno (1882-1963) (Manzoni, 2001).

De la lectura atenta a las noticias publicadas en las páginas de estos y otros ejemplos notables –como es el caso de Orto publicación manzanillera de alcance nacional en el periodo– se deducen relaciones y espacios, más o menos fijos de sociabilidad, generados por estos grupos: colaboraciones, almuerzos, cenas, conferencias, invitaciones o noticias culturales. También resulta interesante el modo en que se repiten con insistencia ciertos nombres en estos mismos espacios: Emilio Roig (1889-1964), Fernando Ortiz, Jorge Mañach, Juan Marinello, entre tantos otros. Estrategias de sociabilidad que, si bien presentan un reverdecer en los inicios de la década del veinte, se mantendrán en la práctica de estos mismos intelectuales durante su participación en la gestión de la revista de avance y, con posterioridad, al fin de su edición en 1930.

No solo desde el proyecto editorial gestado como iniciativa intelectual en 1927 pueden deducirse espacios de sociabilidad. Carlos Altamirano da cuenta de lo que denomina red intelectual que “indica una forma de sociabilidad y una cadena de contactos e interacción entre artistas, gente de letras, editores y otros tipos de agentes culturales, ligados por convicciones ideológicas o estéticas compartidas” (Altamirano, 2010: 19). La propia noción de red nos coloca ante la posibilidad de visualizar formas de comunicación y trayectorias de ideas que conectan a individuos y grupos en localizaciones geográficas diferentes y hasta multitemporales.

Tómese en cuenta que no se pretende una cronología –exhaustiva o intensa– de las actividades y la labor desplegada por Jorge Mañach o sus contemporáneos. Todo esto ha sido descrito por historiadores, literatos, bibliógrafos, etc. En cualquier caso, se trata de, mediante las claves de análisis que ofrece la NSCC, determinar cuáles pueden haber influido en la emergencia y posterior consolidación del pensamiento cultural mañachiano.

Se impone volver la mirada sobre el panorama editorial de la primera mitad del siglo XX y evaluar no solo las obras publicadas, sino las formas de la sociabilidad que se generaron. Estas pueden seguirse desde el rastreo bibliográfico de los textos publicados en la época y los posteriores. Se debe tener en cuenta que, en ciertos espacios se trató de respaldar un ideal común –casi siempre estético–, a pesar de las abiertas distancias ideológicas o el partidismo en corrientes que, aunque no antagónicas, tampoco entrecruzables.

El proyecto editorial que fue la revista de avance, se proyectó como un espacio de consenso ideo-estético en torno a cuestiones relacionadas con el vanguardismo y la cultura artística (cubana, latinoamericana y universal), muy a pesar de las distancias ideo-políticas de integrantes como Juan Marinello, Jorge Mañach, Martín Casanovas (1894-1966), José Z. Tallet (1893-1989), Francisco Ichaso (1901-1962), Félix Lizaso (1891-1967), e incluso, en un periodo de tiempo, Alejo Carpentier14. La posterior trayectoria intelectual de cada uno de ellos, así como los antagonismos abiertos –que dentro del campo intelectual se denominan “polémicas”– demuestra que, en el seno de cada una de estas estructuras (revistas, academias, iniciativas intelectuales) se reproducían complejos sistemas de relaciones para legitimar una específica zona de consenso cuando, al mismo tiempo, en otras coordenadas (temporales o espaciales) afloraban los disensos.

A modo de ejemplo, Alberto Lamar Schweyer (1902-1942), uno de los fundadores del Grupo Minorista, se alejó de la actividad pública del mismo por su filiación con Gerardo Machado (1869-1939). Por otra parte, Alejo Carpentier colaboraba con el reaccionario Diario de la Marina (bibliografía de Alejo Carpentier), aunque sufrió prisión durante el machadato debido a su actividad política.

No solo se confirma la idea aquí trazada de un denso entramado de relaciones de conflicto y consenso militante en lo estético y lo político cuando se toman como referencia las relaciones entre los miembros de una iniciativa intelectual, un grupo o de una institución. Las redes de relaciones y los espacios de conflicto y consenso pueden seguirse en los años posteriores a 1923 y a 1927.

Emilio Roig publica en Social un conjunto de textos que durante el año 1929 refirió el itinerario y la disolución del Grupo Minorista. En los números 6, 9 y 10 (junio, septiembre y octubre, respectivamente) el notable intelectual da cuenta de su trayectoria política e ideo-estética, al tiempo que legitima su paso efímero por la historia de Cuba al inmortalizarlo desde las páginas de este rotativo. No resulta sorprendente entonces, descubrir que todos los miembros permanentes del equipo editorial de la revista de avance habían firmado en 1923 la Declaración del Grupo Minorista (Cairo, 1979; Manzoni, 2001; Instituto de Literatura y Lingüística, 2003).

Es que, si se encuadra la mirada desde la actividad de las academias, también se divisa un apretado entramado de relaciones, generadoras de espacios concretos de sociabilidad, a partir de los proyectos editoriales. No solo la publicación de los respectivos Anales de cada una, sino por el despliegue editorial que también ofrecieron. Publicaron en separatas o folletos, los discursos de ingreso y de respuesta, leídos en recepciones públicas. Cada uno, como pequeño libro operó como “uno de los soportes de inscripción y de circulación del discurso intelectual” (Altamirano, 2010: 23).

También las academias –dentro del rango de acción normativa– funcionaron como espacios generadores de formas específicas de sociabilidad y legitimación del discurso. Se impone destacar las conferencias de divulgación literaria y los certámenes públicos a que convocaba la Academia Nacional de Artes y Letras para premiar a escritores, poetas, historiadores, críticos, músicos, pintores, escultores y arquitectos. Además, estuvo presente en significativos actos de trascendencia cultural, como la inauguración, en México, de la Ciudad Universitaria, en 1952.

Dentro del anterior aspecto (el panorama editorial) Anales de la Academia Nacional de Artes y Letras, fue una publicación trimestral que surgió como órgano oficial de la institución que la patrocinaba, con la finalidad de insertar en sus páginas solo los trabajos leídos en sesiones de la corporación, públicas o privadas; los presentados por sus miembros, aprobados previamente por la Academia o por la sección respectiva; y los documentos relacionados con la vida de la corporación o el desenvolvimiento de sus actividades.

Desde otra perspectiva, en el circuito editorial, también se generan formas de sociabilidad más institucionales (menos informales) que relacionan a las revistas con otras de su clase y género. De las referencias, el estudio atento de los equipos editoriales, de la lectura de los anuncios y noticias de la época, pueden deducirse puentes que relacionan a más de un intelectual, mercados para la publicidad académica o gestión colaborativa. Juan Marinello y Jorge Mañach promocionan desde los primeros números de la revista de avance sus propios libros (Liberación y Estampas de San Cristóbal respectivamente). El equipo editorial invita a viñetistas y diseñadores como Mariano (1912-1990) y Abela (1889-1965), comprometidos con la nueva visualidad vanguardista. Convocan a importantes intelectuales de la época, pues:

Es improbable que una revista sea solo el reflejo de un emprendimiento individual. Por lo general, sus páginas incorporan la actividad cooperativa de una serie de personas (la de un círculo ideológico, la de un grupo literario, o un conjunto más laxo), aunque algunas de esas personas tengan mayor ascendiente o ejerzan el liderazgo intelectual sobre el resto, al punto que la revista sea indisociable de su nombre, como Amauta lo es de José Carlos Mariátegui (Altamirano, 2010: 20).

En tal sentido, se trata de instituciones generadoras de un entramado que soporta específicas formas de sociabilidad, distintivas de los actores que de ellas participan. Tales formas, su impacto y alcance en la primera mitad del siglo XX cubano, confirman su importancia para la circulación y legitimación del pensamiento cultural de Jorge Mañach.

Es precisamente en la concepción de plataforma para la difusión de códigos ideológicos y estéticos que se verifican las manifestaciones del pensamiento cultural mañachiano. Nos referimos a la intensa labor de promoción, crítica y gestión editorial desplegada, no solo por este, sino por el resto de los editores. Ello es congruente con lo que podría considerarse como la primera etapa del pensamiento cultural mañachiano, aun orientado a los recursos necesarios para la legitimación del movimiento vanguardista cubano. Contribuir a concebir una publicación periódica con estas tres dimensiones es donde, a nuestro juicio, se revelan las principales contribuciones de Jorge Mañach durante su gestión en la revista de avance.

La relevancia que tuvieron los Cuadernos de la Universidad del Aire en la formación y consolidación del pensamiento cultural de Jorge Mañach se fundamenta en dos cuestiones: la intención comunicativa y la jerarquía de los intelectuales y artistas que convocó. En el primer aspecto, se trata de conferencias concebidas para un público múltiple, diverso y desconocido, por lo que el tono de las conferencias radiadas, así como de sus ediciones impresas, está marcado por el carácter didáctico y la organización lógica de los contenidos, tanto en la composición de los cursos como en cada una de las conferencias.

Para la segunda cuestión, si bien no son visibles las orientaciones políticas de muchos, sí resulta razonable valorar a la Universidad del Aire como un espacio en el que se consolida el lugar de Jorge Mañach como intelectual y la coherencia de su pensamiento cultural. Al mismo tiempo, como iniciativa intelectual, discurrió como zona de consenso en torno a la necesidad de llevar la cultura a la mayor cantidad de cubanos posibles.

Para el caso que nos ocupa, el análisis fue centrado en aquellas condicionantes del pensamiento cultural de Mañach, las referidas a las funciones y espacios de socialización de su producción intelectual para establecer correlatos entre aquellas y las pautas de una sociología histórica del conocimiento científico, donde, los factores contingentes –amén de la tradición del pensamiento cubano– afloraron durante la primera mitad del siglo XX.

Para ello, la investigación señaló el escenario histórico y social de la construcción del pensamiento cultural, muchas veces recreado por Mañach, por ejemplo: presenta La crisis de la alta cultura en Cuba (1925) en el seno de la Sociedad Económica de Amigos del País, institución que, desde el siglo XIX tenía como función el cuidado de los mejores y las mayores virtudes de la cultura y las bellas artes. También va a la Academia de la Historia de Cuba, porque había sido Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes dentro del gabinete de Carlos Mendieta (1873-1960). Por estatutos, le corresponde un espacio que reproduce –como han explicado Carmen Almodóvar, Ricardo Quiza y Oscar Zanetti (1985, 2014 y 2016 respectivamente)– toda una jerarquía anquilosada en códigos metropolitanos.

Lleva a la Academia de la Historia de Cuba un discurso de ingreso que llama a reconstruir la historia de la Isla, desconociendo las figuras y hechos militares más importantes y a centrarse en los procesos en que estos se inscriben. Coloca en el centro de la Academia Nacional de Artes y Letras, la idea de que la evolución del estilo en Cuba responde, no a la voluntad estilística de sus artistas y escritores, sino a los vaivenes históricos que habían condicionado temas como el exilio y hasta rasgos genéricos propios como la décima.

Más allá del espíritu polemista que siempre se le ha impuesto a la personalidad de Jorge Mañach, estamos en presencia de un intelectual que puede hacer esto, no solo por elementos como su probada eficacia discursiva desde el ensayo, sino porque consigue detentar un capital cultural que lo coloca en un espacio de poder dentro del campo intelectual de la época. Al mismo tiempo, su paso por otros espacios (cubanos y extranjeros) como el Diario de la Marina, la Secretaría de Educación, el Instituto de la Américas de la Universidad de Columbia, respaldan su prestigio dentro del concierto de la intelectualidad cubana de la época.

Todo ello hace que, prácticamente la totalidad de su obra se publique y reedite en vida, ello también explica que sea elemento de referencia para el joven grupo Orígenes, o que sea invitado, en el ocaso de su vida a la Universidad de Río Piedras, en donde, con carácter póstumo, se publica su Teoría de la frontera.

Todo lo anterior afianza la idea de que el conocimiento científico es solo una forma específica de representación de la realidad, que está fuertemente anclada en (y es dependiente de) aspectos como el contexto social, los aprendizajes (tradiciones formativas, escuelas, entre otros.), la propia cultura, etc. A partir de aquí es que puede justipreciarse el valor de los aportes teóricos de Jorge Mañach al estudio de la cultura artística cubana. Es que su formación en círculos norteamericanos y franceses, además de las peculiaridades de la entrada de las vanguardias literarias y artísticas en Cuba, en buena lid, ofrecen un cuadro de mayor exactitud para los propósitos de esta indagación, cuando se evalúa desde el lente de la sociología histórica del conocimiento científico.

Ello, por ejemplo, es relevante si se evalúan las diferentes posiciones de los intelectuales, coetáneos con Mañach, sobre el lugar y el alcance de las vanguardias artísticas. Con independencia de la pluralidad de posturas, resalta la idea de las vanguardias en oposición a las academias, pero no solo en el plano formal, sino también, en la significación del rompimiento con la hegemonía estética de las metrópolis (Acha, 1993).

Es en la idea de visualizar al pensamiento cultural de Jorge Mañach como un conocimiento de segundo orden que la sociología del conocimiento científico –tal y como hemos apuntado– se revela como herramienta de especial utilidad. Ello permitió identificar que su pensamiento cultural se expresa, fundamentalmente, a través de su ensayismo, pero que puede ser rastreado, también, desde las instituciones a las que se vinculó, su gestión editorial y las iniciativas intelectuales que promovió.

Esta propuesta, culmina con la posibilidad –siempre abierta– de extender los límites del estudio a otros autores y marcos históricos; que nos permitan replantearnos tanto la existencia de un pensamiento cultural que ostenta una relativa autonomía epistémica, como su contribución a la consolidación de los Estudios Culturales Latinoamericanos.

La autora considera oportuno agradecer el respaldo de CARA para su beca postdoctoral.

Referencias bibliográficas

Acha, J. (1993). Las culturas estéticas en América Latina. UNAM.

Altamirano, C. (2010). Élites culturales en el siglo XX latinoamericano. In Historia de los intelectuales en América Latina (Vol. II, pp. 9-28). Katz Editores.

Arcos, J. L. (1999). Pensamiento y estilo en Jorge Mañach. Temas (Número extraordinario 16-17), 205-211.

Arcos, J. L. (2003). Tendencias diversas: J. Mañach, M. Vitier, R. Guerra, E. Roig de Leuchsenring, J. Chación, J. J. Arrom, R. Lazo, S. Bueno, A. Carpentier, J. M. Valdés Rodríguez, L. de Soto. In I. d. L. y. L. J. A. P. Valdor” (Ed.), Historia de la Literatura cubana. La literatura cubana entre 1858-1959. La República (Vol. II, pp. 713-738). Editorial Letras Cubanas.

Arencibia, Y. (2018). Para una teoría del arte en Historia y estilo, de Jorge Mañach. Editorial A Contracorriente.

Barnes, B., y. Shapin, S. (1979). Natural Order: Historical Studies of Scientific Culture. Sage.

Bourdieu, P. (1976). Le champ scientific. Actes de la recherche en sciences sociales (n. 2-3), 88-104.

Cairo, A. (1979). El Grupo Minorista y su tiempo. Ciencias Sociales.

Cairo, A. (1989). Letras. Cultura en Cuba. Pueblo y Educación.

Díaz, D. (2003). Mañach o la República. Editorial Letras Cubanas.

García Canclini, N. (1984). La producción simbólica. Teoría y método en sociología del arte. Siglo XXI Editores.

Instituto de Literatura y Lingüística. (2003). Historia de la Literatura cubana (Vol. II). Editorial Letras Cubanas.

Khun, T. S. ([1962] 1977). La estructura de las revoluciones científicas. F. C. E.

Kreimer, P. (2008). Sociología del Conocimiento. In C. Altamirano (Ed.), Términos críticos de la sociología de la cultura. Paidós.

Manzoni, C. (2001). Un dilema cubano: nacionalismo y vanguardia. Fondo Editorial Casa de las Américas.

Merino, L. (2015). Espacios críticos habaneros del arte cubano: la década de 1950 (s. y. prólogo), Ed. Ediciones Unión, Editorial UH.

Muñoz, T., y Hernández., A. (2012). Dos extremos metodológicos y una historia de las ideas sociológicas en Cuba. In T., y G. V. Muñoz Gutiérrez, Clarisbel (Ed.), La Sociología del Conocimiento. Selección de lecturas (Vol. I, pp. 387-392). Editorial Félix Varela.

Muñoz, T., y Gómez., C (Comp.). (2013). La Sociología del Conocimiento. Selección de lecturas. Editorial Universitaria Félix Varela.

Ocampo, E., y. Perán. M. (1991). Teorías del arte. Icaria Editorial.

Salermo Izquierdo, J. (2000). Fernando Ortiz, notas acerca de su imaginación sociológica. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello.

Bibliografía

Guyau, J. M. ([1889]1943). El arte desde el punto de vista sociológico. Ediciones Suma.

Lezama, J. ([1957] 1993). La expresión americana. Fondo de Cultura Económica.

Mañach, J. (1925). La crisis de la alta cultura en Cuba (Conferencias). Imprenta y Papelería “La Universal”.

_______________. (1927 [15 de marzo]). Vanguardismo. 1927. Revista de Avance(Año 1. Número 1), 2-3.

_______________. (1927 [30 de marzo]). Vaguardismo. La fisonomía de las épocas. 1927. Revista de Avance(Año 1. Número 2), 18-20.

________________. (1927 [15 de abril]). Vanguardismo. El imperativo temporal. 1927. Revista de Avance(Año 1. Número 3), 42-44.

________________. (1944). Historia y estilo. Editorial Minerva.

Marinello, J. (1959). Meditación americana. Cinco ensayos. Ediciones Procyón.

Plejanov, J. ([1889 y ss] 1956). Cartas sin dirección. El arte y la vida social (A. Kuper, Trans.). Ediciones en Lenguas Extranjeras.


1 Amén del pertinaz trabajo de Luis de Soto y Sagarra (1893-1955), quien encauza los estudios sobre historia del arte como disciplina, dentro del Departamento de Letras, desde 1934; no es hasta la Reforma Universitaria de 1963 que se puede hablar de la Historia del Arte como carrera autónoma en Cuba.

2 Consúltese del Instituto de Literatura y Lingüística: Historia de la literatura cubana. La literatura cubana entre 1899 y 1958 (2003) y, de Luz Merino Acosta (selección y prólogo): Espacios críticos habaneros del arte cubano: la década de 1950 (2015) en dos tomos.

3 Asumimos a los Estudios Culturales Latinoamericanos como una amplia escuela de pensamiento e investigación que agrupa diversos ejes y temáticas, desde diferentes contextos geográficos e institucionales, que han evolucionado en distintas fases, en ocasiones, simultáneas.

4 Cualquier aspecto de la realidad puede ser objeto de la capacidad reflexiva del hombre, que “construye” un sistema categorial para aprehenderla, comprenderla y transmitirla; esto es una conceptualización o epistemología de primer orden. Si se toma a esta última como el objeto de análisis y se estructuran otras categorías para su estudio, entonces se trata de una epistemología de segundo orden. Para el caso concreto del arte –praxis, producción, circulación, acumulación, consumo– puede tomarse como una forma específica y especial de conocimiento del mundo; de ahí que, la teoría del arte se considera una disciplina de segundo orden. Su alcance no se concentra en la formulación de modelos explicativos sobre cuestiones ya dadas en la naturaleza o en el total de la sociedad. Antes bien, reflexiona, en el nivel meta-teórico sobre algo ya dado en la sociedad: el arte.

5 La revista de avance (1927-1930) fue el órgano del movimiento vanguardista cubano. Sus editores violentaron el uso de la mayúscula en el título como declaración de principios, en apego a los valores enarbolados por el movimiento vanguardista. Respetamos la grafía original.

6 Jorge Mañach se exilia de Cuba en 1961 por discrepar del carácter socialista de la joven revolución. Aunque la Universidad del Aire se mantuvo en la frecuencia radiada hasta 1961, la gestión de esta estuvo a cargo de Jorge Mañach hasta 1960.

7 Para los estudios sobre el estilo estos eran un referente. El Conde de Buffon (1707-1788) había entrado a la Academia francesa con su Discurso sobre el estilo en 1753; a este pertenece la frase “Le style c’est l’homme”. Hyppolitte Taine (1828-1893) expone en Filosofía del arte ([1871] 1946) la teoría del medio y se considera el primero en subordinar la obra artística a causas externas a ella: la raza, el clima y el espíritu de época (Ocampo y Peran, 1991).

8 Volumen editado por la Editorial Minerva en 1944 y contiene los textos “La Nación y la formación histórica” (Discurso de ingreso a la Academia de la Historia de Cuba), “Esquema histórico del pensamiento cubano”, “El estilo de la Revolución” y “El estilo en Cuba y su sentido histórico”.

9 No se pretende una delimitación metodológica de las fronteras, hoy difusas, entre la historia social de la ciencia y la sociología del conocimiento científico. Vale destacar que, a los efectos de este artículo, preferimos centrarnos en la necesidad de la perspectiva histórica para la mejor comprensión de las estructuras, las prácticas y mediciones que hicieron posible la legitimación del pensamiento cultural de Jorge Mañach.

10 Pablo Kreimer apunta que: “es posible señalar la paradoja según la cual, la mayor parte de los sociólogos, comenzando por los usualmente llamados “clásicos”, se han ocupado en sus trabajos del papel desempeñado por el conocimiento en la sociedad, la sociología del conocimiento propiamente dicha ha tenido dificultades para conformarse como un espacio de relativa autonomía y ha ocupado, más bien, un sitio marginal dentro del conjunto de subdisciplinas” (Kreimer, 2008: 26).

11 No solo las publicaciones periódicas, también emprendimientos editoriales como los llevados a cabo por Ortega y Gasset con la Revista de Occidente.

12 Desde el primero de sus números, los integrantes del grupo editorial fundamentaron la omisión del uso de las mayúsculas en el nombre de la revista, como manera de formalizar su militancia en el movimiento modernista que acabó subvirtiendo los fundamentos del arte y la literatura, tal y como se le conocían en la época. Para su mención en este artículo, se respeta la decisión editorial de sus fundadores.

13 Esta idea de un vínculo entre las instituciones, las formas en que se organizan los intelectuales y las estrategias que ello genera, puede seguirse también a partir del análisis de Antonio Gramsci en Los intelectuales y la organización de la cultura (1972). Es aquí donde el autor presenta la idea del agrupamiento intelectual como un “edificio cultural completo y autárquico” (Gramsci, 1972: 98).

14 Para una cronología de la evolución del equipo editorial de la revista de avance, se sugiere la lectura de Un dilema cubano. Nacionalismo y vanguardia, de Celina Manzoni (2001).

ambientales EUNA UNA

Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA)
Universidad Nacional, Campus Omar Dengo
Apartado postal: 86-3000. Heredia, Costa Rica
Teléfono: +506 2562-4056
Correo electrónico temas@una.ac.cr