TDNA

Temas de nuestra américa

e-ISSN: 2215-3896.
(Enero-Junio, 2024). Vol 40(75)
DOI: https://doi.org/10.15359/tdna.40-75.10
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CONFERENCIAS


El exilio centroamericano y su aporte a la sociedad costarricense a partir de la segunda mitad del Siglo XX1

Central American exile and its contribution to Costa Rican society in the second half of the
20th Century

O exílio centro-americano e a sua contribuição para a sociedade costa-riquenha a partir da segunda metade do Século xx

Rafael Cuevas Molina

Profesor-investigador

Instituto de Estudios Latinoamericanos

Universidad Nacional, Costa Rica


Resumen:

Históricamente, Costa Rica, al igual que México, han sido polos receptivos del exilio latinoamericano de la región. Esto ha sido un fenómeno enriquecedor para los países receptores, mientras que deseca al territorio expulsor. Las consecuencias de la partida de profesionales, intelectuales y artistas, generalmente las mentes más lúcidas, se pagan por décadas. Hay que saber también diferenciar las características de los distintos exilios, que generalmente, llegan por oleadas por períodos determinados: las hay masivas que incluyen expatriados que caen bajo otras clasificaciones, como la de refugiados, por ejemplo, o las migraciones, no siempre legales, que se incorporan a la fuerza de trabajo de la ciudad y del campo y permean comportamientos y costumbres de la vida cotidiana de los sectores trabajadores locales. Este ensayo se refiere al aporte del exilio centroamericano, en general, a Costa Rica, específicamente, a la contribución cultural, pues, como aseguro, los centroamericanos se han incorporado a Costa Rica en muy distintos ámbitos, y en algunos son determinantes como fuerza de trabajo que sostiene importantes tareas productivas y de servicios, lo que implica la posibilidad de abordajes económicos que, como digo, escapan al interés de estas reflexiones.

Palabras clave: Migración, exilio, cultura, Costa Rica, Centroamérica.

Abstract:

Historically, Costa Rica, as well as Mexico, have been receptive poles of Latin American exile in the region. Exile has been an enriching phenomenon for the receiving countries while drying out the expelling country. The consequences of the departure of professionals, intellectuals, and artists, generally the most enlightened minds, are paid for decades.

It is also necessary to know how to differentiate the characteristics of the different exiles, which generally arrive in waves for specific periods: there are massive ones that include expatriates who fall under other classifications, such as refugees, for example, or migrations, not always legal, that are incorporated into the labor force of the city and the countryside and permeate behaviors and customs of daily life in the city and the countryside. and customs of the daily life of the local working sectors. This essay is concerned with the contribution of Central American exiles, in general, to Costa Rica, specifically the cultural contribution, since, as I assert, Central Americans have been incorporated into Costa Rica in many different areas, and in some they are decisive as a labor force that sustains important productive and service tasks, which implies the possibility of economic approaches that, as I say, are beyond the scope of these reflections.

Key words: Migration, exile, culture, Costa Rica, Central America

Resumo:

Historicamente, a Costa Rica, assim como o México, tem sido um polo receptivo para os exilados latino-americanos na região. O exílio tem sido um fenômeno enriquecedor para os países que o recebem, ao mesmo tempo em que resseca o país que o expulsa. As consequências da partida de profissionais, intelectuais e artistas, geralmente as mentes mais lúcidas, são pagas por décadas.

Também é preciso diferenciar as características dos diferentes exílios, que geralmente chegam em ondas por períodos específicos: há os massivos, que incluem expatriados que se enquadram em outras classificações, como refugiados, por exemplo, ou migrações, nem sempre legais, que se incorporam à força de trabalho da cidade e do campo e permeiam comportamentos e costumes da vida cotidiana da cidade e do campo.

costumes da vida cotidiana dos setores de trabalho locais. Este ensaio se refere à contribuição dos exilados centro-americanos, em geral, para a Costa Rica e, especificamente, à contribuição cultural, pois, como eu posso garantir, os centro-americanos foram incorporados à Costa Rica em muitas esferas diferentes da vida. A Costa Rica está presente em muitos campos diferentes, e em alguns deles eles são decisivos como força de trabalho que sustenta importantes tarefas produtivas. A força de trabalho que sustenta importantes tarefas produtivas e de serviços, o que implica a possibilidade de abordagens econômicas que Isso implica a possibilidade de abordagens econômicas que, como eu disse, estão além do escopo dessas reflexões.

Palavras-chave: Migração, exílio, cultura, Costa Rica, América Central

Quiero iniciar estas palabras agradeciendo a la Academia de Geografía e Historia la invitación que me hace para reflexionar sobre un tema que, debo decirlo de entrada, me toca personalmente. Vivo en Costa Rica hace 40 años luego de haber tenido que recalar en estas tierras a causa de la situación política de mi país. Me considero, por lo tanto, un exiliado, aunque, como sucede en un período tan largo, haya habido algún momento en el que ese exilio se transformó en una opción entre otras posibles.

En ese largo tiempo, temas y problemas que se asocian con el desarraigo, las identidades sociales y la necesidad de entender la especificidad del lugar de acogida se fueron transformando en ejes de mis preocupaciones académicas.

Por otra parte, quiero también decir inicialmente que me parece que la misma escogencia del tema por una instancia como la Academia de Historia, es sintomática de la condición específica en la que Costa Rica construye su identidad nacional y, también, del papel que han jugado en ella los flujos migratorios de distinto tipo que han llegado al país.

Creo que en mi país de origen la Academia de Historia difícilmente habría visto este como un tema relevante al hablar del proceso de conformación de la identidad nacional guatemalteca. Ahí, las preocupaciones giran más en torno a la forma como los grupos dominantes han construido un Estado que no ha logrado perfilar una nación moderna que incorpore a todos sus distintos grupos sociales como parte de la comunidad imaginada.

Temas como si el Estado puede ser caracterizado como criollo o ladino; el de la discriminación racial y marginación de la población indígena; el de la forma como el imaginario nacional dominante ha incorporado algunos aspectos de la historia de las comunidades originarias, etc., son los centrales.

El exilio es tocado allá en un sentido totalmente distinto al que asume en Costa Rica. Durante toda su historia republicana, los guatemaltecos que han participado en política oponiéndose o cuestionando a quienes ostentan el poder, muchas veces han tenido que partir al exilio, es decir, un proceso inverso al costarricense.

Solo para referirnos a la segunda mitad del siglo XX, algunas de las figuras más descollantes de la cultura tuvieron que buscar refugio en otras partes, especialmente en México y, a partir de la década de los ochenta, también en Costa Rica, los dos polos que han funcionado como aleros protectores en la región centroamericana. Desde Miguel Ángel Asturias, pasando por Luis Cardoza y Aragón, Carlos Mérida, Otto Raúl González, Alaíde Foppa y muchos más que, a la postre, terminaron haciendo vida en el exterior.

Es esta una situación que trasciende no solo el período en que pondré mi atención en esta ocasión, sino que existe como un mal endémico a través de toda su vida republicana. Solo a manera de ejemplo, y como antecedentes, les ofrezco dos o tres casos del siglo XIX o de la primera mitad del XX, de personalidades exiliadas que descollaron en el panorama político de Costa Rica.

Uno es Lorenzo Montúfar, diplomático y abogado, además de consumado orador y líder político, quien fue partícipe importante del gobierno liberal del general Justo Rufino Barrios en Guatemala; también fue Ministro de Relaciones Exteriores de Costa Rica en 1855, designado por el presidente Juan Rafael Mora, desde donde organizó el número de combatientes que cada una de las repúblicas debía proporcionar para la guerra contra los filibusteros, además de ser ministro de Costa Rica ante Gran Bretaña y haber sido nombrado en dos oportunidades rector de la Universidad de Santo Tomas.

Montúfar fue, entonces, un político activo y protagónico tanto en Costa Rica como en Guatemala, en donde llegó a ser candidato presidencial, además de ministro de Justo Rufino Barrios. No está de más agregar, dado el ámbito en el que nos encontramos, que estableció el canon de la interpretación liberal de la historia de la región con su Reseña Histórica de Centro-América, que es la obra más extensa que se ha escrito hasta el presente sobre la historia republicana del istmo.

Otro caso relevante es el de Máximo Soto Hall, quien llegó a Costa Rica en 1896, donde estuvo en el círculo de colaboradores del presidente Rafael Iglesias y se integró a la cultura oficial. En 1897 publicó A Costa Rica, un texto que posteriormente, fue incluido en el principal libro de texto escolar editado en el país a principios del siglo XX: El lector costarricense. También fue director de la Biblioteca Nacional de Costa Rica de 1899 a 1902.

En Costa Rica, Soto Hall es conocido principalmente por su obra El problema, cuyo contexto se desarrolla en el país en un futuro hipotético, y es considerada la primera novela de corte antiimperialista, probablemente de toda América Latina, según el exiliado chileno que laboró en la Escuela de Literatura de la UNA, Juan Durán Luzio. Esta novela, frecuentemente es incorporada al canon literario costarricense.

Y para terminar este muestreo superficial a ojo de pájaro, mencionemos a Florentino García Flamenco, nacido en El Salvador en 1888 y asesinado por la dictadura de los Tinoco en 1919. García Flamenco participó en la lucha armada contra la dictadura, formó parte de un grupo insurgente de jóvenes que partió desde Nicaragua y en la batalla del Ariete ―que tuvo lugar en La Cruz, Guanacaste, fue quemado vivo luego de ser capturado.

Costa Rica ha sido, pues, recipiendaria de exiliados centroamericanos a través de toda su vida republicana, y quienes están aquí presentes lo saben perfectamente, porque en sus vidas seguramente tuvieron contacto con algunos de ellos, los cuales muchas veces se incorporaron de forma exitosa a la vida cultural del país.

En la década de los ochenta del siglo pasado, San José fue un hervidero de exiliados que le dio un cariz tal a la ciudad que algunos la llegaron a considerar, dado el oscurantismo prevaleciente en el resto de la región, capital cultural del istmo. Aquí se impulsaban también proyectos culturales que, aunque no nacían directamente de la dinámica del exilio, eran favorecidos por esta circunstancia. Asimismo, otros se incorporaban a proyectos autóctonos añadiéndoles valor agregado con el entusiasmo político propio de quien se encuentra comprometido con una causa que considera justa.

Una situación parecida, guardando las proporciones por su tamaño, se vivió en el otro polo receptivo de las movilizaciones humanas de la región, México. Ahí, primero el exilio republicano español, y luego los diferentes exilios latinoamericanos a partir de los setenta, cuando América Latina se llenó de dictaduras militares, sembraron inquietudes y abrieron perspectivas que, muchas veces, escapaban a la visión de los intelectuales y artistas locales.

Con esto queremos indicar que el exilio ha sido un fenómeno enriquecedor para los países receptores, mientras que deseca al país expulsor. Las consecuencias de la partida de profesionales, intelectuales y artistas, generalmente las mentes más lúcidas, se pagan por décadas.

Véase el lamentable ejemplo de la Universidad de San Carlos de Guatemala, que fue identificada como objetivo de guerra por los gobiernos autoritarios de la segunda mitad del siglo XX, lo que derivó en el asesinato y la salida del país de cientos de universitarios, lo cual llevó al desplome de su calidad académica y en la deplorable situación en la que se encuentra ahora, cuando sus máximas instancias de dirección han sido cooptadas por lo que allá se conoce como el Pacto de Corruptos.

Dicho esto, en general, hay que saber también diferenciar las características de los distintos exilios, que generalmente llegan por oleadas por períodos determinados de tiempo. Las hay masivas que incluyen expatriados que caen bajo otras clasificaciones, como la de refugiados, por ejemplo, o las migraciones, no siempre legales, que se incorporan a la fuerza de trabajo de la ciudad y del campo y permean comportamientos y costumbres de la vida cotidiana de los sectores trabajadores locales.

Dicho todo lo anterior, y dado el tema que se me ha sugerido para esta charla, que refiere al aporte del exilio centroamericano, en general, a Costa Rica, yo me referiré específicamente al cultural, pues, como he dicho, los centroamericanos se han incorporado a Costa Rica en muy distintos ámbitos, y en algunos son determinantes como fuerza de trabajo que sostiene importantes tareas productivas y de servicios, lo que implica la posibilidad de abordajes económicos que, como digo, escapan al interés de estas reflexiones.

Al mencionar a la importantísima incorporación masiva de fuerza de trabajo centroamericana al sector productivo costarricense, hacemos mención de un fenómeno con implicaciones culturales importantes. Se trata fundamentalmente de nicaragüenses que migran no solo por razones económicas, sino también políticas, y que, dada la turbulenta vida política de Nicaragua, han sido una presencia constante en el país desde siempre, pero que se acentuó en la segunda mitad del siglo XX, a partir de la eclosión de la lucha contra la dictadura de la dinastía de los Somoza, y que a partir de entonces se mantuvo hasta nuestros días.

En Costa Rica, esta presencia masiva de nicaragüenses ha sido estudiada culturalmente, principalmente desde la perspectiva de sus implicaciones en la conformación de la identidad nacional costarricense. Los estudios del profesor Carlos Sandoval, especialmente su trabajo Otros amenazantes, son un ejemplo en este sentido, así como las reflexiones de Víctor Hugo Acuña en trabajos como “La invención de la diferencia costarricense, 1810-1970”, en donde se releva la importancia que ha tenido en el imaginario nacionalista de este país el diferenciarse de los centroamericanos, pero especialmente de los nicaragüenses.

Carlos Sandoval considera que este nacionalismo ha transformado a la frontera de Costa Rica con Nicaragua en un límite racializado a partir del cual, “al otro lado” de la frontera viven “los nicas”, “(…) un término —dice él— que parece condensar imágenes en las cuales racismos fundados en motivos biológicos y en diferencias culturales parecen estar interrelacionados”. (Sandoval, p. 51, 2019)

Esta idea encontraría sus fundamentos históricos, según Acuña en el proceso mismo de construcción del nacionalismo costarricense, que percibe al país como “diferente” en el contexto centroamericano, lo cual sería una imagen que serviría de fundamento a su identidad nacional, imagen que sería una básicamente positiva que opone rasgos admirables de Costa Rica frente a atributos negativos de los países vecinos.

En este sentido, un fenómeno sociocultural al que se le ha puesto especial atención desde las ciencias sociales en los últimos años ha sido las derivaciones de esta percepción hacia actitudes de xenofobia, que ha conocido expresiones exacerbadas sobre todo a raíz de los acontecimientos que estremecieron a Nicaragua en el 2018, que motivaron un éxodo especialmente hacia Costa Rica.

Como se puede apreciar, estos estudios se ocupan principalmente del impacto que tiene la presencia de nicaragüenses en el imaginario costarricense, pero no conozco trabajos que se preocupen por estudiar la influencia que ha tenido la cultura nicaragüense de —como decía Mariano Azuela— “los de abajo”, es decir, esa cultura que puede definirse como “visión de mundo”, que es diferente a la acepción de cultura como refinamiento de las artes y la literatura (ámbito en el que los nicaragüenses también han estado presentes en Costa Rica), y que tiene que ver con las comidas, los giros del lenguaje, las relaciones interpersonales, los ritmos del trabajo y tantas otras cosas características de una forma de ser característica de un pueblo.

Siempre me ha llamado la atención la flexibilidad que tienen los costarricenses para incorporar a su peculio culinario popular las comidas de quienes llegan desde otros países en las condiciones en que venimos mencionando. Asístase, por ejemplo, a un turno en cualquier parroquia del país, y ahí se podrá constatar la oferta de comida china, vigorón nicaragüense y pupusas salvadoreñas totalmente integradas al gusto masivo.

Como no podía ser de otra forma, el exilio de intelectuales, escritores y artistas nicaragüenses también ha sido permanente, y se remonta hasta el siglo XIX, pero es mucho más significativa a partir de la segunda mitad del siglo XX. Aquí han pernoctado durante las noches políticas de Nicaragua, de forma permanente o intermitentemente Ernesto Cardenal, Gioconda Belli, Carlos Martínez Rivas, Luis Enrique y Carlos Mejía Godoy, Sergio Ramírez, Edelberto Torres Espinoza, todas figuras de referencia de la cultura letrada de Nicaragua.

En la memoria de una generación de universitarios costarricenses está la figura endeble de Ernesto Cardenal, con su boina guerrillera subido en un banquito en el pretil de la Universidad de Costa Rica declamando sus poemas. Cardenal expresaba y condensaba en los años 70 del siglo XX, cuando se dirigió a la juventud de Costa Rica en esa emblemática plaza universitaria, la figura del intelectual comprometido por el que abogaban escritores reunidos en La Catalina en el Seminario Latinoamericano sobre “El escritor y el cambio social”, que se realizó en el mes de septiembre de 1972, y que fue auspiciado por el Centro de Estudios Democráticos de América Latina (CEDAL), el Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA), el ya entonces fundado Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes de Costa Rica y la Fundación Friedrich Ebert de la República Federal Alemana (FES).

Por asociación, al mencionar al CSUCA, me viene inmediatamente a la cabeza la figura de Sergio Ramírez, que por esos años fungía como su secretario general. Tanto Sergio como el CSUCA fueron importantísimos durante esos años para la cultura costarricense, pero más en general, centroamericana, no solo porque se convirtió en un polo de atracción de intelectualidad exiliada de la región, sino porque asociado a él nació EDUCA, de la cual no debo remarcar la importancia crucial que tuvo. “La creación de EDUCA desde este horizonte de integración cultural entronca con al menos dos proyectos editoriales anteriores de gran relevancia para la historia de la edición y sus prácticas en el istmo. Se trata de la revista cultural y de pensamiento Repertorio americano, dirigida ininterrumpidamente entre 1919 y 1958 por Joaquín García Monge, y, la revista Estrella de Centroamérica (1944-1949) que contó además con una rama editorial del mismo nombre. Esta segunda fue fundada y dirigida por el nicaragüense Alberto Ordóñez Argüello, quien, como muchos otros intelectuales y mediadores culturales del siglo XX, vivió exiliado en varios países de la región, llegando a consolidar su proyecto editorial desde Costa Rica”. (Comité editorial ISTMO, 2021)

EDUCA fue creada en 1968, y lo que escribió Sergio, a la sazón un exiliado nicaragüense que apenas empezaba a hacer sus primeros pinitos en el campo cultural costarricense y centroamericano, en el prólogo de su Antología del cuento centroamericano, publicada en 1984, refleja lo que era Centroamérica en la que Costa Rica era una caleta en la que podía encontrase refugio de la tormenta o, como alguna vez me dijo Isaac Felipe Azofeifa en una entrevista, una playa a donde no llegan las olas, sino la espuma. Dice:

Rescatar la literatura centroamericana de su carácter fragmentario, provincial y entendible sólo de fronteras para adentro, para hacerla el testimonio de todas nuestras miserias, de nuestros heroísmos y nuestras derrotas; del asedio sufrido por nuestra nacionalidad; de nuestra explicación como países; del juzgamiento apocalíptico de nuestra historia; de nuestras noches medioevales; de nuestros reinos de bayonetas; de todo lo que habita la esperanza; de lo que habrá que destruir para volver a construir; del hervidero perpetuo de todas las agonías (…) Este desafío incluye la necesidad de crear en Centroamérica un territorio literario, que como manifestación de una auténtica cultura pueda contribuir a afianzarnos como países de relieves independientes (…) para poblar nuestra desolada cultura y para recobrar la nacionalidad enajenada (…). (Ramírez, 2015)

Sergio Ramírez se convirtió con el tiempo en uno de los intelectuales centroamericanos que más impacto han tenido en la cultura costarricense. Recuérdese que, junto al recién creado Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, contribuyó a organizar, en 1971, con ocasión de la celebración de los 150 años de la independencia de Centroamérica, la I Bienal de Pintura Centroamericana, un evento que se presentó en la recién inaugurada Biblioteca Nacional formando parte de una agenta cultural más amplia, y que se convirtió en un verdadero parteaguas no solo de la dinámica de la plástica sino, en general, de la cultura costarricense.

Ricardo Ulloa Barrenechea (como se citó en Cuevas, 1995) lo dijo de la siguiente forma en su momento: “A partir de 1971 la abstracción entra en crisis. El Consejo Superior Universitario Centroamericano organiza en San José la Primera Bienal Centroamericana. Creo que, a partir de ella, en general, se inician cambios radicales en el desarrollo de la pintura costarricense”. (Cuevas, p. 130, 1995)

Ese parteaguas tenía que ver con el papel que la cultura, los intelectuales y artistas debían jugar en la vida política y su vinculación con “lo propio”. El jurado de esa I Bienal consideró que, además de su calidad estética, el arte que se hacía en Guatemala estaba a tono con las tendencias dominantes de la época, que abogaban por un compromiso como al que llamaban los escritores reunidos en el encuentro que se había llevado a cabo en La Catalina, y por eso tenía mayor relevancia.

En este sentido, en Costa Rica se desarrollaba una corriente de arte comprometido que se expresaba en movimientos como el Juventud Unida de Paso Ancho (M0JUPA), de 1972, el Movimiento de la Nueva Canción, que se inicia en 1970, el Centro Nacional de Acción Pastoral (CENAP), organizado en 1975, el Centro de Cultura Popular (CECUPO), La Comuna (1977), y grupos algunos vinculados con el teatro: Tierra Negra, Teatro Estudio de la UNA, el Teatro Experimental y Danzacor.

En esta corriente de arte comprometido tuvieron especial incidencia exiliados latinoamericanos del Cono Sur, entre ellos —por ejemplo— Rubén Pagura de Argentina, Víctor Canifrú, de Chile y, un poco más tarde, Adrián Goizueta. De Centroamérica fue Luis Enrique Mejía Godoy, quien vivió en el país más de diez años, desde 1965 hasta el triunfo de la Revolución Sandinista; figura emblemática del movimiento de la Nueva Canción nicaragüense junto a su hermano Carlos, quien se convertiría en todo un promotor cultural que contribuiría de forma fundamental en la conformación del Movimiento de la Nueva Canción Costarricense como el Grupo Abril o Tayacán.

Se trataba de un momento histórico en el que Costa Rica asistía a un renovado impulso de su vida cultural merced al inédito interés del Estado por la cultura a través de la cual, junto a la educación, buscaba lo que en la revista Surco los jóvenes intelectuales agrupados en el Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales llamaban la “igualación” social.

El Ministerio de Cultura de Costa Rica nace en una década en la que en el resto de América Latina y Centroamérica eclosionaban las dictaduras. Huyendo de ellas llegaron al país intelectuales y artistas que hicieron sinergia con la dinámica que se gestaba entonces en Costa Rica y encontraron espacio propicio para continuar con su actividad creativa en las universidades Nacional y de Costa Rica y en el CSUCA, que se convirtieron en verdaderos hervideros creativos. Fue ahí a donde llegó uno de los intelectuales más relevantes de la Centroamérica de la segunda mitad del siglo XX, el sociólogo Edelberto Torres Rivas, quien volvió a Centroamérica y se estableció en Costa Rica por invitación de Sergio Ramírez, a la sazón secretario general del CSUCA, en donde fundó el Programa Centroamericano de Ciencias Sociales, y en la Universidad de Costa Rica la Maestría Centroamericana en Sociología.

Edelberto jugó un papel fundamental en los distintos procesos que dieron origen a una serie de proyectos, programas e instituciones que pusieron las bases para el desarrollo de las ciencias sociales en la región desde Costa Rica, papel que luego se prolongó con su paso por la secretaria general de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Hacia finales de la década de los 80, por ejemplo, fue pieza fundamental en el impulso de un proyecto de investigación, que reunió a un grupo importante de investigadores centroamericanos y algunos estadounidenses, y que dio como resultado la escritura de lo que se llamó la Historia general de Centroamérica en seis volúmenes, que fue publicada en España por la Editorial Siruelas en 1993, en el marco del 500 aniversario de la llegada de los europeos a América. Fue la primera historia de Centroamérica escrita y publicada desde, como dice la introducción general, “la época de los liberales”.

En 1972, el parlamento salvadoreño autorizó al gobierno a intervenir militarmente en la universidad a través de las fuerzas armadas, quienes utilizaron tanquetas y artillería pesada y quemaron muchas bibliotecas; efectuaron arrestos de cientos de personas y además detuvieron al rector de la Universidad de El Salvador, Rafael “Lito” Menjívar, y al decano de la Facultad de Ciencias y Humanidades, Fabio Castillo, quienes terminaron exiliados en Costa Rica junto a otros compatriotas suyos como Manlio Argueta, Sebastián Vaquerano e Ítalo López Vallecillos.

Su aporte estuvo en el ámbito de las ciencias sociales, las letras y la edición. Por EDUCA pasaron los últimos tres mencionados, Ítalo volvió a El Salvador en cuanto las condiciones se lo permitieron, y luego lo hizo Manlio, quien actualmente, es el director de la Biblioteca Nacional de El Salvador, autor prolífico, miembro de la llamada Generación Comprometida de la cual también formó parte Roque Dalton, publicó en la EUNED en 2018 su novela Así en la tierra como en las aguas, inspirada en la Campaña Nacional costarricense de 1856.

Como seguramente se sabe, la Campaña Centroamericana contra los filibusteros es prácticamente desconocida en los países del norte de Centroamérica, entre ellos El Salvador, y el hecho que Manlio haya escrito esta novela muestra cómo la influencia no es solo de los exiliados en Costa Rica sino, también, a la inversa, de Costa Rica en los exiliados. Ítalo López Vallecillos, al igual que Manlio y Sebastián, trabajó como director de EDUCA, pero también en el entonces recién creado Ministerio de Cultura en su Dirección de Artes y Letras.

La década de los 80 será para Centroamérica el recrudecimiento de la guerra. En Guatemala son los años de la más cruenta represión, cuando el general Efraín Ríos Montt lleva a adelante el genocidio de la población indígena, y en las ciudades la oposición sufre la persecución y el asesinato. Es en ese contexto que llegan al país el artista plástico e investigador de la cultura popular Roberto Cabrera Padilla, y el escritor Mario Roberto Morales. Cabrera encontró trabajo en la Universidad de Costa Rica, primero en la Escuela de Arquitectura, y luego en la Escuela de Comunicación, y Morales en el CSUCA y, ocasionalmente, en la Universidad Nacional en su Escuela de Literatura y Ciencias del Lenguaje.

Roberto Cabrera era, desde antes de su llegada a Costa Rica, un artista de referencia regional; fundador, junto a Élmar Rojas y Augusto Quiroa del grupo Vértebra, había también colaborado como ilustrador de la revista Alero, de la USAC, seguramente la revista cultural más sobresaliente de los años 70 de la región centroamericana.

En Costa Rica, su impacto hay que calibrarlo en dos dimensiones, como artista que se inserta en el movimiento de los más avanzado de las tendencias del arte que se expresaban en esta región. Su principal enlace con el país fue Rafael Ángel “Felo” García, de quien no tengo porque remarcar aquí su importancia dentro del proyecto socialdemócrata de cultura al haber sido el primero ministro de cultura de facto de este país.

Felo lo ubicó en la Escuela de Arquitectura de la UCR, y desde ahí Cabrera irradió su actividad, que derivó en una exposición antológica en el Museo del Jade, que le fue cedido por su directora de aquel tiempo, la pintora Zulay Soto y en dos exposiciones, una en Guatemala y otra en Costa Rica, ambas con un solo nombre, Guaterica, una en el Museo Carlos Mérida de Guatemala y otra de arte guatemalteco en la Galería Nacional del Centro Costarricense de la Ciencia y la Cultura.

De formación autodidacta como investigador antropológico, Cabrera fue un ávido lector y compulsivo comprador de libros, llegando a conformar una rica biblioteca que le sirvió de respaldo en sus indagaciones. Se enfrascó en investigaciones que lo llevaron a la provincia de Guanacaste, en donde se ocupó de estudiar la manifestación local del culto al Cristo de Esquipulas, las culturas populares de Santa Cruz y la historia de la ganadería en Guanacaste y para ello, acorde con su trayectoria anterior, organizó esfuerzos colectivos que, esta vez, no dieron como resultado un grupo artístico, sino asociaciones civiles sin fines de lucro como la ACEIVPA (Asociación Costarricense para el Estudio de la Vertiente del Pacífico), la ANACUPO (Asociación Nacional para el Desarrollo y la Promoción de las Culturas Populares) o la asociación CERCA, con la que realizó una extensa investigación sobre el arte costarricense. Que redundó en publicaciones como Santa Cruz, Guanacaste, una aproximación a la historia y cultura populares, o Tierra y ganadería en Guanacaste, que se realizó en el contexto de la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva de la Universidad de Costa Rica (UCR) bajo el título de Cultura y comunicación en la comunidad de Santa Cruz Guanacaste: una aproximación a la historia y la cultura populares.

Como se puede fácilmente constatar, el aporte de Roberto Cabrera a Costa Rica no fue para nada desdeñable, y me honra resaltarlo hoy por la amistad que nos unió en los años que estuvo en este país, cuando ambos apoyábamos en esos años turbulentos los esfuerzos que se realizaban en nuestro país por avanzar hacia una sociedad más justa.

Por su parte, el escritor Mario Roberto Morales llegó a Costa Rica proveniente de Nicaragua, en donde se había afincado en los primeros años de la Revolución Sandinista, y se incorporó a los equipos organizadores de encuentros y congresos centroamericanos de escritores, a los que asistieron autores de todo el istmo.

La década de los 80 fue la de los congresos de escritores centroamericanos, y todos se realizaron en San José. Esta situación generó en la academia costarricense, en este caso la vinculada a las letras, un gran interés por la literatura y la cultura centroamericanas que no tuvo parangón en el resto de la región.

Se dio la paradoja, entonces, que en el país que es más refractario a la integración y, ya no digamos, a la unión centroamericana, se llevaran adelante los más acabados esfuerzos por el estudio de lo centroamericano, en general, y por la cultura y la literatura en particular. Fue así como nacieron el Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas (CIICLA) y los programas de posgrado Maestría en Cultura Centroamericana y Doctorado Interdisciplinario en Letras y Artes en América Central (DILAAC), más la revista Ístmica en la UNA.

La presencia de centroamericanos y, en general, de latinoamericanos, no siempre fue bien vista en el país. No me refiero a la posible xenofobia que ha eclosionado en algunos momentos de forma virulenta, que ha provocado la conformación de grupos organizados que han llegado a ejecutar actos públicos de repudio, especialmente contra nicaragüenses, como aquellos que se produjeron especialmente en los alrededores del Parque de la Merced en 2018, sino al público rechazo de intelectuales que se han sentido desplazados por quienes han llegado al país y se han integrado a procesos e instituciones determinadas, lo cual queda patente en el siguiente comentario de José León Sánchez en el periódico La República el 14 de febrero de 1975 (como se citó en Cuevas, 1995):

(…) la irrupción de extranjeros en nuestra vida nacional ya es algo que se ha generalizado tanto, que casi nos duele. La verdad es que Costa Rica es el paraíso de los extranjeros. Y de los artistas que nos llegan, ni hablar. (...) Algún político durante la campaña con muy buen tino dijo: “vamos a estimular al costarricense por nacimiento”. Fue don Rodrigo Carazo (...) y decía que los extranjeros nacionalizados debían ser sacados de ciertas instituciones donde ellos, toscamente, no pueden pensar como costarricenses. La Patria es algo que no se puede heredar, y en eso estamos de acuerdo (...). En los periódicos, a “La Familia Mora” le dedican unas cuantas líneas (...) y al Teatro del Ángel 2 páginas. (...)” (Cuevas, p. 122, 1995)

Quiere decir esto que no todo ha sido miel sobre hojuelas, y extraña esta opinión de alguien que fue recibido y acogido en el extranjero como seguramente pocos costarricenses lo han sido.

Quien les habla ha sido partícipe directo y activo de todo este proceso. Con mi esposa uruguaya y una hija, entonces de un año y medio, llegamos a este país hace 40 años, y aquí nacieron dos hijas más. A instancias de la tenacidad de su madre ahora ostentan, además del costarricense, el pasaporte uruguayo, pero a donde quiera que vayan, al preguntárseles, no tienen ninguna duda en presentarse como costarricenses. Habiendo crecido en un hogar binacional, uruguayo-guatemalteco, y en un país que no es el de ninguno de sus dos progenitores, digo yo que no pueden ser sino ticas sui géneris, y son muestra viviente de lo que a cientos de centroamericanos les ha pasado en esta cintura turbulenta de América a la que hemos llegado empujados por las tormentas políticas que nos han azotado.

En mi caso, tratando de entender en dónde radicaba la especificidad de lo costarricense que había producido esa sociedad que tenía la posibilidad de darnos cobijo, indagué y publiqué trabajos relativos a la identidad y las políticas cultural de este país.

Creo haber identificado algunos rasgos que han caracterizado a los costarricenses a lo largo de toda su historia republicana y, para no pecar de posiciones esencialistas, tan propio de los análisis que indagan en aquello de las identidades nacionales, siempre sostuve la idea de que esos rasgos no eran inamovibles ni se encontraban —como alguna vez lo dijo una presidenta de la República en un acto cívico— en su ADN. Por eso, me preocupa grandemente los cambios que se perciben en el ethos colectivo en la actualidad, muchos de los cuales algunas veces, aunque con bastante frecuencia, se atribuyen a los centroamericanos que se encuentran aquí.

Quiere decir que el espíritu que habló por boca de José León Sánchez hace casi 50 años sigue ahí, vivito y coleando, y se corporiza frente a nosotros en los momentos de crisis. Ahora ya no solo son las listas de espera en la Caja del Seguro Social, o la importación del virus del COVID-19 lo que se les atribuye, sino también el desmesurado crecimiento de la violencia proveniente del crimen organizado. El problema suscitado con Honduras recientemente es una muestra en este sentido, como si los violentos del crimen organizado fueran a detenerse en la frontera porque no tienen una visa para entrar al país.

Cierro estas palabras con estas reflexiones porque, como todo fenómeno social, el del exilio y las migraciones tienen múltiples facetas, y las hay positivas y negativas, que, por demás, no son exclusivas de Costa Rica.

Yo he tenido que sufrir la recriminación en mi país de origen, por ejemplo, por haber vivido tantos años aquí, en una especie de xenofobia endogámica. Pero baste lo hasta aquí presentado, que es incompleto y limitado, para poner en evidencia que los aportes de los centroamericanos han sido fructíferos y mutuos, puesto que quienes hemos llegado aquí desde tierras en donde muchas veces ha prevalecido la intolerancia y la violencia, hemos aprendido que nada cae del cielo o está inscrito en el ADN de ningún pueblo, sino que se construye con sabiduría, paciencia y prudencia.

Muchas gracias.

Referencias bibliográficas

Comité editorial ISTMO (2021), “Editorial Universitaria Centroamericana EDUCA: documentos históricos para su estudio”, en Istmo, revista virtual de estudios literario y culturales centroamericanos, Nr. 42, p.171. Localizable en: http://istmo.denison.edu/n42/avances/12.pdf

Cuevas, R. (1995). El punto sobre la I: Políticas culturales en Costa Rica (1948-1990). Ministerio de cultura, juventud y deportes. Costa Rica. Disponible en: https://repositorio.una.ac.cr/bitstream/handle/11056/2627/recurso_722.pdf?sequence=1

Ramírez, S. (2015). Antología del cuento centroamericano [La narrativa centroamericana]. Biblioteca virtual Miguel de Cervantes. Alicante. Localizable en: https://www.cervantesvirtual.com/obra/antologia-del-cuento-centroamericano-la-narrativa-centroamericana/

Sandoval, C. (2019). Otros amenazantes: los nicaragüenses y la formación de identidades nacionales en Costa Rica. Editorial UCR. Costa Rica. Localizable en: https://libreriaucr.fundacionucr.ac.cr/index.php?route=product/product/download&product_id=1458&download_id=127


1 Conferencia dictada virtualmente por invitación de la Biblioteca Nacional y la Academia de Geografía e Historia de Costa Rica el 26 de octubre de 2023. Localizable en Internet en el siguiente enlace: https://www.facebook.com/bibliotecanacional.mcj.cr/videos/304909889069365

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