letras

Revista Letras

EISSN: 2215-4094

Número 64 Julio-diciembre 2018

Páginas de la 13 a la 26 del documento impreso

Recibido: 6/3/2018 • Aceptado: 17/9/2018

URL: www.revistas.una.ac.cr/index.php/letras



Migración y deconstrucción del imaginario costarricense en «Abbott y Costello», de Sergio Ramírez1

(Migration and Deconstruction of the Costa Rican Imaginary in “Abbott y Costello,” by Sergio Ramírez)

José Ángel Vargas Vargas2

Universidad de Costa Rica

Resumen

En este artículo se analiza el tema de la migración en el cuento «Abbott y Costello», de Flores oscuras. Se estudia la migración como el principal cronotopo del texto, con su carácter orgánico y dialogal, y se le vincula con la construcción y deconstrucción discursiva del imaginario costarricense. En su narrativa, Sergio Ramírez ficcionaliza diferentes tópicos de la vida social y de la realidad histórica de Centroamérica, y se interesa por la marcada referencialidad de cada uno de países, mediante un ejercicio de representación de temas como el poder, la pobreza, la guerra, la migración, la economía y la cultura.

Abstract

This paper analyzes the issue of migration in the story “Abbott y Costello,” from Flores Oscuras. Migration is studied as the main chronotope of the text, with its organic and dialogical character, and it is linked to the construction and deconstruction discourse of the Costa Rican imaginary. Sergio Ramírez, in his narrations, fictionalizes different topics of the social life and the historical reality of Central America. He is interested in a strong referentiality in each country, based on an exercise of representing issues such as power, poverty, war, migration, economy and culture.

Palabras clave: literatura centroamericana, narrativa nicaragüense, migración, imaginario costarricense

Key words: Central American literature, Nicaraguan narrative, migration, Costa Rican imaginary

Introducción

Las producciones culturales, y la literatura en particular, están conformadas por una serie de rasgos elaborados a lo largo de la historia, que responden a diversos condicionamientos ideológicos y sociales. Cada expresión literaria establece un fuerte anclaje con aquella realidad específica que la genera y propone un mundo en imaginación. Los autores y autoras toman diversos elementos de la vida social, de la historia y de la cultura, y los someten a un proceso de elaboración artística que ha sido denominado poética de lo imaginario.

El imaginario de una sociedad es una elaboración discursiva sustentada en una representación de diferentes realidades; sometidas a un proceso ficcional y retórico, adquieren densidad simbólica que tiende a estructurar el pensamiento humano. Durand afirma que «lo imaginario, o conjunto de imágenes y de relaciones de imágenes que constituyen el capital pensado del hombre abandona todo lo que de irracional tenía y pasa a ser lugar común donde se establecen las operaciones del pensamiento humano»3. Esto muestra que el imaginario tiene su soporte ideológico y cultural en procesos previamente concebidos y organizados en una determinada sociedad.

Para Baeza4, la historia está estrechamente vinculada al quehacer de cada sociedad, así como a la capacidad instituyente de esta por medio de los imaginario-sociales, expresados mediante un proceso discursivo y figurativo del lenguaje. La sociedad se convierte en «hacedora» de historia, mediante diversos mecanismos que apuntan hacia lógica integradora que implica una construcción de un sentido de identidad, basado en el establecimiento de interrelaciones entre los distintos aspectos fragmentarios de la existencia social. Los seres humanos se convierten en depositarios de los saberes heredados instituidos con la invención de diferentes imaginarios, que encubren las asimetrías sociales y dejan al descubierto relaciones de poder y con ello, posiciones dominantes y dominadas simultáneamente. Este hecho conlleva, además, la presencia de un fuerte componente ideológico en la creación de los imaginarios que tiende a homogenizar a todas las personas interpeladas por estos.

El imaginario de una sociedad posibilita, entonces, la aglomeración de significados colectivos regidos por un orden simbólico en el que las instituciones, guiadas por diferentes valores, métodos y normas, apuntan hacia una codificación social para garantizar la convivencia de los individuos. De esta manera, la historia de una sociedad encuentra sentido en las significaciones imaginarias, que tienen una incidencia directa en el comportamiento concreto de los grupos sociales. Esas significaciones imaginarias «permiten comprender las elecciones que cada sociedad hace de su simbolismo institucional como los fines a los que se subordina esa funcionalidad. Estas significaciones están ubicadas en la continuidad histórica y están presas de las coacciones de lo real y de lo racional, y trabajan con un simbolismo dado por las regulaciones institucionales»5.

El simbolismo que rige la construcción de los imaginarios coadyuva en la comprensión de la historia humana, al proporcionar respuestas a las preguntas que cada sociedad se hace sobre su identidad. Responder a cuestionamientos como ¿quiénes somos en un determinado contexto?, ¿qué nos distingue a la hora de relacionarnos con los otros?, ¿cuál es nuestro proyecto de sociedad?, ¿qué lugar ocupamos en el mundo y cuál es nuestra singularidad?, solo puede hacerse mediante un funcionamiento efectivo de los imaginarios sociales, los cuales incluso trascienden los principios de la racionalidad y objetividad.

El imaginario (social) responde a la forma como las personas conciben su existencia en la sociedad y su modo de vincularse con el otro, de ahí surge la creación de imágenes o de historias con las cuales se identifican. Ello hace posible la convivencia entre los grupos dado que el imaginario posee una fuerza aglutinadora y al mismo tiempo los integra en prácticas comunes que generan un sentimiento de legitimidad6.

Algunos rasgos definitorios del imaginario costarricense

La construcción del imaginario costarricense se ha forjado en el transcurso del tiempo y encuentra su fundamento en razones históricas e ideológicas que pretenden diferenciarlo del entorno, principalmente del contexto centroamericano. Para Alexander Jiménez, uno de los principales rasgos de ese imaginario es que Costa Rica se define como un país racional y homogéneo étnicamente. La sociedad costarricense

(…) es pensada como una sociedad bien ordenada, a diferencias de sociedades cercanas cuyo carácter es descrito como lírico o claramente irracional. Estos rasgos explicarían la tendencia de esos países vecinos al desorden y al desastre. En cambio la nación costarricense es imaginada como de una organización racional derivada de la homogeneidad étnica de su población7.

Se trata de una afirmación unificadora que no guarda una relación exacta con la realidad social e histórica, por cuanto en Costa Rica ha habido y hay actualmente una coexistencia de diferentes etnias y culturas como la afrodescendiente, la indígena, la española, entre otras. Este hecho confirma el carácter discursivo que posee el imaginario, el cual busca homogenizar la población, porque incluso, el mestizaje es visto de manera negativa: «…la homogeneidad garantiza la laboriosidad, las buenas costumbres y la ausencia de conflictos. En el imaginario étnico nacionalista costarricense, el mestizaje es conflicto, enfermedad y derrota»8.

Un segundo rasgo definitorio de ese imaginario es el de Costa Rica como un paraíso tropical, una Suiza centroamericana. Así lo han afirmado desde la primera mitad del siglo XX ensayistas e intelectuales como Yolanda Oreamuno o Mario Sancho. La primera criticó en «El ambiente tico y los mitos tropicales» el estatismo de la sociedad costarricense y sus mitos de ser una democracia perfecta y un paraíso permanente; el segundo en «La Suiza centroamericana» señaló el deber de los y las costarricenses de trascender actitudes malsanas y superar el odio y desprecio hacia personas semejantes, que resulta común en Costa Rica.

Jiménez retoma de manera particular la visión crítica de Oreamuno y Sancho, y sintetiza el carácter excepcional de Costa Rica, aludiendo de manera comparativa a la violencia existente en el resto de los países centroamericanos: «Los rasgos atribuidos a la identidad nacional se condensan en dos viejas metáforas: el paraíso en los trópicos, la suiza centroamericana. Hay un acrecentamiento de la sensación de ser una sociedad excepcional y superior en el ámbito de las otras sociedades de Centroamérica»9.

De este modo la característica de país pacífico es colocada como uno de los principales ejes estructurantes del imaginario costarricense. Por este rasgo, Costa Rica se distingue en el mundo y se le reconoce, además, como un país donde existe un efectivo respeto a los derechos humanos. A lo interno, sus habitantes también se autodefinen como personas pacíficas. A modo de ejemplo, Nacer Wabeau logró verificar la vigencia de este imaginario al escuchar recientemente a los migrantes africanos en la zona sur de Costa Rica, cuando se comunicaban con sus familiares. Cita textualmente a una persona migrante: «Ya estamos en un país llamado Costa Rica, no tiene ejército, es pacífico y respeta los derechos humanos»10.

El país se muestra como espacio donde es posible la vida armónica, el respeto a los demás y la solidaridad. En síntesis, es representado como un país atractivo y seguro para sus habitantes y para quienes se acerquen a él, sin importar la procedencia.

La migración nicaragüense y su representación metafórica

La migración implica la búsqueda de experiencias nuevas, sea para intercambio de conocimientos o para resolver situaciones económicas, políticas o ideológicas adversas. En muchas ocasiones constituye un viaje hacia lo desconocido que puede representar una posibilidad de vida mejor a la que se está enfrentando y en otras, puede obedecer a la necesidad de concretar un sueño o de alcanzar imaginariamente un paraíso. Si bien cada proceso migratorio tiene su propia especificidad, la marginación histórica y las relaciones de exclusión, las arbitrariedades del poder, la pobreza y el desempleo son causas medulares del éxodo de millones de personas en el mundo que buscan fuera de sus límites geográficos una vida digna, una porción de felicidad. Así, por ejemplo, tenemos la migración de cubanos, centroamericanos, africanos, turcos y sudamericanos hacia lugares de América y de Europa con sola la pretensión de asegurarse el bienestar personal y familiar.

En el caso de la migración de nicaragüenses hacia Costa Rica, conviene señalar ciertos antecedentes históricos que remiten a los inicios del siglo xx. Según Castro11, en 1927 había en nuestro país un total de 2.929 personas nacidas en Nicaragua y que se habían trasladado a Costa Rica; en 2000 ese número llegó a 141.549, de las cuales 69.494 eran hombres y 72.055, mujeres. Es en la década de 1990 cuando hubo un incremento pronunciado en la migración nicaragüense hacia Costa Rica, que se explica en relación con el «nuevo estilo de desarrollo que se inicia en el país» desde mediados de la década anterior, donde emergen una serie de actividades económicas que demandan una fuerza de trabajo que solo de manera parcial estaba en el país12. Se refiere al incremento de los niveles educativos de la población costarricense y a la búsqueda de empleos más calificados, a los cuales los y las costarricenses logran acceder. Con ello, dejan abiertos fragmentos laborales para población joven menos calificada. Incluso, la incorporación de las mujeres con un nivel educativo medio al mundo laboral generó una importante demanda de fuerza laboral en el ámbito doméstico.

Según los datos del censo de 2011, del Instituto Nacional de Estadística y Censos13, en ese año había un total de 287.766 migrantes nicaragüenses, número que debe de haberse incrementado al punto de que se estima que en 2016 viven alrededor de 450.000 nicaragüenses en Costa Rica. Este incremento está marcado, en términos generales, por las condiciones socioeconómicas de la población nicaragüense que resultan muy limitadas, con un altísimo índice de pobreza que prácticamente los expulsa a otros espacios para encontrar una vida más próspera. Pero en ese trayecto que implica la migración, en esa inhumana y penosa odisea, envuelta en arrestos, clandestinidad en pequeñas embarcaciones, atravesando montañas y parajes inhóspitos, sufriendo humillaciones, en esa búsqueda del sueño dorado se encuentran con la enfermedad, el hambre y muchas ocasiones, con la muerte. Y lo más grave: en cada comunidad a la que llegan se les consideran extraños, ajenos a la dinámica social y cultural y experimentan la indiferencia como un castigo por llegar a invadir espacios que están reservados para las personas «nacionales».

La migración puede explicarse desde una perspectiva sociohistórica concreta, pero también expresarse desde una dimensión figurativa, en la que mediante una construcción metafórica también se engloban sus significaciones. Según Zuser, hay al menos tres metáforas que resultan claves para comprender la migración. La primera es la metáfora del contenedor, la cual se explica con la expresión cotidiana «salir adelante». En este caso, se considera que la existencia de las personas migrantes está totalmente condicionada y ellas no encuentran ninguna forma de trascenderla. Por tal motivo, lo único viable es escapar hacia nuevos horizontes que le impliquen una mejor condición económica: «El contenedor representa la situación mala o fatal, en que los individuos o el país se encuentran»14. Este contenedor, Nicaragua, funciona como el factor que genera la salida de los nicaragüenses en busca del trabajo, entendido como un don natural y una condición vital de los nicaragüenses. La carencia de trabajo es quizá el principal móvil de la salida, o expulsión, de los migrantes hacia Costa Rica. Según los testimonios recogidos por Claudia Zuser, los migrantes nicaragüenses quieren salir adelante y consideran que su patria está «parada» y que en ella no existe futuro promisorio. Más bien, día a día corren un mayor riesgo de atraso y ruina.

Muy asociada a la primera, la metáfora de la migración como búsqueda posee un carácter filosófico y ontologizante en la medida que asume la vida como una entidad concreta, como si fuera independiente de las personas. Zuser puntualiza esta metáfora de la migración como «búsqueda de una nueva, otra o una mejor vida, allá, en otro mundo, donde todo es diferente». Esta metáfora conforma la idea que el lugar de destino se convierte en un nuevo mundo en donde es posible encontrar condiciones vitales, sean de salud, educación o trabajo más favorables en relación con el entorno al que se pertenece. En definitiva, se pretende alcanzar un alter mundo.

Una tercera metáfora es la migración como aventura, que hace referencia al viaje del héroe o de la heroína con el propósito de alcanzar sus objetivos, en donde hay un punto de partida, con los respectivos peligros y dificultades, con la participación de cómplices y salvadores. En este viaje el sujeto experimenta una transformación de sí mismo necesaria para llegar al destino, para encontrar un tesoro que lo proveerá de bienes materiales y espirituales, en fin, que le permitirá resolver sus necesidades humanas más básicas. En esta odisea, «los migrantes emprenden su viaje, se meten al monte, arriesgan su vida, son aventureros y vagos, se pierden en los desiertos, están acompañados por la suerte o salen solo para morir»15. De esta manera, la aventura se convierte en un juego que los puede llevar a cualquier lugar, al éxito o al fracaso.

Deconstrucción del imaginario costarricense en «Abbott y Costello»

El imaginario costarricense dibuja el país como un lugar atractivo para la vida, caracterizado por su uniformidad étnica, por ser un paraíso tropical, no en vano la denominación de suiza centroamericana, pero sobre todo un país donde es posible la solidaridad y la vida pacífica.

En «Abbott y Costello», que narra la muerte del nicaragüense Natividad Canda en Costa Rica, por las múltiples mordeduras de perros, el realema de la migración constituye el cronotopo que unifica la narración y dadas las condiciones deplorables en que viven los personajes en la tierra nicaragüense (metáfora del contenedor) deciden moverse hacia Costa Rica, donde esperan que el mundo les cambie positivamente:

La responsabilidad de sostener la casa quedó en manos de su mujer Juana Francisca Mairena. Para poder mantener a sus hijos trabajó también cortando caña como cualquiera de los hombres de las cuadrillas, y como empleada doméstica, cocinado, lavando y planchando. En 1993 dos de ellos, Antonio, de veinte años, y Natividad que tenía entonces trece, decidieron buscar fortuna en Costa Rica, igual que otros miles de emigrantes.

Según su hermano César Augusto, Natividad fue deportado varias veces pero siempre volvía a atravesar la frontera por los puntos ciegos que conocía como la palma de su mano. Para él eso era como un deporte. «Que me voy a quedar haciendo aquí si solo soy una boca más que alimentar», les decía en cada ocasión que regresaba solo para volverse a ir. Lo buscaban al amanecer y no estaba. Era terco de carácter. «La verdad es que en Nicaragua, además de que no abunda el trabajo, se gana un poquedad. En Costa Rica hay mejores salarios, y la gente se va con esa esperanza», agrega César Augusto, cortador de caña igual que sus padres, quien, mientras no empieza la zafra en el ingenio azucarero vecino, pasa todo el día, como él dice, «sosteniéndose la quijada»16.

Este imaginario de Costa Rica como país donde hallar fortuna y buenos salarios queda desvirtuado si consideramos la situación real vivida por el protagonista Natividad Canda, quien no había logrado una vida digna ni disponía de recursos para satisfacer sus necesidades elementales, según el siguiente fragmento:

Harold Fallas, un amigo costarricense de Natividad, recuerda que este solía dormir debajo de los puentes, o donde le cogiera la noche, y para que nadie fuera a denunciarlo como indocumentado se fingía tico al hablar, y decía que su familia era de Tres Equis de Turrialba. En Los Diques de Cartago, donde vivió un tiempo, le decían Nati. «Era tranquilo, nada pendenciero», afirma Bautista Lagos, un vecino del lugar (197).

Incluso estas condiciones de existencia tan limitadas, las revela el narrador cuando en el acta judicial se describen los objetos que le encontraron al protagonista una vez que ha muerto: una cartera plástica que es un material de baja calidad si se le compara con una de piel; tres billetes de cincuenta colones, una de las denominaciones más bajas; una tarjeta telefónica prepago, lo que delata su pobreza. A esto se suma, simbólicamente, una fotografía apagada que connota un tiempo y una luz que se pierden:

En la misma acta se registra que en uno de los bolsillos traseros del pantalón se encontró una cartera de material plástico que contenía tres billetes de cincuenta colones, una tarjeta prepago para llamadas telefónicas, y, doblada en dos, la foto bastante apagada de un niño que sostiene una candela de primera comunión (203).

Estas particulares condiciones de existencia revelan las carencias en que vivía Canda, quien el 10 de noviembre de 2005 ingresó de manera furtiva al taller La Providencia, situado en La Lima de Cartago y allí fue presa de dos perros que le causaron una atroz muerte, como se describe a continuación:

Natividad Canda Mairena, de veinticinco años de edad, murió la madrugada del jueves 5 de noviembre del 2005 destrozado por dos perros rottweiler que lo atacaron a mordiscos. Los brazos, los codos, las piernas, los tobillos, el abdomen y el tórax resultaron desgarrados. Las heridas en los codos y tobillos fueron tan profundas que dejaron expuestos los huesos. Cuando después de cerca de dos horas de hallarse a merced de los perros fue al fin liberado, sus palabras habrían sido, según testigos, «échenme algo encima que tengo frío» o «échenme una cobija que tengo frío». Tiritaba de manera incontrolable. Llegó aun con vida al hospital Max Peralta de la ciudad de Cartago, pero falleció minutos después de haber ingresado a la sala de emergencia a consecuencia de la abundante pérdida de sangre (191).

Este traumático hecho permite, además, deconstruir la imagen de Costa Rica como país pacífico y habitado por personas solidarias; pone en evidencia el desprecio al dolor humano, mostrado en el nivel figurativo en la descripción que hace el narrador de la escena donde Canda es destrozado por los perros, sin que nadie intervenga para defenderlo y salvarlo de las fieras:

Ambos animales son de color negro, la piel lustrosa, y a la luz de un fuerte foco que dispersa la oscuridad de la noche, se afanan sin descanso encima del cuerpo de Canda tendido sobre la hierba crecida, mientras un hombre de chaqueta marrón, que bien puede ser uno de los guardas del taller, o el dueño, permanece de espaldas a unos pocos pasos. Luego el cuerpo es arrastrado de un lado a otro por los perros, y más luego uno de ellos está ocupado en clavar los colmillos en la víctima, en tanto el otro vigila con la cabeza inhiesta. No se sabe cuál es Abbott y cuál es Costello. El hombre de la chaqueta marrón se mantiene en escena, siempre de espaldas (193).

Nótese el predominio de un campo semántico asociado a lo negativo en todo este fragmento, en el que la agresividad y el sentido de muerte se imponen ante el protagonista que termina siendo un simple objeto. En estas circunstancias, se pierde todo sentido humano y los costarricenses (en el relato) se definen por su total indiferencia, la cual es revelada cuando se alude a un «hombre de chaqueta marrón que bien puede ser uno de los guardas del taller o el dueño», que siempre permanece de espaldas, sin dejarse iluminar, sin identificarse.

Conclusión

«Abbott y Costello» representa de manera ficcional y con un ejemplo concreto, tomado de un acontecimiento real, un fragmento de lo que ha sido la migración nicaragüense, con personas prácticamente expulsadas por las deplorables condiciones de existencia de su país natal. Ilusionadas y esperanzadas en el imaginario de un país vecino, Costa Rica, que ofrece armonía, paz, trabajo y solidaridad, emprenden la aventura de buscar un mundo mejor. Pero la realidad textual, como expresión metafórica de los procesos migratorios, le sirve al autor para desestabilizar dicho imaginario, descubrir las contradicciones en la organización y categorización de las personas, según códigos estructurados que solo alcanzan a dejar en evidencia lo artificioso de los procesos identitarios.

En ese proceso de construir una visión crítica sobre la migración nicaragüense en Costa Rica, el autor acude a la ironía como una fina estrategia para desnudar una sociedad que se precia de ciertos valores pero en la realidad actúa conforme a otros intereses específicos. Un ejemplo de este carácter irónico está en el título: ¿Por qué utilizar el nombre de dos de los más famosos cómicos norteamericanos? ¿Es acaso que la vida humana es un espectáculo público y que la muerte es un acontecimiento cómico? Es en este punto donde queda al descubierto el imaginario costarricense y totalmente subvertido, pues en el texto Costa Rica no es un país ni pacífico, ni armónico, ni solidario. Xenofóbico e indiferente podrían ser, a la luz de este cuento, las dos palabras más apropiadas para referirse a él.

Esta ironía también está cuidadosamente expresa en el título del libro, Flores oscuras; frente al color y luminosidad predominante en el lexema flores, se instaura el gris y el oscuro, que tiñe la existencia humana de dolor, como ha concluido la vida del protagonista. En este proceso, la ilusión con que los migrantes se desplazan hacia Costa Rica llenos de optimismo termina apagándose y deja flotando en la arena de la duda la imagen de Costa Rica como país hospitalario y pacífico. Las pocas instituciones que se salvan de la manera inhumana como es tratado Natividad Canda en el país son la Cruz Roja, el Cuerpo de Bomberos y Cáritas Internacional, las cuales trascienden el ámbito local y se colocan cerca de su misión de velar por el bien y la dignidad humana. Son las únicas cercanas al personaje, las que le garantizan ayuda y amor.

Podemos concluir que el proyecto de escritura de Sergio Ramírez adquiere una dimensión humana que trasciende toda visión estereotipada, definida por falsas identidades y por ejercicios superficiales del poder. Nos lleva a poner en entredicho ese imaginario costarricense, a formular posibilidades de replantearlo, darle un carácter más dinámico según el devenir histórico, y que sea posible trascender todo simbolismo inútil, eliminar las significaciones estructuradas y físicas que han llevado a ocultar la realidad humana concreta y a reproducir nefastas formas de exclusión. En esta última dirección, las palabras de Nacer Wabeau son alentadoras, ya que la humanidad, en vez de levantar muros, debe abocarse a construir puentes de unión entre las personas y los pueblos, porque solo así podremos «crear un mundo equilibrado, solidario, donde no precise exiliarse para disfrutar de una vida digna»17.


1 Recibido: 6 de marzo de 2018; aceptado: 17 de setiembre de 2018.

2 Escuela de Filología y Sede de Occidente. Universidad de Costa Rica. Correo electrónico: joseangelvargas1620@gmail.com

3 Gilbert Durand, Las estructuras antropológicas de lo imaginario (Madrid: Taurus, 1960) 11-12.

4 Manuel Baeza, «Memoria e imaginarios sociales», Imagonautas. Revista Interdisciplinaria sobre imaginarios sociales I, 1 (2011) 76-95.

5 Francisco Rodríguez Cascante, Imaginarios utópicos. Filosofía y literatura disidentes en Costa Rica (1904-1945) (San José, Costa Rica: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2016) 17.

6 Rodríguez Cascante.

7 Alexander Jiménez Matarrita, El imposible país de los filósofos (San José: Ediciones Perro Azul, 2002) 34.

8 Jiménez Matarrita, 196.

9 Jiménez Matarrita, 88.

10 Nacer Wabeau, Diles que solo queremos pasar (San José: La Nación, 2016ª). Accesible en línea en: <http://www.nacion.com/opinion/foros/Diles-solo-queremos-pasar_0_1561443842.html>.

11 Carlos Castro Valverde, «Dimensión cuantitativa de la inmigración nicaragüense en Costa Rica: del mito a la realidad», Carlos Sandoval García (ed.), El mito roto. Inmigración y emigración en Costa Rica (San José: Editorial Universidad de Costa Rica, 2007) 25-50.

12 Castro Valverde, 31.

13 Instituto Nacional de Estadística y Censos, X Censo Nacional de Población y VI de Vivienda: Resultados generales, 1.ª ed. (San José: INEC, 2011).

14 Claudia Zuser, «Buscando la vida…. Metáforas de la migración en Nicaragua», Instituto de Estudios Interdisciplinarios. Migraciones nicaragüenses: Identidad y frontera, sueños y metáforas (Granada: Casa de Tres Mundos, 2009) 71-115 (83).

15 Zuser, 84.

16 Sergio Ramírez, Flores oscuras (México: Alfaguara, 2012) 194-195; en adelante los números de página se indican entre paréntesis en el texto.

17 Wabeau, 9.


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