letras

Revista Letras

e-ISSN 2215-4094 • ISSN 1409-424X

Doi: http://dx.doi.org/10.15359/rl.1-65.2

Número 65. Enero-Junio 2019

Páginas de la 39 a la 59 del documento impreso

URL: www.revistas.una.ac.cr/index.php/letras



Norma política y enfermedad en Patria o muerte, de Alberto Barrera Tyszka1

(Political Norm and Sickness in Patria o muerte, by Alberto Barrera Tyszka)

Gabriel Baltodano Román2

Universidad Nacional, Costa Rica

Grethel Ramírez Villalobos3

Universidad Nacional, Costa Rica

Resumen

Se analiza la novela Patria o muerte, de Alberto Barrera Tyszka, sobre la enfermedad y muerte de Hugo Chávez. Esa obra establece relaciones simbólicas entre el cuerpo y la salud del gobernante y el orden político y la historia contemporánea de Venezuela. En el marco de la tradición literaria acerca del caudillismo, la novedad de la obra se relaciona con el empleo de estrategias argumentales de finalidad normativa y adscripción ideológica tradicional, basadas en la lógica higienista. Repara en las metáforas de la enfermedad y la naturalización de determinadas visiones políticas.

Abstract

An analysis is presented of Patria o muerte (2015), by Alberto Barrera Tyszka, a novel about the sickness and death of Hugo Chávez. It establishes symbolic relations between the body and health of the ruler and the political order and contemporary history of Venezuela. Within the framework of the literary tradition about caudillismo, the novelty of the work is related to the use of argumentative strategies for normative purposes within traditional ideology, based on hygienist logic. It focuses on the metaphors of the disease and the naturalization of certain political visions.

Palabras clave: literatura hispanoamericana contemporánea, narrativa hispanoamericana contemporánea, novela venezolana contemporánea

Keywords: contemporary Hispano-American literature, contemporary Hispano-American narrative, contemporary Venezuelan novel

Introducción

La recurrencia de la figura del caudillo en la narrativa hispanoamericana constituye un hecho complejo, cambiante y de antigua data. En el medio regional, el origen de esta tradición temática se remonta, según González Echevarría4, a las relaciones escritas durante la Conquista. Aunque este régimen de representación literaria manifiesta una faceta del orden colonial, su sistema de imágenes ha variado con los siglos. Rama5 relaciona tales cambios con las transformaciones de la cultura política. Como testimonio y agente de los debates acerca del poder y el gobierno, el discurso literario sobre el autoritarismo y sus consecuentes interpretaciones están determinados por controversias y afectos inherentes a nuestras sociedades, tal y como advierte Trigo a propósito del caso uruguayo6.

Del cotejo preliminar de estos tres aspectos se desprende que la novela del caudillo, antes que una serie literaria, forma un significativo foro de discusión intelectual sobre el poder político. Las imágenes del patriarca, el bienhechor, el conductor, el magistrado, el generalísimo, el protector y el comandante no se refieren tanto a personajes históricos como a modelos de gobierno y sociedad. En los textos que conforman el discurso ficcional acerca del autoritarismo, el ingenio ha ensayado muy diversas propuestas ideológicas en torno al ejercicio del poder. En su conjunto, estas definiciones giran en torno al problema del estatuto, legítimo o espurio, del poder político. Por ello, intervienen en intensas disputas y dan cuenta de las tendencias que han determinado la historia de las naciones hispanoamericanas.

En las épocas moderna y contemporánea, como producto de una extendida inquietud intelectual, los narradores hispanoamericanos dieron forma a diversas figuras míticas para explicar los problemas asociados con la tiranía, el caudillismo y la dictadura. Según Rama7, en el verdor republicano, el déspota fue presentado principalmente como un terrateniente paternalista que dirigía al país como si fuera su propia hacienda; más tarde, en plena modernización, como un iluminista que guiaba a la nación hacia el progreso, desoyendo, si era necesario, la voluntad popular; y en los periodos convulsos y de confrontación partidaria, como un militar que convertía a la patria en cuartel, cuando no en prisión, matadero o infierno.

Estos caracteres constan en las páginas de un extenso y rico discurso literario acerca del autoritarismo y su efecto en las sociedades regionales. Habría que añadir al repertorio descrito por Rama, otros tantos tiranos, ora anticuados —como las caducas pero determinantes autoridades coloniales—, ora indispensables para las regeneraciones americanistas —como las múltiples variantes del dúctil arquetipo del libertador—, ora diabólicos y grotescos —como los míticos, feos y deformes señores presidentes—, ora incoherentes, endebles e incluso, ridículos —como los creados por determinadas parodias vanguardistas, neorrealistas y contemporáneas—.

Esta tipología general e incompleta, más que agotar las variantes del personaje, muestra el estrecho vínculo entre sociedad, sistema de gobierno y análisis intelectual, en especial, durante los primeros periodos de la historia hispanoamericana. En las etapas inmediatas a la fundación de los estados nacionales, los escritores, educados en los ideales de la modernidad, se percataron de los riesgos del autoritarismo. No obstante, lo definieron de manera reducida: como opuesto a los principios humanistas, la teoría política del republicanismo y los intereses populares; en suma, como una aberración que requería tratamiento y como un descarrío que urgía de rumbo.

Esta crítica letrada del caudillismo, con fundamentos metropolitanos como la apología de la civilización y la racionalidad republicana, fue incapaz de profundizar en las raíces coloniales del problema y en ciertas causas socio-culturales. Solo más tarde, a mediados del siglo xx, con el reconocimiento de la relación entre autoritarismo, desigualdad social y discontinuidad cultural, la literatura profundizó en determinadas condiciones constitutivas de América Latina y su incidencia en los modos de gobierno comunes a la región. A partir de estas exploraciones, se empezó a representar el despotismo como una calamidad de las sociedades fragmentadas y asimétricas8. En este modelo, la relevancia dada a la faceta monstruosa del caudillo disminuyó y las correspondencias entre el gobernante y su pueblo adquirieron mayor significación.

En la actualidad, las tesis clásicas de la argumentación contra el caudillismo perduran junto con la influencia de dos generaciones de escritores marcadas por los golpes militares, la represión y el exilio. Estos intelectuales, nacidos entre 1920 y 1934 o entre 1935 y1949, respectivamente, dieron forma a determinadas comprensiones del autoritarismo que, si bien renovaron el imaginario político de la novela de la dictadura, resultan insuficientes para interpretar los últimos acontecimientos; en especial, si se consideran las transformaciones introducidas por la globalización y las reacciones sociales ante el neoliberalismo.

Con el paso de siglo, el auge de la nueva izquierda latinoamericana introdujo problemas desconocidos. Además de la denuncia de la violencia política y la reelaboración de la memoria, la escritura literaria se ha ocupado, en el periodo reciente, de las contradicciones inherentes a unos gobiernos instituidos por la democracia, pero definidos y legitimados a partir de idearios revolucionarios. La reducción de la pobreza, las mejoras de la educación y la salud públicas y la reafirmación de la autonomía han ocurrido en simultáneo con el desequilibrio macroeconómico, el incremento de la corrupción y la violencia y la exaltación anacrónica de nacionalismos y pautas obsoletas de militancia.

El paisaje político abunda en espejismos y los escritores tratan de aclarar la vista: sedición o populismo, cambio o desesperanza. Tal contraste de percepciones, agudizado por las presiones internacionales y los discursos mediáticos, ha provocado polarización a lo interno de las comunidades, entre naciones y en los círculos intelectuales regionales. Al verse enfrentados a tan escrupulosa y delicada coyuntura histórica, algunos novelistas contemporáneos, como Barrera Tyzska, han decidido eludir las posturas terminantes, frecuentes en la obra de sus predecesores, y adoptado, un relativismo de filiación postmoderna, que fluctúa entre la justificación del culto a la personalidad y la condena del chavismo, presentado como una epidemia política.

En esta visión del problema, el caudillo no aparece representado como encarnación del mal ideologizado, sino como figura polémica, a la vez que carismática; no es déspota, sino un feudatario del poder ubicuo. Para explicar su penetración en la sociedad, hace falta comprender el pasado del país, el mesianismo de masas y el giro político, identitario y afectivo. En este artículo se interpreta Patria o muerte, una novela en la que se concibe el atractivo de la personalidad de Chávez como agente infeccioso y se combate la figura del caudillo desde una perspectiva higienista que analoga al chavismo con una enfermedad contagiosa y un problema de salud pública. El análisis textual se concentra en las metáforas de la enfermedad, pues estas vehiculan argumentos contra el gobernante, a la vez que naturalizan determinadas concepciones políticas.

Síntomas de un padecimiento

—Volvimos al pasado —dijo Miguel—. Volvimos a los caudillos. A los cuarteles. Esa es nuestra historia. La mejor inversión económica que se puede hacer en Venezuela es dar un golpe de Estado. Esa es la conclusión. Ahora todos ellos son millonarios, tienen el poder, hacen lo que quieren (111)9.

Apartadas de las rutinas impuestas durante largos periodos de dominio conservador, en medio de profundas reformas y por ello, sumidas en controversias, algunas sociedades latinoamericanas contemporáneas parecen intoxicadas por la política. En este contexto, las metáforas de la enfermedad sirven a múltiples propósitos ideológicos: entre otros fines, la literatura puede emplearlas para crear explicaciones poéticas sobre el poder, plantear asedios a la realidad social, basados en la experiencia y la singularidad, y difundir valores para el fortalecimiento de la convivencia democrática y de visiones partidarias. En la novela del caudillo, pueden ser utilizadas, además, para argumentar en contra de determinados modelos de gobierno y sociedad.

Patria o muerte, que recibió el Premio Tusquets 2015, refiere la enfermedad y la muerte de Hugo Chávez. Escrita por Alberto Barrera Tyszka (Caracas, 1960), establece interesantes asociaciones entre tres dominios metafóricos asociados con el cuerpo de la nación y el padecimiento del líder venezolano: en primer término, la enfermedad simboliza el desorden social; en segundo lugar, la muerte del gobernante consuma el mito del caudillo, elevado a la condición de mártir, a la vez que recalca su humanidad y decrepitud, y con ellas, la duda acerca de la caducidad del proyecto político; y en tercer término, el temor a la contaminación alude al malestar provocado por el proceso de transformación del orden político.

La novela está compuesta por tres historias entrelazadas en torno a un personaje central, Miguel Sanabria, un oncólogo jubilado y, en apariencia, apolítico; un médico consciente de los males de Venezuela y aquejado por las preocupaciones y el insomnio. Aunque el protagonista es presentado, en el íncipit, como un «hombre crítico, independiente y antimilitarista» (43), pronto el narrador describe la posición ideológica del personaje: «Miguel pensaba que en el país no había independencia de poderes, que Chávez había desarrollado un modelo personalista y autoritario para controlar el Estado y las instituciones. Cuestionaba la corrupción, la falta de transparencia» (43).

Al comienzo del relato, Sanabria atribuye la depresión que lo aqueja al retiro profesional; más tarde, comprende que se debe a una década de incertidumbre y chavismo:

En el fondo, estaba cansado de la historia. Sentía que Venezuela era una mierda, un derrumbe que ni siquiera llegaba a ser país. Creía que la política los había intoxicado y que todos, de alguna manera, estaban contaminados, condenados a la intensidad de tomar partido, de vivir en la urgencia de estar a favor o en contra de un gobierno (14).

Ya desde las primeras páginas, se establece una correspondencia directa entre el modelo de gobierno y la enfermedad. Por ello, no es fortuito que el diagnóstico del chavismo lo lleve a cabo un médico liberal, en su doble condición de higienista y oncólogo, con todas las connotaciones que esto produce. Aunque el protagonista vehicula determinadas tesis ideológicas, lo cierto es que la novela incluye una amplia gama de posiciones políticas ante el chavismo. Mientras que Antonio, hermano de Miguel y viejo militante de la ultraizquierda, teme por el destino de la revolución bolivariana, Beatriz, la esposa de Sanabria, quien culpa a Chávez por la emigración de su hija Elisa y de su nieto Adrián, persuade al médico de que el cáncer del mandatario obedece al castigo divino, una suerte de expiación.

Miguel y Beatriz, miembros de una familia escindida por la ideología, metáfora de una nación polarizada, habitan en el piso número cinco de un céntrico edificio, curiosa alusión a la Divina Comedia, en la que el quinto cielo alberga a los espíritus comprometidos con la defensa de la fe. Para Antonio, «La revolución era una droga dura, una suerte de estímulo ideológico, una manera de regresar a la juventud» (43); desde su perspectiva, la revolución supone una reivindicación de los anhelos frustrados. Con ironía, el narrador presenta esta utopía como «una suerte de parque temático de los años sesenta», «un espacio adonde sacar a pasear la nostalgia» (43).

El motivo de la enfermedad da unidad a la novela, pues asocia el mal corporal de Chávez con la degradación del proyecto político. En las tramas secundarias, se narran las historias de Fredy Lecuna, un periodista de sucesos agobiado por la creciente violencia y desempleado por causa de la autocensura de los diarios en torno al tema de la inseguridad; y María, una niña que se ve obligada a abandonar la escuela y pierde a su madre como consecuencia de la alta criminalidad. Estas historias tienen como marco histórico los sucesos comprendidos entre junio de 2011 y diciembre de 2012, periodo en que se hizo pública la afección del caudillo y tuvo lugar su deceso.

Morbilidad del régimen

Por más de diez años, Chávez había refundado el Estado y el país como un sistema que solo funcionaba girando a su alrededor, pronunciando su nombre. La posibilidad de que ese centro fallara, desapareciera de pronto, se evaporara o se esfumara, secuestrado por la noche, por ese desorden rutinario de la naturaleza que es la noche, producía en todos un desconcierto absoluto. (107)

A lo largo de la historia, la enfermedad ha causado prejuicio, temor y fobia y ha estimulado fantasías punitivas. Ante la falta de explicaciones y por su proximidad con la voluntad divina, la decadencia y la muerte, se la concibió como un misterio e intervino en la trama del pensamiento mítico. Desde el Medioevo, la doctrina monárquica condicionó la relación entre el cuerpo del rey y el vigor de su imperio. No sorprende, entonces, que incluso en la actualidad, las dolencias del gobernante provoquen una serie de preguntas y dudas respecto del estado de la nación y la salud del régimen, a la vez que aviven el miedo de los civiles y las pasiones de los detractores.

En La enfermedad y sus metáforas (1978), Sontag se refiere a la mitología popular en torno al cáncer, que ocasionó la muerte de Hugo Chávez y ocupa un lugar central en la novela. En el ensayo, la escritora recuerda que el análisis de este sistema de creencias permite entender las maneras en que la enfermedad se convierte en una alegoría de ciertas tesis culturales respecto de la degradación y la muerte. Entre las convenciones señaladas por Sontag10, habría que destacar dos: en primer término, es habitual pensar que existe un ligamen entre el declive del organismo y el deterioro moral; en segundo lugar, se suele concebir al cáncer, no como un mal ordinario, sino como una abominación.

Estas figuras de pensamiento son particularmente relevantes cuando se discuten cuestiones políticas. Con regularidad, el cáncer ha sido entendido como un crecimiento anormal e incesante de materia mórbida, como una desviación inevitable de los procesos vitales11. Como ha explicado Foucault, «lo morboso es la forma rarificada de la vida; en el sentido de que la existencia se agota, se extenúa en el vacío de la muerte; pero asimismo en este otro sentido, de que toma de ella su volumen extraño»12. Este sentido del tropo hace hincapié en los problemas derivados del desarrollo incontrolado de un modelo de gobierno.

En la novela de Barrera Tyszka, se propone una continuidad entre la evolución del cáncer de Chávez y la alteración profunda del cuerpo político de Venezuela. Esta transformación es caracterizada como mórbida, puesto que guarda relación con el crecimiento descontrolado del proyecto revolucionario. Esto explica las conexiones entre los temas de la enfermedad, el carisma y la corrupción, como ejes de la crítica del chavismo. En el texto, la amenaza que pesa sobre la revolución bolivariana emana de la materia misma del régimen, de su propia constitución. Los simbolismos del cáncer también aluden a la informidad del chavismo y la descomposición moral de sus líderes.

En el espectáculo del cuerpo enfermo se manifiesta, por consecuencia, la obscenidad del modo de gobierno. «Ya que muchas ideas sobre el poder se basan en una idea de la sociedad como serie de formas que contrastan con lo informe que tiene en derredor»13, el cáncer se convierte en fecunda metáfora acerca de la deformidad original y los impedimentos y la caducidad de las utopías. No es casual que, en el imaginario popular recogido por la obra literaria, muchos atribuyan el mal de Chávez a la profanación del cuerpo de Bolívar, emblema de la nación: «Nadie le toca los huesos a Bolívar y queda intacto. Cualquiera que remueva las sobras de un cadáver, será eternamente castigado» (193).

En Tristes trópicos, Lévi-Strauss distingue dos actitudes culturales respecto del trato de los restos del cuerpo humano. Por un lado, están aquellas sociedades que dejan reposar los cadáveres para garantizar la acción bienhechora de los antepasados, que garantiza el retorno de las estaciones y la fecundidad de la tierra y las mujeres. Por otro lado, existen culturas que niegan el reposo a los despojos; en estas:

El muerto ya no es un sujeto, sino objeto. En lugar de un colaborador es un instrumento. Ciertas sociedades observan frente a sus muertos una actitud de este tipo. Les niegan el reposo, los movilizan —a veces literalmente, como en el caso del canibalismo y de la necrofagia—, cuando se fundan en la ambición de incorporar las virtudes y los poderes del difunto; también, simbólicamente, en las sociedades que se comprometen en rivalidades de prestigio y donde los participantes exigen constantemente el de los muertos, tratando de justificar sus prerrogativas por medio de evocaciones de los antepasados y trampas genealógicas. Estas sociedades se sienten más perturbadas que otras por los muertos, de quienes abusan. Creen que ellos les devuelven la moneda de su persecución, tanto más exigentes y peleadores frente a los vivos cuanto más estos últimos intentan aprovecharse de ellos14.

En clave mítica, la novela insinúa que, como parte de su búsqueda de legitimación y perpetuidad, Chávez quiso apropiarse de las virtudes y las facultades de Bolívar; al hacerlo, vulneró un tabú. El castigo para tal falta es la muerte. Douglas señala que en las concepciones básicas del mundo —recurso esencial de todo relato, incluidos los literarios, aún cuando sean producto de la época contemporánea (el retorno de lo mítico es común a las manifestaciones estéticas de la postmodernidad)— el infortunio se atribuye a intervenciones personales desafortunadas, que infringen las leyes del mundo. Según la antropóloga, «los vínculos principales entre las personas y las desgracias son vínculos personales»15, esto es, intervenciones particulares que modifican la suerte personal y colectiva.

Al unir el pasado glorioso y fundacional del caudillo con su propio proyecto político, Chávez comete una imprudencia, pues olvida que los mitos carecen de carne, mientras que él, su cuerpo mismo, puede ser objeto de escarnio por parte del tiempo y la enfermedad. En la novela, se relata una intriga en torno a un vídeo del convaleciente Chávez. Vladimir, sobrino de Miguel y funcionario de confianza de la Secretaría de Presidencia, ha viajado a Cuba con la comitiva que acompaña al mandatario durante su tratamiento médico. Del círculo de Chávez ha obtenido un teléfono celular, en que se registraron algunas declaraciones reveladoras del gobernante.

El aparato, convertido en arcano del chavismo, queda bajo resguardo de Sanabria, quien revela a Madeleine Butler, periodista estadounidense, los motivos por los cuales los partidarios de caudillo no desean que se conozca el vídeo: «—Porque los dioses no tienen cuerpo —respondió. Sin mirarla—. Los dioses no gritan de dolor, no sangran por el culo, no lloran. Los dioses no suplican que los salven. Los dioses nunca agonizan» (242).

Diagnósticos contradictorios

«Hasta que el cuerpo aguante» era una de sus consignas a la hora de hablar sobre la permanencia en el poder. […] Lo había repetido tantas veces. Con tanta fe en el futuro. Con tanta fe en el cuerpo. (89)

En la novela se proponen algunas paradojas en torno al chavismo. Tal tema halla su correlato central en el motivo de la enfermedad. La patología del caudillo es una síntesis de las dolencias de la sociedad venezolana. Convertido en imagen del proyecto político, el cuerpo de Chávez padece los males de la degeneración, pero también se transforma en reliquia. El cáncer del gobernante supone, a la vez, un estímulo para el culto a la personalidad (pues el caudillo sugiere —tal y como lo hizo el propio Chávez en vida— que su enfermedad era producto de una conspiración), una confirmación de la finitud de lo humano (pues, como advierte Sontag16, el cáncer nos recuerda que el cuerpo no es más que cuerpo) y una admonición contra el crecimiento incontrolado y la ambición truncada (puesto que la personalidad del afligido desemboca en la derrota).

En el texto literario, la enfermedad es emblema de la debilidad, la corrupción y la putrefacción, pero también, del sacrificio mesiánico. Como ejemplo de esta última postura se pueden citar las aseveraciones de Antonio, quien cree que el caudillo está dispuesto a dar la vida por el país. Bajo un esquema cristiano, Chávez redime al pueblo venezolano mediante la abnegación; por ello, el cáncer lo hace una figura política más fuerte y con un legado liberador (ver página 192).

Según el narrador extradiegético, «Chávez había aprovechado la enfermedad para terminar de convertir la política en una religión. […] Hizo de la enfermedad un nuevo desafío. Una oportunidad para convertirse en un mito» (113). La transmutación del presidente en mártir, por causa de la afección inoculada por el gobierno estadounidense17, contempla un componente de carácter místico. En este, Chávez, amenazado por su desaparición, no es más él mismo, sino Venezuela: «Tú eres Chávez, fue uno de los eslóganes durante la campaña electoral de ese año. Él es Chávez, ella es Chávez; los niños son Chávez, las madres son Chávez, todos somos Chávez. “Porque yo ya no soy Chávez”, gritó estirando su voz al máximo, en unos de los actos de cierre de campaña. «¡Yo soy un pueblo, carajo!» (126).

La presunta pervivencia de la revolución bolivariana se articula mediante un discurso de índole religiosa. En el ambiente enrarecido ante los escasos informes acerca de la evolución médica del enfermo, las instituciones políticas cambian de registro, según advierte el narrador: «Ya sin ningún disimulo, la salud de Chávez no era un asunto médico sino religioso. Los altos funcionarios empezaron a hablar como sacerdotes. El Estado comenzó a parecer iglesia» (157). Más adelante, el narrador asevera: «El discurso político empezó a contaminarse de la retórica ritual que anunciaba la creación definitiva de una nueva congregación» (194-195). El mesianismo de Chávez altera la naturaleza de la revolución, que deviene en empresa redentora de la humanidad. En ella, el caudillo es relevado por el pueblo venezolano, luz del mundo que promueve el socialismo.

Con estas significaciones en mente, no extraña que los detractores y los partidarios del chavismo propongan, de un lado y otro, explicaciones religiosas. Ora entendido como castigo, ora entendido como prueba, el cáncer es un hecho que admite distintas interpretaciones ideológicas. Una enigmática sentencia del narrador, resume las distintas implicaciones del problema; según tal, «el cuerpo no responde mecánicamente a ese tipo de proyectos. La otra cara de la enfermedad es el milagro» (115).

Desde luego, todas estas consideraciones se hacen desde posiciones ideológicas enfrentadas. A partir de la adscripción del protagonista, se identifica una opción política predominante en el texto. Cuando por las madrugadas, Sanabria se despierta asustado, «como si lo hubieran sorprendido en medio de una fuga» (12), solo encuentra consuelo en comer una mandarina: «Morder la carne mórbida lo tranquilizaba. Hincar el diente y sentir saltar el jugo de la mandarina sobre su lengua le devolvía una extraña calma» (13), nos cuenta el narrador. En la certeza de la muerte inminente del caudillo halla calma el protagonista, empeñado en sobreponerse al caótico mundo del chavismo. Maier18 ha señalado que el espectáculo de la descomposición provoca emociones intensas y contradictorias, pues supone el aniquilamiento del ser y el horror de la muerte, a la vez que implica el término de algo y, en consecuencia, el término de un ciclo y la posibilidad de regeneración.

En clave irónica, el título remite a la consigna guerrillera; aunque el cuerpo de Chávez, convertido en panfleto, vista de uniforme militar, la historia y la muerte le negarán cualquier clase de gloria bélica: su acabamiento es ordinario, burgués si se quiere, porque el cáncer ha sido asimilado con la vida opulenta y llena de excesos19. El cáncer, como metáfora, remite a aquello que se consume lentamente; es también la enfermedad de lo Otro20. En este sentido, la negación de Chávez, cuyo cuerpo ha sido invadido por una muerte celular, embrionaria y primitiva, implica la reafirmación de un juicio político.

Las metáforas patológicas, explica Sontag21, han sido empleadas para reforzar las acusaciones contra sociedades corruptas e injustas. En Patria o muerte, la infección de la entidad política, simbolizada a través de la afección del gobernante, es fatal. El señalamiento de la degeneración abre la pregunta respecto de la asunción de una determinada normalidad; si el chavismo ha intoxicado a Venezuela, ¿cuál sería la vía regia de retorno al estado de salud del tejido social y el cuerpo de la nación? El uso mismo de la enfermedad como imagen del proceso político plantea una determinada comprensión ideológica del desacuerdo y la pugna sociales.

Según Sontag, «de acuerdo con la gran tradición de la filosofía política, el propósito de comparar enfermedad y desorden civil es alentar a los gobernantes a llevar a cabo una política más racional»22, más equilibrada. Sin embargo, en el imaginario moderno, el cáncer representa lo irremediable. Cierto fatalismo impregna las páginas finales de la novela, en las que absorto ante el espectáculo en que se ha convertido el sepelio de Chávez, Sanabria se queda sin respuesta ante la pregunta sobre el porvenir de Venezuela.

Contagio masivo

«Todo el mundo andaba medio mareado» (47).

El cuerpo de la nación equivale al cuerpo del líder, con el que las masas populares se identifican. Mientras mira desde la ventana de su apartamento en Caracas, Madeleine descubre una valla publicitaria, en la que reza: «“Chávez: corazón de la patria”» (121). Tanto los adeptos del presidente, como sus detractores se encuentran sumidos en la incertidumbre; la descripción del espacio social y político se torna elocuente: «El país era nuevamente una sala de espera, un pasillo de hospital donde se juntan los rumores y las preguntas» (46).

La enfermedad del mandatario perturba el orden, porque su existencia garantiza la continuidad de la configuración social y política de Venezuela. Por ello, resulta revelador otro pasaje del texto protagonizado por Madeleine Butler; en este, la periodista, empecinada en descifrar las fuentes del carisma de Chávez, entrevista a una muchacha de arrabal, quien le confiesa:

Es que nosotros no teníamos nada, no éramos nadie; o mejor dicho: nosotros sentíamos que no éramos nadie, que no teníamos valor, que no importábamos. Y eso fue lo que cambió Chávez. Eso fue lo que nos dio. De pronto tú no puedes entenderlo. Tú eres gringa y blanca. Eso es otra cosa. Como te dije antes, es una vaina de piel, de corazón. Al final, yo lo amo porque él es pobre y feo, como yo (166-167).

Este personaje anónimo propone que la empatía de los pobres con Chávez no es mero resultado de la política populista, sino que procede de un asunto racial, de una identificación corpórea entre semejantes. A los ojos de esta mujer, el gobernante tiene inscrito el origen social en el cuerpo, comparte una identidad racial con ella. Esta idea recuerda la noción de estigma. Aunque Goffman centra su estudio en los parámetros de normalidad física, detalla otras formas de diferenciación basadas en la clase. Según este sociólogo, mediante la introyección del estigma, el estigmatizado asume que sus pares han atravesado una carrera moral semejante a la suya, que los sitúa en posiciones análogas ante la mirada dominante23. Las masas trabajadoras leen la piel del caudillo como un claro identificador de grupo. En este sentido, la novela ensaya una tesis sociológica acerca de los orígenes del carisma de líder venezolano, en cuyas facciones se reconocen a sí mismos todos aquellos que han sido marginados por las clases dominantes de este país sudamericano.

Por ello, la enfermedad del presidente provoca dolor e incertidumbre entre sus seguidores. Con frecuencia, se señala que «la salud de Chávez es la salud de la patria» (133). En el texto, se afirma que el padecimiento del presidente «era un enigma que contagiaba a todo el país» (57). En Pureza y peligro. Un análisis de los conceptos de contaminación y tabú, Douglas explica que, en diversas culturas, «el peligro reside en los estados de transición; sencillamente porque la transición no es un estado ni el otro, es indefinible»24.

En la enfermedad grave, entendida como tránsito irrefrenable hacia la muerte, el caudillo deja de ser lo que era y se convierte en sombra de sí, hecho que advierte acerca de la inminente ruina del régimen. La premonición de caos despierta la paranoia de los venezolanos, que reaccionan ante el contagio. Los agentes de corrupción provienen de todas partes; sin embargo, ninguno es tan temido como aquel que forma parte del cuerpo político.

La revolución teme, antes que nada, a sus detractores y colaboradores, que imagina como enfermos y apestados. En la novela se recuerda la palabra empleada por Chávez para estigmatizar a los disidentes; a los ojos del presidente, cualquier venezolano opuesto al chavismo merece ser tildado de escuálido. Como advierte el texto, «ser escuálido es una enfermedad» (112), una patología moral asociada con la debilidad orgánica y de carácter, el entreguismo y la traición. Pillon25 explica que los movimientos marxistas cifraron la dignidad proletaria en la exaltación de la fuerza física. Mediante este insulto, los chavistas sitúan la enfermedad no en el cuerpo del caudillo ni de la nación, sino en la otredad inquietante.

El segundo agente infeccioso está señalado por la nacionalidad; se trata de los cubanos traídos por el gobierno para colaborar en la reorganización nacional. En tiempo de crisis, estos extranjeros han arrastrado consigo el temor. En criterio del narrador, décadas de vigilancia política han dado lugar a una aprensión instalada en la genética de los isleños (ver página 84). La presencia de los cubanos exacerba la enfermedad de Venezuela, pues por causa de ellos, «El miedo se reproducía de manera desordenada. Como una metástasis» (85).

Según Douglas, en el imaginario de muchos pueblos, «la contaminación más peligrosa se produce cuando algo que ha emergido del cuerpo vuelve a entrar en él»26. De cooperantes a espías, los cubanos ven trucada su naturaleza por causa del estado de pánico que impera en la antesala de la muerte de Chávez. Aunque forman parte del cuerpo político del chavismo, ahora han devenido en peligrosa fuente de contaminación, en despojo amenazante que busca colarse en el cuerpo enfermo.

No con sospechas menores, se especula acerca de su papel en la enfermedad del presidente. En un pasaje de la novela, la conserje del edificio recomienda a Sanabria: «—Hay que tener cuidado —acotó—. Yo lo oí en un programa de radio. Dicen que todo lo de la enfermedad de Chávez es mentira. Que en Cuba le lavaron el cerebro y lo tienen secuestrado. Que esa gente lo único que quiere es invadirnos» (200).

Silencio, disolución y castigo

Cinco días después se mostraron fotografías del mandatario leyendo junto a sus hijas un ejemplar del periódico cubano Granma. Se advirtió que Chávez utilizaba una cánula traqueal que lo ayudaba a respirar pero que no lo dejaba hablar. Nada de esto, sin embargo, se dijo, impedía que el Presidente se mantuviera «consciente y en labores de gobierno». Tres días después, en la madrugada del 18 de febrero, Chávez regresó a Caracas a continuar su tratamiento. Nadie lo vio bajar del avión. Nadie lo vio entrar al Hospital Militar. Nadie lo vio. Lo único que se pudo ver fue un mensaje solitario en su cuenta en las redes sociales. Nunca antes había estado, durante tanto tiempo, tan callado. Ya no era él. Ya no existía su presencia avasallante, su protagonismo. Ya solo era una referencia. Un eco débil, apagándose. Un silencio (158-159).

La forma de gobierno pierde definición, se ve amenazada por causa del cáncer, un crecimiento anómalo y descontrolado que desfigura el cuerpo y el Estado. En diversos episodios de la novela, se refieren procesos de alteración de las propiedades intrínsecas de Chávez, muchas de las cuales están asociadas con el dominio corporal. Así, por ejemplo, el narrador contrapone la locuacidad característica del gobernante, pieza esencial de su carisma, con la circunspección del discurso dado tras la cirugía del 6 de junio de 2011:

Chávez lucía flaco y pálido. Se encontraba de pie, tras un podio, y curiosamente leía un texto escrito en vez de improvisar frente a las cámaras. Era insólito que un hombre tan propenso a hablar durante horas frente a cualquier auditorio estuviera constreñido a unas pocas letras, fuera rehén de un pequeño pedazo de papel. (15)

El dramatismo de este cambio solo puede ser entendido a cabalidad si se reconstruyen otros referentes del universo literario. En el texto, el régimen de Chávez debe su existencia a la palabra. La invención de la Venezuela bolivariana es producto del lenguaje febril del dictador, quien resucita «un modo de nombrar» (43), propio de los rebeldes, guerrilleros y revolucionarios de la década de 1960. Mediante la retórica, el gobernante:

[…] trataba de formalizar simbólicamente una épica, la épica que tanto le faltaba a la autoproclamada revolución bolivariana. Chávez no había tumbado a ningún dictador. No había combatido ninguna invasión. Pero hablaba como si fuera el Che Guevara, como si perteneciera a la liga de los grandes combatientes latinoamericanos. Su temperatura verbal estaba por encima de su realidad: solo había ganado las elecciones de un país petrolero. Nunca había enfrentado un peligro inminente en una acción militar. Era un funcionario, no un guerrillero. (194)

En suma, tal y como plantea el narrador, Chávez «había creado el Estado parlante». Desde esta perspectiva, el exceso de palabras supone no solo un esfuerzo de creación y convencimiento, sino y ante todo, una forma de poder. En el relato, la omnipresencia de la voz de Chávez se convierte en metáfora del despotismo, puesto que sus discursos, pronunciados ante las masas, reproducidos en los distintos medios de comunicación y destinados a acallar cualquier divergencia, han convertido a Venezuela en «un territorio donde reinaba un único relato» (114).

En la enfermedad, sostiene Canguilhem27, el sujeto desaparece y el cuerpo habla acerca de los peligros que sitian la vida consciente. Por ello, la enfermedad del caudillo apaga la locuacidad y abre las puertas a un silencio inquietante, pues el cuerpo del líder ya no habla con palabras destinadas a erigir un mundo de ideas. La lengua del cáncer es el crecimiento incontrolable de lo mórbido; su retórica, el término de los pensamientos, la caducidad de todos los planes. Así, «todo el discurso aguerrido, empeñado en desafiar a la muerte, comenzó a descascararse cuando de pronto apareció la enfermedad. Se cambiaron las consignas, empezaron a eludir la palabra muerte, trataron de torcer los símbolos: vencer y vivir, vivir para siempre, patria libre y no morir» (194). La enfermedad, según propone la novela, quebranta la gramática de la utopía, convierte al silencio en una forma de violencia política (ver página 107). En virtud de tales consideraciones, Sanabria, quien no desea la muerte de Chávez, imagina el trance postoperatorio como una penitencia dantesca impuesta al caudillo: «Castigado. Moviendo la lengua dentro de su boca. Y nada más. La lengua dando vueltas en redondo, como una lagartija, atrapada. Y nada más. Solo sed. Mucha sed» (160).

Las interpretaciones de Sanabria son fundamentales, pues responden al criterio de una autoridad. Miguel no solo es el protagonista del relato, sino un médico oncólogo que comprende, con profundidad, las causas de la afección y la muerte de Chávez. En consecuencia, su punto de vista goza de credibilidad e interviene, de manera decisiva, en la condena y la naturalización de determinadas visiones políticas. Sus afirmaciones tienen por base el saber médico, que no la mera opinión; esta circunstancia lo ampara, en apariencia, contra la ideología.

Según Anz, «las enfermedades pueden ser utilizadas para denunciar aquellas normas sociales consideradas como patógenas y para legitimar el llamado a reemplazarlas por otras “más sanas”»28. Esta lógica de argumentación normativa presupone la existencia de un estado de equilibrio que fue alterado y debe ser restablecido. En el caso de la novela de Barrera Tyszka, el empleo de las metáforas de la enfermedad, en relación con el examen de la vida política de Venezuela, sirven a la condena del caudillismo y el chavismo y a la legitimación de una norma política basada en los ideales del republicanismo y la democracia moderna.


1 Recibido: 16 de julio de 2018, aceptado: 29 de junio de 2019.

2 Escuela de Literatura y Ciencias del Lenguaje. Correo electrónico: gabriel.baltodano.roman@una.cr

3 Escuela de Literatura y Ciencias del Lenguaje. Correo electrónico: grethel.ramirez@una.cr

4 Roberto González Echevarría, La voz de los maestros. Escritura y autoridad en la literatura latinoamericana moderna (Madrid: Verbum, 2001) 112.

5 Ángel Rama, La novela en América Latina. Panoramas 1920-1980 (Santiago: Universidad Alberto Hurtado, 1982) 205.

6 Abril Trigo, Caudillo, estado, nación. Literatura, historia e ideología en Uruguay (Gaithersburg: Hispamérica, 1990) 253.

7 Rama, 204-205.

8 Rama, 207.

9 Se emplea la siguiente edición del texto: Alberto Barrera Tyszka, Patria o muerte (Barcelona: Tusquets, 2015). En todas las citas de la novela se consigna, únicamente, el número de página entre paréntesis.

10 Susan Sontag, La enfermedad y sus metáforas y El sida y sus metáforas (Madrid: Taurus, 1996) 16.

11 Sontag, 19.

12 Michel Foucault, El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica (México: Siglo Veintiuno, 2001) 244.

13 Mary Douglas, Pureza y peligro. Un análisis de los conceptos de contaminación y tabú (Madrid: Siglo XXI, 1973) 131.

14 Claude Lévi-Strauss, Tristes trópicos (Barcelona: Paidós, 1988) 248.

15 Douglas, Pureza y peligro. Un análisis de los conceptos de contaminación y tabú (Madrid: Siglo XXI, 1973) 134.

16 Sontag, 24.

17 La novela recuerda que en una alocución al pueblo venezolano, pronunciada el 11 de diciembre de 2011, Chávez afirmó que el cáncer le había sido inducido (ver página 108).

18 Corinne Maier, Lo obsceno. La muerte en acción (Buenos Aires, Nueva Visión, 2005) 22.

19 Sontag, 21.

20 Sontag, 69.

21 Sontag, 73.

22 Sontag, 77.

23 Erving Goffman, Estigma. La identidad deteriorada (Buenos Aires: Amorrortu, 2006) 45.

24 Douglas, 131.

25 Thierry Pillon, Working-Class Virility, Alain Corbin, Jean-Jacques Courtine y Georges Vigarello (eds.), A History of Virility (Nueva York: Columbia University Press, 2016) 520.

26 Douglas, 166.

27 Georges Canguilhem, Lo normal y lo patológico (México: Siglo XXI, 2009): 63.

28 Thomas Anz, «Argumentos médicos e historias clínicas para la legitimación e institución de normas sociale», Wolfgang Bongers y Tanja Olbrich (comps.), Literatura, cultura, enfermedad (Buenos Aires: Paidós, 2006) 35.


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