REVISTA 95.1

Revista Relaciones Internacionales

Enero-Junio de 2022

ISSN: 1018-0583 / e-ISSN: 2215-4582

doi: https://doi.org/10.15359/ri.95-1.8


 

La elección de un candidato extremista: ¿anómalo o normal?
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2016

The Election of a Fringe Candidate: Anomalous or Normal?
The Arrival of Donald Trump to the White House in 2016

Carlos Álvarez del Castillo Calderón1

DOI: 0000-0002-6481-1406

Arturo Santa Cruz2

DOI: 0000-0002-6353-7441

 

Resumen

La exitosa candidatura electoral de Donald Trump en 2016 fue una sorpresa tanto para el público como para los grupos expertos. Poco después de la inesperada elección, la sabiduría popular se decidió por una explicación: que la victoria de Trump estaba vinculada a los estadounidenses que se sentían rezagados por la globalización. La sabiduría popular proporcionó respuestas rápidas y directas, lo que la hicieron ganar tracción tanto en la prensa como en las redes sociales y la bibliografía especializada. Sin embargo, estas respuestas eran incompletas. El principal de los elementos que faltaban en la explicación improvisada era la radicalización del partido republicano. Para comprender cómo la transformación del Partido Republicano resultó en la elección del presidente Trump y su política exterior, este artículo analizará el caso a través de lentes constructivistas. Según esta perspectiva, la identidad juega un papel crucial tanto en la política nacional como en la internacional. Al proporcionar un análisis de la identidad estadounidense y especialmente de la identidad del Partido Republicano, el constructivismo proporciona un conocimiento útil en la interpretación tanto de la elección de Trump como de la política exterior de su administración. Se argumenta que lo que realmente explica la victoria de Trump en el colegio electoral en el proceso electoral de noviembre de 2016 (perdió el voto popular por alrededor de tres millones de votos) son factores relacionados con las ideas y con la identidad, no con su personalidad o con los argumentos relacionados con la globalización en los que se centra la sabiduría convencional.

Palabras clave: Constructivismo; Donald Trump; Estados Unidos; elecciones nacionales; identidad; Partido Republicano

Abstract

Donald Trump’s 2016 successful electoral bid came as a surprise both to the public and pundits. Soon after the upset election, conventional wisdom settled on an explanation: that Trump’s victory was linked to Americans that felt left behind by globalization and the current political establishment. Conventional wisdom provided quick and straightforward answers. Nevertheless, these answers were incomplete. Chief among the missing elements of the improvised explanation was the radicalization of the Republican party. To fully understand how the transformation of the Republican Party resulted in President Trump’s election and his foreign policy, this article will analyze the case through constructivist lenses. According to this perspective, identity plays a crucial role in both domestic and international politics. By providing an analysis of American identity and especially of the identity of the Republican Party, constructivism provides useful knowledge in the interpretation of both Trump’s election and his administration’s foreign policy. We argue that what really explains Trump victory in the electoral college in the November 2016 electoral process (he lost the popular vote by about three million votes) are ideational, identity-related factors—not his personality or the globalization-related arguments conventional wisdom focuses on.

Keywords: Constructivism; Donald Trump; identity; national elections; Republican Party; United States

Introducción

Dos semanas antes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, las encuestas realizadas por los principales medios informativos predecían un resultado muy distinto al ocurrido el 8 de noviembre de 2016. Durante gran parte de la campaña se anticipó una victoria sin complicaciones del Partido Demócrata. Cadenas televisivas estadounidenses, tales como CBS y CNN, confiaban en que Hillary Clinton ganaría fácilmente la presidencia, pues las últimas encuestas le otorgaban una ventaja de cinco puntos sobre Donald Trump (CBS/AP, 2016). Diversas fuentes predecían una probabilidad de victoria de Clinton del 70 al 99 por ciento; asimismo, se pronosticaba una victoria de Clinton en estados clave como Pensilvania y Wisconsin (Deane, McGenner & Mercer, 2016).

Los resultados de las encuestas y la opinión popular sobre Donald Trump convencieron a personas expertas políticas y académicas de denominarlo como un candidato “inelegible”. Mientras republicanos de carrera como Ted Cruz, Jeb Bush y Marco Rubio anunciaron sus intenciones de competir por la presidencia, Trump era visto por muchos como “la oveja más negra de todas” (Hetherington, 2018, p. 63). Cuando Trump reveló su candidatura presidencial, solo el 7% de votantes republicanos lo consideraron un buen pretendiente. Además, sus polémicas declaraciones en contra de las minorías, aunadas a sus propuestas radicales, produjeron una gran agitación social. La mayoría de los “observadores consideraban a Trump como un candidato mucho más débil que otros contendientes republicanos de elecciones recientes” (Hetherington, 2018, p. 70).

Hasta la mañana del 8 de noviembre de 2016, los medios de comunicación y las principales encuestas aseguraban que sus predicciones se volverían realidad. No obstante, el resultado fue diametralmente opuesto. Cuando el día de las elecciones llegó a su fin y las casillas electorales de todo el país cerraron operaciones, era evidente que Donald J. Trump sería el 45º presidente de los Estados Unidos de América. Al culminar los comicios, el 54 % del electorado blanco, así como el 50 % de los votantes mayores de 50 años, se decantaron por Trump; y, sorprendentemente, el 28 % de los electores hispanos también dieron su voto al candidato republicano (Pew Research Center, 2018). Ciertamente, estas cifras eran difíciles de predecir en los primeros meses de 2016, cuando comenzó la campaña electoral.

Tras la victoria de Donald Trump en las urnas, Estados Unidos y el resto del mundo se cuestionaron cómo un individuo tan controversial había logrado tal hazaña. ¿Cómo es que la democracia más consolidada del mundo había permitido a Trump llegar a la Casa Blanca? Inicialmente, se ofrecieron posibles motivos enfocados en su personalidad ajena a Washington, así como en su estatus de celebridad. En los siguientes días, la sabiduría convencional [información que una gran cantidad de personas da por supuesta sin necesidad de verificarla, pues nadie tiene intención de cuestionarla (Bridge, 2019)] viró hacia una explicación de corte más estructural: la victoria de Trump estaba asociada con los estadounidenses que se sentían traicionados por la globalización y por el establishment político actual.

En términos generales, se aceptó la noción de que Trump había logrado conectar con dicho grupo ideológico, lo que se tradujo en un masivo apoyo electoral. El diario The New York Times, una y otra vez, aseveró que “el Partido Republicano, que durante mucho tiempo se identificó con la prosperidad económica sin límites … fue bienvenido en muchas partes del país afectadas negativamente por la globalización” (Porter, 2020). De forma similar, The Washington Post mencionó que la victoria electoral de Trump reflejaba “una manifestación más amplia del impacto desigual de la globalización en un importante porcentaje de la población, un rechazo por parte de estos votantes hacia las instituciones y las élites de ambos partidos, a quienes ven como indiferentes a su precaria situación” (Balz, 2016). Esto fue cierto, particularmente, en los sectores rurales del país, de donde Trump recibió el 35 % de sus votantes.

La explicación popular de este suceso residía en argumentos de este tipo, pues otorgaban a los estadounidenses y al resto del mundo una respuesta sencilla y relativamente comprensible. Después de todo, un gran porcentaje de aquellos que votaron por Trump se identificaban a sí mismos como “consistentemente conservadores” (Pew Research Center, 2018).

La sabiduría convencional proporcionó respuestas sencillas y directas. Sin embargo, estas respuestas no estaban completas. Factores importantes, como la transformación del Partido Republicano en las últimas décadas, han sido constantemente ignorados (Edwards, 2014; Kabaservice, 2012). Durante gran parte del siglo XX, el partido se acercó más que nunca a la extrema derecha, convirtiéndose así en un ávido partidario de ideales conservadores.

Así, el propósito de este artículo es explicar cómo es que la transformación del Partido Republicano y de sus simpatizantes conllevó a la elección del presidente Trump y de su política exterior; este trabajo aborda el estudio de caso desde un análisis constructivista, enfatizando, por tanto, los aspectos ideacionales de los procesos políticos.

De acuerdo con el constructivismo, la identidad es un elemento clave de la política tanto nacional como internacional. Por ejemplo, la identidad de los Estados es crucial para comprender cómo se comportan y qué objetivos tienen en la arena internacional (Katzenstein, 2012). Mediante el análisis de la identidad estadounidense, y en particular la del Partido Republicano, el constructivismo ofrece herramientas útiles para la interpretación de la elección de Trump y de la política exterior de su administración. Como se demostrará, lo que verdaderamente explica la victoria de Trump en el Colegio Electoral en los comicios de noviembre de 2016 (perdió el voto popular por alrededor de tres millones de unidades) son factores ideacionales e identitarios, y no su personalidad o los argumentos sobre globalización en los que se concentra la sabiduría convencional.

El presente artículo está dividido en tres secciones: en la primera se presenta una breve reseña de cómo la identidad, desde una perspectiva constructivista, es relevante en el estudio de asuntos políticos; en la segunda, se repasa la evolución histórica de la identidad del Partido Republicano, desde su concepción hasta la actualidad; finalmente, en la tercera, se observa el proceso electoral de 2016 y su relación con la transformación identitaria del Partido Republicano.

En el apartado de conclusiones, se señala que la justificación de la victoria de Trump en 2016 no se apoya en la sabiduría convencional o en sus rasgos de personalidad, sino en elementos ideacionales más amplios, como el cambio intersubjetivo en la identidad de uno de los dos principales partidos políticos, así como la explicación de los motivos que podrían llevar a la elección de un candidato extremista (ya sea Trump o alguien similar) en 2024.

En términos metodológicos, el estudio privilegia el uso de fuentes de prensa difundidas durante la época de las elecciones de 2016, para así incluir en la investigación la misma información a la que estuvo expuesto el electorado estadounidense antes de emitir su voto. De esta forma, se puede llegar a conclusiones de los factores que moldearon las preferencias electorales en Estados Unidos con base en la identidad de los votantes, además de tomar como referencia bibliografía teórica para explicar estos aspectos. Asimismo, se refieren distintas fuentes de prensa divulgadas después de las elecciones, pero que, en su momento, analizaron la realidad del clima identitario que derivó de la victoria de Donald Trump en las elecciones.

I. Constructivismo e identidad

En la ciencia política en general y en las relaciones internacionales (RRII) en particular, la identidad ha sido uno de los conceptos más complejos de definir, en especial al hablar de actores corporativos, como los Estados. Existen diversas interpretaciones sobre cómo los Estados crean y adaptan su identidad, al igual de cómo la identidad de un Estado afecta sus decisiones políticas.

Alexander Wendt define a la identidad como la autocomprensión de un Estado que desemboca en sus intereses y acciones (Wendt, 2009). Una definición más amplia y adecuada a las RRII la entiende como “un conjunto de representaciones aceptadas (frecuentemente simbólicas o metafóricas) de un Estado, en particular, en su relación con otros Estados, así como las creencias correspondientes sobre el comportamiento apropiado, derechos o responsabilidades” (Alexandrov, 2003, p. 7).

Existen distintos elementos que pueden influir la identidad de un Estado. Al analizar la construcción de la identidad estatal en el escenario internacional, el más común de dichos elementos es, sin duda alguna, el que tiene que ver con asuntos exteriores. El constructivismo afirma que la política internacional puede modificar la identidad de los Estados. Las relaciones interestatales, así como los regímenes internacionales, pueden moldear parcialmente la identidad de un Estado (Ruggie, 2009).

Los factores internos también gozan de gran importancia en la creación de la identidad estatal. Jutta Weldes, por ejemplo, sostiene que la identidad y los intereses no se pueden restringir únicamente a las relaciones interestatales. La identidad estatal y, por tanto, el interés nacional, se construye a partir de una amplia gama de factores culturales y lingüísticos (Weldes, 2009). Las políticas nacionales de los Estados contribuyen a la formación de los rasgos identitarios en una medida similar o incluso mayor que los elementos externos provenientes del sistema internacional. Así, el análisis y la comprensión de la identidad de un Estado puede originarse en la esfera nacional y, eventualmente, transportarse a la internacional (Santa Cruz, 2014).

Autores como Peter Katzenstein han profundizado ampliamente el estudio de los componentes internos de un Estado en aras de comprender plenamente su identidad y su comportamiento. Katzenstein menciona que lo que define los intereses de seguridad de los Estados son, en gran medida, los actores políticos en respuesta a sus factores culturales internos (Katzenstein, 2012). Estos elementos internos son tan potentes que tienen la capacidad de definir la política exterior de los Estados. Por tanto, si examinamos y evaluamos los diferentes factores al interior de los Estados, llegaremos a un mejor entendimiento de su comportamiento en la arena internacional (Santa Cruz, 2012). Aunado a ello, la identidad estatal, que a su vez determina los intereses nacionales, es un constructo social proyectado por líderes y por principales responsables de un Estado.

Katzenstein asevera que los Estados y otros actores políticos buscan acumular capacidades materiales para defenderse en el sistema internacional anárquico, como sostienen las teorías racionales tradicionales; pero, a la vez, presenta los siguientes cuestionamientos: “¿Qué otro tipo de poder y de seguridad buscan los Estados y con qué propósito? ¿Nos sirve conocer el significado que los Estados y otros actores políticos otorgan al poder y a la seguridad para comprender su comportamiento?” (Katzenstein, 2012, p. 173). Para responder estas preguntas, se requiere analizar dos factores que determinan las políticas nacionales: El contexto cultural y el institucional en el que se conciben las políticas y la propia identidad del Estado, de su gobierno y de otros actores políticos (Katzenstein, 2012). Katzenstein (2012) considera que los factores sociales internos sustentan las políticas asociadas con el interés nacional de un Estado.

Siguiendo la misma línea que Katzenstein, Hopf asegura:

Las identidades son necesarias tanto en la política internacional como en la sociedad nacional para garantizar un nivel mínimo de predictibilidad y orden. Un mundo sin identidades es uno caótico, caracterizado por una incertidumbre dominante e irremediable, un mundo mucho más peligroso que la anarquía. (Hopf, 1998, p. 175)

De acuerdo con el citado autor, reconocer las identidades es necesario para detectar las preferencias y, por tanto, las acciones de los Estados. Las identidades nacen y se originan a raíz de una serie de prácticas sociales cotidianas dentro de los propios Estados. Por ello, las identidades presentan cierto nivel de variación, ya que dependen de contextos históricos, culturales, políticos y sociales al interior de los Estados (Hopf, 1998); la identidad de un Estado, a su vez, determina en gran medida su interés nacional.

En el marco de la concepción y el establecimiento de identidades, cabe destacar que los Estados tienen la capacidad de actuar en respuesta a su identidad únicamente cuando esta ha sido reconocida por la comunidad relevante (Hopf, 1998). “El poder de la práctica es el poder para crear conceptos intersubjetivos dentro de una estructura social” (Hopf, 1998, p. 178). Es sumamente importante el reconocimiento y la aceptación de las identidades por parte de las sociedades. Para que una identidad sea clasificada como tal, esta debe ser aceptada y reconocida por la población del Estado en cuestión.

Estos postulados constructivistas ayudan a determinar los factores que han habilitado la transformación de la política exterior de Estados Unidos durante el gobierno de Trump. La política exterior de este presidente se basaba en ideas como la recuperación de la antigua reputación de Estados Unidos como potencia mundial, la reforma del papel estadounidense en los foros internacionales y, principalmente, la defensa de la seguridad nacional. La construcción de la identidad estadounidense es, por tanto, un elemento clave para comprender cómo este país ha manejado su política exterior.

II. Continuidad y cambio en la identidad del Partido Republicano

La historia del Partido Republicano se remonta a más de 150 años en el pasado. Ha atravesado un largo proceso de cambios desde la mitad del siglo XX, en particular, desde el gobierno de Ronald Reagan en la década de 1980, que modificó profundamente la identidad del partido. Uno de los principales elementos de dichas transformaciones fue la inclinación de la entidad hacia la extrema derecha y el conservadurismo. Así, el actual Grand Old Party (GOP, Gran Antiguo Partido) ha recorrido un largo camino desde que el presidente republicano Abraham Lincoln residía en la Casa Blanca.

En sus inicios, el Partido Republicano era un activo promotor de las libertades económicas y civiles; después de todo, fue el Partido Republicano el que apoyó la abolición de la esclavitud. Empero, el GOP “abandonó las progresistas políticas raciales de la Reconstrucción, periodo posterior a la Guerra Civil, cuando traicionó a los esclavos libertos para elegir a Rutherford Hayes en 1876” (Rozsa, 2019, p. 3). Durante el resto del siglo XIX, el Partido Republicano pugnó por causas principalmente liberales. Si bien el crecimiento y la importancia de la facción conservadora del Partido Republicano cobró relevancia en las primeras décadas del siglo XX, el agudo y predominante cisma entre los sectores conservadores y moderados del GOP se originó a finales de la década de 1950 y comienzos de la de 1960. En este periodo, incipientes movimientos, como el “nuevo conservadurismo”, inauguraron una fuerte ola de criticismo contra la opinión pública predominante (de naturaleza relativamente progresista), así como de las políticas del entonces presidente republicano Dwight Eisenhower.

Conforme el movimiento conservadurista de Barry Goldwater cobró fuerza en las primarias de 1964, las oportunidades de colaboración entre moderados y conservadores colapsaron cuando Goldwater se unió a los demócratas segregacionistas y votó en contra de la Ley de Derechos Civiles de 1964. Diversos politólogos e historiadores consideran este polémico voto de Goldwater, aunado a otros importantes factores sociales, como el momento en la historia de Estados Unidos en el que el Partido Demócrata y el Partido Republicano intercambiaron sus posturas en lo relativo a los asuntos de derechos civiles (Kabaservice, 2012).

Mientras la década de 1960 llegaba a su fin con una debilitada facción conservadora en el seno del GOP, la siguiente década vio a este movimiento resurgir mediante organizaciones y think tanks como el Committee on the Present Danger (CPD), el Committee for the Free World (CFW) y el American Enterprise Institute (AEI). Estas instituciones representaban la plataforma ideal para difundir los ideales conservadores, coordinar redes políticas y fungir como foros para el debate entre sus miembros (Velasco, 2016).

Subsecuentemente, organizaciones como recién mencionadas se convirtieron en los principales asesores de los republicanos conservadores durante la década de 1970. A su vez, el conservadurismo al interior del partido se intensificó, y muchos militantes republicanos adoptaron los ideales conservaduristas radicales. Por ejemplo, en la década de los setenta—durante las administraciones de Richard Nixon, Gerald Ford y Jimmy Carter—tanto eventos internacionales (e.g., la guerra de Vietnam) como nacionales (e.g. el escándalo de Watergate), contribuyeron a intensificar la polarización ideológica estadounidense. Desde entonces las facciones moderadas del GOP han ido desapareciendo gradualmente.

Ciertamente, los cambios identitarios que los simpatizantes republicanos han experimentado a lo largo de la historia del GOP han influido los resultados políticos y electorales de Estados Unidos. Las elecciones presidenciales de 2016 suponen una instancia representativa de cómo la identidad republicana se ha relacionado con distintos cambios en la composición de la sociedad estadounidense. En primer lugar, la demografía de Estados Unidos se ha transformado en las últimas décadas, conllevando así a que la mayoría cristiana y blanca se reduzca. En segundo lugar, algunos grupos sociales y étnicos de la sociedad estadounidense comenzaron a exhibir un agudo partidismo hacia los dos principales partidos políticos. Por ejemplo, algunas minorías étnicas demostraron su apoyo hacia el Partido Demócrata, mientras que comunidades blancas y cristianas profundizaron su simpatía hacia el GOP. De esta forma, “las divisiones raciales que ya caracterizaban la política estadounidense se intensificaron aún más” durante el gobierno de Obama (Sides, Tessler & Vavreck, 2018, p. 25).

Así, el Partido Demócrata se ha vuelto la opción predilecta de la mayoría de grupos no blancos y de blancos con estudios formales, mientras que el GOP ha atraído a una gran cantidad de personas blancas, principalmente, con educación menos formal. Estas identidades, así como el partidismo, ha sido extremadamente importante en la manera en que los estadounidenses eligen a un partido político (Sides, Tessler & Vavreck, 2018). Los ocho años del gobierno de Obama intensificaron la radicalización de ambos partidos, pero principalmente la del GOP. Como John Sides. Micahel Tesler y Lynn Vavreck mencionan, “Esta creciente alineación de las identidades colectivas y el partidismo es crucial, ya que otorga a estas identidades colectivas mayor relevancia política” (Sides, Tessler & Vavreck, 2018, p. 4).

El enorme apoyo que recibió Donald Trump por parte de la mayoría de votantes republicanos en 2016 puede ser explicado mediante el análisis de cómo, en las últimas décadas, el electorado republicano concibió una cosmovisión rígida con base en miedos y preocupaciones. La mayoría de republicanos “son de mentalidad tradicional; de pensamiento jerárquico; reacios al cambio; preocupados por diferencias raciales, étnicas y de orientación sexual; y altamente susceptibles a las posibles amenazas a su seguridad” (Hetherington, 2018, p. 78).

Durante el gobierno de Obama, los votantes republicanos padecieron descontento con su situación económica; posiblemente aún más relevante es, no obstante, que este sentimiento también se percibió en otros problemas que acusa la política estadounidense como la inmigración, el seguro social y los asuntos raciales.

Daniel Cox et al (2017) encontraron que, además del partidismo, “la xenofobia y el desplazamiento cultural fueron factores más importantes que las preocupaciones económicas al momento de predecir el apoyo electoral de miembros blancos de la clase trabajadora hacia Trump”. De manera similar, Paul Krugman ha notado que “un rasgo que distingue a los votantes de Trump” no es la adversidad económica sino el “resentimiento racial” (Krugman, 2018). De esta forma, fue sencillo para Trump concentrar al sustancial sector de la sociedad estadounidense que ya había transformado su identidad; sus simpatizantes exigían un ajuste a todos los cambios sociales que habían atestiguado. Este sector se sentía particularmente vulnerable y encontró en Trump a un guardián y protector de sus intereses.

III. La elección presidencial de 2016 y su relación con la identidad del Partido Republicano

Algunos meses antes de que el pueblo estadounidense acudiera a las urnas, la particularidad de este proceso electoral comenzó a hacerse notar cuando una cantidad anómala de contendientes a la nominación republicana anunció sus aspiraciones. Como ya se sabe, el GOP terminó eligiendo a un candidato, por así describirlo, peculiar para la contienda presidencial de noviembre de 2016, pero hubo también otros candidatos poco comunes que también habrían enrarecido las elecciones presidenciales.

Como Michael Nelson mencionó, “El conjunto de contendientes republicanos era una mezcla homogénea sin precedentes para dicho partido: incluía tres candidatos sin experiencia en el gobierno (el médico Ben Carson y los empresarios Donald J. Trump y Carly Fiorina), un afroamericano (Carson), dos latinos (Marco Rubio, senador de Florida, y Ted Cruz, senador de Texas), y un indoamericano (Bobby Jindal, gobernador de Luisiana)” (Nelson, 2018, p. 1). Trump, que ciertamente era el contendiente más inusual de esta agrupación, ya había anunciado previamente sus intenciones de presentarse a la presidencia de su país en distintas ocasiones: 1988, 2000, 2004, 2008 y 2012 (Knoblauch, 2015).

En un comienzo, los principales medios de comunicación y un gran porcentaje del público designaban la campaña de Trump como una “atracción secundaria”. El mismo día en el que Trump anunció su candidatura, varios reporteros de distintos medios, como CNN, se preguntaron si su decisión de presentarse a la presidencia iba en serio. Incluso, The Huffington Post cubrió la campaña de Trump desde su sección de entretenimiento (Nelson, 2018).

A pesar de esta subestimación hacia su campaña por parte de los medios de comunicación masiva, Trump sabía y entendía que podía apelar a los votantes de las primarias como alguien ajeno a la política que pudiese, potencialmente y como él mismo dijo, “limpiar el pantano” en Washington (Nelson, 2018, p. 9). La posición de Trump como celebridad le facilitó atraer la atención de los medios, incluso cuando los principales noticieros se burlaban de sus ambiciones políticas. Sin embargo, una encuesta de ABC señaló que el 58 % de los votantes republicanos coincidían con la idea de que era mejor “alguien ajeno al actual establishment político” que “alguien con experiencia en el funcionamiento del sistema político” (Nelson, 2018, p. 9). Así, Trump fue capaz de convencer y captar el apoyo de un importante sector de los votantes republicanos en las primarias.

El creciente apoyo hacia Trump no significó que las elecciones primarias iban a ser una conquista fácil para el magnate de los negocios. Las primarias republicanas de 2016 fueron una de las más extremas en la historia de Estados Unidos. Entre 2015 y 2016, un total de 22 contendientes compitieron por el boleto a la nominación republicana (Benen, 2015).

A Trump le esperaba una intensa competencia, representada particularmente por dos otros miembros conservadores y formidables de su partido. Ted Cruz de Texas y Marco Rubio de Florida, ambos senadores de origen hispano, fueron los principales políticos rivales de Trump durante las primarias. Los dos legisladores, así como Trump, contaban con plataformas tradicionalistas que se asemejaban entre sí. Por ejemplo, Cruz anunció su candidatura en marzo de 2015 mediante un discurso extremadamente conservador en la Universidad Liberty en Lynchburg, Virginia. Su discurso hizo hincapié en los “objetivos de los conservadores sociales cristianos, de los “halcones” [personas adeptas a la guerra] y de militantes del Tea Party que pugnaban por un gobierno pequeño” (Zezima y Fahrenthold, 2015). Previo a anunciar su candidatura, Cruz ya era reconocido como un republicano extremadamente conservador. Su historial de votos como senador le merecieron el ser llamado el “candidato más conservador de cualquier partido desde al menos Barry Goldwater en 1964” (Enten, 2016).

La campaña de Cruz apoyaba la idea de restaurar el patrón oro y tildó al cambio climático de una “teoría pseudocientífica”. En distintos eventos públicos se opuso abiertamente al matrimonio homosexual y al aborto, incluso cuando este último fuese en casos de violación o incesto. Cruz también manifestó sus intenciones de eliminar los impuestos sobre la nómina con el objetivo de retirar los fondos a programas sociales como el Seguro Social y el Medicare; y en cuanto a asuntos de política exterior, adoptó ideales conservadores que resonaban “a un halcón recalcitrante, ansioso de reforzar el aparato militar y enfrentarse activamente a otras potencias” (Cook, 2016).

Conforme las primarias comenzaron a tomar forma, el senador Marco Rubio también emergió como un contrincante con la capacidad de afectar la campaña de Trump. En 2013, la revista Time lo designó como “El Salvador Republicano”. Fue electo senador en 2010 y durante su mandato intentó introducir distintas reformas al tema inmigratorio. Al igual que con Cruz, el historial de votos de Rubio contaba con una trayectoria similar que exhibía su postura conservadora. Y si bien era considerado un conservador, Rubio apoyó una reforma migratoria que permitiría a miles de latinos indocumentados vivir en los Estados Unidos de forma legal. Dicho apoyo le otorgó al senador de Florida la capacidad de atraer a los votantes latinos que el GOP había desilusionado en las últimas décadas (Grunwald, 2016).

Con un perfil de derecha y una agenda respecto la inmigración, Rubio (hijo de inmigrantes cubanos que huyeron del régimen de Castro) fue capaz de vincularse con los latinos conservadores, en particular en su estado natal de Florida, un estado clave en las primarias y en las elecciones generales.

A lo largo de las primarias, y en competencia contra otros dos conservadores como Cruz y Rubio, Donald Trump fue capaz de convencer a más simpatizantes provenientes de grupos extremistas. Amasó, incluso, más apoyo al pronunciar insultos xenófobos en contra de ciertos grupos étnicos. La imagen pública de Donald Trump ya incluía un componente racista desde hacía tiempo. Por ejemplo, en 1973, Trump y su padre fueron acusados por el gobierno de la Ciudad de Nueva York de actos racistas cuando se negaron a rentar apartamentos en sus edificios a individuos afroamericanos, desplazándolos a propiedades habitadas por minorías.

Además, en 1989, cuatro hombres negros y uno hispano fueron acusados falsamente de violar a una mujer en Central Park, Nueva York. Un día después de que se publicó la noticia, Trump pagó a los periódicos neoyorquinos para que imprimiesen una página completa con las palabras “¡QUE VUELVA LA PENA DE MUERTE! ¡QUE VUELVA LA POLICÍA!” Posteriormente, durante el gobierno de Barack Obama, Trump hizo cuestionamientos sobre la nacionalidad y las creencias religiosas de este, insinuando que era un extranjero y un musulmán (Sides, Tessler & Vavreck, 2018, p. 5).

Mucha de la evidencia indica que el éxito de Trump durante las primarias, así como en el resto del proceso electoral, se debió, en gran medida, a su retórica racista. Era de esperarse que, conforme la campaña avanzaba, Trump recibió aprobación por parte de una amplia gama de grupos supremacistas. Algunos analistas políticos detectaron que “el grado de sexismo y racismo entre los votantes se correlacionaba con el apoyo hacia Trump en mayor medida que el descontento económico, una vez tenidos en cuenta factores como el partidismo y la ideología política” (Lopez, 2017).

En efecto, durante el proceso electoral de 2016, poblaciones pequeñas y regiones rurales dieron su voto al partido republicano y le prometieron a Trump su apoyo absoluto. Aún, el apartado económico no era el único tema relevante para los simpatizantes de Trump. Incluso si los estadounidenses en regiones menos desarrolladas contaban con ingresos decentes y bienestar económico, se extendió “una sensación de rechazo por parte de lo que personas en estas áreas geográficas consideraban élites pretenciosas de ciudades renombradas” (Krugman, 2018), acentuando así el antagonismo racial.

Posteriormente, los grupos supremacistas blancos que se dedican a “clasificar injusticias y criticismos sobre distintos grupos étnicos” veían en Trump a un verdadero salvador (Berger, 2016). Por ejemplo, Jared Taylor, líder de American Renaissance, declaró que Trump “podría ser la última oportunidad de tener un presidente apto para el pueblo blanco” (Lopez, 2016). Cuando Trump promovió una severa plataforma anti inmigratoria, el apoyo hacia su candidatura se disparó entre grupos de extrema derecha (Berger, 2016).

Tal como German López indica:

El frenesí por Trump se difundió rápidamente: Otros extremistas que no se habían involucrado en la carrera presidencial apoyaron abiertamente a Trump, incluyendo Don Black, antiguo grand dragon de los Caballeros del Ku Klux Klan y fundador del sitio neonazi Stormfront; Rocky Suhayda, presidente del Partido Nazi Estadounidense; y Rachel Pendergraft, coordinadora nacional del Knights Party, heredera de los Caballeros del Ku Klux Klan de David Duke. (López, 2016)

Si bien la campaña de Trump negó en distintas ocasiones tener contacto directo con este tipo de organizaciones, el supremacismo blanco marcó para siempre las elecciones de 2016.

El apoyo que Trump obtuvo durante su campaña, en un inicio para ser el candidato republicano y, subsecuentemente, en la carrera presidencial contra Hillary Clinton, se fundamentó, como se mencionó anteriormente, en argumentos racistas, pero también en declaraciones sumamente polémicas dirigidas a minar la imagen tanto del Partido Demócrata como de administraciones anteriores (sin importar de qué partido proviniesen).

Estas agresivas proclamaciones eran exactamente lo que muchos votantes republicanos querían escuchar. Como William Mayer argumenta: “Un ejemplo particularmente bueno es el tema inmigratorio, el asunto más mencionado en el discurso inicial de Trump y la cuestión que, probablemente, mejor explica su ascenso inicial en las encuestas” (Mayer, 2018). La mayoría del electorado republicano tenía la percepción de que los gobiernos anteriores simplemente decidieron ignorar el problema de la inmigración; por tanto, muchos estadounidenses sintieron que Trump estaba diciendo la verdad necesaria cuando posicionó la inmigración en el centro de su campaña.

El día de las elecciones, Donald Trump obtuvo el 90 % de los votos republicanos (Hetherington, 2018, p. 79). Esa noche fue evidente que Trump sería el siguiente presidente de los Estados Unidos. Incluso si Hillary Clinton recibió el 48,8 % del voto popular, en contraste con el 45,9% conseguido por Trump, el Colegio Electoral otorgó la victoria al candidato republicano, pues este obtuvo 306 votos electorales, más de los 270 necesarios para llegar a la Casa Blanca (The New York Times, 2017).

Conclusiones

La particularidad de las elecciones presidenciales de 2016 y la naturaleza única del candidato del Partido Republicano están estrechamente vinculados con la identidad de los votantes estadounidenses, en especial, de aquellos de simpatía republicana (un grupo que atravesó una radicalización constante en las últimas décadas). Para dichos votantes ‒radicados mayoritariamente en comunidades rurales, lejos de las costas del país‒ el “Estados Unidos ‘Real’ (‘the Real America’)” era el que ellos representaban, por lo que consideraban tanto a las ‘elites costeras’ (es decir, de las costas Este y Oeste de su país) como al electorado ‘liberal’ de esas regiones como ajenas al verdadero Estados Unidos. Todavía más, este segmento de votantes tendía a ver a las minorías raciales, tanto las ya establecidas en Estados Unidos como a los nuevos inmigrantes, como amenazas para sus valores tradicionales.

Así, para este grupo de votantes republicanos, eran los valores asociados a su identidad, más aún que la amenaza a sus intereses económicos, lo que estaba estaba en juego; de allí que la identidad fuera sumamente importante para dicho segmento electoral. Ciertamente, la identidad siempre ha sido un importante factor en los procesos electorales; como Ezra Klein señala, “Incluso los votantes más informados suelen tomar decisiones con base en sus identidades sociales, y no a partir de preferencias políticas o ideológicas” (Klein, 2017).

No obstante, es notable en las elecciones de 2016, el papel que jugó la identidad y la magnitud con la que lo hizo entre los votantes republicanos. Debates sobre los “otros”, como los migrantes o los musulmanes, fueron de gran relevancia para muchos republicanos al momento de emitir su voto. Como Sides, Tesler y Vavreck observan: “Estos problemas compartían la importancia central de la identidad. La reacción de la gente hacia estos temas dependía del grupo con el que ellos se identificaban y cómo percibían a otros grupos” (Sides, Tessler & Vavreck, 2018, p. 2).

Al margen de la alienación (o proceso de otredad) de extranjeros y no cristianos, una potente división adicional que marcó las elecciones de 2016 fue la identidad partidista (Klein, 2017). Hasta hace algunas décadas, los votantes estadounidenses solían dejar de lado sus identidades partidistas; así, los simpatizantes republicanos estaban dispuestos a votar por los candidatos demócratas bajo las condiciones adecuadas y viceversa. En 2016, tal razonamiento era impensable, como Ezra Klein indica: “Conforme los partidos se distancian ideológica y culturalmente entre sí, el contrincante se empieza a convertir en una amenaza, promoviendo votos partidistas sin importar quién sea el candidato” (Klein, 2017).

Este grado de polarización política, habilitado ampliamente por el desplazamiento del Partido Republicano hacia la derecha, y no por la explicación ofrecida por la sabiduría convencional o por los rasgos de la personalidad de Donald Trump, es lo que hizo posible su elección en 2016. De esta forma, una victoria presidencial por parte de Cruz o Rubio no habría sido muy distinta de la de Trump; pues, como señalamos, los principales contendientes por la candidatura republicana eran también, en términos identitarios, actores políticos extremistas.

Incluso después de perder la presidencia en 2020, el Partido Republicano sigue comprometido con su agenda radical y antidemocrática, como quedó expuesto en la insurrección del 6 de enero de 2021 y en la falta de legitimidad que tiene Joe Biden como presidente entre la mayoría de los simpatizantes republicanos. Mientras esta coyuntura continúe, la elección de otro candidato extremista a la Casa Blanca permanece siendo una posibilidad evidente.

A partir de lo expuesto en el artículo, a nivel teórico, se hace manifiesto que la identidad es un factor explicativo clave en los procesos políticos, tanto en el ámbito doméstico, como lo ha ilustrado este trabajo, como en el internacional, tal cual se explicita en una amplia literatura constructivista (Banchoff, 1999; Bloom, 1993; Golob, 2002; Guillaume, 2010; Katzenstein, 1996; Nau, 1993; Ruggie, 1997; Santa Cruz, 2009; Turner, 2013; Wendt, 1994). Así pues, si bien los aspectos materiales son de suma importancia para entender tanto la política en sus diferentes niveles como los mecanismos de toma de decisión ‒como sería el caso de la política exterior‒ es también primordial no perder de vista que dichos aspectos materiales adquieren significado por medio de elementos ideacionales, tales como normas e identidades; de ahí la relevancia del análisis constructivista en los estudios de Relaciones Internacionales.

El constructivismo contiene una amplia agenda de investigación para quienes se dedican a las Relaciones Internacionales. De manera particular, se espera que la aplicación teórica presentada en este trabajo contribuya a otros esfuerzos enfocados en saber cómo candidaturas consideradas como extremistas pueden llegar al poder mediante transformaciones identitarias en otras latitudes y contextos históricos, así como a aquellos esfuerzos interesados en profundizar en el papel que los medios de comunicación tienen para moldear tanto las preferencias electorales como la llamada sabiduría popular, la cual, muchas veces ‒como este trabajo ha pretendido poner de manifiesto‒ provee explicaciones sencillas, pero incompletas, de fenómenos sociales complejos.

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1 Instituto Tecnológico de Estudios Superiores. Programas Internacionales de Preparatoria-Guadalajara. Coordinador-Programa Quebec. Máster en Política Global y Estudios Transpacíficos. Correo electrónico: carlos.adcc@tec.mx

2 Universidad de Guadalajara. Departamento de Estudios del Pacífico. Profesor e investigador y Director del Centro de Estudios de América del Norte. Doctor en Ciencias Políticas. Correo electrónico: arturo.santacruz@academicos.udg.mx


Fecha de recepción: 5 de mayo del 2022 • Fecha de aceptación: 9 de junio del 2022 • Fecha de publicación: 17 de junio del 2022

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