REVISTA 95.2

Revista Relaciones Internacionales

Julio-Diciembre de 2022

ISSN: 1018-0583 / e-ISSN: 2215-4582

doi: https://doi.org/10.15359/ri.95-2.9


 

Editorial 95.2
COVID-19: Perspectivas desde los Estudios Internacionales

 

La COVID-19 no es el primer estrago sanitario global enfrentado por la humanidad; pero sí es la primera pandemia en una sociedad física y virtualmente interconectada, aspecto que explica su vertiginosa y multidimensional propagación. El 12 de diciembre del 2019, en Wuhan (China) se reportaron pacientes con síntomas de fiebre y dificultades para respirar; a finales de ese mismo mes, la oficina de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en China es informada de casos de una neumonía de causa desconocida y es hasta el 7 de enero del 2020 que las autoridades chinas identificaron y aislaron el nuevo virus como causante de los recientes brotes. En ese momento, la comunidad internacional, así como la OMS estaban a la expectativa. El virus avanzó, se reportaron nuevos casos en Europa –Italia fue fuertemente impactada– y es hasta el 11 de marzo del 2020 que la OMS declaró la COVID-19 como pandemia (CDC, 2022; WHO, 2022). El incremento acelerado en los contagios continuó; el patógeno se llegó a propagar rápidamente en los Estados Unidos y nuevas infecciones se reportaron también en América Latina, así como en países de África y otros de Asia. De esta forma, el mundo llegó a contagiarse casi en su totalidad.

El 11 de febrero del 2020 la OMS nombró oficialmente al coronavirus como COVID-19, abreviatura en inglés para “enfermedad de coronavirus 2019” (coronavirus disease 2019). Para esa fecha, se tenían las primeras secuencias genéticas del virus proveniente de la República Popular de China (CDC, 2022; WHO, 2022), no obstante, la información sobre los orígenes del patógeno, su transmisión, así como sus posibles efectos eran poco conocidos; mucho menos se sabía sobre la forma de tratarlo y las alternativas para prevenirlo. Por su parte, los Gobiernos actuaron de maneras diversas con medidas económicas, cierres de fronteras, restricción de movilidad y otras libertades individuales; algunos se aproximaron desde la salud pública, otros desde enfoques más militarizados, o bien se emplearon abordajes híbridos (Blanco, Emrullahu y Soto, 2020; Gibson-Fall, 2021). Se adoptaron estrategias a partir de la “prueba y error” o de la imitación ante casos aparentemente exitosos en otras latitudes; todo esto, ante la única certeza de la elevada incertidumbre y confusión.

Tanto los medios de comunicación como las redes sociales se saturaron de imágenes y noticias impactantes sobre los efectos mortíferos en países como Italia y España, así como en los Estados Unidos; hospitales desbordados, contenedores refrigerados donde se almacenaban los restos físicos de quienes no pudieron ganar la batalla al virus. Capturas de cuerpos envueltos en mantas en las calles de algunos países latinoamericanos ensombrecieron más los hechos, en un contexto que se asemejaba a una película de ficción, donde la ansiedad y los temores derivados de la inseguridad se convirtieron en una constante.

Las líneas anteriores relatan algunos de los sucesos que marcaron el 2020 y parte del 2021, periodo en que se conoce más del virus y se logra generar variedad de vacunas y medicamentos para tratarlo (CDC, 2022). Con los avances en la vacunación, al implementar distanciamiento social, al notarse un aparente desahogo en los sistemas de salud pública y ante la presión económica, los países empezaron a reabrir sus fronteras y economías; así, ocurrió el inicio de una etapa llamada por algunos “nueva normalidad” (The Economist, 2021).

A la fecha en la que este editorial es escrito (finales de julio de 2022), se han registrado en el nivel global cerca de 574 540 929 casos, 6 394 961 muertes y, aproximadamente, 11 952 024 921 dosis administradas (JHU, 2022). Tales datos están distribuidos asimétricamente, con regiones y países aún rezagados en procesos de vacunación, así como con las posibilidades de venideras oleadas pandémicas, ante los surgimientos de nuevas variantes del virus (Angus, 2022). Todo lo anterior, sin mencionar la multiplicidad de efectos económicos, políticos, sociales e incluso ambientales que la pandemia, como fenómeno sociopolítico y no meramente una cuestión de salud pública global, ha traído al mundo.

Frente a este panorama de gran complejidad, donde la figura del Estado ha tomado un rol protagónico, al existir un suceso que trasciende fronteras físicas, es que quienes estudian Relaciones Internacionales han reflexionado sobre los alcances de la COVID-19 en las diversas áreas que constituyen el sistema internacional (Brown, 2022; Drezner, 2020). Opiniones y debates encontrados han surgido; un proceso natural ante un fenómeno desconocido con alcances globales y multidimensionales. Por un lado, están quienes reconocen las consecuencias inmediatas y de mediano plazo de esta pandemia, pero no la consideran un elemento que haya perturbado radicalmente la arquitectura y dinámica del sistema internacional (Drezner, 2020); por otra parte, se ubican quienes reflexionan sobre la COVID desde una posición transformadora, vista como un acontecimiento con gran capacidad de cambio en las dinámicas de poder, así como en las formas con las que se piensa y se conducen las Relaciones Internacionales (Davies y Hobson, 2022; Sterling-Folker et al., 2021). Así, el presente Editorial se enmarca en esta última posición y reflexiona sobre la pandemia desde posibles implicaciones ontológicas, epistemológicas, metodológicas y pedagógicas para el estudio y la práctica de nuestra disciplina.

En lo ontológico, se hacen cuestionamientos críticos sobre qué son las Relaciones Internacionales, en la medida en que, históricamente, el enfoque de análisis ha estado en la agencia de “lo humano”; mientras que lo “no humano” se ha tomado como contexto con limitada capacidad de incidir en las dinámicas internacionales. Aquí destaca la particularidad de que a una abstracción como el Estado, figura por antonomasia en la disciplina, se le han brindado características humanas y capacidad de agencia, incluso, en los enfoques más tradicionales (Beer y Hariman, 2020). En esta panorámica, también se cuestiona qué es la COVID-19, más allá de constituirse como una enfermedad provocada por un virus; se contempla su capacidad de agencia y el significado político que ha tenido, el cual se revierte, además, en lógicas discursivas que modelan el lenguaje empleado por la disciplina, así como en la formulación y ejecución de políticas públicas. Lo dicho, sin dejar de lado los imaginarios que construyen las personas sobre el fenómeno y que se alimentan de diversos discursos (Jassanof, 2021); muchos de ellos al margen de la ciencia y con importantes implicaciones éticas.

El cuestionamiento desde lo más elemental de la disciplina, así como de fenómenos que inciden en esta, conduce a que surjan interrogantes de naturaleza epistemológica, es decir, a cómo construir ese conocimiento y, derivada de esto, la forma sistemática de acceder a él, tal cual se propone en las metodologías. En términos epistemológicos críticos, emergen preguntas vinculadas con “¿Qué sabemos?, ¿Por qué lo sabemos? Y ¿Es correcto no preguntar?” (Jassanof, 2021, p. 851), las cuales tratan de problematizar la realidad y reconocer con humildad los vacíos de saberes que prevalecen (the unknown unknowns). Esto abre espacios para cuestionar la prevalencia de lo estático (la idea de una realidad fija) en el estudio de las Relaciones Internacionales (Ozguc, 2021), además de la visión de linealidad en el análisis de los hechos (Beer y Hariman, 2020) y la problemática de separación entre lo humano y lo no humano (Kurki, 2021; Jassanof, 2021).

La crítica a lo estático recae en la tentación de buscar zonas de confort, especialmente, en momentos de gran incertidumbre e inseguridad, para explicar la compleja (incluso considerada caótica) y cambiante realidad internacional (Kirke, 2020; Ozguc, 2021). Si bien no se deslegitima estas aproximaciones, en un intento por comprender fenómenos desarrollados a gran velocidad, el problema recae en que se dejan por fuera actores y dinámicas de relevancia, que, por su novedad y ambigüedad en el accionar, aportan “desorden” y ocasionan que los análisis sean más difíciles de concretar. Por ende, surge mayor vulnerabilidad, exposición, incertidumbre, incluso frustración, para quien estudia el fenómeno (Davies y Hobson, 2022); así, menos certeza de lo que sucede y las posibilidades del que un “no sé” sean más frecuentes (Jassanof, 2021).

El abordaje lineal de la realidad parte también del interés por brindar estabilidad en momentos convulsos, aunque limita las posibilidades de reconocer la asincronía y aleatoriedad de los fenómenos (Beer y Hariman, 2020), debido a los requerimientos de los actores y sus contextos (Estados y quienes lideran, personas ordinarias). Prueba de ello, a propósito de la pandemia, han sido las concurrentes aperturas y cierres (lockdowns), como medidas de contención ante nuevos brotes. Aunada a esto, se encuentra la incógnita de saber cuándo, oficialmente, se terminará la pandemia (Davies y Hobson, 2022), en particular, cuando cada país ha experimentado comportamientos pandémicos diversos, con desiguales posibilidades económicas, sanitarias y políticas para hacerles frente.

Por otra parte, la separación entre lo humano y lo no humano (Kurki, 2021; Jassanof, 2021) desconoce la complejidad de determinados fenómenos con efectos multidimensionales; tal ha sido el caso representativo del cambio climático, o bien esta pandemia. Los orígenes de estos fenómenos, en gran parte, son antropogénicos; pero van más allá del alcance humano, cuando fácilmente traspasan fronteras e impactan diversidad de ecosistemas (naturales y no) (Brown, 2022).

Así, a pesar de ser un virus, un ente no vivo e imperceptible a simple vista que afecta el sistema inmunitario de una persona, existe una serie de aspectos políticos, sociales, económicos y de su entorno que intervienen en las posibilidades de infección, al igual que las alternativas de recuperación (o no): sistemas de seguridad social; clase social, género y origen étnico de la persona; acceso a información confiable y a un ambiente sano; capacidad de la clase política para tomar decisiones informadas científicamente y con transparencia; estabilidad política y económica del país donde se encuentra este individuo, además de las determinaciones de grandes potencias que afectan a aquellos Estados de menor tamaño y poder, por mencionar algunas causas (Davies y Wenham, 2020; Davies y Hobson, 2022).

En este escenario, la naturaleza ha sido completamente separada y relegada en una lógica antropocentrista; se olvidan los hallazgos que demuestran la compleja, frágil y dinámica interdependencia de los sistemas naturales, en los cuales lo humano está inmerso (embedded), pues depende de ellos para su sobrevivencia (Jassanof, 2021).

De esta manera, se hacen propuestas para visualizar diferente las relaciones internacionales, por ejemplo, desde lo vinculante, donde se piense desde la incertidumbre, la diversidad de nexos entre actores y hechos, así como desde la fluidez de los fenómenos; en contraposición con los impulsos “Newtonianos y modernistas para fijar, estabilizar, ordenar y gestionar” (Katzestein, citado por Kurki, 2021, p. 15).

En términos metodológicos, esto implica un verdadero compromiso por la inter- y transdisciplinariedad (Davies y Wenham, 2020); incluso, se va más allá y se contempla, específicamente en el nivel del diseño de programas académicos y de propuestas educativas, en abordajes postdisiciplinarios (Pernecky, 2020). Sumada a ello, se encuentra la necesidad de la inmediata actualización para quienes se dedican a la disciplina, que históricamente se ha caracterizado por el paralelismo entre la especificidad y la generalidad, tal cual lo explica Ettinger (2022) en Pandemic Pedagogy Teaching International Relations Amid COVID-19. En esta obra, el autor analiza acertadamente la paradoja de que en la enseñanza de la disciplina se debe saber de todo un poco, en un mundo bombardeado por la información. Lo anterior, con el propósito de hacer algún sentido a la compleja realidad estudiada en las clases, sin dejar de lado la exigencia de la academia por la construcción de expertise, que se revierte en altas expectativas de prolíficas publicaciones especializadas, disponibles en espacios con prestigio.

Todo lo previo, en un entorno de policrisis (Davies y Hobson, 2022) donde la pandemia se ha sumado a otras crisis que afectan a la humanidad: la ambiental; la de cambio climático; la de transporte y abastecimiento internacional; la de desigualdad socioeconómica; así como la históricamente invisibilizada crisis alimentaria (Devereux, 2000; Chand, 2008) y los temores ante nuevas enfermedades pandémicas.

Este escenario de gran complejidad se traslada también a las aulas, con la particularidad, en los tiempos de la COVID-19, de que el entorno de aprendizaje ha sido virtual; las pizarras se cambiaron por videos y plataformas digitales de reunión, hecho que ha presentado un reto, tanto para quienes se dedican a la enseñanza como para quienes estudian. Lo dicho se considera, por lo que implica en términos técnicos y logísticos, pero, igualmente, debido a los aspectos humanos vinculados a la inseguridad y ansiedades generadas ante una situación de salud compleja y las afectaciones socioeconómicas en los núcleos familiares de las personas (inseguridad ontológica). No obstante, pareciera que existe cierta resiliencia y adaptaciones importantes en la forma en que se imparten clases en general y, en específico, en nuestra disciplina, cuando el uso de múltiples recursos audiovisuales, plataformas para el trabajo colectivo y la facilidad de estudiar a distancia y de manera asincrónica abren nuevas posibilidades para aprender y pensar las relaciones internacionales.

Asimismo, la compasión (Szarejko, 2022) ha sido aún más necesaria para comprender las historias de vida en tiempos pandémicos, adecuar tanto contenidos como metodologías y buscar alternativas novedosas para captar la atención y motivar el aprendizaje, esas que van más allá de una típica clase de exposición y preguntas. Esto, en un compromiso por una disciplina, desde los enfoques críticos más recientes, centrada en reconocer las desigualdades estructurales y responder con propuestas inclusivas en la línea de las Relaciones Internacionales globales (global IR) (Ettinger, 2022); donde las visiones, metodologías, lugares y personas históricamente marginalizados son efectivamente tomados en cuenta. Por supuesto, el proceso es más complejo, pero es la responsabilidad en un momento en el que la pandemia ha mostrado las abismales inequidades vividas y donde la Academia no ha sido inmune a su reproducción.

El Editorial 95.1 de nuestra Revista Relaciones Internacionales se refería al 2022 como un año caracterizado por la constancia de lo impredecible. Sin duda alguna, la guerra entre Rusia y Ucrania, la inflación global, la crisis en las cadenas de abastecimiento y de seguridad alimentaria, la tensión geopolítica y económica entre Estados Unidos y China, así como el creciente malestar social manifiesto en protestas civiles en diferentes partes del mundo han consolidado la incertidumbre y limitado sustancialmente la predictibilidad en el sistema internacional.

Es en este contexto que el presente número temático 95.2, COVID-19: Perspectivas desde los Estudios Internacionales, representa el interés de la revista por ofrecer un espacio académico para comprender las dimensiones y posibles alcances que la pandemia ha tenido y pueda tener en la dinámica internacional. De allí, el objetivo de presentar reflexiones que cubren aspectos no solo políticos, sino también sociales y económicos relacionados con esta pandemia; desde las múltiples alternativas analíticas que nos ofrecen las fascinantes, complejas, siempre cambiantes y retadoras Relaciones Internacionales, en una sociedad altamente conectada e interdependiente.

María Fernanda Morales Camacho

Editora en jefe

Revista Relaciones Internacionales

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